En nuestro blog Reflexiones en el Año de San José se pueden meditar, con motivo de la Solemnidad que hoy celebramos, algunos párrafos de la Exhortación Apostólica de San Juan Pablo II Redemptoris Custos (15 de agosto de 1989).
En este post, comentaremos parte de la de Primera Lectura de la Liturgia de la Palabra del próximo domingo, 5º de Cuaresma (Jer 31, 31-34). Nuestro deseo es que, estas reflexiones, nos puedan ayudar a prepararnos mejor, durante la Semana de Pasión, para vivir con mas intensidad la Semana Santa.
El profeta Jeremías, más de 500 años antes de Cristo, hace una revelación sorprendente:
«Se acerca el tiempo, dice el Señor, en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva».
Esta frase nos lleva a hacernos las siguientes preguntas: ¿Se ha realizado ya esa alianza? ¿En qué consiste su novedad? ¿A qué casas de Israel y de Judá se refiere?
¿Qué podemos responder a todo esto, según la doctrina católica? Lo primero es que esa Alianza Nueva la realizó ya Jesucristo con su Pasión, Muerte y Resurrección, adelantándola al instituir la Eucaristía el Jueves Santo. Es Nueva porque claramente se distingue de la Antigua Alianza con Israel, aunque no es ajena a ella, pues la lleva a su cumplimiento y plenitud. Por otra parte, Israel y Judá se amplían, con esta Nueva Alianza. Israel y Judá son la Iglesia fundada por Cristo sobre los cimientos de los Apóstoles.
Pero el texto de Jeremías continúa:
«Ésta será la alianza nueva que voy a hacer con la casa de Israel: Voy a poner mi ley en lo más profundo de su mente y voy a grabarla en sus corazones».
Ahora nos preguntamos: ¿De qué ley se trata? ¿Qué significa que queda grabada en lo profundo de la mente y corazón?
La Ley de la que se habla es la del Amor, el Nuevo y Único Mandamiento de Cristo. «Dios es Amor» y Cristo se ha encarnado para manifestar el Amor del Padre y para darnos su Espíritu, que es Espíritu de Amor.
La Ley del Amor se graba en lo más profundo de nuestra mente y corazón, mediante la fe en Cristo Resucitado, que recibimos con un Don en el Bautismo; y la hacemos vida contribuyendo a alimentar la fe y el amor, a través de la meditación de la Palabra de Dios y la recepción de los Sacramentos.
El Espíritu Santo infunde en cada fiel bautizado el Amor de Dios que nos sana del pecado y nos prepara para el encuentro definitivo con Cristo, al final de la vida.
El texto que estamos meditando, de Jeremías, continúa aclarando mas cosas sobre esa Ley grabada en lo profundo de la conciencia (mente) y de toda la persona (corazón).
«Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya nadie tendrá que instruir a su prójimo ni a su hermano, diciéndole: ‘Conoce al Señor’, porque todos me van a conocer, desde el más pequeño hasta el mayor de todos, cuando yo les perdone sus culpas y olvide para siempre sus pecados».
Ante esta última frase de la Primera Lectura de la Misa, nos preguntamos: ¿Se ha realizado ya esta promesa de Dios? ¿No se trataría, más bien, de una promesa para un mundo futuro?
Efectivamente, la Iglesia es Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo (cfr. la eclesiología del Concilio Vaticano II). Pero es un pueblo que peregrina y aún no ha llegado a su Meta. La Promesa ya se está realizando, pero aún no en plenitud. La última meta, indudablemente, es el Cielo, la Jerusalén Celestial.
Las palabras de Jeremías, por lo tanto, ¿se refieren al Cielo? Sí. Tienen un significado eclesiológico, pero también escatológico: en el Cielo todos conoceremos a Dios, que nos habrá perdonado todas nuestras culpas para siempre.
Sin embargo, muchos estudiosos, especialmente en nuestro tiempo, afirman que esas palabras de Jeremías se refieren, también y, sobre todo, a la Nueva Jerusalén: a los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra, que serían un Reino Eucarístico aquí en la tierra; la Era de Paz de la cual hablaba San Juan Pablo II.
¿Cuándo llegará ese Nuevo Paraíso aquí en la tierra? No lo sabemos con certeza, aunque hay profecías en la Sagrada Escritura y en mensajes de videntes de nuestra época (como Marga, de la cual hemos hablado mucho en este blog) que sostienen su gran proximidad: ya estaríamos en el Tiempo de Gracia que precede a la Gran Tribulación y a la Era de Paz (ver, por ejemplo, el sitio web «Count Down to the Kingdom».
Mientras llega el cumplimiento de esa Promesa, repitamos el Padre Nuestro con devoción: «Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo».
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