A partir
de ahora, al finalizar el Tiempo Pascual, nos
iremos preparando de modo más inmediato para celebrar las Solemnidades de la Ascensión del Señor y de
Pentecostés.
Juan de Flandes, La Venida del Espíritu Santo (1514-1519) |
Mañana, Sexto Domino del Tiempo Pascual, las
Lecturas de la Misa se centran en el Espíritu Santo o, al menos, las tres
mencionan su papel fundamental en la vida cristiana. No es una sorpresa esa mención
para nosotros pues, dentro de 15 días celebraremos la Solemnidad de Pentecostés
y, a partir del próximo jueves, muchos cristianos tratamos de vivir el Decenario al Espíritu Santo como
preparación a esa gran fiesta de la Iglesia.
Las tres Lecturas de la Misa están
tomadas del Evangelio de San Juan (Evangelio), de los Hechos de los Apóstoles
de San Lucas (1ª Lectura) y del Apocalipsis de San Juan (2ª Lectura).
Cada una de estas Lecturas nos da pie
para reflexionar sobre tres aspectos o enfoques sobre la acción del Espíritu
Santo en la Iglesia y en nuestras almas:
1°) El anuncio
de Jesucristo en la Última Cena: de una manera clara e insistente comunica
a sus discípulos el envío del Espíritu Santo (Evangelio), y los efectos que
tendrá en sus vidas el Altísimo Don de Dios.
2°) La manera de actuar del Espíritu en los
primeros tiempos de la Iglesia y el modo en que los cristianos disciernen y
conocen bien cómo actúa el Espíritu en
la Iglesia (1ª Lectura).
3°) La presencia del Espíritu Santo en la Nueva
Jerusalén y también en el cristiano que se preparar para el advenimiento
del Reino y experimenta en sí que es Templo del Espíritu ya ahora, en la vida
terrena.
A
continuación desarrollaremos algunos
puntos que nos ayuden a comprender mejor cada uno de estos enfoques. En este post
analizaremos el primer aspecto. En los siguientes (1° y 8 de junio) veremos
los otros dos.
1. El Envío del
Espíritu Santo a la Iglesia. Los carismas.
En varias ocasiones el Señor anuncia a sus
discípulos el envío del Espíritu Santo que morará en ellos, les enseñará y
recordará toda la Verdad, les hará fuertes y les impulsará a llevar el
Evangelio por todos los rincones de la tierra.
El Espíritu Santo es enviado por el Padre y
por el Hijo. Así lo confesamos en el Símbolo Niceno Constantinopolitano (“a Patri Filioque procedit”). El Espíritu
Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Amor entre el Padre y
el Hijo.
Con el mismo Amor que el Padre ama al Hijo,
el Hijo nos ama a nosotros. El Padre y el Hijo nos hacen participar de ese Amor
que es el Don Altísimo de Dios. No hay otro don mayor. En este Don se encierran
todos los demás.
Es el Don de la Gracia (“Charis”), que
se distribuye de distinta forma por medio de los carismas. Estos carismas, o
dones del Espíritu Santo, pueden ser de tres tipos (cfr. Javier Sesé, en Diccionario de San Josemaría, voz “mística”):
1°) los dones o carismas “ordinarios”, alcanzables por todos, como fruto de las virtudes y
los dones del Espíritu Santo, y que entra en el orden de la santificación
personal;
2°) los
dones "especiales", fruto
de carismas concretos concedidos por Dios a determinados cristianos, de acuerdo
con su vocación particular en la Iglesia, y que se conceden precisamente en
servicio de la misma Iglesia y de las almas, no en beneficio propio, aunque se
apoyen en la santidad personal;
3°) y los
dones "extraordinarios", que
suelen romper las leyes de la naturaleza, y que Dios concede a personas muy
concretas como signo claro y llamativo de la grandeza de la santidad cristiana
a la que todos estamos llamados, o de alguno de sus aspectos más importantes.
Dentro de los dones “especiales” se encuentra
el llamado “carisma veritatis certum”
(carisma cierto de la verdad), que concede el Espíritu Santo a los Pastores de
la Iglesia a través del Magisterio para guiar a los cristianos hacia la verdad
completa. El Magisterio de la Iglesia, o función de enseñar, siempre se
fundamenta en las verdades contenidas en la Sagrada Escritura y en la Tradición
de la Iglesia. Los Pastores (el Papa y los Obispos) reciben este don para
enseñar la Verdad sobre Jesucristo y, de esta manera, evitar que la Iglesia se
aparte de ella.
Pero el Espíritu Santo no sólo dirige la
Iglesia a través del Magisterio de la Jerarquía, sino que también concede
dones a los fieles cristianos, de manera ordinaria, para que sean “llevados por
el Espíritu” y escuchen su Voz en la vida corriente.
“Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el
Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con
virtudes, sino que también distribuye
gracias especiales entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a
cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones, con los que les hace
aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para
la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: «A
cada uno... se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» (1
Co 12,7)” (Lumen Gentium, n. 12).
El Espíritu Santo es como un Viento
impetuoso que actúa constantemente en la vida de los cristianos, si estos
son dóciles a su acción. Es verdad que nosotros somos pobres instrumentos de la
gracia, pero somos impulsados por una Fuerza sobrenatural que nos hace capaces
de acometer grandes proyectos de santidad y apostolado.
En otro documento del Concilio Vaticano II
podemos leer la importancia de esta acción divina.
“Para ejercer este
apostolado, el Espíritu Santo, que produce la santificación del pueblo de Dios
por el ministerio y por los Sacramentos, concede
también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7)
"distribuyéndolos a cada uno según quiere" (1 Cor., 12,11),
para que "cada uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de
los otros", sean también ellos "administradores de la multiforme
gracia de Dios" (1 Pe., 4,10), para edificación de todo el cuerpo
en la caridad (Cf. Ef., 4,16)” (Apostolicam
actuositatem, n. 3).
“De la recepción de
estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de
ejercitarlos para bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la
Iglesia misma., ya en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que
"sopla donde quiere" (Jn., 3,8), y, al mismo tiempo, en unión con los
hermanos en Cristo, sobre todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar
su genuina naturaleza y su debida aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de que
todo lo prueben y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes., 5,12;
19,21)” (Ibidem).
Al finalizar el mes de mayo nos acogemos a la intercesión de Nuestra
Señora, Esposa del Espíritu Santo, para que nos ayude a comprender la grandeza
del Don de Dios.
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