sábado, 12 de mayo de 2018

Misterios de Luz (1)


Antes del año 2002 sólo había tres tipos de misterios del Rosario: los misterios gozosos, los dolorosos y los gloriosos. A partir de la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, San Juan Pablo II propuso a la Iglesia cinco nuevos misterios.


Efectivamente, se echaba de menos la contemplación de la Vida pública de Jesús en el Santo Rosario. A estos nuevos misterios el Papa los llamó “misterios de Luz”.

“En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es " la luz del mundo " (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino” (RVM, 21). 

De esta fase de la vida de Cristo, el Papa propuso contemplar los siguientes misterios: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

En os próximos “posts” iremos meditando cada uno de estos cinco misterios.

El Bautismo de Jesús en el río Jordán marca el inicio de su Vida pública. Había vivido unos 30 años en Nazaret, oculto a los hombres, y ahora debe manifestarse públicamente con sus palabras y signos, para anunciar la llegada del Reino de los Cielos.

El Señor aprovecha el año sabático (shemitah) que, según los exégetas, vivía el pueblo de Israel en el año decimoquinto del imperio de Tiberio Cesar, y que además era un año especial pues se trataba del año sabático que ocurre cada 50 años.

Jesús decide acudir al Jordán, donde bautizaba Juan Bautista, el profeta designado para preparar los caminos del Señor y la llegada del Mesías. Él era quien tendría que dar testimonio del Ungido. Jesús se mezcla en la cola de los pecadores, que esperan ser bautizados.

Nuevamente observamos el ejemplo de humildad de Cristo: “no romperá la caña cascada; no apagará la mecha que aún humea; no levantará la voz…”. Se siente un pecador más. Quiere cargar con todos los pecados del mundo y se dispone a recibir el bautismo de penitencia de Juan que, al presentarse delante de él, lo reconoce y admite que él, Juan, es quien debía de ser bautizado por Jesús. “No soy digno de desatar la correa de sus sandalias”.

Jesús se sumerge en el agua del río y, al salir, la Voz del Padre y la presencia del Espíritu en forma de Paloma dan testimonio del Hijo. Después de la escena de la Anunciación, es la primera vez que se revela el Misterio de la Santísima Trinidad. En esta ocasión, de modo público.

El Bautismo del Señor en el Jordán es el primer misterio de Luz.

“Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf.2Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf.Mt 3, 17    par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera” (RVM, 21).

La Providencia había dispuesto que los que serían los discípulos de Jesús habían sido antes discípulos de Juan Bautista. Es Juan quien les indica: “Este es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo”. Y son dos de esos discípulos, Juan y Andrés, quienes siguen a Jesús al lugar de su morada. “¿Dónde habitas Maestro?”. “Venid y lo veréis”.

Jesús comienza su misión pública con un gesto: sumergirse en el agua del Jordán que significa la muerte de sí mismo. Toma sobre sus hombros todos los pecados del mundo. Queda sepultado por ellos. Comienza su muerte, aquí en la tierra, para darnos la Vida y destruir para siempre la segunda muerte y el poder del demonio.

¿Cómo sería el primer encuentro de Jesús con los dos primeros discípulos? Desde luego, muy entrañable. Juan y Andrés descubren la grandeza del Señor: atisban su Misterio. Sus palabras y sus gestos; su modo de razonar y de manifestar afecto los cautivarían. Aunque no han presenciado aún milagros, signos extraordinarios, ya reconocen en Jesús al Ungido y, en cuanto pueden, lo comunican a sus respectivos hermanos: Santiago y Pedro. Era como la hora décima (las 4 de la tarde).

La Luz comienza a disipar las tinieblas. Las palabras y obras de Cristo son Luz que ilumina a todo hombre. Quienes conocen a Cristo, le escuchan hablar y ven su modo de vivir, dan testimonio para que nosotros también creamos en Él y tengamos Vida.

La contemplación del Bautismo del Señor es una buena ocasión para que nosotros, dos mil años después, hagamos nuevamente nuestra profesión de fe con el Símbolo de los Apóstoles:

“Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, Factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium.
Et in unum Dominum Iesum Christum, Filium Dei unigenitum, et ex Patre natum ante omnia saecula, Deum de Deo, Lumen de Lumine, Deum verum de Deo vero, genitum, non factum, consubstantialem Patri: per quem ómnia facta sunt; qui propter nos homines et propter nostram salutem descendit de caelis, et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est, crucifixus etiam pro nobis sub Pontio Pilato, passus et sepultus est, et resurrexit tertia die secundum Scripturas, et ascendit in caelum, sedet ad dexteram Patris, et iterum venturus est cum gloria, iudicare vivos et mortuos; cuius regni non erit finis.
Et in Spíritum Sanctum, Dominum et vivificantem, qui ex Patre Filioque procedit, qui cum Patre et Filio simul adoratur et conglorificatur, qui locutus est per Prophetas.
Et unam sanctam catholicam et apostolicam Ecclesiam. Confiteor unum Baptisma in remissionem peccatorum. Et expecto resurrectionem mortuorum, et vitam venturi saeculi.
Amen”.   

María no está “físicamente” presente en la mayoría de los misterios de Luz. Pero, como dice Juan Pablo II, sí está presente de modo espiritual, y con una presencia muy fuerte.

“Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: " Haced lo que él os diga " (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los " misterios de luz" (RVM, 21).

Nuestra Madre, en este mes de mayo, nos enseñará contemplar cada uno de los misterios de Luz para que iluminen más nuestra vida y, meditándolos con amor todos los días, nos conviertan en antorchas para llevar la Luz de Cristo a los demás.

También podemos acudir hoy a la intercesión del Beato Álvaro del Portillo (1914-1994), primer Prelado del Opus Dei y sucesor de San Josemaría que, con su vida fiel, dejó un rastro luminoso en la Iglesia. El 12 de mayo es el día de su festividad y se reza la siguiente oración:

“Dios Padre de misericordia, que infundiste en el beato Álvaro, obispo, el espíritu de verdad y de amor, concédenos que, siguiendo su ejemplo, nos gastemos humildemente en la misión salvífica de la Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo” (Oración Colecta).



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