Hoy
celebramos la fiesta de los Tres
Arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael. Dios Trino, en su economía salvífica,
se sirve de los ángeles y los hombres, que son creaturas espirituales creadas a
su imagen y semejanza.
Crea a los ángeles y a los hombres para hacerlos
partícipes de su obra de santificación. ¡Que confianza más grande tiene
Dios en nosotros, que somos tan insignificantes!
A San Miguel le confía la lucha contra el
mal. Con su “serviam”, serviré, el Arcángel guerrero vence a Satanás y nos protege
de su influencia si acudimos a él:
“Sancte Michael Arcángele defende nos in proelio contra
nequitias et insidias diáboli”. San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha
contra las acechanzas y maldades del diablo”.
A San Gabriel le encarga ser el que
anuncia a la Virgen la Encarnación del Hijo de Dios. Se le representa con el
lirio de la pureza.
A San Rafael lo escoge para que acompañe
a Tobías a un matrimonio santo y cure a su padre de la ceguera contraída. Se le
representa en la iconografía cristiana con el báculo del caminante.
Esta
fiesta nos prepara para la enseñanza que nos ofrece la Liturgia de la Iglesia
en el Domingo XXVI del Tiempo Ordinario
(Ciclo B): la necesidad de no apagar el
fuego del Espíritu, sino de dejar que actúe en las almas y pueda soplar
donde Él quiera.
“No apaguéis el espíritu, no despreciéis las profecías. Examinadlo
todo; quedaos con lo bueno” (1 Ts 19-21).
En la Primera Lectura leemos la historia de
Eldad y Medad, dos israelitas que Moisés había escogido para formar el
grupo de los 70 ancianos a los que Dios había dispuesto hacerles partícipes del
don de la profecía que, hasta entonces, sólo tenía Moisés. Estos dos ancianos
no estaban con los demás, en la tienda del encuentro, cuando habían comenzado a
profetizar. Sin embargo, ellos también profetizan. Entonces, un joven se
escandaliza y va a decírselo a Josué (también joven) que le pide a Moisés que
les prohíba profetizar, porque no están con los demás ancianos. Moisés no sólo
no se los prohíbe sino que le da una lección de apertura al Espíritu a Josué:
ojalá, le dice, profetizara todo el pueblo.
En el Evangelio leemos un pasaje similar.
Juan, el apóstol más joven y celoso (parecido a Josué, que más tarde sucedería
a Moisés), le dice a Jesús que han encontrado a uno que expulsaba demonios en
el nombre del Señor y le lo han querido impedir. Jesús, también en este caso,
le da una lección de apertura:
«No se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre
no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor
nuestro» (Mc 9, 39-40).
Benedicto XVI, comentando este pasaje
del Evangelio dice:
“El apóstol Juan, joven y celoso como era, quería impedirlo,
pero Jesús no lo permite; es más, aprovecha la ocasión para enseñar a sus
discípulos que Dios puede obrar cosas buenas y hasta prodigiosas incluso fuera de su círculo, y que se
puede colaborar con la causa del reino de Dios de diversos modos, ofreciendo también un simple vaso de agua a un
misionero (v. 41). San Agustín escribe al respecto: "Como en la católica
–es decir, en la Iglesia– se puede encontrar aquello que no es católico, así
fuera de la católica puede haber algo de católico" (Agustín, Sobre el
bautismo contra los donatistas: pl 43, VII, 39, 77). Por ello, los miembros de
la Iglesia no deben experimentar celos,
sino alegrarse si alguien externo a la comunidad obra el bien en nombre de
Cristo, siempre que lo haga con recta intención y con respeto. Incluso en el
seno de la Iglesia misma, puede suceder, a veces, que cueste esfuerzo valorar y apreciar, con espíritu de
profunda comunión, las cosas buenas realizadas por las diversas realidades
eclesiales. En cambio, todos y siempre debemos ser capaces de apreciarnos y
estimarnos recíprocamente, alabando al Señor por la "fantasía"
infinita con la que obra en la Iglesia y en el mundo” (Ángelus, 30-IX-2012).
Estos textos confirman el estilo que tenía
Jesús: no hay porqué impedir que el Espíritu Santo actúe libremente. Nosotros
no podemos ponerle barreras, No se pueden poner puertas al campo. Antes de
prohibir algo o aconsejar a alguien hacer algo diferente a lo que nosotros
pensamos que es lo correcto, hemos de discernir, reflexionar y pensar si no será
un modo diverso de manifestar el amor de Dios.
Desde luego, esto no significa que no
exista la Verdad y la mentira, o el Bien y el Mal. No significa caer en una
ética relativista en lo que todo da lo mismo y cada quien puede hacer lo que
quiera. Hay unos puntos firmes en nuestra fe. Hay unas verdades fundamentales que iluminan la vida del hombre y
que conocemos por la Sagrada Escritura, la Tradición de la Iglesia y su
Magisterio. Pero hay muchas más cosas que son opinables y que no podemos
abarcar.
En este
sentido es muy sabia la frase de San
Juan XXIII:
“En las cosas necesarias, unidad; en las dudosas, libertad; y
en todas, caridad”.
Lecciones de amor a la libertad, de
respeto a las opciones humanas diversas, respeto a los carismas verdaderos que
suscita el Espíritu. Lecciones de prudencia y de apertura de espíritu. Es lo
que aprendemos en estos días. Dios confía
en los ángeles y en los hombres. Dios utiliza causas segundas para actuar
en el mundo. Lo hace como Él quiere. No queramos ser tan celosos que hagamos oídos
sordos al consejo que da Gamaliel a los
miembros del Sanedrín:
“Desentedeos de estos
hombres y dejadlos. Porque si esta idea o esta obra es de hombres, se
destruirá; pero, si es de Dios, no conseguiréis destruirlos. No sea que os encontréis luchando contra
Dios" (Hch 5, 38-39).
Una muestra de la acción del Espíritu en
las almas es el testimonio de J. Francisco Vega Mendía, un amigo que vive
en Mazatlán, que escribió su testimonio sobre la influencia que han tenido en
su vida las apariciones de la Virgen en Garabandal. Se puede ver aquí.
Pidamos a María, Madre de Dios y Madre
nuestra, que nos ayude a vivir como su Hijo, y sepamos no apagar al Espíritu
en nuestra vida ni en la de nuestros hermanos.
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