En los
primeros días de esta segunda semana de Pascua meditábamos el capítulo 3° del
evangelio de San Juan: la conversación
de Jesús con Nicodemo. Parece ser que Nicodemo era un miembro del Sanedrín.
Ciertamente era un maestro en Israel y tenía influencia entre los dirigentes de
los judíos.
Además
era un “corazón inquieto” (como decía
San Agustín: “mi corazón está inquieto hasta que descanse en ti”). Era un
“buscador”. Y eso nos resulta enormemente simpático a todos, porque todos somos buscadores. Nunca estamos
totalmente satisfechos de lo que tenemos o de lo que hemos hecho.
Tal vez,
en general, estemos contentos de las elecciones que hemos tomado en nuestra
vida. En muchos casos, volveríamos a
escoger el mismo camino que hemos seguido, o querríamos formar la familia
que hemos formado. Quizá, también, nos gusta y estamos conformes con ser la
persona que somos después de un número mayor o menor de años de vida.
Pero, aun
así, siempre queda en el corazón la
nostalgia, el anhelo de algo mejor, más acabado. El hombre es un ser
sediento de verdad y de amor. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia
vocación.
En cierta
ocasión le preguntaron al Papa Benedicto XVI si habría un número determinado de
opciones para seguir a Cristo y
contestó, para sorpresa de su interlocutor, que el mismo número de seres
humanos que hay en el mundo. Cada uno
tiene su propio camino, intransferible y totalmente único.
También
decía el Papa emérito que ninguno tenemos la Verdad, sino que la Verdad nos tiene a nosotros en distinta
medida. Siempre podemos aspirar a que habite de una manera más plena la
Verdad en nuestra vida.
Recientemente
tuvieron un coloquio Robert Barron
(Auxiliar de Los Ángeles) y Jordan
Peterson (psicólogo e intelectual canadiense). El obispo comentó que Jordan
es un “seeker”, un “searcher”. Y que eso le gustaba. La fe no es algo estático.
Es siempre una aventura. La fe es
salir de la propia casa, arriesgarse. Es la fe de Abraham, que implica el
sacrificio, y es auténtica cuando es “operativa”, es decir, cuando se traduce
en acciones concretas de entrega a Dios y los demás. Ver aquí.
Es
desconcertante encontrarse con una
persona cerrada, que no esté dispuesta a escuchar, que tenga ya “todas las
respuestas pagadas”. Es imposible dialogar con ella.
San
Josemaría Escrivá de Balaguer, contra la
tendencia relativista siempre presente en la historia humana, decía que
había una serie de cuestiones que son como son, y no tienen por qué ser
cuestionadas, aún en lo humano. Por ejemplo, que “dos y dos son cuatro”.
Sin
embargo, también en esas cuestiones más básicas, podemos adoptar una postura
abierta, mirando a la persona. Por ejemplo, interesándonos por saber por
qué nuestro amigo sostiene que, en algunos casos, dos y dos pueden ser cinco
(aunque sea un disparate). Es el tema de compaginar la verdad con la caridad:
“veritatem facientes in caritate”.
Quizá
podamos aprender algo de una postura errónea, y sacar algo de luz, alguna experiencia nueva. Además, el diálogo
abierto, nos puede ayudar a hacer más firmes nuestras convicciones.
Hoy está
de moda descalificar al otro e incluso burlarse de él, si sus opiniones no
coinciden con las mías. San Josemaría también solía decir que, cuando se
maltrata a alguien que está equivocado, él tenía
la inclinación a ponerse de su lado: no en el error, sino en el amor a la
libertad de expresión y en el derecho que tenemos a que se nos respete. Para
vivir esto hay que tener una caridad muy fina.
“El viento sopla donde quiere”, dice
Jesús a Nicodemo. No sabemos con certeza de dónde viene ni a dónde va. Vivimos inmersos en el Misterio de
Dios, del hombre y del mundo. Saber esto, ser conscientes de esta realidad, nos
hará más humildes y prudentes a la hora de hablar y actuar.
En los
últimos decenios es claro que la mentalidad “moderna” (modernismo) ha hecho mucho daño a la humanidad y a la
Iglesia. Tenemos un hándicap muy grande que cubrir. Hay que armarse de
paciencia para ir desmontando todos los clichés y errores que muchos tienen en
sus cabezas y en su vida.
Es la paciencia del Señor con Nicodemo, que
va explicando, poco a poco, la Verdad. Nicodemo, al final, cuando el Señor da
muerto, se decide a dar la cara por él.
No es
único el caso de Nicodemo en el Evangelio. Vemos un proceso parecido en las vocaciones de otros personajes como
Juan, Andrés, Natanaél…
María también era un a buscadora: ¿cómo
se hará esto?, le pregunta a Gabriel.
“El que
busca encuentra” (lema del sitio católico “encuentra.com”). Llegan momentos de
luz luminosa, y también de claroscuro que, de manera paulatina, nos llevan a descubrir horizontes nuevos y
enriquecedores.
María Magdalena es una gran buscadora.
Los ángeles que está dentro del sepulcro le preguntan: ¿por qué lloras? Un poco
más tarde, Jesús le pregunta: Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas” (cfr. Jn
20, 11-18). Y ella responde con otra pregunta: “¿si tú lo has llevado dime
donde lo has puesto y me lo llevaré?” (Ibidem).
Cristo vive
y quiere que nosotros también vivamos. Vivir
es abrirnos al Misterio y tratar siempre de descubrir los tesoros que hay
en él. Nosotros nos introducimos en el
Misterio de Dios, del hombre y del mundo a través de la Palabra (el Verbo,
el Logos), que es Jesucristo. Él es
el Camino, la Verdad y la Vida. En la medida en que busquemos, conozcamos, y
nos identifiquemos con Cristo, la misma Verdad nos poseerá más completamente.
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