En el
post anterior (25 de mayo) analizábamos el
anuncio del envío del Espíritu Santo. Jesús, en el Cenáculo, explica a sus
discípulos quién es el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, y les
llevará a la Verdad completa.
Juan Bautista Maíno - Pentecostés (1612-1614) |
Hoy, en
la víspera de la Solemnidad de la
Ascensión del Señor, nos detendremos a meditar sobre otro aspecto de la
acción del Espíritu: su modo de actuar en las almas y la importancia de saber
oír su Voz y discernir cuándo es auténtica, especialmente en relación con los
demás.
En la
lectura de los Hechos de los Apóstoles que hemos hecho durante el Tiempo
Pascual, observamos la docilidad con la
que los apóstoles reciben las mociones del Espíritu. No hay página de este
Libro del Nuevo Testamento en la que no aparezca la acción fuerte y suave, al
mismo tiempo, del Espíritu.
Actúa en el Colegio Apostólico (por
ejemplo, en el Concilio de Jerusalén) y
también de modo personal en los primeros cristianos. Lo hace de modo extraordinario
(don de lenguas, de profecía, carisma de todo tipo…), pero también de modo
ordinario, llevando a los fieles, como en volandas, a cumplir las misiones que
les encomienda y facilitando enormemente la expansión del Evangelio.
Hemos
visto que la manera más importante de
actuar el Espíritu Santo es a través de los Pastores (de los apóstoles y
sus sucesores), a quienes asiste con un “carisma cierto de la verdad”, para que
la Iglesia no se descamine y sea siempre fiel al Evangelio de Jesucristo. Esta
acción continuará hasta el final de los tiempos en el Magisterio de la Iglesia.
Sin
embargo, el Espíritu no se limita a inspirar a los Pastores de la Iglesia. Está presente en toda Ella, en cada uno
de los fieles cristianos: “sopla donde quiere” (cfr. Jn 3).
Es
frecuente oír hablar del “discernimiento
de espíritus”. El Papa Francisco suele referirse, con frecuencia, a la
importancia que tiene esta acción del Espíritu en la actividad pastoral de la
Iglesia. Aunque el Magisterio, a través de los siglos, ha señalado claramente las verdades de la doctrina dogmática y
moral de la Iglesia, también es verdad que, en muchas ocasiones, para
aplicar esos conceptos hay que saber
discernir las situaciones concretas, tanto de manera personal como para
aconsejar a otros.
Por
ejemplo, en la Exhortación Apostólica Amoris laetitia, el Papa Francisco ofrece
una línea clara en la pastoral familiar, que puede resumirse con las palabras
que componen el título de uno de los capítulos: “Acompañar, discernir e
integrar la fragilidad”.
“Se nos invita a evitar los juicios sumarios y las actitudes
de rechazo y exclusión, y a asumir en cambio la tarea de discernir las
diferentes situaciones, emprendiendo con los interesados un diálogo sincero y
lleno de misericordia” (Ángel Rodríguez Luño, Amoris laetitia. Pautas doctrinales para un discernimiento pastoral, en Instituto Acton).
La
escucha del Espíritu Santo presupone dos
cosas fundamentales:
1) La rectitud de intención del que
discierne, es decir, el deseo de escuchar verdaderamente la voz de Dios, aunque
esta lleve consigo exigencias fuertes (incluso el martirio). Hay que dejar a un
lado los prejuicios e ideas preconcebidas. Hay que apartarse de la opinión de
la mayoría, de la solución que da el mundo, de lo que resultaría más cómodo y fácil.
Hay que tener, en este sentido, una vida coherente, limpia y trasparente. Es
preciso tener presente la quinta bienaventuranza: “Los limpios de corazón verán
a Dios”. Si no hay esta rectitud es imposible reconocer la Voz del Espíritu en
nuestra alma. Sólo puede guiar a otros quien tiene ojos claros para ver el
camino. Un ciego no puede guiar a otro ciego porque los dos caerán en la fosa
(cfr. Lc 6, 39).
Y, para tener rectitud de intención, es
necesario escuchar la Palabra de Dios
y tener vida de oración. ¿Cómo vamos
a poder conocer la verdad si nunca la preguntamos al Espíritu Santo ni buscamos
escuchar su Voz en la conciencia, que es santuario de nuestra alma donde nos
habla Dios? Hay que añadir también la frecuencia de sacramentos: vivir en
gracia de Dios.
2. La doctrina segura y clara que permita
discernir según la verdad multisecular de la Iglesia. La verdad no se
improvisa: se aprende. Hay que estudiar y formarse doctrinalmente para poder
estar en condiciones de discernir bien, tanto para la propia alma, como para la
de los demás. Santa Teresa recomendaba buscar director espiritual entre los “letrados”,
es decir, entre los sacerdotes que tuvieran estudios teológicos.
“Porque si me engañare, estoy muy aparejada a creer lo que
dijeren los que tienen letras muchas; porque aunque no hayan pasado por estas
cosas, tienen un no sé qué grandes letrados, que como Dios los tiene para luz
de su Iglesia, cuando es una verdad, dásela para que se admita” (Moradas quintas, cap. 1, n. 7).
Hay dos errores que se deben evitar a la
hora de discernir:
1) El
primero lo podemos llamar “anquilosamiento
espiritual”. Es la falta de flexibilidad para discernir. Es lo que el Papa
Francisco suele advertir cuando nos pide que no tengamos un “corazón cerrado”;
que nos seamos obstinados diciendo que “siempre se ha hecho así”; que no nos
cerremos a “la novedad de Dios”, a las “sorpresas de Dios”. Esto les pasó a
algunos fariseos en tiempo de Jesús.
2) El
otro peligro es el contrario: utilizar
el “discernimiento” para saltarse todo lo que la Iglesia ha dicho a través de
los siglos y “relativizar” todo, es decir, juzgar todo según las
circunstancias de la persona, sin tener en cuenta los principios de nuestra fe
y moral. Se trata de un falso discernimiento, guiado por el sentimentalismo, la
poca formación y un espíritu de rebeldía a la Ley de Dios, que es el principio
objetivo de moralidad. Es verdad que hay pocas cosas que son intocables, pero
las hay: tanto en las verdades de fe como en las de la conducta moral. Hay
acciones intrínsecamente malas que ninguna circunstancia puede cambiar (cfr. Encíclica
Veritatis Splendor).
Santa María, Esposa del Espíritu Santo,
es también Maestra del discernimiento,
como lo vemos en su Anunciación, en las Bodas de Caná, al pie de la Cruz… Ella nos
enseñará a estar en condiciones para saber escuchar la Voz del Espíritu.
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