sábado, 11 de mayo de 2019

Corresponder a la propia vocación


Mañana, en toda la Iglesia, celebramos la Jornada Mundial de Oración por la Vocaciones. El Papa Francisco preparó un mensaje, el 31 de enero pasado, para la Jornada de este año 2019.  

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El lema es sencillo: “la valentía de arriesgar por la promesa de Dios”. El Papa, en su mensaje, toma como ejemplo la llamada a los primeros apóstoles, Pedro, Andrés, Juan y Santiago. Están en el Mar de Galilea. Son pescadores. Arreglan sus redes. Entonces, el Señor les hace una promesa: “Os haré pescadores de hombres” (Mc 1, 17). De esta manera, Jesús “rompe la parálisis de la normalidad”.

La normalidad, la vida ordinaria de cada uno de nosotros, es buena. El Señor desea que vivamos “normalmente”, es decir, sin buscar cosas extraordinarias o raras. Ama nuestra vida sencilla, como la que Él vivió durante 30 años en Nazaret. Es más, nos busca precisamente en esa vida corriente: en nuestras relaciones familiares, profesionales, en nuestros hábitos adquiridos con esfuerzo durante muchos años, en nuestras actividades diarias y aparentemente sin relieve.

Pero la “normalidad” puede convertirse en rutina, en vivir anodinamente, simplemente siguiendo patrones de conducta habituales en los que no hay “alma”. Para que sea valiosa, la vida ordinaria tiene que estar cargada de sentido: “esto lo hago buscando algo trascendente”; “convierto la prosa en endecasílabo, verso heroico”, como decía San Josemaría Escrivá de Balaguer.

A eso se refiere el Papa: a que puede haber rutina en nuestra vida, y el Señor nos saca de ese acostumbramiento malo y nos propone lanzarnos a una aventura junto a Él.

“La vida no debe quedar atrapada en las redes de lo absurdo y de lo que anestesia el corazón” (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2019).

San Josemaría descubrió su vocación en su vida ordinaria. Dios le hizo ver, a través de las pisadas de un carmelita descalzo sobre la nieve, que estaba llamado a hacer algo grande y que fuese amor. A veces, él ponía el ejemplo de un farol apagado que la gracia de la vocación enciende para iluminarnos y que demos luz a los demás.

Aunque siempre hay que darse totalmente a Cristo, ese “algo grande” y que sea “amor” no se refiere, para la mayoría de las personas, a dejar todo (familia, actividad profesional, lugar en el que se vive, etc.) para seguir a Cristo, en el sentido material. Incluso a quienes Dios pide una entrega total de su vida en el celibato (sacerdotes, religiosos, personas entregadas a Dios), muchas veces no les pide de inmediato “dejar todo” en ese momento. Pero sí pide la plena disponibilidad a dejarse llevar por las mociones del Espíritu Santo, para seguir a Cristo ahí donde cada uno está.

En el caso de los apóstoles, dicen los evangelistas que «inmediatamente dejaron sus redes y lo siguieron» (Mc 1,18). Ante la promesa del Señor (ser pescadores de hombres, es decir, llevar una vida de amor a Dios y a los hermanos), ellos tienen la valentía de arriesgarse a dejarlo todo.

Todos los hombres tenemos una vocación y una misión que Dios espera de nosotros. Hay tantos caminos como hombres en la tierra. Cada uno tiene que buscar y encontrar el suyo. Dios nos lo hace ver, si escuchamos su Voz en nuestro corazón.

Además, la vocación va concretándose a lo largo de la vida. No aparece en toda su claridad desde el principio. Por lo tanto, hay que mantener el deseo de corresponder siempre a lo que Dios nos pida en cada etapa de nuestra vida. Y esto supone siempre la valentía de no quedarnos cómodamente en la orilla, metidos en la seguridad de nuestras costumbres o estilos de vida, sino que ser fiel a la vocación lleva consigo un estar siempre en proceso de conversión: ¡Señor, aquí estoy! ¿Qué quieres de mí ahora?

La próxima semana, el 18 de mayo, será beatificada en Madrid Guadalupe Ortiz de Landázuri (1916-1975), una de las primeras Numerarias del Opus Dei, que comenzó la labor apostólica en México (1950) y luego también estuvo en Italia y en España dedicándose a diversas tareas, tanto apostólicas como de tipo profesional (había estudiado Ciencias Químicas en Madrid, su ciudad natal).

En Guadalupe tenemos el modelo maravilloso de una mujer que supo responder a la vocación que Dios le dio y ser fiel a ella toda la vida, con una flexibilidad estupenda, que la hizo siempre estar disponible para lo que hiciera falta.

Recientemente se han publicado algunas de sus cartas al Fundador del Opus Dei, a través de su vida (cfr. María Del Rincón y María Teresa Escobar, Letras a un santo). En ellas se nota esta “valentía para arriesgarse” de la que habla el Papa, por la promesa de Dios. ¿Cuál es la promesa? La santidad, el amor a Dios, el ayudar a Cristo a “pescar” hombres en el apostolado.

Una expresión muy típica suya es “aquí me tiene”. Aparece muchas veces en sus cartas, e indica precisamente la disponibilidad que es una característica fundamental del que responde fielmente a una vocación. Veamos algunos ejemplos en sus cartas a San Josemaría.

“Padre: Qué alegría me da decirle que aquí me tiene, ahora haciendo cabeza y mañana en el último puesto, siempre contenta porque sirvo al Señor. Cada día tengo más confianza en su ayuda y menos en mis fuerzas” (Bilbao, 17 de marzo de 1946).

“Le pide la bendición su hija que nunca puede explicarle lo que significan la Obra y usted para mí, más que con la rendición total y absoluta. Padre, aquí me tiene” (México, D.F., 28 de febrero de 1954).

“Padre, se queda sin decir lo mejor, porque soy incapaz de expresarlo. Pero ya lo sabe: aquí me tiene, quiero servir con toda mi alma” (Madrid, 29 de septiembre de 1961).

“Gracias por todo, Padre; aquí me tiene, como siempre. Trabajo, hago apostolado y rezo lo mejor que puedo. Quiero hacerlo mejor y, si usted se acuerda de encomendarme, quizá lo consiga” (Madrid, 19 de marzo de 1963).

Al final de su Mensaje de este año el Papa se dirige a los jóvenes. Ordinariamente la juventud es la etapa de la vida en la que vemos nuestra vocación al matrimonio o al celibato apostólico. Meditemos las palabras del Papa, que nos animan a ser generosos y a confiar en el amor de Dios.

“En particular a vosotros, jóvenes, me gustaría deciros: No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino” (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2019).    

María respondió rápida y totalmente al anuncio del Ángel: “Fiat”. “He aquí la esclava del Señor”. Y repitió ese “fiat” innumerables veces a lo largo de toda su vida, hasta el final.


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