En este
post comentaremos brevemente las lecturas
del Domingo XII del Tiempo Ordinario, con algunas referencias a la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
que celebraremos el próximo viernes.
La Primera Lectura está tomada del libro
del profeta Zacarías (12, 10-11; 13,
1). Vamos a fijarnos en unas cuantas frases.
“Esto dice el Señor: Derramaré sobre la casa de David y sobre
los habitantes de Jerusalén un espíritu de perdón y de oración, y volverán sus
ojos hacia mí, al que traspasaron” (Zac
2, 10).
Ya Isaías había profetizado: “Fue
traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes” (Is 53, 2). San Juan, en su Evangelio, al
comentar la crucifixión del Señor alude a la profecía de Zacarías: “Y también
otra Escritura dice: «Mirarán a Aquel que traspasaron»” (Jn 19, 37).
El texto de Zacarías podría referirse a
alguno de los reyes de Israel, descendientes de David. En cualquier caso esa
persona tan llorada era figura de Jesucristo clavado en la cruz al que se vuelve la mirada del hombre
pecador como leemos en Jn 19,37 (cfr. comentario a la Biblia de Navarra, in loco).
«Al descubrir la grandeza del amor de Dios, nuestro corazón se
estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza a temer ofender a Dios
por el pecado y verse separado de Él. El corazón humano se convierte mirando al
que nuestros pecados traspasaron (cfr. Jn
19,37; Zac 12,10)» (Catecismo
de la Iglesia Católica, n. 1432).
Este texto de la Primera Lectura nos remite
a la devoción al Corazón de Jesús, traspasado por nuestros pecados.
Siempre,
la devoción al Corazón de Jesús se dirige a ese Corazón traspasado, herido, rodeado de una corona de espinas. Es el
Corazón vulnerado que ha amado tanto.
El corazón
de carne del Señor fue traspasado por
una lanza (cfr. Jn 19, 21-37). Pero el Corazón de Jesús, en sentido
espiritual y profundo, es traspasado por
nuestros pecados.
San Josemaría Escrivá solía repetir
unos versos muy bonitos y sencillos al Corazón de Jesús:
“Corazón de Jesús que me iluminas.
Hoy digo que mi amor y mi bien eres.
Hoy me has dado tu cruz y tus espinas.
Hoy digo que me quieres”.
Hoy digo que mi amor y mi bien eres.
Hoy me has dado tu cruz y tus espinas.
Hoy digo que me quieres”.
El Salmo que rezaremos mañana es el 62. Y
la antífona que repetiremos es la siguiente: “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.
Se podría
decir también: “Mi corazón está sediento
de tu Corazón, Señor, Dios mío”. “Cor
ad cor loquitur” (Newman). Hay un diálogo, sin palabras, entre nuestro
corazón inquieto y sediento de Dios, y el Corazón apacible y lleno de Amor del
Señor.
La oración es un diálogo de corazón a Corazón.
Es hablar con Jesús “con el corazón en la mano”, con plena sinceridad y
confianza le entregamos nuestro corazón para
que Él lo purifique, lo encienda y lo llene de su Amor.
La Segunda Lectura del Domingo XII del
Tiempo Ordinario está tomada de la epístola de San Pablo a los Gálatas (3, 26-29). Es muy breve.
26 Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.
27 Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.
28 No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
29 Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa.
27 Cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo.
28 No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.
29 Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos según la promesa.
Todo nos
habla de Cristo en estas líneas. Fijémonos en la frase: “porque todos vosotros sois uno en
Cristo Jesús” (v. 28).
Por la fe
y el bautismo todos estamos
estrechamente unidos: somos uno en Cristo Jesús. ¿Por qué? Porque tenemos
su misma vida. Por nuestras venas circula la Sangre de Cristo. San Josemaría
Escrivá de Balaguer solía de decir: “¡Veo
bullir en vosotros la sangre de Cristo!”.
Es otra
manera de expresar que Jesús nos “mete”
en su Corazón y nuestro corazón se hace uno con el suyo. San Josemaría lo
solía hacer metiéndose en cada una de las llagas de Cristo, especialmente en la
de su costado abierto.
Por último,
en el Evangelio de la Misa que
celebraremos mañana, San Lucas (9, 18-24) nos relata el suceso de Cesarea
de Filipo, en el que Jesús da el primado a Pedro. Pero Lucas lo hace de modo
diferente a los otros evangelios sinópticos. Él subraya que Jesús estaba haciendo oración.
“Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos
y les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?””.
Es la pregunta de las preguntas: ¿Quién
eres tú Jesús? Pedro, y con él toda la Iglesia, responde: “El Mesías de Dios” o
“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (cfr. Mt 16, 16).
Se trata
de descubrir el “Yo” profundo de Cristo: su Corazón. La pregunta, o petición,
podría formularse: “Jesús, enséñanos tu
Corazón”.
El Diccionario de San Josemaría (voz “corazón”)
nos ofrece algunas consideraciones muy valiosas sobre la palabra “corazón”, en
general y en los escritos del Fundador del Opus Dei.
"Corazón" (con sus equivalentes en hebreo o en
griego) aparece con frecuencia en la Sagrada Escritura, y no simplemente para
designar a un órgano concreto del cuerpo humano, sino para aludir a la totalidad del ser humano, con sus pensamientos,
deseos, anhelos y decisiones (…).
El "corazón" hace
referencia al "centro" de la persona desde el que brota todo
pensamiento y toda acción. Es la sede del amor, mucho más que de los
sentimientos, como a veces afirman algunos autores. San Josemaría lo señala con claridad: "Cuando hablamos de corazón
humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la persona que
quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresarse los hombres,
que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las
cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la
expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las
acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir con lenguaje
nuestro (...). Cuando en la Sagrada Escritura se habla del corazón, no se trata
de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla del
corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se
dirige toda ella – alma y cuerpo– a lo que considera su bien: porque donde está
tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6, 21)" (ECP, 164).
Ver también
los dictados de Jesús a Marga sobre
la “Verdadera Devoción al Corazón de Jesús”, que hemos comentado ampliamente en
este blog.
Pedimos a Nuestra Señora tener siempre
un corazón abierto a Jesús y a nuestros hermanos, como lo tenía ella; un corazón
grande y que sepa amar.
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