Todos los años celebramos la Solemnidad de
Corpus Christi. Es uno de esos jueves del año que relumbran más que el sol.
Los otros dos son el Jueves Santo y el día de la Ascensión.
¿Por qué nos alegra tanto la llegada de ese
día? Porque nunca podremos valorar suficientemente lo que significa ese
Misterio de Amor. Jesús, su Corazón Sacratísimo, se nos da continuamente en su
Sacrificio de Amor mediante el Sacramento de la Eucaristía. En el 5° Misterio de Luz del Santo Rosario meditamos la institución de este Sacramento en la Última Cena.
El siglo XIII es uno de esas épocas
históricas en las que más resplandeció el culto a la Sagrada Eucaristía. La
primera vez que se celebró esta fiesta fue el jueves siguiente a la fiesta de
la Santísima Trinidad, en Lieja (Bélgica), el año 1247, y gracias a la devoción
eucarística de Santa Juliana de Mont Cornillón.
El Papa Urbano IV, que había sido
archidiácono en Lieja, a mediados del siglo XIII tenía su corte en Orvieto,
cerca de Bolsena donde en 1263 un sacerdote que tenía dudas sobre la presencia
de Cristo en la Eucaristía, a consagrar, vio como salía sangre de la Sagrada
Forma y empapaba el corporal. Esa reliquia fue llevada en procesión el 19 de
junio de 1264 por las calles de Orvieto.
Movido por este prodigio, mediante la
Bula “Transiturus hoc mundo”, del 8 de septiembre de 1264, el Papa hizo que la
fiesta de Corpus Christi se extendiera a la Iglesia univiersal. A Santo Tomás
de Aquino se le encargó preparar los textos para el Oficio y Misa propia del
día, que incluye himnos y secuencias, como Pange
Lingua (y su parte final Tantum Ergo),
Lauda Sion, Panis angelicus, Adoro te
devote o Verbum Supernum Prodiens.
Cada uno de esos himnos es una joya y rico
alimento para nuestra piedad. El Adorote
devote, por ejemplo, es uno de los cinco himnos que compuso Santo Tomás
para la fiesta de Corpus Christi.
A continuación lo copiamos en sus versiones
latina y castellana. Es un tesoro de piedad eucarística. Se puede meditar
despacio, por ejemplo, todos los jueves, día dedicado a la Eucaristía.
Latín
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Castellano
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Adoro
te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subiicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, tactus, gustus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur.
Credo quidquid dixit Dei Filius:
Nil hoc verbo Veritatis verius.
In cruce latebat sola Deitas,
At hic latet simul et humanitas;
Ambo tamen credens atque confitens,
Peto
quod petivit latro paenitens.
Plagas,
sicut Thomas, non intueor;
Deum
tamen meum te confiteor.
Fac me tibi semper magis credere,
In te spem habere, te diligere.
O memoriale mortis Domini!
Panis vivus, vitam praestans homini!
Praesta meae menti de te vivere
Et te illi semper dulce sapere.
Pie pellicane, Iesu Domine,
Me immundum munda tuo sanguine.
Cuius una stilla salvum facere
Totum mundum quit ab omni scelere.
Iesu, quem velatum nunc aspicio,
Oro
fiat illud quod tam sitio;
Ut te
revelata cernens facie,
Visu sim beatus tuae gloriae.
Amen
|
Te
adoro con devoción, Dios escondido,
oculto
verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se
somete mi corazón por completo,
y se
rinde totalmente al contemplarte.
Al
juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
pero
basta el oído para creer con firmeza;
creo
todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es
más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la
Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero
aquí se esconde también la Humanidad;
sin
embargo, creo y confieso ambas cosas,
y pido
lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo
las llagas como las vio Tomás
pero
confieso que eres mi Dios:
haz que
yo crea más y más en Ti,
que en
Ti espere y que te ame.
¡Memorial
de la muerte del Señor!
Pan
vivo que das vida al hombre:
concede
a mi alma que de Ti viva
y que
siempre saboree tu dulzura.
Señor
Jesús, Pelícano bueno,
límpiame
a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la
que una sola gota puede liberar
de
todos los crímenes al mundo entero.
Jesús,
a quien ahora veo oculto, te ruego,
que se
cumpla lo que tanto ansío:
que al
mirar tu rostro cara a cara,
sea yo
feliz viendo tu gloria.
Amén.
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Cada una de sus siete estrofas es todo un
tratado de teología. Otro himno riquísimo es la Secuencia que se dice,
antes del Evangelio, el día de la festividad del Corpus Christi.
Tradicionalmente siempre se han considerado
tres aspectos en el Misterio de la Eucaristía: 1) como Sacrificio, 2) como
Comunión y 3) como Presencia. La Santa Misa es el mismo sacrificio en el que
Jesús entregó su Cuerpo y derramó su Sangre en el Calvario para la salvación de
nuestros pecados ofreciéndose al Padre como Víctima Preciosísima. La Eucaristía
es Alimento celestial, Pan de los ángeles y de los hombres, por el que nos
unimos estrechamente a Cristo y participamos de su misma vida resucitada. Es
Comida que nos da fuerzas, a nosotros que somos caminantes, para llegar a la
meta del Cielo. Jesús permanece, bajo las especies sacramentales, oculto en
todos los Sagrarios del mundo, para que le adoremos.
Todos los santos han alabado de mil modos el
Misterio eucarístico. Por ejemplo, así lo hizo Fray Luis de Granada cuando escribió
este texto lleno de fe.
«Celebra hoy la
santa madre Iglesia fiesta del Santísimo Sacramento del Altar, en el cual está verdaderamente el cuerpo de
nuestro Salvador para gloria de la
Iglesia y honra del mundo, para compañía de nuestra peregrinación, para alegría
de nuestro destierro, para consolación
de nuestros trabajos, para medicina de nuestras enfermedades, para
sustento de nuestras vidas. Y
porque estas mercedes son tan grandes,
es muy alegre y grande la fiesta que hoy
hace la Iglesia» (Fray Luis de Granada, Trece
sermones).
Terminamos con parte de un mensaje que Jesús
dio a Marga el 11 de marzo del 2015, en el que el Señor nos invita a vivid “una
vida plenamente eucarística”.
“Venid Conmigo, a Mí (Cfr. Mt 11,28), a vivir una vida
plenamente eucarística, y sabed y conoced, ¡degustad! lo que es Bueno, lo
Bello, lo Hermoso, lo que no es de esta tierra, pero está en ella para acompañaros.
El Cielo, que ha bajado y con el que podéis tomar contacto en mis iglesias.
Vuestro Tesoro. ¡Aquí! tenéis la Riqueza. Aquí, la Sabiduría. Aquí el Amor, el
que os falta o el que quiero derrochar en vosotros, ¡porque quiero y Soy Dios! ¡Porque
quiero amaros, porque quiero «achucharos»!, porque me entrego a vosotros cual
Esposo (Cfr. Is 62,5), en esa entrega Total que nada ni nadie podrá nunca
entregaros a vosotros. En la Entrega de Dios, de Dios-con-vosotros, de Dios
hecho Hombre, de la Divinidad, de la Trinidad materializada”.
María es Mujer Eucarística, como la
llamó san Juan Pablo II en la última carta que escribió a los sacerdotes el Jueves Santo de 2005. «¿Quién puede hacernos gustar la grandeza
del misterio eucarístico mejor que María?». Jesús mismo nos invita a acudir a
ella: «Ahí tienes a tu Madre» (Jn 19, 27).
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