Hemos entrado de lleno en la Cuaresma, tiempo de penitencia; tiempo de conversión. Es un tiempo de preparación para aceptar plenamente la Voluntad de Dios sobre nosotros.
Desde el principio queremos acompañar a Jesús en su camino a Jerusalén. La Iglesia, en el Primer Domingo de Cuaresma, nos sitúa al comienzo de la Vida Pública cuando el Señor, después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán, es impulsado —literalmente— por el Espíritu al desierto (cfr. Mc 1, 12-15). Con esta expresión, los evangelistas quieren decirnos que Jesús está atento a las más mínimas inspiraciones del Paráclito, para cumplir sin dilaciones la Voluntad de su Padre. Es la Fuerza de Dios la que actúa y encuentra la docilidad total del Hijo.
Podríamos meditar sobre las tentaciones del Señor, que es el tema central del Primer Domingo de Cuaresma, pero vamos a profundizar hoy sobre ese «dejarse llevar» de Jesús por la Voluntad de su Padre.
De octubre a diciembre de 2019 escribimos doce posts sobre «Vivir en la Voluntad de Dios». Se puede ver, por ejemplo, el quinto, en el que comenzamos a estudiar este tema en el mensaje de Luisa Piccarreta.
Romano Guardini (1885-1968) escribió un librito, titulado «Jesucristo» en el que dedica un capítulo a este tema: «La voluntad del Padre».
«Una visita profunda al interior de Cristo se nos abre, si partimos de lo que en su vida significa la voluntad del Padre» (R. Guardini, Jesucristo, ed. Cristiandad, Madrid 1965, p. 71).
Desde niño, cuando sus padres lo buscan en el Templo y le preguntan la razón de su conducta, Él contesta: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es preciso que yo esté en lo de mi Padre?» (Lc 2, 49).
Más adelante, como hemos visto, el Espíritu lo empuja al desierto. Y comenta Guaridini:
«Viene sobre Él violencia, luz, ímpetu, entusiasmo. También esta violencia es voluntad del Padre; pero es violencia del Pneuma, del Espíritu, amor del Padre. Creemos encontrar otra vez lo inaudito, que impresionaba a un Elías, a un Eliseo, Habacuc, Daniel, y hacía de las figuras humanas instrumentos de Dios» (Ibidem, p. 72).
«Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió» (Jn 4, 34). Los hombres somos seres hambrientos de una plenitud que nos sacie eternamente. El hambre de Jesús es cumplir la voluntad del Padre que íntimamente lo acucia.
La voluntad del Padre «es como un torrente de vida que viene del Padre a Cristo. Una corriente de sangre, de la que Él vive (…). El que está dispuesto a hacer la voluntad del Padre entra en esa corriente, y la voluntad del Padre es en él como un latido del corazón del mismo Padre, y se halla en una unidad de vida con Cristo más real, más profunda, más fuerte que la que tuvo Él con su madre» (ibídem, p. 73).
Su madre y sus hermanos son los que hacen la voluntad de su Padre (cfr. Mc 3, 31 ss).
Para Jesucristo la voluntad de su Padre es preciosa. Es lo sumo. No se cansa de pedir a sus discípulos que estén solícitos por ella. Lo recomienda en el padrenuestro, que ha de expresarse en toda nuestra vida.
La voluntad del Padre, en Cristo, no es violencia. Habla a Jesús y es por Él libremente aceptada. «Yo hago siempre su agrado» (Jn 8, 29), dice Jesús. Guardini comenta:
«Esto nos permite echar una mirada profunda al interior de Jesús. La voluntad del Padre es el núcleo de que Él vive. La voluntad del Padre es lo que lo impulsa, lo sostiene y guía, la fuente de donde brota, como por necesidad, cada una de sus acciones. Es la gran fuerza pneumática que lo llena y guía. La voluntad del Padre es, en Jesús, el mandato vivo que hace de Él un enviado; y todo lo que hace recibe de ahí sentido y unidad. La voluntad de Dios es la comida que sacia el hambre de su ser. Es la corriente de vida que le hace latir y en la que es recibido todo el que se conforma a esta misma voluntad de Dios. Esta voluntad es lo más precioso, objeto de la más profunda y delicada solicitud. Pero todo esto sin conjuro, sin violencia, sin dominio inerte, sino llamada de persona a persona, libremente aceptada y realizada» (ibídem, pp. 74-75).
Toda la vida de Cristo es vivir la voluntad del Padre. Pero, justamente, por no hacer su voluntad sino la del Padre, cumple lo más profundamente propio. Y Guardini añade:
«Esto tiene un nombre: se llama amor (…). Algo que nos habla desde fuera sólo puede recibirse en el interior propio, en el corazón, en el espíritu, cuando es el amor» (ibídem, p. 75).
Es el diálogo eterno, íntimo, entre el Padre y el Hijo. Es la oración de Cristo. Por eso la oración es la principal obra de penitencia y en esta Cuaresma haremos bien en poner nuestro mayor empeño en ser «almas de oración», «almas contemplativas».
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