sábado, 22 de junio de 2019

Un corazón grande que sepa amar

En algunos lugares, como México, celebramos la Solemnidad del Corpus Christi el jueves pasado. En otros lugares la celebrarán mañana domingo.   

 

En este post comentaremos brevemente las lecturas del Domingo XII del Tiempo Ordinario, con algunas referencias a la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús que celebraremos el próximo viernes.

La Primera Lectura está tomada del libro del profeta Zacarías (12, 10-11; 13, 1). Vamos a fijarnos en unas cuantas frases.

“Esto dice el Señor: Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de perdón y de oración, y volverán sus ojos hacia mí, al que traspasaron” (Zac 2, 10).

Ya Isaías había profetizado: “Fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes” (Is 53, 2). San Juan, en su Evangelio, al comentar la crucifixión del Señor alude a la profecía de Zacarías: “Y también otra Escritura dice: «Mirarán a Aquel que traspasaron»” (Jn 19, 37).

El texto de Zacarías podría referirse a alguno de los reyes de Israel, descendientes de David. En cualquier caso esa persona tan llorada era figura de Jesucristo clavado en la cruz al que se vuelve la mirada del hombre pecador como leemos en Jn 19,37 (cfr. comentario a la Biblia de Navarra, in loco).

«Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de Él. El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cfr. Jn 19,37; Zac 12,10)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1432).

Este texto de la Primera Lectura nos remite a la devoción al Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados.

Siempre, la devoción al Corazón de Jesús se dirige a ese Corazón traspasado, herido, rodeado de una corona de espinas. Es el Corazón vulnerado que ha amado tanto.

El corazón de carne del Señor fue traspasado por una lanza (cfr. Jn 19, 21-37). Pero el Corazón de Jesús, en sentido espiritual y profundo, es traspasado por nuestros pecados.

San Josemaría Escrivá solía repetir unos versos muy bonitos y sencillos al Corazón de Jesús:

“Corazón de Jesús que me iluminas.
Hoy digo que mi amor y mi bien eres.
Hoy me has dado tu cruz y tus espinas.
Hoy digo que me quieres”.

El Salmo que rezaremos mañana es el 62. Y la antífona que repetiremos es la siguiente: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.

Se podría decir también: “Mi corazón está sediento de tu Corazón, Señor, Dios mío”. “Cor ad cor loquitur” (Newman). Hay un diálogo, sin palabras, entre nuestro corazón inquieto y sediento de Dios, y el Corazón apacible y lleno de Amor del Señor.

La oración es un diálogo de corazón a Corazón. Es hablar con Jesús “con el corazón en la mano”, con plena sinceridad y confianza le entregamos nuestro corazón para que Él lo purifique, lo encienda y lo llene de su Amor.

La Segunda Lectura del Domingo XII del Tiempo Ordinario está tomada de la epístola de San Pablo a los Gálatas (3, 26-29). Es muy breve.

26 Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
27 Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.
28 No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
29 Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa.  
Todo nos habla de Cristo en estas líneas. Fijémonos en la frase: “porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (v. 28).

Por la fe y el bautismo todos estamos estrechamente unidos: somos uno en Cristo Jesús. ¿Por qué? Porque tenemos su misma vida. Por nuestras venas circula la Sangre de Cristo. San Josemaría Escrivá de Balaguer solía de decir: “¡Veo bullir en vosotros la sangre de Cristo!”.

Es otra manera de expresar que Jesús nos “mete” en su Corazón y nuestro corazón se hace uno con el suyo. San Josemaría lo solía hacer metiéndose en cada una de las llagas de Cristo, especialmente en la de su costado abierto.

Por último, en el Evangelio de la Misa que celebraremos mañana, San Lucas (9, 18-24) nos relata el suceso de Cesarea de Filipo, en el que Jesús da el primado a Pedro. Pero Lucas lo hace de modo diferente a los otros evangelios sinópticos. Él subraya que Jesús estaba haciendo oración.

“Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?””.

Es la pregunta de las preguntas: ¿Quién eres tú Jesús? Pedro, y con él toda la Iglesia, responde: “El Mesías de Dios” o “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (cfr. Mt 16, 16).

Se trata de descubrir el “Yo” profundo de Cristo: su Corazón. La pregunta, o petición, podría formularse: “Jesús, enséñanos tu Corazón”.

El Diccionario de San Josemaría (voz “corazón”) nos ofrece algunas consideraciones muy valiosas sobre la palabra “corazón”, en general y en los escritos del Fundador del Opus Dei.

"Corazón" (con sus equivalentes en hebreo o en griego) aparece con frecuencia en la Sagrada Escritura, y no simplemente para designar a un órgano concreto del cuerpo humano, sino para aludir a la totalidad del ser humano, con sus pensamientos, deseos, anhelos y decisiones (…).       

El "corazón" hace referencia al "centro" de la persona desde el que brota todo pensamiento y toda acción. Es la sede del amor, mucho más que de los sentimientos, como a veces afirman algunos autores. San Josemaría lo señala con claridad: "Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresarse los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir con lenguaje nuestro (...). Cuando en la Sagrada Escritura se habla del corazón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se dirige toda ella – alma y cuerpo– a lo que considera su bien: porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6, 21)" (ECP, 164).

Ver también los dictados de Jesús a Marga sobre la “Verdadera Devoción al Corazón de Jesús”, que hemos comentado ampliamente en este blog.

Pedimos a Nuestra Señora tener siempre un corazón abierto a Jesús y a nuestros hermanos, como lo tenía ella; un corazón grande y que sepa amar.  


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