viernes, 5 de marzo de 2021

"El celo de tu casa me devora"

Tomando en cuenta que el Tercer Domingo de Cuaresma está centrado en la necesidad de defender con valentía la Casa de Dios, es decir, sus Mandamientos, su Palabra, sus Sacramentos, sus Misterios…; podemos dedicar este artículo a discernir sobre cómo hay que entender la actitud del Señor al expulsar a los mercaderes del Templo, y las palabras de la Escritura que, a continuación, recordaron los discípulos al presenciar ese evento: «el celo de tu casa me devora» (cfr. Jn 2, 13-15).

Jesús expulsa a los mercaderes
del Templo (El Greco, 1600)

Vivimos en un mundo en que todo nos lleva a ser «políticamente correctos». Se va creando una mentalidad (una ideología) secularista y secularizarte, que proscribe de modo firme y consistente lo que no se ajusta a sus moldes. Las grandes compañías y los mass media censuran a quienes defienden las verdades más elementales de la ley natural y los derechos que todos tenemos de vivir de acuerdo con nuestra fe religiosa.

En teoría se quiere la libertad y la igualdad para todos los hombres. Pero, en la práctica, se han ido formando una serie de tabúes que coartan la libertad de las personas.

Por otra parte, los cristianos queremos vivir el primer mandamiento del Señor (cfr. Primera Lectura de la Misa: Ex 20, 1-17): Amar a Dios con todo nuestro corazón, y al prójimo como a nosotros mismos. El amor al prójimo incluye el deseo de vivir una fraternidad universal: querer a todos, no discriminar a nadie, respetar la libertad de las conciencias de todos los hombres, convivir pacíficamente con nuestros hermanos, etc. 

Para muchos, el comportamiento de Jesús en el Templo, derribando las mesas de los mercaderes e increpándolos duramente por haber convertido la Casa de su Padre en una cueva de ladrones, puede ser difícil de comprender. La tolerancia que se predica en nuestra época, parece estar en contra de actitudes violentas. Por otra parte, vemos que muchos defienden la protesta violenta, cuando se trata de hacer frente a lo que consideran intocable (p. ej. el aplauso que merecieron las actitudes vandálicas del movimiento Black Lives Matters, en Estados Unidos, contra el supuesto racismo).

San Josemaría Escrivá distinguía entre «libertad de conciencia» y «libertad de las conciencias», por una parte. Y, además, animaba siempre a seguir el ejemplo del Señor, que luego vivieron los primeros cristianos ejemplarmente: nunca hacer el mal para conseguir un bien; nunca utilizar la violencia para convencer a otro de su error. 

Jesús, en el Templo, actúa firmemente. Pero no podemos imaginarlo con una actitud destemplada y violenta. Es verdad que derriba las mesas de los cambistas y habla duramente a los fariseos. Pero todos estos comportamientos van acompañados del respeto y el cariño por cada persona, porque todos somos hijos de Dios. Los mismos mercaderes lo notarían. Es el modo de actuar de un padre bueno que corrige al hijo díscolo y rebelde: siempre desea su bien; nunca lo trata mal: con violencia mala y con odio. 

A nosotros, lo que Dios nos pide es imitar el celo del Señor: «Veritatem facientes in caritate» (Ef 4, 15); vivir la verdad con la caridad. No podemos admitir la libertad de conciencia, que es lo mismo que defender el relativismo. En cambio, amamos la libertad de las conciencias; es decir, defendemos el respeto que merecen todos los hombres de actuar según su conciencia, aunque esté equivocada. Lógicamente, esto no significa que nos quedemos cruzados de brazos cuando vemos que se atropella la libertad de las personas y el bien común. Cuando vemos a alguien equivocado, hacemos todo lo posible, de modo pacífico, para ayudarle a salir del error. 

Todo esto no se puede comprender, cabalmente, sin el Misterio de la Cruz (cfr. Segunda Lectura de la Misa del domingo). La Cruz es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Amando la Cruz de Cristo, el Señor nos concede la capacidad de comprender el misterio de Dios y del hombre. Identificarnos con Cristo en la Cruz nos llevará a que, en cada momento, sepamos discernir cómo debemos comportarnos: siempre con amor, dulzura y comprensión; y, al mismo tiempo, con firmeza en la verdad, valentía para defenderla, y con un celo que nos lleve a saber ceder en todo lo que sea personal, pero a no ceder en lo que es de Dios. 

La Sabiduría de la Cruz, que podemos pedir al Señor en esta Cuaresma, nos hará verdaderamente sabios y prudentes para saber cómo actuar en el mundo que nos ha tocado vivir.    

 

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