sábado, 4 de mayo de 2019

Conversación de Jesús con Nicodemo (Jn 3)


En los primeros días de esta segunda semana de Pascua meditábamos el capítulo 3° del evangelio de San Juan: la conversación de Jesús con Nicodemo. Parece ser que Nicodemo era un miembro del Sanedrín. Ciertamente era un maestro en Israel y tenía influencia entre los dirigentes de los judíos.

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Además era un “corazón inquieto” (como decía San Agustín: “mi corazón está inquieto hasta que descanse en ti”). Era un “buscador”. Y eso nos resulta enormemente simpático a todos, porque todos somos buscadores. Nunca estamos totalmente satisfechos de lo que tenemos o de lo que hemos hecho.

Tal vez, en general, estemos contentos de las elecciones que hemos tomado en nuestra vida. En muchos casos, volveríamos a escoger el mismo camino que hemos seguido, o querríamos formar la familia que hemos formado. Quizá, también, nos gusta y estamos conformes con ser la persona que somos después de un número mayor o menor de años de vida.

Pero, aun así, siempre queda en el corazón la nostalgia, el anhelo de algo mejor, más acabado. El hombre es un ser sediento de verdad y de amor. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia vocación.

En cierta ocasión le preguntaron al Papa Benedicto XVI si habría un número determinado de opciones para seguir a Cristo y contestó, para sorpresa de su interlocutor, que el mismo número de seres humanos que hay en el mundo. Cada uno tiene su propio camino, intransferible y totalmente único.

También decía el Papa emérito que ninguno tenemos la Verdad, sino que la Verdad nos tiene a nosotros en distinta medida. Siempre podemos aspirar a que habite de una manera más plena la Verdad en nuestra vida.

Recientemente tuvieron un coloquio Robert Barron (Auxiliar de Los Ángeles) y Jordan Peterson (psicólogo e intelectual canadiense). El obispo comentó que Jordan es un “seeker”, un “searcher”. Y que eso le gustaba. La fe no es algo estático. Es siempre una aventura. La fe es salir de la propia casa, arriesgarse. Es la fe de Abraham, que implica el sacrificio, y es auténtica cuando es “operativa”, es decir, cuando se traduce en acciones concretas de entrega a Dios y los demás. Ver aquí.

Es desconcertante encontrarse con una persona cerrada, que no esté dispuesta a escuchar, que tenga ya “todas las respuestas pagadas”. Es imposible dialogar con ella.

San Josemaría Escrivá de Balaguer, contra la tendencia relativista siempre presente en la historia humana, decía que había una serie de cuestiones que son como son, y no tienen por qué ser cuestionadas, aún en lo humano. Por ejemplo, que “dos y dos son cuatro”.

Sin embargo, también en esas cuestiones más básicas, podemos adoptar una postura abierta, mirando a la persona. Por ejemplo, interesándonos por saber por qué nuestro amigo sostiene que, en algunos casos, dos y dos pueden ser cinco (aunque sea un disparate). Es el tema de compaginar la verdad con la caridad: “veritatem facientes in caritate”.

Quizá podamos aprender algo de una postura errónea, y sacar algo de luz, alguna experiencia nueva. Además, el diálogo abierto, nos puede ayudar a hacer más firmes nuestras convicciones.

Hoy está de moda descalificar al otro e incluso burlarse de él, si sus opiniones no coinciden con las mías. San Josemaría también solía decir que, cuando se maltrata a alguien que está equivocado, él tenía la inclinación a ponerse de su lado: no en el error, sino en el amor a la libertad de expresión y en el derecho que tenemos a que se nos respete. Para vivir esto hay que tener una caridad muy fina.

El viento sopla donde quiere”, dice Jesús a Nicodemo. No sabemos con certeza de dónde viene ni a dónde va. Vivimos inmersos en el Misterio de Dios, del hombre y del mundo. Saber esto, ser conscientes de esta realidad, nos hará más humildes y prudentes a la hora de hablar y actuar.

En los últimos decenios es claro que la mentalidad “moderna” (modernismo) ha hecho mucho daño a la humanidad y a la Iglesia. Tenemos un hándicap muy grande que cubrir. Hay que armarse de paciencia para ir desmontando todos los clichés y errores que muchos tienen en sus cabezas y en su vida.
Es la paciencia del Señor con Nicodemo, que va explicando, poco a poco, la Verdad. Nicodemo, al final, cuando el Señor da muerto, se decide a dar la cara por él.

No es único el caso de Nicodemo en el Evangelio. Vemos un proceso parecido en las vocaciones de otros personajes como Juan, Andrés, Natanaél…

María también era un a buscadora: ¿cómo se hará esto?, le pregunta a Gabriel.

“El que busca encuentra” (lema del sitio católico “encuentra.com”). Llegan momentos de luz luminosa, y también de claroscuro que, de manera paulatina, nos llevan a descubrir horizontes nuevos y enriquecedores.

María Magdalena es una gran buscadora. Los ángeles que está dentro del sepulcro le preguntan: ¿por qué lloras? Un poco más tarde, Jesús le pregunta: Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas” (cfr. Jn 20, 11-18). Y ella responde con otra pregunta: “¿si tú lo has llevado dime donde lo has puesto y me lo llevaré?” (Ibidem).

Cristo vive y quiere que nosotros también vivamos. Vivir es abrirnos al Misterio y tratar siempre de descubrir los tesoros que hay en él. Nosotros nos introducimos en el Misterio de Dios, del hombre y del mundo a través de la Palabra (el Verbo, el Logos), que es Jesucristo. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. En la medida en que busquemos, conozcamos, y nos identifiquemos con Cristo, la misma Verdad nos poseerá más completamente.  


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