sábado, 30 de junio de 2018

Misterios de dolor (3)


Estamos terminando el mes del Corazón de Jesús (junio), y hoy reflexionamos sobre el Tercer Misterio de dolor: la Coronación de espinas.

"CRISTO CON CORONA DE ESPINAS" POR GUIDO RENI. 1636-37. 

San Josemaría Escrivá de Balaguer, a quien —como el lector habrá visto— citamos con frecuencia, porque nuestra familia le debe mucho, solía rezar una oración muy sencilla y breve, pero a la vez profunda, que dice así:

“Corazón de Jesús que me iluminas / hoy digo que mi amor y mi bien eres / hoy me has dado tu cruz y tus espinas / hoy digo que me quieres”.

En una ocasión, su segundo sucesor, Mons. Javier Echevarría, precisamente el día de su cumpleaños (el de don Javier, que nació el 16 de junio de 1932), decía que San Josemaría los consideraba “versos muy malitos” pero que a él le servían para ser piadoso, y que los repetía porque le salían del corazón. Son versos —continuaba don Javier— en los que cada uno también hemos de encontrar el ritmo de nuestra vida.

Es sabido que el Corazón de Jesús se suele representar como un corazón rodeado de una corona de espinas.

Contemplar a Cristo coronado de espinas es contemplar al Hombre (“Ecce Homo”), que es Dios. Es contemplar su Sagrado Corazón, es decir, los más profundos sentimientos del Señor.

En la Misa del Corazón de Jesús, la antífona de entrada está tomada del salmo 32, y dice así: 
“Los proyectos de su corazón subsisten de generación en generación, para librar de la muerte la vida de sus fieles y reanimarlos en tiempo de hambre” (Salmo 32, 11.19).

El año pasado, a raíz de su elección como Prelado del Opus Dei y tercer sucesor de San Josemaría, Mons. Fernando Ocáriz escribía:

“Estamos llamados a contribuir, con iniciativa y espontaneidad, a mejorar el mundo y la cultura de nuestro tiempo, de modo que se abran a los planes de Dios para la humanidadcogitationes cordis eius, los proyectos de su corazón, que se mantienen de generación en generación (Sal 33 [32] 11)” (Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral del 14-II-2017, n. 8).

¿Cuáles son los proyectos del Corazón de Dios, del Corazón de Jesús? Son proyectos de amor. En la 1ª lectura, del Deuteronomio (en la Solemnidad del Corazón de Jesús), Moisés se dirige a Israel para recordarle que Dios no lo ha elegido por ser un pueblo numeroso (pues es el menos numeroso), sino por el amor que tiene a Israel y para cumplir el juramento a sus padres. Dios guarda su alianza y su misericordia hasta mil generaciones para los que lo aman [corresponden a su amor] y guardan sus mandamientos [que son de espíritu y vida].

Benedicto XVI, al inaugurar el Año paulino, decía que el centro del mensaje de san Pablo está en ese texto suyo en la Carta a los Galatas: “Vivo in fide Filli Dei, qui dilexit me et tradidit semetipsum pro me”.

El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4, 7-16). Este amor se ha manifestado en Cristo, “para que vivamos por Él”. Este es el secreto: permanecer en el amor.

“Jesús, confío en ti”, repetía continuamente San Juan Pablo II. Jesús, te amo. Así de sencillo. Tú eres el que das sentido a mi vida. Quiero vivir por ti y de ti. Quiero que seas el centro de mi vida. “Iam non ego, vivit vero in me Christus”. “Mihi vivere Christus est, et mori lucrum”.

La Iglesia nos invita, después de la octava del Corpus, a conocer a Jesús en profundidad, es decir, a no quedarnos con un conocimiento superficial, sino a ir al fondo de su Corazón amante.   

Conocer su corazón (cogitationes cordis eius). Aunque sus pensamientos se repitan de generación en generación, siempre son los mismos. 

Es difícil descubrir cuál es la verdadera devoción al Corazón de Jesús, porque ha sido muy desfigurada. “La Devoción al Corazón de Jesús poco tiene que ver con la sensibilidad. Se ocupa de ella como parte del hombre, pero no es sólo ella ni se basa en ella, ¿comprendes? Se basa sobre todo en la voluntad. Es el amor de voluntad hacia el Corazón de Dios” (Mensaje de Jesús a Marga).

El Corazón de Jesús nos ilumina: nos hace también conocer mejor al hombre (a cada uno). “Gnoverim me, gnoverim te”. “Conócete a ti mismo” (Templo de Delfos).

Nos conocemos como personas amadas: “mi amor y mi bien eres”. Y ¿cuál es la mayor prueba del amor? “Me has dado tu cruz y tus espinas”. Es decir, me has hecho que comparta tus dolores, que me una a tu corazón tan dolorido, que sufre, que está herido, para consolarte y reparar.

El Corazón de Cristo es un corazón traspasado, herido, dolorido, pisoteado, ultrajado, vilipendiado, olvidado y humillado por todos, Varón de Dolores. El Corazón de Jesús se consume, porque el Amor no es amado. Olvidado en el oscuro rincón de nuestro Templo, desfallece el Alma de Cristo: muere de Amor.

En la Eucaristía late el verdadero Corazón de Dios. ¿Cómo podremos tener más devoción al Corazón de Jesús? Amándolo en la Eucaristía. Entregándonos como Corderos inmolados, a imitación de Cristo.

El Corazón de Jesús, hecho Eucaristía: Lanciano (siglo VIII). Un monje, en el momento de la Misa, dudó de la presencia real de Cristo. Vio que la Sagrada Hostia se transformaba en carne humana y el vino en sangre, que luego se coaguló. Estas reliquias se conservan en la catedral. En 1970 se decidió someterlas a examen científico y se comprobó que la carne es tejido muscular del corazón (endocardio, miocardio, nervio vago, ventrículo izquierdo). En 1973 la OMS, después de 15 meses de estudio, confirmó las investigaciones de 1970.  

También en nuestra época podemos entronizar el Corazón de Jesús en nuestra alma y repetir “Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem”. ¡Oh, Corazón de Jesús!, ¿cómo hacer que otros te amen? ¡Corazón de Jesús, inflama de amor al mundo!

A través de los mensajes de la Verdadera devoción al Corazón de Jesús (cfr. vdcj.org) el Señor nos pide autenticidad (no cumplo y miento), trato íntimo con Jesús, oración bien hecha, confianza en la Providencia, alegría profunda, ser almas de Eucaristía, ofrecimiento de todo, en reparación por los pecados de la humanidad, unidos a la Cruz de Cristo, asociados a su Sacrificio salvador. 

María, nos enseñará a meternos en las llagas de su Hijo, clavado en la Cruz, y coronado de espinas.

"No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso de la cruz..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo... Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón" (Camino 58).

"Entiendo que, por Amor, desees padecer con Cristo: poner tus espaldas entre Él y los sayones, que le azotan; tu cabeza, y no la suya, para las espinas; y tus pies y tus manos, para los clavos; ...o, al menos, acompañar a nuestra Madre Santa María, en el Calvario, y acusarte de deicida por tus pecados..., y sufrir y amar" (Forja 758).


sábado, 23 de junio de 2018

Misterios de dolor (2)

El recuerdo de la Flagelación del Señor, en el segundo misterio de dolor del Santo Rosario, siempre ha sido, para los cristianos, una ocasión para revivir en nosotros la compasión por Jesús en su Sagrada Pasión.  

La Flagelación de Cristo - Colección - Museo Nacional del Prado 

Fray Justo Pérez de Urbel describe muy bien la flagelación del Señor en su “Vida de Cristo”. Aunque Poncio Pilato había tratado de salvar a Cristo, porque lo encontraba inocente, ante la presión de la multitud que pide su muerte, cede y, finalmente, opta por la flagelación, con la esperanza de que los judíos dejaran de pedir la crucifixión al ver a Jesús después del terrible tormento.

“Hace un signo al centurión y le dice estas palabras: Quaestio per tormenta. Era el suplicio de la tortura, destinado ordinariamente a arrancar revelaciones. Flagris, flagellis vel virgis?, debió preguntar al centurión. Flagellis. Las varas quebraban ocultamente el hueso, los azotes, las correas retorcidas que acababan con mendrugos de hueso, de álamo o de vidrio, rasgaban la carne y la destrozaban, dejando llagas asquerosas, que no acababan de cerrarse; e flagelo, haz de trallas hedidas y sutiles, desgajaba la carne en hebras, descortezaba al paciente hasta dejarle la vida desnuda, sin matarla” (p. 631).

La flagelación, ordinariamente precedía a la crucifixión. Pero, aunque así no fuese, como intentaba Pilato, dejaría a la víctima muerta civilmente, si es que no le quitaba la vida corporal. Se cumplían así las palabras que Jesús había dicho a sus discípulos: que “sería azotado”.

Entre los judíos, la ley limitaba el número de los azotes. Entre los romanos no había más límite que el arbitrio de los flagelantes o la resistencia del reo.

“Los lictores bajaron a Jesús a la rinconada de los pórticos, donde estaba la columna flagelatoria, un pedestal mutilado y manchado de sudores, de mugre y de sangre viejas. Rápidos, expertos, despojaron al Señor de sus vestidos, calzaron con cepo sus pies, le enfundaron la cabeza con el paño sucio y roto que tenían allí para cegar a la víctima y ahogar sus bramidos; sujetaron sus manos en las argollas, y la lluvia de golpes empezó a caer en la espalda, en el pecho, en el vientre, en la cara, en los ojos. Rechinaban las argollas de la columna, jadeaban y sudaban los verdugos; hilos de sangre rodaban hasta el suelo; el cuerpo de Cristo se retorcía de dolor, y bajo el negro capuz se oía rítmicamente su íntimo quejido. Terminado el suplicio quedaba sólo un simulacro de hombre, tendido en tierra, bañado en sangre. Los soldados le levantaron y le devolvieron sus vestiduras” (Ibidem, p. 632).

En este suceso del Viernes Santo se mostró especialmente la crueldad humana que se cierne sobre el Señor de modo inmisericorde. La película de Mel Gibson muestra el sufrimiento de Cristo, por una parte, y el dolor de Nuestra Señora, por otra, de una manera muy realista. Como es sabido el guion de esa película está basado en las visiones que tuvo la Beata Ana Catalina Emmerich. Ella relata que Pilato no quería condenar a Jesús a muerte, por lo que lo mandó azotar a la manera de los romanos.

“Entonces, los esbirros, a empellones, llevaron a Jesús a la plaza, en medio del tumulto de un pueblo rabioso. Al norte del palacio de Pilatos, a poca distancia del puesto de guardia, había una columna de azotes. Los verdugos llegaron con látigos y cuerdas que depositaron al pie de la columna. Eran seis hombres de piel oscura y más bajos que Jesús; llevaban un cinto alrededor del cuerpo y el pecho cubierto de una especie de piel, los brazos desnudos. Eran malhechores de la frontera de Egipto, condenados por sus crímenes a trabajar en los canales y en los edificios públicos, y los más perversos de ellos ejercían de verdugos en el pretorio.
Estos hombres habían ya atado a esta misma columna y azotado hasta la muerte a algunos pobres condenados. Parecían bestias o demonios y estaban medio borrachos. Golpearon a Nuestro Señor con sus puños, y lo arrastraron con las cuerdas a pesar de que Él se dejaba conducir sin resistencia; una vez en la columna, lo ataron brutalmente a ella. Esta columna estaba aislada y no servía de apoyo a ningún edificio. No era muy elevada, pues un hombre alto extendiendo el brazo hubiera podido tocar su parte superior. A media altura había insertados anillos y ganchos. No se puede describir la crueldad con que esos perros furiosos se comportaron con Jesús. Le arrancaron los vestidos burlescos con que lo había hecho ataviar Herodes y casi lo tiraron al suelo. Jesús temblaba y se estremecía delante de la columna. Se acabó de quitar Él mismo las vestiduras con sus manos hinchadas y ensangrentadas. Mientras lo trataban de aquella manera, Él no dejó de rezar, y volvió un instante la cabeza hacia su Madre, que estaba rota de dolor en una esquina cercana a la plaza y que cayó sin conocimiento en los brazos de las santas mujeres que la rodeaban” (La amarga Pasión de Cristo, según las visiones de Ana Catalina Emmerich transcritas por Clemente Brentano).

Y el relato continúa, con más detalles conmovedores.

“El Santo de los Santos fue sujetado con violencia a la columna de los malhechores y dos de éstos, furiosos, comenzaron a flagelar su cuerpo sagrado desde la cabeza hasta los pies. Los látigos o varas que usaron primero parecían de madera blanca y flexible, o puede ser también que fueran nervios de buey o correas de cuero duro o blando.
Nuestro amado Señor, el Hijo de Dios, el Dios verdadero hecho Hombre, temblaba y se retorcía como un gusano bajo los golpes. Sus gemidos suaves y claros se oían como una oración en medio del ruido de los golpes. De cuando en cuando los gritos del pueblo y de los fariseos llegaban como una ruidosa tempestad y cubrían sus quejidos llenos de dolor y de plegarias” (Ibidem).

San Josemaría Escrivá de Balaguer, al comentar el segundo misterio doloroso en su “Santo Rosario” hace el siguiente comentario con el que concluimos nuestra meditación.

“Atado a la columna. Lleno de llagas. Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. –Más golpes. Más saña. Más aún... Es el colmo de la humana crueldad.
Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. –Y el cuerpo de Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto.
Tú y yo no podemos hablar. –No hacen falta palabras. –Míralo, míralo... despacio.
Después... ¿serás capaz de tener miedo a la expiación?”.


sábado, 16 de junio de 2018

Misterios de dolor (1)


La vida pública de Jesús, que contemplamos en los misterios de luz, culmina con la Institución de la Eucaristía, en la Última Cena.

Jesus en el Huerto de Getsemani krouillong comunion en la mano es sacrilegio 1 

El Señor, en esas pocas horas de la tarde del Jueves Santo, se reúne por última vez con sus discípulos para manifestarles el infinito Amor de Dios: “Cómo hubiese amado a los suyos los amó hasta el fin”. Este “fin” no es el fin de su vida terrena, sino el “extremo” al que llega su Amor hasta entregar su vida de derramar su sangre por todos nosotros.  

En su Carta encíclica sobre el Rosario, San Juan Pablo II explica brevemente la gran importancia que tienen los misterios de dolor en la vida de Jesús.

“Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la revelación del amor y la fuente de nuestra salvación” (RVM, 22).

La devoción del Via Crucis, con sus catorce estaciones, es una manera maravillosa de meternos como un personaje más en la Pasión del Señor. Pero, si queremos resumir los momentos principales de ella, podemos meditar los cinco misterios de dolor.

“El Rosario escoge algunos momentos de la Pasión, invitando al orante a fijar en ellos la mirada de su corazón y a revivirlos” (RVM, 22).

Efectivamente, los cinco misterios dolorosos nos centran muy bien en los pasos importantes que el Señor vive desde la noche del Jueves Santo hasta las 3 de la tarde del Viernes Santo. Jesús, cuando ya era de noche, atraviesa el torrente Cedrón y va a hacer oración al Huerto de los Olivos, un lugar familiar para sus discípulos pues ese jardín se lo prestaban habitualmente para que el Señor se retirara con ellos a descansar y a hacer oración cuando estaba en Jerusalén.   

“El itinerario meditativo se abre con Getsemaní, donde Cristo vive un momento particularmente angustioso frente a la voluntad del Padre, contra la cual la debilidad de la carne se sentiría inclinada a rebelarse. Allí, Cristo se pone en lugar de todas las tentaciones de la humanidad y frente a todos los pecados de los hombres, para decirle al Padre: " no se haga mi voluntad, sino la tuya " (Lc 22, 42   par.). Este " sí " suyo cambia el " no " de los progenitores en el Edén” (RVM, 22).

Nosotros, al meditar el primer misterio de dolor, La Oración de Jesús en el Huerto, queremos acompañar a Jesús desde el inicio de su Pasión. Esa hora larga de oración (“no habéis podido velar conmigo ni siquiera una hora”) anticipa y concentra todos los sufrimientos de la Pasión del Señor, físicos y espirituales.

San Josemaría Escrivá de Balaguer, en la meditación de este misterio (ver su libro Santo Rosario), refleja la soledad y sufrimientos de Jesús ("Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre"), pero destaca más aún la estrecha relación entre oración y sufrimiento, y en consecuencia el valor redentor de la oración.

“La relación oración-expiación tiene muchas manifestaciones en la enseñanza de San Josemaría. Un año antes de la redacción de Santo Rosario había escrito en su Cuaderno: "Sin la oración, sin la presencia continua de Dios; sin la expiación, llevada a las pequeñas contradicciones de la vida cuotidiana; sin todo eso, no hay, no puede haber acción personal de verdadero apostolado" (Apuntes íntimos, Cuaderno 2, 74, 21-VII-1930); texto que está en el origen del punto 81 de Camino: "La acción nada vale sin la oración: la oración se avalora con el sacrificio" (cfr. Camino ed crít-hist, Introd al cap "Oración")” (Pedro Rodríguez, Edición crítica de Santo Rosario, nota 107).

La Oración en Getsemaní es un modelo para nuestra oración. Se centra en el vivo deseo del Señor de cumplir enteramente la voluntad de su Padre, por amor.

“En aquella plegaria, el Redentor toma nuestro peso y nos transmite su paz. La oración no sólo nos alcanza de Dios la gracia capaz de resolver los problemas más agudos, sino que nos consigue la fortaleza para afrontarlos con Él y abrazarnos confiadamente a su Volun­tad, aunque cueste. Las dos peticiones de Jesús -«que pase ese cáliz sin beberlo» y «¡hágase tu Voluntad! »- son plenas y sinceras, y constituyen dos lecciones nítidas para nuestro compor­tamiento. Más aún, comprendemos que si nuestro hablar con Dios discurre por ese cauce, si compartimos con el Señor la preocupación, el mismo desasosiego se irá convirtiendo en plegaria profunda y relajada de aceptación de la Voluntad de Dios” (Javier Echevarría, Getsemaní, cap. VI, n. 4).

Jesús se abandona confiadamente en manos de su Padre y, al mismo tiempo, acepta plenamente su voluntad. Así es como debe ser el núcleo de nuestra oración diaria: llena de fe, humilde y perseverante.

En los siguientes misterios de dolor veremos la total adhesión de Jesús a la Voluntad de su Padre.  

“Y cuánto le costaría esta adhesión a la voluntad del Padre se muestra en los misterios siguientes, en los que, con la flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario y la muerte en cruz, se ve sumido en la mayor ignominia: Ecce homo!” (RVM, 22)

María estuvo íntimamente unida, místicamente y, cuando fue posible, también corporalmente, a la Pasión de su Hijo. Según la Beata Ana Catalina Emmerick, a Ella se debe el inicio de la devoción del Via Crucis.

“Cuando Jesús fue conducido a Herodes, Juan acompañó a la Virgen y a Magdalena por todo el camino que había seguido Jesús. Así volvieron a casa de Caifás, a casa de Anás, a Ofel, a Getsemaní, al jardín de los Olivos, y en todos los sitios, donde el Señor se había caído o había sufrido, se paraban en silencio, lloraban y sufrían con Él. La Virgen se prosternó más de una vez, y besó la tierra en los sitios en donde Jesús se había caído. Este fue el principio del Via Crucis y de los honores rendidos a la Pasión de Jesús, aun antes de que se cumpliera. La meditación de la Iglesia sobre los dolores de su Redentor comenzó en la flor más santa de la humanidad, en la Madre virginal del Hijo del hombre. La Virgen pura y sin mancha consagró para la Iglesia el Vía Crucis, para recoger en todos los sitios, como piedras preciosas, los inagotables méritos de Jesucristo; para recogerlos como flores sobre el camino y ofrecerlos a su Padre celestial por todos los que tienen fe” (Beata Ana Catalina Emmerick, La amarga Pasión de Cristo).

Nuestra Madre nos enseñará cómo acompañar a su Hijo, diariamente, en su Pasión, para luego también poder resucitar con Él.  



sábado, 9 de junio de 2018

Misterios de Luz (5)


Todos los años celebramos la Solemnidad de Corpus Christi. Es uno de esos jueves del año que relumbran más que el sol. Los otros dos son el Jueves Santo y el día de la Ascensión.

 

¿Por qué nos alegra tanto la llegada de ese día? Porque nunca podremos valorar suficientemente lo que significa ese Misterio de Amor. Jesús, su Corazón Sacratísimo, se nos da continuamente en su Sacrificio de Amor mediante el Sacramento de la Eucaristía. En el 5° Misterio de Luz del Santo Rosario meditamos la institución de este Sacramento en la Última Cena. 

El siglo XIII es uno de esas épocas históricas en las que más resplandeció el culto a la Sagrada Eucaristía. La primera vez que se celebró esta fiesta fue el jueves siguiente a la fiesta de la Santísima Trinidad, en Lieja (Bélgica), el año 1247, y gracias a la devoción eucarística de Santa Juliana de Mont Cornillón.

El Papa Urbano IV, que había sido archidiácono en Lieja, a mediados del siglo XIII tenía su corte en Orvieto, cerca de Bolsena donde en 1263 un sacerdote que tenía dudas sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía, a consagrar, vio como salía sangre de la Sagrada Forma y empapaba el corporal. Esa reliquia fue llevada en procesión el 19 de junio de 1264 por las calles de Orvieto.

Movido por este prodigio, mediante la Bula “Transiturus hoc mundo”, del 8 de septiembre de 1264, el Papa hizo que la fiesta de Corpus Christi se extendiera a la Iglesia univiersal. A Santo Tomás de Aquino se le encargó preparar los textos para el Oficio y Misa propia del día, que incluye himnos y secuencias, como Pange Lingua (y su parte final Tantum Ergo), Lauda Sion, Panis angelicus, Adoro te devote o Verbum Supernum Prodiens.

Cada uno de esos himnos es una joya y rico alimento para nuestra piedad. El Adorote devote, por ejemplo, es uno de los cinco himnos que compuso Santo Tomás para la fiesta de Corpus Christi.

A continuación lo copiamos en sus versiones latina y castellana. Es un tesoro de piedad eucarística. Se puede meditar despacio, por ejemplo, todos los jueves, día dedicado a la Eucaristía.

Latín
Castellano
Adoro te devote, latens Deitas,
Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subiicit,
Quia te contemplans totum deficit.
Visus, tactus, gustus in te fallitur,
Sed auditu solo tuto creditur.
Credo quidquid dixit Dei Filius:
Nil hoc verbo Veritatis verius.
In cruce latebat sola Deitas,
At hic latet simul et humanitas;
Ambo tamen credens atque confitens,
Peto quod petivit latro paenitens.
Plagas, sicut Thomas, non intueor;
Deum tamen meum te confiteor.
Fac me tibi semper magis credere,
In te spem habere, te diligere.
O memoriale mortis Domini!
Panis vivus, vitam praestans homini!
Praesta meae menti de te vivere
Et te illi semper dulce sapere.
Pie pellicane, Iesu Domine,
Me immundum munda tuo sanguine.
Cuius una stilla salvum facere
Totum mundum quit ab omni scelere.
Iesu, quem velatum nunc aspicio,
Oro fiat illud quod tam sitio;
Ut te revelata cernens facie,
Visu sim beatus tuae gloriae.
Amen
Te adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
pero basta el oído para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero aquí se esconde también la Humanidad;
sin embargo, creo y confieso ambas cosas,
y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás
pero confieso que eres mi Dios:
haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere y que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que das vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva
y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego,
que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén.

Cada una de sus siete estrofas es todo un tratado de teología. Otro himno riquísimo es la Secuencia que se dice, antes del Evangelio, el día de la festividad del Corpus Christi.

Tradicionalmente siempre se han considerado tres aspectos en el Misterio de la Eucaristía: 1) como Sacrificio, 2) como Comunión y 3) como Presencia. La Santa Misa es el mismo sacrificio en el que Jesús entregó su Cuerpo y derramó su Sangre en el Calvario para la salvación de nuestros pecados ofreciéndose al Padre como Víctima Preciosísima. La Eucaristía es Alimento celestial, Pan de los ángeles y de los hombres, por el que nos unimos estrechamente a Cristo y participamos de su misma vida resucitada. Es Comida que nos da fuerzas, a nosotros que somos caminantes, para llegar a la meta del Cielo. Jesús permanece, bajo las especies sacramentales, oculto en todos los Sagrarios del mundo, para que le adoremos.

Todos los santos han alabado de mil modos el Misterio eucarístico. Por ejemplo, así lo hizo Fray Luis de Granada cuando escribió este texto lleno de fe.   
  
«Celebra hoy la santa madre Iglesia fiesta del Santísimo Sacramento del Altar,  en el cual está verdaderamente el cuerpo de nuestro Salvador para gloria  de la Iglesia y honra del mundo,  para  compañía de nuestra peregrinación, para alegría de  nuestro destierro, para consolación de nuestros trabajos, para medicina de nuestras enfermedades,  para  sustento de nuestras vidas.  Y porque estas mercedes son  tan grandes, es muy alegre y grande  la fiesta que hoy hace la Iglesia» (Fray Luis de Granada, Trece sermones).

Terminamos con parte de un mensaje que Jesús dio a Marga el 11 de marzo del 2015, en el que el Señor nos invita a vivid “una vida plenamente eucarística”.

“Venid Conmigo, a Mí (Cfr. Mt 11,28), a vivir una vida plenamente eucarística, y sabed y conoced, ¡degustad! lo que es Bueno, lo Bello, lo Hermoso, lo que no es de esta tierra, pero está en ella para acompañaros. El Cielo, que ha bajado y con el que podéis tomar contacto en mis iglesias. Vuestro Tesoro. ¡Aquí! tenéis la Riqueza. Aquí, la Sabiduría. Aquí el Amor, el que os falta o el que quiero derrochar en vosotros, ¡porque quiero y Soy Dios! ¡Porque quiero amaros, porque quiero «achucharos»!, porque me entrego a vosotros cual Esposo (Cfr. Is 62,5), en esa entrega Total que nada ni nadie podrá nunca entregaros a vosotros. En la Entrega de Dios, de Dios-con-vosotros, de Dios hecho Hombre, de la Divinidad, de la Trinidad materializada”.

María es Mujer Eucarística, como la llamó san Juan Pablo II en la última carta que escribió  a los sacerdotes el Jueves Santo de 2005. «¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María?». Jesús mismo nos invita a acudir a ella: «Ahí tienes a tu Madre» (Jn 19, 27).



sábado, 2 de junio de 2018

Misterios de Luz (4)


En el Cuarto Misterio de Luz meditamos la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor.

 

Jesús había estado hacía unos seis días en el norte del país. Se había reunido con sus discípulos en Cesarea de Filipo, una ciudad griega. Allí les había preguntado: “¿quién dicen la gente que es el Hijo del Hombre?”. Y luego: “y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (cfr. Mt 16, 13-15). Era una pregunta directa. Jesús sabía lo que había en el hombre y en cada uno de sus discípulos. Pero desea que abran su corazón y digan lo que piensan con sinceridad.

Pedro, que era el más fogoso y decidido, contesta en nombre de todos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Jesús no niega lo que dice Pedro, sino que le llama bienaventurado porque el Padre celestial es quien le ha revelado esa verdad.

A partir de ese momento Jesús se dirige a Jerusalén. Faltan seis meses para su prendimiento, muerte y posterior resurrección. El Señor quiere preparar a sus apóstoles. Sabe que son débiles y comienza a anunciarles el misterio de la Cruz, para que lo acepten y comprendan que es algo central en el mensaje que les ha trasmitido y que luego les pedirá que lleven hasta los confines de la tierra.

Los discípulos se resistirán a recibir esta revelación hasta que el Espíritu Santo les ilumine y los transforme. Eran de dura cerviz. Lo demuestra la inmediata reacción de Pedro en la misma ciudad de Cesarea: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte” (Mt 16, 22).

Antes de llegar al Calvario Jesús lleva a sus discípulos al Monte Tabor, que está en la gran llanura que hay entre la zona montañosa del norte de Israel y los montes de Judá. No es una montaña elevada, pero Jesús la escoge porque los montes, en la historia de Israel, tienen una significación especial. La explica detenidamente el Papa Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”.

“De nuevo nos encontramos –como en el Sermón de la Montaña y en las noches que Jesús pasaba en oración– con el monte como lugar de máxima cercanía de Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la ascensión, en el que el Señor –en contraposición a la oferta de dominio sobre el mundo en virtud del poder del demonio– dice: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18). Pero resaltan en el fondo también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del Antiguo Testamento, que son todos ellos al mismo tiempo montes de la pasión y montes de la revelación y, a su vez, señalan al monte del templo, en el que la revelación se hace liturgia”.

El Papa reflexiona sobre la importancia de “los montes” en la historia de la salvación y en cómo ha de entenderse ese mensaje de la Revelación en nuestra vida.

“En la búsqueda de una interpretación, se perfila sin duda en primer lugar sobre el fondo el simbolismo general del monte: el monte como lugar de la subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; el monte como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador. La historia añade a estas consideraciones la experiencia del Dios que habla y la experiencia de la pasión, que culmina con el sacrificio de Isaac, con el sacrificio del cordero, prefiguración del Cordero definitivo sacrificado en el monte Calvario. Moisés y Elías recibieron en el monte la revelación de Dios; ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de Dios en persona”.

Pero, ¿por qué sube Jesús, en esta ocasión, al monte Tabor? En síntesis, podemos responder a esta pregunta como lo hace Benedicto XVI.

La transfiguración es un acontecimiento de oración; se ve claramente lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre: la íntima compenetración de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz. En ese momento se percibe también por los sentidos lo que es Jesús en lo más íntimo de sí y lo que Pedro trata de decir en su confesión: el ser de Jesús en la luz de Dios, su propio ser luz como Hijo”.  

Hay muchos detalles que podríamos comentar sobre este Misterio de Luz, pero podemos quedarnos con este: “es un acontecimiento de oración”. Eso es lo que Jesús quiere que comprendan sus discípulos: que no es posible tratar de entender la Cruz sino en un clima de oración, de escucha atenta de la voz de Dios y de apertura completa a su voluntad. Así vive Jesús en todo momento, pero ahora, con signos extraordinarios, quiere que se grabe esto en el fondo del corazón de los apóstoles.    

María, Nuestra Madre, es Maestra de oración. La Virgen no necesitó estar en la Transfiguración de Jesús. Su fe era tan grande que veía a su Hijo continuamente transfigurado, porque contemplaba en Él al Hijo de Dios en cada  una de sus palabras y gestos. Al contemplar este misterio de luz podemos acudir a su intercesión para pedirle que también nosotros sepamos mirar a Jesús, creer en Él y amarle con todo nuestro corazón en las cosas ordinarias de nuestro vivir cotidiano.