Después
de realizar su primer Signo en las Bodas de Caná, Jesús comienza su predicación sobre el Reino de Dios por medio de
las parábolas.
Este es
el tema de meditación que nos propone el Tercer Misterio de Luz: El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión.
“Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia
la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15),
perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2. 3-13;
Lc 47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará
ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la
Reconciliación confiado a la Iglesia” (RVM, 21).
San Juan
Bautista había hecho un fuerte llamado a
la conversión y al arrepentimiento de los pecados durante el tiempo en que
estuvo bautizando en el Río Jordán. Pero él no era el Mesías. Era el Precursor,
el que preparaba los caminos del Señor, el que estaba destinado a ser la Voz
que clama en el desierto.
Algunos de los discípulos de Juan luego
fueron discípulos de Jesús. Gracias al Bautista conocieron al Señor y lo
siguieron. Varios de ellos eran pescadores en el Mar de Galilea. Por eso, Jesús
hace de Cafarnaúm, ciudad marítima, el centro de su misión mesiánica hasta la
marcha definitiva a Jerusalén.
Las
primeras predicaciones que nos narran los Evangelios Jesús las realiza desde la barca de Pedro. Son las Parábolas del
Reino. Mediante ellas, el Señor llama a todos a la conversión.
¿Qué
quería Jesús significar con esta palabra, en griego, “metanoia”? Un cambio de mente y de corazón. Un
reconocerse pecador y abrirse al anuncio del Reino de Dios. Un dejar el propio “yo”
para abrirse a ser habitado por la gracia de Dios. Un morir a uno mismo y
renacer a una vida nueva.
Jesús pide la fe en Él, como Enviado de
Dios y, poco a poco, también como el Mesías esperado por el pueblo de Israel y
anunciado por los profetas. El Señor prueba la verdad de sus palabras por la
profundidad que tienen sus enseñanzas que, además, van acompañados por milagros
frecuentes: curaciones, expulsiones de demonios, poder para resucitar muertos…
Las parábolas que predica son formas
literarias utilizadas en la antigüedad para expresar una enseñanza por
medio de imágenes que están tomadas de la vida corriente de los que le
escuchan, sobre todo campesinos y pescadores.
No
solamente predica parábolas en Galilea. También lo hace en Jerusalén, al final
de su vida.
Además de
las parábolas del Reino, como la del
sembrador, la perla preciosa, el tesoro escondido, la red barredera, el grano
de mostaza, etc., otras parábolas
famosas de Cristo son, por ejemplo, las parábolas de la misericordia que
aparecen en el capítulo 15 del evangelio de San Lucas: la parábola de la oveja
perdida, del hijo pródigo y de la dracma perdida.
El Papa Benedicto XVI ha desarrollado
ampliamente en su libro, Jesús de Nazaret, el tema de las parábolas en la
Vida pública del Señor. Veamos qué nos quiere enseñar.
“Las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús. No obstante el cambio de
civilizaciones nos llegan siempre al
corazón con su frescura y humanidad (…). En las parábolas –teniendo en
cuenta también la singularidad lingüística, que deja traslucir el texto arameo–
sentimos inmediatamente la cercanía de Jesús, cómo vivía y enseñaba. Pero al
mismo tiempo nos ocurre lo mismo que a sus contemporáneos y a sus discípulos:
debemos preguntarle una y otra vez qué
nos quiere decir con cada una de las parábolas (cf. Mc 4, 10)”.
El Papa
pone de relieve “la importancia de la imagen
de la semilla en el conjunto del mensaje de Jesús”.
“El tiempo de Jesús, el tiempo de los discípulos, es el de la
siembra y de la semilla. El "Reino
de Dios" está presente como una semilla. Vista desde fuera, la semilla
es algo muy pequeño. A veces, ni se la ve. El grano de mostaza –imagen del
Reino de Dios– es el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí
un árbol entero. La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo
que va a venir. Es promesa ya presente en el hoy”.
Pero, más
tarde, el Domingo de Ramos, Jesús resume
las diversas parábolas sobre las semillas, y desvela su pleno significado:
"Os aseguro que si
el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si
muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Él mismo es el grano. Su "fracaso"
en la cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a
todos: "Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia
mí" (Jn 12, 32)”.
Para Benedicto XVI, habría que
interpretar todas las parábolas como anuncio
de la Cruz, que tanto nos cuesta entender, y que Jesús pre-anuncia repetidamente:
para que (como está escrito) "miren y no vean, oigan y no entiendan, a no
ser que se conviertan y Dios los perdone"" (Mc 4, 12; Jeremías, p.
11).
“Así, las parábolas hablan
de manera escondida del misterio de la cruz; no sólo hablan de él: ellas
mismas forman parte de él. Pues precisamente porque dejan traslucir el misterio
divino de Jesús, suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima
claridad, como en la parábola de los trabajadores homicidas de la viña (cf. Mc
12, 1-12), se transforman en estaciones
de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador
que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la
tierra para morir y así poder dar fruto”.
Cada parábola es una
invitación a creer en lo que no se ve: el Reino de Dios; pero que es más
real que lo que vemos con los ojos de la carne. Somos libres para aceptar el
mensaje del Señor o para rechazarlo. La llamada a la conversión consiste en
decidirse por la fe, por lo que no se ve. Pero esta decisión debe de ser libre.
“[Jesús nos dice, a través de las parábolas:] Dios está en
camino hacia ti. Pero es también un conocimiento que plantea una exigencia:
cree y déjate guiar por la fe. Así, la posibilidad del rechazo es muy real,
pues la parábola no contiene una fuerza coercitiva”.
La escucha de las parábolas puede
llevar a algunos al “endurecimiento del corazón” y a otros a la alegría de la
fe.
“Las parábolas son expresión
del carácter oculto de Dios en este mundo y del hecho de que el conocimiento
de Dios requiere la implicación del hombre en su totalidad; es un conocimiento
que forma un todo único con la vida misma, un conocimiento que no puede darse
sin "conversión"”.
Por eso, el Papa Benedicto concluye que “en las
parábolas se manifiesta la esencia misma del mensaje de Jesús y en el interior
de las parábolas está inscrito el misterio de la cruz”.
Transcribimos
una cita del Cardenal Ratzinger sobre la conversión, que vale la pena meditar despacio.
«La conversión es el
acto por el que elegimos la reciprocidad del amor, la disponibilidad a dejarnos
formar por la verdad, para llegar a ser “cooperadores de la verdad (3 Jn 8) (…).
“Convertirse” quiere decir: no buscar el éxito, no correr tras el prestigio y
la propia posición. “Conversión” significa: renunciar a construir la propia
imagen, no esforzarse por hacer de sí mismo un monumento, que acaba siendo con
frecuencia un falso Dios. “Convertirse” quiere decir: aceptar los sufrimientos
de la verdad. La conversión exige que la verdad, la fe y el amor lleguen a ser
más importantes que nuestra vida biológica, que el bienestar, el éxito, el prestigio
y la tranquilidad de nuestra existencia; y esto no solamente de una manera
abstracta, sino en la realidad cotidiana y en las cosas más insignificantes. De
hecho, el éxito, el prestigio, la tranquilidad y la comodidad son los falsos
dioses que más impiden la verdad y el verdadero progreso en la vida personal y
social. Cuando aceptamos esta primacía de la verdad, seguimos al Señor,
cargamos con nuestra cruz y participamos en la cultura del amor, que es la
cultura de la cruz» (El Camino Pascual, pp. 27-28).
María,
que escuchaba atenta las palabras del Señor y las meditaba en su corazón, entiende muy bien —aunque envuelto en el
misterio— lo que Jesús quería decir, y se prepara con fe para abrazar la
Cruz de su Hijo.
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