Mañana,
en toda la Iglesia, celebramos la Jornada
Mundial de Oración por la Vocaciones. El Papa Francisco preparó un mensaje,
el 31 de enero pasado, para la Jornada de este año 2019.
El lema
es sencillo: “la valentía de arriesgar
por la promesa de Dios”. El Papa, en su mensaje, toma como ejemplo la
llamada a los primeros apóstoles, Pedro, Andrés, Juan y Santiago. Están en el
Mar de Galilea. Son pescadores. Arreglan sus redes. Entonces, el Señor les hace una promesa: “Os haré pescadores de hombres” (Mc 1, 17). De esta manera, Jesús “rompe
la parálisis de la normalidad”.
La normalidad, la vida ordinaria de cada
uno de nosotros, es buena. El Señor desea que vivamos “normalmente”, es
decir, sin buscar cosas extraordinarias o raras. Ama nuestra vida sencilla,
como la que Él vivió durante 30 años en
Nazaret. Es más, nos busca precisamente en esa vida corriente: en nuestras
relaciones familiares, profesionales, en nuestros hábitos adquiridos con esfuerzo
durante muchos años, en nuestras actividades diarias y aparentemente sin
relieve.
Pero la “normalidad” puede convertirse en
rutina, en vivir anodinamente, simplemente siguiendo patrones de conducta
habituales en los que no hay “alma”. Para que sea valiosa, la vida ordinaria
tiene que estar cargada de sentido: “esto lo hago buscando algo trascendente”; “convierto
la prosa en endecasílabo, verso heroico”, como decía San Josemaría Escrivá de
Balaguer.
A eso se refiere el Papa: a que puede
haber rutina en nuestra vida, y el Señor nos saca de ese acostumbramiento malo
y nos propone lanzarnos a una aventura junto a Él.
“La vida no debe quedar atrapada en las redes de lo absurdo y
de lo que anestesia el corazón” (Mensaje
para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2019).
San Josemaría descubrió su vocación en su
vida ordinaria. Dios le hizo ver, a través de las pisadas de un carmelita
descalzo sobre la nieve, que estaba llamado a hacer algo grande y que fuese amor. A veces, él ponía el ejemplo de un
farol apagado que la gracia de la vocación enciende para iluminarnos y que
demos luz a los demás.
Aunque siempre hay que darse totalmente a Cristo,
ese “algo grande” y que sea “amor” no se refiere, para la mayoría de las
personas, a dejar todo (familia, actividad profesional, lugar en el que se
vive, etc.) para seguir a Cristo, en el sentido material. Incluso a quienes
Dios pide una entrega total de su vida en el celibato (sacerdotes, religiosos,
personas entregadas a Dios), muchas veces no les pide de inmediato “dejar todo”
en ese momento. Pero sí pide la plena
disponibilidad a dejarse llevar por las mociones del Espíritu Santo, para
seguir a Cristo ahí donde cada uno está.
En el caso de los apóstoles, dicen los
evangelistas que «inmediatamente dejaron
sus redes y lo siguieron» (Mc 1,18). Ante la promesa del Señor (ser pescadores de hombres, es decir,
llevar una vida de amor a Dios y a los hermanos), ellos tienen la valentía de arriesgarse a dejarlo todo.
Todos los hombres tenemos una vocación y
una misión que Dios espera de nosotros. Hay tantos caminos como hombres en
la tierra. Cada uno tiene que buscar y encontrar el suyo. Dios nos lo hace ver,
si escuchamos su Voz en nuestro corazón.
Además, la vocación va concretándose a lo largo de
la vida. No aparece en toda su claridad desde el principio. Por lo tanto,
hay que mantener el deseo de corresponder siempre a lo que Dios nos pida en
cada etapa de nuestra vida. Y esto supone
siempre la valentía de no quedarnos cómodamente en la orilla, metidos en la seguridad de nuestras costumbres o
estilos de vida, sino que ser fiel a la vocación lleva consigo un estar siempre en proceso de conversión:
¡Señor, aquí estoy! ¿Qué quieres de mí ahora?
La próxima semana, el 18 de mayo, será
beatificada en Madrid Guadalupe Ortiz de Landázuri (1916-1975), una de las
primeras Numerarias del Opus Dei, que comenzó la labor apostólica en México
(1950) y luego también estuvo en Italia y en España dedicándose a diversas
tareas, tanto apostólicas como de tipo profesional (había estudiado Ciencias Químicas
en Madrid, su ciudad natal).
En Guadalupe tenemos el modelo maravilloso de
una mujer que supo responder a la vocación que Dios le dio y ser fiel a ella
toda la vida, con una flexibilidad estupenda, que la hizo siempre estar
disponible para lo que hiciera falta.
Recientemente
se han publicado algunas de sus cartas
al Fundador del Opus Dei, a través de su vida (cfr. María Del Rincón
y María Teresa Escobar, Letras
a un santo). En ellas se nota esta “valentía para arriesgarse” de la que
habla el Papa, por la promesa de Dios. ¿Cuál es la promesa? La santidad, el
amor a Dios, el ayudar a Cristo a “pescar” hombres en el apostolado.
Una expresión muy típica suya es “aquí me
tiene”. Aparece muchas veces en sus cartas, e indica precisamente la
disponibilidad que es una característica fundamental del que responde fielmente
a una vocación. Veamos algunos ejemplos en sus cartas a San Josemaría.
“Padre: Qué alegría me da decirle que aquí me tiene, ahora haciendo cabeza y mañana en el último
puesto, siempre contenta porque sirvo al Señor. Cada día tengo más confianza en
su ayuda y menos en mis fuerzas” (Bilbao, 17 de marzo de 1946).
“Le pide la bendición su hija que nunca puede explicarle lo
que significan la Obra y usted para mí, más que con la rendición total y
absoluta. Padre, aquí me tiene” (México,
D.F., 28 de febrero de 1954).
“Padre, se queda sin decir lo mejor, porque soy incapaz de
expresarlo. Pero ya lo sabe: aquí me
tiene, quiero servir con toda mi alma” (Madrid, 29 de septiembre de 1961).
“Gracias por todo, Padre; aquí
me tiene, como siempre. Trabajo, hago apostolado y rezo lo mejor que puedo.
Quiero hacerlo mejor y, si usted se acuerda de encomendarme, quizá lo consiga”
(Madrid, 19 de marzo de 1963).
Al final de su Mensaje de este año el Papa
se dirige a los jóvenes. Ordinariamente la juventud es la etapa de la vida
en la que vemos nuestra vocación al matrimonio o al celibato apostólico. Meditemos
las palabras del Papa, que nos animan a ser generosos y a confiar en el amor de
Dios.
“En particular a vosotros, jóvenes, me gustaría deciros: No seáis sordos a la llamada del Señor.
Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en
él. No os dejéis contagiar por el miedo,
que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad
siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida
nueva, que llena el corazón y anima el camino” (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones,
2019).
María respondió rápida y totalmente al
anuncio del Ángel: “Fiat”. “He aquí la esclava del Señor”. Y repitió ese “fiat”
innumerables veces a lo largo de toda su vida, hasta el final.
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