En los
dos mensajes que Nuestra Señora dio a las niñas en San Sebastián de
Garabandal, primero de modo directo y luego a través del Arcángel San Miguel, la Virgen les habló de la Eucaristía.
En el mensaje del 18 de
octubre de 1961, les pidió: “Tenemos que
visitar al Santísimo con frecuencia”. Y el 18 de junio de 1965, les dijo: “La Eucaristía cada vez se le da menos importancia”.
Para
contribuir a llevar a cabo este deseo de la Virgen, y conocer mejor el Misterio de la Eucaristía, puede ser oportuno leer y
meditar las palabras que dirigió el Cardenal
Joseph Ratzinger, en Benevento, en octubre de 2002, a los participantes en un
Congreso Eucarístico organizado por esa diócesis, que tenía como lema “Eucaristía, Comunión
y Solidaridad”.
En la
conclusión de esa intervención, el futuro Benedicto XVI explica cómo, Cristo
anticipa en la Última Cena el Sacrificio de la Cruz, y pone en marcha lo que él llama las cinco transformaciones del Misterio de la Redención.
Transcribimos,
a continuación, esas reflexiones del actual Papa emérito.
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Conclusión:
Eucaristía como sacramento de las transformaciones
Volvamos a la santísima Eucaristía. ¿Qué sucedió realmente en la noche en que Cristo fue entregado? Escuchemos al respecto el Canon romano, el corazón de la "Eucaristía" de la Iglesia en Roma: «La víspera de su pasión, Jesús tomó el pan en sus santas y venerables manos, y, elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros". Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo y lo dio a sus discípulos, diciendo: "Tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía».
¿Qué
sucede aquí, en estas palabras? En primer lugar, nos viene a la mente la
palabra transubstanciación. El pan se convierte en el cuerpo, en su cuerpo. El
pan de la tierra se convierte en el pan de Dios, el "maná" del cielo,
con el cual Dios alimenta a los hombres no sólo en la vida terrena, sino
también en la perspectiva de la resurrección, más aún, ya la inicia. El Señor,
que habría podido convertir las piedras en pan, que podía suscitar de las
piedras hijos de Abraham, quiso que el pan se convirtiera en el cuerpo, en su
cuerpo. Pero, ¿es posible esto? ; ¿cómo puede realizarse?
Tampoco
nosotros podemos evitar las preguntas que se hacía la gente en la sinagoga de
Cafarnaúm. Él está ahí, ante sus discípulos, con su cuerpo; ¿cómo puede decir
sobre el pan: "esto es mi cuerpo"? Es importante ahora poner mucha
atención a lo que el Señor dijo en verdad. No dijo simplemente: "esto es
mi cuerpo", sino "esto es mi cuerpo, que se entrega por
vosotros". Puede llegar a ser don, porque es donado. Por medio del acto de
donación llega a ser capaz de comunicación, como transformado él mismo en don.
Lo mismo podemos observar en sus palabras sobre el cáliz. Cristo no dice
simplemente: "esta es mi sangre", sino "esta es mi sangre, que
será derramada por vosotros". Por ser derramada, en cuanto derramada,
puede ser donada.
Pero aquí
surge una nueva pregunta: ¿qué significa "será entregado", "será
derramada"? ¿Qué sucede aquí? En verdad, Jesús es asesinado, es clavado en
la cruz y muere entre tormentos. Su sangre es derramada, primero en el huerto
de los Olivos por el sufrimiento interior con respecto a su misión, y luego en
la flagelación, en la coronación de espinas, en la crucifixión y, después de su
muerte, cuando le traspasan el corazón. Lo que sucede aquí es, ante todo, un
acto de violencia, de odio, que tortura y destruye.
En este
punto nos encontramos un segundo nivel de transformación, aún más profundo: él
transforma desde dentro el acto de violencia de los hombres contra él en un
acto de entrega en favor de esos mismos hombres, en un acto de amor. Eso se
puede reconocer dramáticamente en la escena del huerto de los Olivos. Lo que
dice en el Sermón de la montaña, ahora lo realiza: no responde a la violencia
con la violencia, como habría podido hacer, sino que pone fin a la violencia,
transformándola en amor. El acto de asesinato, de la muerte, es transformado en
amor; la violencia es vencida por el amor. Esta es la transformación
fundamental, en la que se basa todo lo demás. Es la verdadera transformación,
que el mundo necesita; la única que puede redimir al mundo.
Dado que
Cristo, con un acto de amor, transformó y venció desde dentro la violencia, ha
quedado transformada la muerte misma: el amor es más fuerte que la muerte.
Permanece para siempre. y así en esta transformación se contiene la
transformación, más amplia, de la muerte en resurrección, del cuerpo muerto en
cuerpo resucitado. Si el primer hombre era un alma viva, como dice san Pablo,
el nuevo Adán, Cristo, será en este acontecimiento espíritu que da vida (cf. 1
Co 15, 45). El resucitado es donación, es espíritu que da vida y, como tal,
comunicable, más aún, comunicación. Eso significa que no se asiste a ninguna
despedida de la materia; es más, de este modo la materia alcanza su fin: sin el
acontecimiento material de la muerte y su superación interior, todo este
conjunto de cosas no sería posible. y así, en la transformación de la
resurrección, todo el Cristo sigue subsistiendo, pero ahora transformado de tal
modo que el ser cuerpo y el entregarse ya no se excluyen, sino que están
implicados uno en otro.
Antes de
dar el próximo paso, tratemos de ver sintéticamente una vez más y de comprender
todo este conjunto de realidades. En el momento de la última Cena, Jesús
anticipa ya el acontecimiento del Calvario. Acoge la muerte en cruz y con su
aceptación transforma el acto de violencia en un acto de donación, de
autoefusión como dice san Pablo a propósito de su inminente martirio: "Aun
cuando mi sangre fuera derramada como libación sobre el sacrificio y la ofrenda
de vuestra fe, me alegraría y congratularía con vosotros" (Flp
2,17). En la última Cena la cruz ya está presente, es aceptada y transformada
por Jesús. Esta transformación primera y fundamental atrae hacia sí lo demás:
el cuerpo mortal es transformado en el cuerpo de la resurrección: en el
"espíritu que da vida". A partir de aquí resulta posible la tercera
transformación: los dones del pan y del vino, que son dones de la creación ya
la vez fruto del trabajo humano, de la "transformación" de la
creación, son transformados, de forma que en ellos se hace presente el Señor
mismo que se entrega, su donación, él mismo, pues él es don.
El acto
de donación no es algo de él, es él mismo. A partir de aquí la mirada se abre a
dos transformaciones ulteriores, que son esenciales en la Eucaristía desde el
instante de su institución: el pan transformado, el vino transformado, en el
que el Señor mismo se entrega como espíritu que da vida, está presente para
transformarnos a nosotros, los hombres, a fin de que lleguemos a ser un solo
pan con él y luego un solo cuerpo con él. La transformación de los dones, que
es sólo la continuación de las transformaciones fundamentales de la cruz y la
resurrección, no es el punto final, sino a su vez sólo un inicio. El fin de la
Eucaristía es la transformación de los que la reciben en la auténtica comunión
con su transformación.
Así, el
fin es la unidad, la paz, que nosotros mismos, como individuos separados, que
viven los unos junto a los otros o los unos contra los otros, llegamos a ser
con Cristo y en él un organismo de donación, para vivir con vistas a la
resurrección y al mundo nuevo. Así resulta visible la quinta y última
transformación, que caracteriza este sacramento: a través de nosotros, los
transformados, que hemos llegado a ser un solo cuerpo, un solo espíritu que da
vida, toda la creación debe ser transformada. Toda a creación debe llegar a ser
"una nueva ciudad", un nuevo paraíso, morada viva de Dios: Dios todo
en todos (cf. 1 Co 15,28). Así describe san Pablo el fin de la creación, que
debe configurarse a partir de la Eucaristía. Así la Eucaristía es un proceso de
transformación, en el que estamos implicados, fuerza de Dios para la
transformación del odio y de la violencia, fuerza de Dios para la
transformación del mundo.
Por
tanto, oremos para que el Señor nos ayude a celebrarla ya vivirla de este modo.
Así pues, oremos para que él nos transforme a nosotros y transforme al mundo
juntamente con nosotros en la nueva Jerusalén.
Que asi la vivamos plenamente, para Gloria de Dios Padre.!!!
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