El 13 de noviembre de 1965, Conchita González estuvo a solas con la Virgen. Fue la última vez que Nuestra Señora se apareció en Garabandal. En esa ocasión le dijo lo siguiente: ¿Te acuerdas de lo que te dije el día de tu santo de que sufrirás mucho en la tierra? Pues te lo vuelvo a decir. Ten confianza en Nosotros y lo ofrecerás con gusto a Nuestros Corazones, por el bien de tus hermanos. Porque así estarás más unida a Nosotros.
Noche estrellada (Vincent Van Gogh) |
La Virgen, en muy pocas palabras, le da a Conchita toda una catequesis sobre el misterio del dolor. ¿Cómo se puede transformar en algo bueno? ¿Cómo hay que llevarlo para no perder la alegría de los hijos de Dios? En estas líneas que siguen meditaremos un poco en este gran tema que nos afecta a todos, diariamente.
En uno de sus breves escritos, José Luis Martín Descalzo, con su buen humor característico, nos habla del misterio del dolor y de cómo sacarle partido y convertirlo en algo muy bueno. A continuación transcribo parte de sus comentarios.
“Hay un proverbio ruso que dice que “el dolor embellece al cangrejo”. Seguro que se nos ocurre pensar, que el que inventó ese proverbio estaría muy a gusto de no ser cangrejo.
Indigna un poco el que una persona sana y llena de vitalidad hable del dolor, como sin pudor, hablando maravillas del sufrimiento. Todos somos capaces de dar consejos a otros sobre su dolor, pero nos encontramos desarmados cuando nos sangra el dedo meñique.
No hay que confundir el dolor (que es horrible) con aquello en lo que podemos convertir nuestro dolor o las cosas buenas que podemos sacar de él. Teilhard [de Chardin] llama “oscuro y repugnante” al dolor. Pero también dice que el dolor es transformable.
Por ello es mejor no echarle almíbar al dolor. No podemos impedir el dolor, pero sí lograr que no nos aniquile, e incluso que nos eleve y haga mejores” (José Luis Martín Descalzo, Razones, p. 477).
El dolor, el sufrimiento, la tribulación, la enfermedad, los padecimientos, las contrariedades…, o como queramos llamar a las cosas molestas de la vida (o que nos parecen “malas”), que no deseamos para nadie, pero que vienen inexorablemente a todos los hombres, son parte del plan de Dios. La falta de salud, los problemas económicos, la carencia de afecto, las injusticias, etc.; todo esto, es algo que Dios permite para nuestro bien.
Él quiere convertirnos en «creaturas luminosas, radiantes, inmortales, latiendo en todo su ser con una energía, un gozo, un amor y una sabiduría tales que devuelvan a Dios la imagen perfecta (...) de Su poder, deleite y bondad infinitos. El proceso será largo y en parte muy doloroso, pero eso es lo que nos espera. Él habla en serio» (C. S. Lewis, Mero cristianismo, p. 214).
Nunca comprenderemos completamente el misterio del dolor. Pero sí tenemos el secreto para transformarlo en algo bueno y alegre. Lo que hay que hacer es aceptarlo por amor y convertirlo en ocasión de unirnos estrechamente a la Pasión y Muerte de Jesucristo. La mejor manera de hacerlo es por medio de la Santa Misa y en la adoración de la Eucaristía. Podemos ofrecer nuestros sufrimientos a los Sagrados Corazones (de Jesús y de María), como le aconsejaba la Virgen a Conchita.
Los santos son quienes mejor han comprendido el sentido del dolor y han encontrado en la Cruz su mayor alegría. Veamos algunos ejemplos, que nos pueden servir para prepararnos a la “Gran Tribulación”, es decir, a llevar con alegría la medida de Cruz que Dios quiera que llevemos.
San Pablo
Él quiere convertirnos en «creaturas luminosas, radiantes, inmortales, latiendo en todo su ser con una energía, un gozo, un amor y una sabiduría tales que devuelvan a Dios la imagen perfecta (...) de Su poder, deleite y bondad infinitos. El proceso será largo y en parte muy doloroso, pero eso es lo que nos espera. Él habla en serio» (C. S. Lewis, Mero cristianismo, p. 214).
Nunca comprenderemos completamente el misterio del dolor. Pero sí tenemos el secreto para transformarlo en algo bueno y alegre. Lo que hay que hacer es aceptarlo por amor y convertirlo en ocasión de unirnos estrechamente a la Pasión y Muerte de Jesucristo. La mejor manera de hacerlo es por medio de la Santa Misa y en la adoración de la Eucaristía. Podemos ofrecer nuestros sufrimientos a los Sagrados Corazones (de Jesús y de María), como le aconsejaba la Virgen a Conchita.
Los santos son quienes mejor han comprendido el sentido del dolor y han encontrado en la Cruz su mayor alegría. Veamos algunos ejemplos, que nos pueden servir para prepararnos a la “Gran Tribulación”, es decir, a llevar con alegría la medida de Cruz que Dios quiera que llevemos.
San Pablo
“Es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones” (1 Cor 14, 22).
“También nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce la paciencia; la paciencia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza, esperanza que no defrauda, porque el amor de Dios ha sido difundido en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5, 3-5).
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros seamos capaces de consolar a los que se encuentran en cualquier tribulación, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios (2 Cor 1, 33-4).
“Por eso no desmayamos; antes bien, aunque nuestro exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior es renovado de día en día. Porque la leve tribulación de un instante se convierte para nosotros, incomparablemente, en una gloria eterna y consistente, a cuantos no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son pasajeras, en cambio las invisibles, eternas” (2 Cor 4, 16-18).
Santa Teresa de Lisieux
“Siempre miro el lado bueno de las cosas. Hay quienes se lo toman todo de la manera que más les hace sufrir. A mí me ocurre todo lo contrario. Cuando no tengo más que el sufrimiento puro, cuando el cielo se vuelve tan negro que no veo ni un solo claro entre las nubes, pues bien, hago de ello mi alegría... ¡Me pavoneo! Las humillaciones hacen que me sienta más gloriosa que una reina.
No esperaba sufrir así; sufro como un niño. No quisiera pedir nunca a Dios mayores sufrimientos. Si él hace que sean mayores, los soportaré gustosa y alegre, pues vendrán de su mano. Pero soy demasiado pequeña para tener fuerzas por mí misma. Si pidiese sufrimientos, serían sufrimientos míos, y tendría que soportarlos yo sola, y yo nunca he podido hacer nada sola.
¡Si supieras, Paulina, qué verdad tan grande es que en todos los cálices ha de mezclarse una gota de hiel! pero creo que las tribulaciones ayudan mucho a despegarse de la tierra y nos hacen mirar más allá de este mundo. Aquí abajo nada puede llenarnos, solo podemos gustar un poco de reposo cuando estamos dispuestos a cumplir la voluntad de Dios. Solo deseo una cosa: sufrir siempre por Jesús. La vida pasa tan deprisa que, realmente vale más lograr una corona muy bella con un poco de dolor, que una ordinaria sin dolor. ¡Cuando pienso que por un solo sufrimiento soportado con alegría se amará mejor a Dios durante toda la eternidad!... ¡además, con el sufrimiento podemos salvar almas!...
“En Ti, Señor, esperaré”. En los días de nuestras grandes pruebas, ¡cómo me gustaba recitar este versículo!” (Ultimas conversaciones, 23 VII).
San Josemaría Escrivá de Balaguer
"¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?
Es verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo la alegría de saberse corredentores con El" (Via Crucis, Segunda Estación).
Beato Juan Pablo II
«Por medio de María quisiera expresar mi gratitud por este don del sufrimiento, asociado nuevamente al mes mariano de mayo. Quiero agradecer este don. He comprendido que es un don necesario. El Papa debía estar en el hospital (...); del mismo modo que sufrió hace tres años, debía sufrir también este año. (...) al comienzo de mi pontificado me dijo [el cardenal Wyszynski]: Si el Señor te ha llamado, debes llevar a la Iglesia hasta el tercer milenio (...). Y he comprendido que debo llevar a la Iglesia de Cristo hasta este tercer milenio con la oración, con diversas iniciativas, pero he visto que no basta: necesitaba llevarla con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio ¿Por qué ahora? ¿Por qué este año? ¿Por qué este Año de la familia? Precisamente porque se amenaza a la familia, porque se le ataca. El Papa debe ser atacado, el Papa debe sufrir, para que todas las familias y el mundo entero vean que hay un evangelio —podría decir— superior: el evangelio del sufrimiento con el que hay que preparar el futuro, el tercer milenio de las familias, de todas las familias y de cada familia» (Angelus, 29-V-1994).
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