Los
textos de la Liturgia del Domingo XIII durante el año nos hablan de vocación y de libertad.
La vocación de Mateo (Caravaggio, 1599-1600). |
¿Cómo podremos descubrir esa vocación?
Escuchando la Voz de Dios, que nos llama, a través de los acontecimientos de
nuestra vida. Por ejemplo, si Dios quiere que un muchacho joven sea
franciscano, indudablemente, de alguna manera, pondrá a ese joven en situaciones
y acontecimientos que le señalen que esa es su vocación. Quizá será a través de
sus padres, o de un amigo, o de algún evento en su vida que le lleve a
descubrir ese camino.
Quienes
ya estamos al final de la vida y hemos vivido muchos años siguiendo al Señor
por un camino, podemos recordar cómo
llegamos a descubrir la voluntad de Dios para cada uno. Todos tenemos
nuestra historia. Una historia maravillosa en la que reconocemos la mano de
Dios. Unos sucesos que se fueron concatenando unos con otros y nos hicieron
descubrir el designio que tenía Dios para nosotros A lo largo de la vida, hemos
ido comprobando que eso que descubrimos en la juventud era real y verdadero.
Nuestro camino se fue configurando poco a poco y desplegando ante nuestros ojos
con toda su riqueza.
La vocación a la que nos referimos no sólo
se refiere a una llamada a seguir a Jesús dejándolo todo, como sucede en la
vocación sacerdotal, por ejemplo. Hay muchos caminos para llegar a la santidad:
en la vida secular o religiosa; en el matrimonio o en el celibato; siguiendo un
carisma inspirado por el Espíritu Santo en la Iglesia a través de una
institución; etc., etc.
La vocación profesional forma parte de
nuestra vocación divina, especialmente en aquellos que Dios quiere que
vivan en el mundo, que somos la mayoría. Es decir, la vocación personal tiene
muchos matices. Cada uno tiene la suya. Dios puede llamar por un camino a
muchos (por ejemplo, el sacerdocio), pero dentro de ese camino cada uno tiene
que recorrer el suyo propio.
Estas consideraciones nos sirven para
tenerlas como un telón de fondo que nos ayude a comprender mejor los textos
que nos propone la Liturgia del Domingo XIII del Tiempo Ordinario, que nos
hablan de vocación.
La Primera Lectura es del Primer Libro
de los Reyes y nos narra la vocación de Eliseo. ¿Cómo supo este hombre, que
vivió entre 850 y 880 antes de Cristo, cuál fue su vocación? De una manera
directa y clara: se la comunicó el profeta Elías (vivió entre los años 874 y
853 a.C), que recibió un mandato de Dios mismo.
“En aquellos días, el Señor dijo a Elías en el monte Horeb: «Unge
profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo se Safat, de Abel Mejolá». Partió Elías de
allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, quien se hallaba arando. Frente a él
tenía doce yuntas; él estaba con la duodécima. Pasó Elías a su lado y le echó
su manto encima” (cfr. 1R 19, 16 b. 19-21).
La respuesta de Eliseo fue inmediata.
“Eliseo volvió atrás, tomó la yunta de bueyes y los ofreció en
sacrificio. Con el yugo de los bueyes asó la carne y la entregó al pueblo para
que comiera. Luego se levantó, siguió a Elías y se puso a su servicio” (Ibidem).
En el Evangelio de la Misa de mañana
encontramos una escena que recuerda la vocación de Eliseo. El Señor camina con
sus discípulos por el territorio de Samaria, hacia Jerusalén, y se acercan
varios hombres que desean seguirle. Han conocido a Jesús, les resulta enormemente
atractiva su figura de Maestro de Israel y quieren acompañarle. El Señor
confirma su vocación, pero les pide que dejen todo y no queden atados a
personas o cosas materiales.
“Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adonde
quiera que vayas».
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los
pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la
cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». El respondió:
«Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de
Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los
de mi casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira
hacia atrás vale para el reino de Dios»” (Lc 9, 51-62).
¿Qué nos quiere decir el Señor con esta
escena del Evangelio? Que le sigamos, a través de la vocación que Él nos
señale, pero con decisión de cortar todo lo que estorba. Es decir, que le
sigamos en libertad: con plena libertad y desprendidos de todo lo que oponga a
nuestro caminar junto a Él. Cada uno tiene que ver cómo se aplica esto a su
propia vida.
San Gregorio de Nisa en su Tratado sobre
el perfecto modelo del cristiano dice que en el hombre hay tres cosas que
manifiestan su vida: los pensamientos, las palabras y las obras. Y nos aconseja:
“Siempre, pues, que nos sintamos impulsados a obrar, a pensar
o a hablar, debemos procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos
tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo, de manera
que no pensemos, digamos ni hagamos cosa alguna que se aparte de esta regla
suprema” (PG 46, 283-286).
Así viviremos en la libertad de los hijos de Dios. En la Segunda Lectura de la Misa de mañana leemos unas palabras de San
Pablo a los Gálatas que subrayan la necesidad de vivir la propia vocación en
libertad. Es más nuestra vocación es vivir libres.
“Hermanos: Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos,
pues, firmes, y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud.
Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad” (cfr. Ga 5, 1.13-18).
San Gregorio nos señala cómo vivir en
libertad de manera muy concreta.
“Todo aquel que tiene el honor de llevar el nombre de Cristo
debe necesariamente examinar con diligencia sus pensamientos, palabras y obras,
y ver si tienden hacia Cristo o se apartan de él. Este discernimiento puede
hacerse de muchas maneras. Por ejemplo, toda obra, pensamiento o palabra que
vayan mezclados con alguna perturbación no están, de ningún modo, de acuerdo
con Cristo, sino que llevan la impronta del adversario, el cual se esfuerza en
mezclar con las perlas el cieno de la perturbación, con el fin de afear y
destruir el brillo de la piedra preciosa.
Por el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida del ánfora con la fuente de la que procede” (PG 46, 283-286).
Por el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida del ánfora con la fuente de la que procede” (PG 46, 283-286).
Terminamos con unas palabras del Salmo 15
que podemos entonarlas teniendo presente a Nuestra Madre, porque en ellas se
hacen realidad.
“Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu
presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (Salmo 15).
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