El título
completo del Domingo de Ramos, que
celebraremos mañana, es “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor” porque se lee
la Pasión y porque conmemora el inicio de la semana en la que Jesús sufrió su
Pasión y Muerte en la Cruz.
Bartolomé Esteban Murillo. "Ecce Homo" (c.1660) |
En el
primer mensaje de las apariciones de la
Virgen en Garabandal (18 de octubre de 1961), el Arcángel San Miguel comienza
diciendo a las niñas: “Hay que hacer
muchos sacrificios, mucha penitencia”. Y en el segundo (18 de junio de 1965),
la Virgen termina con esta petición: “Debéis
sacrificaros más, pensad en la Pasión de Jesús”.
Han
pasado más de cincuenta años. ¿Podemos decir cada uno que hemos hecho caso de
estos mensajes? ¿Cómo es nuestro espíritu de sacrificio? ¿Meditamos
frecuentemente (cada día) en la Pasión de Jesús?
Ahora, en
esta próxima semana, tenemos la oportunidad de hacerlo. Desde mañana, podemos
proponernos tener más presente cada uno de los misterios dolorosos del Santo Rosario, cada una de las estaciones del Via Crucis.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador
del Opus Dei, en los primeros años de su ministerio sacerdotal en Madrid,
regalaba libros sobre la Pasión del Señor. Uno de esos libros era “La Historia de la Pasión” del jesuita
Luis de la Palma. Este sacerdote describe todos los pasos de la Pasión con un
gran realismo y piedad. La lectura de este libro es de gran provecho, también
en la actualidad.
Don
Ricardo Fernández Vallespín, uno de los primeros miembros del Opus Dei,
arquitecto y luego sacerdote, recuerda un encuentro
con San Josemaría, el 29 de mayo de 1933; y escribió más tarde lo
siguiente:
"El Padre me
habló de las cosas del alma, no de los problemas políticos; me aconsejó, me
animó a ser mejor; pienso que también recibió mi confesión en el sacramento de
la Penitencia. Recuerdo perfectamente, con una memoria visual, que antes de
despedirme, el Padre se levantó, fue a una librería, cogió un libro que estaba usado por él y en la primera página puso,
a modo de dedicatoria, estas tres frases:
+ Madrid – 29-V-33.
Que busques a Cristo
Que encuentres a Cristo
Que ames a Cristo.
El libro era "La Historia de la Pasión" del Padre Luis de la Palma" (Testimonio, 7-VII-1975).
+ Madrid – 29-V-33.
Que busques a Cristo
Que encuentres a Cristo
Que ames a Cristo.
El libro era "La Historia de la Pasión" del Padre Luis de la Palma" (Testimonio, 7-VII-1975).
La Palma es un clásico de espiritualidad del siglo XVII y el Escrivá era un lector
asiduo de este libro, que recomendaba vivamente en los medios de formación que
impartía. Había numerosas ediciones. Regaló a Vallespín la que él usaba, que es
ésta: Historia de la Sagrada Pasión
sacada de los cuatro Evangelios por el P. Luis de la Palma, Provincial de
la Compañía de Jesús en la Provincia de Toledo y natural de la misma ciudad.
IHS. Madrid, Apostolado de la Prensa, San Bernardo 7, 1929, 592 páginas.
Don Ricardo Fernández Vallespín, que
perdió el libro durante la guerra, lo encontró al cabo de los años en la
biblioteca familiar y hoy puede verse en una vitrina de la “Galleria di sotto”,
junto a la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz, en la Sede de la
Prelatura en Roma.
La Pasión de La Palma comienza con un preámbulo que puede ser una buena manera de prepararnos
para la Semana Santa, que estamos a punto de comenzar. Las negritas son
nuestras.
“La Pasión y Muerte
con que nuestro Rey y Salvador Jesucristo dio fin a su vida y predicación en el
mundo es la cosa más alta y divina que
ha sucedido jamás desde la creación. Vivió, padeció y murió para redimir a
los hombres de sus pecados y darles la gracia y la salvación eterna. Por
cualquier parte que se mire es así, por parte de la persona que padece o
mirando la razón por la que sufre es tan
grande el misterio que nada igual puede ya suceder hasta el fin del mundo.
Para mayor claridad,
me parece conveniente exponer antes de un modo breve el motivo por el que los pontífices y fariseos determinaron en consejo
dar una muerte tan humillante a un Señor que, aunque no se quisiera ver lo
demás, fue, innegablemente, un gran profeta y un gran bienhechor de su pueblo.
Fue tan evidente y
se divulgó de tal modo el milagro de la
resurrección de Lázaro, fue tanta su luz, que aquellos judíos acabaron por
volverse ciegos del todo. Aunque "muchos creyeron", otros, movidos
por la envidia, fueron a Jerusalén (Jn 11, 46) para contar y murmurar de lo que
en Betania había sucedido. Por este motivo "se reunieron los pontífices y
fariseos en consejo", y decidieron
poner fin a la actuación del Señor porque, de no hacerlo así, "todos
creerían en El", y los romanos podrían pensar que el pueblo se amotinaba y
se rebelaba contra ellos y, en represalia, "destruirían el Templo y la
ciudad".
Con este miedo, o
quizá disimulando su envidia y su odio hacia Jesús con falsas razones de
interés público, no encontraron otro camino para atajar aquellos milagros que
acabar con El y, así, decidieron dar
muerte al Salvador. El Espíritu Santo movió a Caifás, por respeto a su
oficio y dignidad de sumo sacerdote, quien promulgó la resolución a que había
llegado el Consejo: "Es conveniente que muera un hombre solo para que no
sea aniquilada toda la nación". "Y este dictamen no lo dio él por
cuenta propia, sino que, como era pontífice aquel año, profetizó que Cristo
nuestro Señor había de morir por su pueblo; y no solamente por el pueblo judío,
sino también por reunir a las ovejas que estaban disgregadas" (v. 51) y
llamar a la fe a los que estaban destinados a ser "hijos de Dios". Desde este día estuvieron ya decididos a
matarle; y como si fuera un enemigo público, hicieron un llamamiento
general diciendo que "todos los que sepan dónde está lo digan, para que
sea encarcelado" (v. 56) y se ejecute la sentencia.
Queda bien patente
la maldad de estos llamados jueces, porque primero dieron la sentencia, y sólo
después hicieron el proceso. Dieron la
sentencia de muerte en este Consejo y el acusado estaba ausente, no le
tomaron declaración ni le oyeron en descargo del delito que se le imputaba; y
es que solamente les movía la envidia por los milagros que el Señor hacía, y el
miedo a perder su posición económica y su poder político y religioso.
Después, en el
proceso, aunque hubo acusadores y testigos, y le preguntaron sobre "sus
discípulos y su doctrina", todo fue un simulacro y una comedia forzaron
las cosas de tal modo que coincidieran con la sentencia tomada de antemano. Así
suelen ser muchas veces nuestras decisiones: nacen de una intención torcida, y luego intentamos acomodar la
razón para que coincida con ella.
Al saber el
Salvador esta sentencia y el tipo de orden de encarcelamiento que los
pontífices dieron contra El para que cualquiera tuviera obligación de acusarle,
"se escondió, por la parte cercana
al desierto, en una ciudad llamada Efrén, y allí se estuvo con los discípulos"
(v. 54). Quiso dar tiempo a que llegara el día señalado por su Padre Eterno;
con esto nos dio también ejemplo a nosotros de que es necesario prepararse
antes de morir. Estos días el Salvador pensaría
en su muerte, ya tan cercana para El. Sus discípulos se entristecerían, y Él
les hablaría del cielo y les animaría a tener fe.
Llegó el día
señalado, y el Señor salió del desierto y de Efrén hacia la Ciudad Santa, para
padecer y morir en ella (Mi 20, 17). Y
caminaba con tanta prisa y decisión que "llevaba a todos la
delantera", de modo que los mismos discípulos "estaban
admirados" de su comportamiento, porque ellos tenían miedo (Mc 10, 32).
Durante el viaje
reunió a los doce y, en privado y a
solas, les hizo saber las injurias, la tortura y la muerte que le esperaban en
Jerusalén.
Poco después
escuchó la petición de la madre de los
hijos de Zebedeo (Mt 20, 20), que pretendía para ellos los dos mejores
puestos en el reino de Dios. Siguieron caminando y, al llegar a Jericó, dio la vista a un ciego que se lo pedía
a gritos (Lc 18, 35). Entraron en la ciudad y fue a hospedarse a casa de Zaqueo (Lc 19, 2), invitándose El mismo;
se dio a conocer a aquel hombre que tanto deseaba conocerle y convidarle, y,
con su presencia, "trajo la salvación a toda aquella casa", pues
Zaqueo, pecador y jefe de publicanos, se convirtió. Al salir de Jericó le
seguía mucha gente y, como de paso, sanó a otros dos ciegos que desde el borde
del camino, al oír que pasaba, le suplicaban a gritos que se compadeciese de
ellos (Mt 20, 29). Mientras iba a padecer y a morir, por cualquier lugar donde
pasara hacía favores, se compadecía de
todos, dejaba señales y huellas de quien era.
Terminado su viaje,
llegó a Betania "seis días antes de la Pascua" (Jn 12, l). El Señor
solía hospedarse habitualmente en este pueblo, donde tenía muchos conocidos y
amigos; por otra parte, como era tan reciente el milagro de la resurrección de
Lázaro, todos deseaban convidarle y
agradecérselo; pero era sábado”.
Cada uno de nosotros sabrá como meditar en la Pasión del Señor durante
estos próximos días. La mejor manera, sin duda, es permanecer muy cerca de la Virgen. Ella siguió, con profundo dolor
y amor, cada paso de las últimas horas de su Hijo aquí en la tierra. Ella nos acompañará
muy cerca para infundirnos en el alma
los mismos sentimientos que tiene en su Inmaculado Corazón.
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