En octubre de 2012, la Madre María Nieves García, Concepcionista Misionera de la Enseñanza, escribió un artículo titulado "Mis recuerdos de Conchita en el colegio de Burgos (1966-1968)", que fue publicado recientemente en un libro (Pueblo de María, Con Voz de Madre. Saber escuchar, Rosario – Santa Fe, Argentina, pp. 254 a 256). Reproducimos algunos párrafos en los que da su testimonio sobre la gran devóción de Conchita González (vidente de Garabandal) al sacerdocio.
"Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien" (Salmo 1, 3). |
"Junto a la queja del Cielo por el abandono con que tratamos a la Sagrada Eucaristía, Garabandal se caracteriza también por su mensaje sacerdotal. Bien es cierto que en este caso el reproche celestial fue terrible: “El Ángel me ha dicho que muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas. Cuando el Ángel me decía esto –sigue siendo Conchita, quien lo narra en su diario- a mí me daba mucha vergüenza, y el Ángel me lo repitió por segunda vez: ‘Sí, Conchita, muchos cardenales, obispos y sacerdotes van por el camino de la perdición y con ellos llevan a muchas más almas”. (…).
En modo alguno este mensaje de Garabandal se puede interpretar como un menosprecio a la dignidad sacerdotal. Todo lo contario, se ha publicado una y mil veces algo que Conchita me contó y que anoté en mi diario con estas palabras: “La Virgen nos dijo, que si veíamos a la vez a un ángel y a un sacerdote, debíamos saludar antes al sacerdote”. Pero tan cierto como que Conchita siempre ha reconocido la inmensa dignidad del sacerdocio, es que la realidad de las vidas concretas de algunos sacerdotes dejan que desear y fue a partir de las apariciones cuando ella comenzó a darse cuenta. En cierta ocasión me dijo: “Antes de decirme la Virgen, yo creía que todos los sacerdotes eran buenos. Jamás pensé que cometieran pecado mortal. He conocido muchos, algunos me parecieron santos al principio, luego vi cosas que no me agradaron. He comprendido más tarde cómo la gente engaña” (...).
Son tantos los recuerdos de lo que Conchita reza y hace en concreto por los sacerdotes… Durante un tiempo, mientras permanecía en su casa de Fátima, dedicaba todos los días unas horas a ir a una residencia de sacerdotes ancianos para ayudar en los trabajos de limpieza. Como en otras ocasiones acudía allí sin darse a conocer y respondía al nombre de María. Hasta que un día alguien la reconoció y al punto todos los sacerdotes residentes supieron que aquella mujer que barría los suelos de su residencia era Conchita de Garabandal. A partir de entonces, nada fue igual. Y me comentó Conchita que cuando descubrieron quien era, cambió el trato. Y me dijo que sentía mucho que se hubieran enterado de quien era, porque ella como se sentía mejor era sirviendo a aquellos ancianos sacerdotes desde el anonimato.
Por resumir lo que puedo aportar sobre el concepto del sacerdocio que tiene Conchita, buscando entre mis papeles, he encontrado un escrito que Conchita dirigió a una mujer que le pidió unas líneas para su hijo sacerdote. Se publicaron en el número 26 de la revista Legión, el 26 de noviembre de 1967, y Conchita las había escrito cuatro meses antes, cuando aún estaba en nuestro colegio de Burgos. El texto decía así:
“La Virgen lo que quiere del sacerdote es, lo primero, su propia santificación. Cumplir sus votos por amor a Dios. Llevarle muchas almas con el ejemplo y la oración, ya que en estos tiempos es difícil de otra manera. Que el sacerdote sea sacrificado por amor a las almas en Cristo. Que se retire de vez en cuando en el silencio para escuchar a Dios, que les habla constantemente. Que piense mucho en la Pasión de Jesús, para que sus vidas puedan estar más unidas a Cristo Sacerdote, y así invitar a las almas a la penitencia y al sacrificio, y también a hacerles más llevadera la Cruz que a todos nos manda Cristo. Hablar de María que es la más segura para llevarnos a Cristo. También hablar y hacerles creer que como hay Cielo, hay infierno. Creo que esto es lo que el Cielo pide de sus sacerdotes”.
Desde niña tuvo en alta estima al sacerdocio, por eso me llamó la atención que en una de nuestras conversaciones en la que hablábamos del aislamiento en el que había vivido en Garabandal, al preguntarla yo qué es lo que más le había gustado de las pocas veces que salió de su pueblo, me contesto: “Ver tantos sacerdotes en Comillas”. No se refirió ni a las gentes, ni a los grandes edificios de Santander, ni al mar…, sino a la alegría de ver tantos sacerdotes juntos. Su gran amor al sacerdocio me lo manifestó muchas veces".
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