Hoy
meditaremos sobre el misterio del Sábado
Santo: el Descenso de Cristo a los infiernos. Pero, antes, nos detendremos a
analizar la importancia del Juicio final
y de la virtud de la sinceridad.
16. Juicio sobre
el mundo. Sinceridad
La meditación de la Muerte de Jesús en la
Cruz nos ha dejado llenos de asombro y de dolor. ¿Cómo es posible que
hayamos sido capaces de crucificar a Nuestro Dios y Señor? ¿Qué grado de
ceguera tenemos los hombres para haber cometido un pecado tan grave?
Todos los hombres somos solidarios,
para el bien y para el mal. Cada uno tenemos una parte de responsabilidad en
este acto abominable. Esto mismo hace notar Alexander Solzhenitsin (1918-2008) en su libro Archipiélago Gulag
(1973) respecto a los crímenes que se cometieron en la Unión Soviética en el
siglo XX. No sólo las autoridades comunistas fueron los responsables de los 60
millones de muertos en las purgas llevadas a cabo desde 1919 a 1959. La gran mayoría de la población rusa de
esos años también fue responsable, en mayor o menor grado, de esos hechos,
con su silencio culpable. No basta esconderse en la idea de que sistemáticamente
eran obligados a cometer atrocidades. Hay
acciones malas a las que cualquier conciencia debe oponerse siempre.
La íntima común unión que tenemos todos los
hombres nos lleva, por tanto, a sentirnos responsables de los pecados del
mundo, y a desear desagraviar y pedir
perdón por todos esos males, y a contribuir a ahogar el mal en abundancia
de bien. Al final, veremos claramente la Verdad: quedará patente el bien y el mal en el que cada hombre ha
contribuido a lo largo de la historia.
En el Juicio final nada quedará oculto (“nihil inultum remanebit”, Himno Dies irae). Benedicto XVI, en su
Encíclica Spe salvi, pone al Juicio como
tercer lugar de aprendizaje y ejercicio
de la esperanza. El último Juicio es esperanzador para quienes han buscado,
durante su vida, actuar rectamente y siempre con la verdad.
“De nuevo vendrá con gloria para juzgar a
vivos y muertos”. Con estas palabras concluye el gran Credo de la Iglesia,
que trata del misterio de Cristo.
“Ya desde los primeros tiempos, la perspectiva del Juicio ha
influido en los cristianos, también en su vida diaria, como criterio para ordenar la vida presente,
como llamada a su conciencia y, al mismo tiempo, como esperanza en la justicia
de Dios” (Spe salvi, n. 41).
El Papa dice que la existencia de un juicio
final es el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La
injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto. Es
necesario que Cristo vuelva para crear justicia. No todo lo que se ha hecho en
la tierra tiene igual valor. Fiódor Dostoyevski,
en su novela Los hermanos Karamazov,
afirma que al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán
indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada.
Ante esta
perspectiva, nuestra reacción natural es
el deseo de vivir siempre en la Verdad; de huir de la mentira, y de pedir
al Señor que no permita que vivamos engañados y cegados por nuestros pecados,
sino que tengamos una mirada clara y sepamos ser valientes para defender con
rectitud lo que es verdadero y bueno.
“Veritas
liberabit vos” (Jn 8, 32), dijo Jesús a un grupo de judíos que creían
en él. Se trata de buscar la Verdad que, en realidad, nunca la poseeremos
totalmente. Más bien, Ella nos tiene a
nosotros. Si queremos, podemos dejar que Ella (el Logos, la Palabra, que es Cristo) nos envuelva totalmente.
La Verdad es Cristo. “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
(Jn 14, 6). En la medida en que estemos unidos a Cristo, estaremos unidos a la
Verdad. Esto es posible, porque Dios nos ha creado a imagen y semejanza de
Cristo. Él es nuestra Verdadera Imagen.
Dentro de nuestro corazón está la Imagen de la Verdad. Es algo natural: la Ley
natural y la conciencia humana que nos indica lo verdadero y lo falso.
«¿Cómo tiene lugar la salvación? Hay una respuesta fundamental
a esa elemental pregunta: Dios quiere
que todos los hombres se salven y alcancen el conocimiento de la verdad. La
salvación no se puede separar de la verdad. La Biblia está, pues, muy alejada
de aquel modo de pensar según el cual cada persona puede hacer lo que le
parezca bueno». Dios ha creado al hombre para la verdad. «En Jesucristo nos
encontramos con la auténtica y la única verdad sobre Dios y sobre nosotros
mismos» (RATZINGER, Cooperadores de la
verdad, p. 333).
La conciencia se puede desviar. El
pecado y la vida alejada de Cristo llevan a tener una conciencia errónea y
culpable. Por eso se suele decir que quien
no vive como piensa, acaba pensando cómo vive. Es una llamada a la
coherencia de vida: a ser fieles a nuestra conciencia bien formada en la
doctrina católica.
“Super senes intelexi quia mandata tua
quaesivi” (Ps 118, 100). En su viaje por América en 1974, San
Josemaría glosaba estas palabras de la Sagrada Escritura.
«Tenía veintiséis años, y pedía al Señor (...) aquella
gravedad sacerdotal que era ordinaria en los sacerdotes de aquella época.
Además tuve miedo de mí mismo, y pedí al Señor otra cosa: ocultarme y
desaparecer (...). Yo necesitaba vejez, años; y el Señor me empujaba a
comprender: mira, la vejez debes buscarla por otro lado. Super senes intellexi quia mandata tua quaesivi! (Ps 118, 100). Busca, cumple los mandamientos míos, sé
fiel a mis inspiraciones, y la vejez, la gravedad que te interesa, te la
daré Yo. Porque si por viejos vamos a ser doctos y sabios y prudentes, todos
los carcamales serían los siete sabios de Grecia. De otro lado, ¿por un solideo
iba yo a parecer más respetable y persona de más edad? Era una tontería» (San
Josemaría, en 1974).
Se supone
que los ancianos deben alcanzar la
verdadera sabiduría. Pero hay un camino más directo para llegar a la verdad:
buscar siempre cumplir la voluntad de
Dios.
“Sé fiel
a mis inspiraciones”; “escucha mis palabras”, nos dice a cada uno el Espíritu
Santo.
“Si me amáis, guardaréis
mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté
siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad (…). Os he hablado de esto ahora
que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el
Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo
que os he dicho” (Jn 14, 15-17. 25-26).
María es transparente. María es humilde.
“La humildad es la verdad”, decía Santa Teresa de Jesús. Podemos acudir a María para que nos ayude a ser humildes y
así, poder ser cada día más veraces.
17. Descendió a
los infiernos. Temor de Dios
La reflexión anterior ha sido como un paréntesis
que hemos hecho al contemplar, con asombro y dolor, a Cristo muerto en la Cruz.
Y al considerar que Él es la Verdad que, al final, iluminará todas las
conciencias humanas.
Ahora, meditaremos sobre el misterio del Sábado
Santo y sobre el Descenso de Cristo a los infiernos. Pero, antes hemos de
considerar la diferencia que existe entre “los infiernos” y “el infierno”.
Jesús no descendió después de su muerte al
infierno, sino a “los infiernos”, es decir, al sheol, o hades, que era el lugar
en el que estaban todos los hombres y mujeres, tanto buenos cómo malos, que se encontraban
privados de la visión de Dios. Su suerte no era idéntica. Sólo las almas santas
fueron liberadas por Cristo.
“Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los
condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno
de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le
habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt 27,
52 - 53)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 633).
El infierno existe. Muchas veces el
mismo Señor habla de él en los Evangelios. Es un dogma de fe que la Iglesia ha
defendido siempre. Basta leer lo que dice al respecto el Catecismo de la
Iglesia Católica (cfr. nn. 1033 a 1037).
Lo más importante que hemos de tener en
cuenta, desde el punto de vista práctico, es lo que dice el Catecismo en el
n. 1036:
“Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la
Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento
a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en
relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión:
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué
estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los
que la encuentran" (Mt 7, 13 - 14): "Como no sabemos ni el día
ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es
nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados
entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego
eterno, a las tinieblas exteriores, donde 'habrá llanto y rechinar de
dientes'" (LG 48)”.
Sobre el Descenso de Cristo a los infiernos,
se pueden consultar los nn. 631 a 635 del Catecismo. Nosotros, ahora seguiremos
al Papa Benedicto XVI, en una meditación
extraordinaria que pronunció en Turín,
el 2 de mayo de 2010, frente a la Sábana Santa. Comenzaba diciendo lo
siguiente:
«Se puede decir que la
Sábana Santa es el icono de este misterio, icono del Sábado Santo. De
hecho, es una tela sepulcral, que envolvió el cadáver de un hombre crucificado
y que corresponde en todo a lo que nos dicen los Evangelios sobre Jesús, quien,
crucificado hacia mediodía, expiró sobre las tres de la tarde» (Benedicto XVI,
2-V-2010).
El Sábado Santo es el día del ocultamiento
de Dios, como se lee en una antigua homilía:
“¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la
tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (…). Dios ha
muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos” (Homilía sobre
el Sábado Santo: PG 43, 439).
El Papa nos hacía ver cómo nuestro tiempo se
ha hecho particularmente sensible al misterio del Sábado Santo.
El escondimiento de Dios forma parte de la
espiritualidad del hombre contemporáneo, de manera existencial, casi
inconsciente, como un vacío en el corazón que ha ido haciéndose cada vez mayor.
También nosotros tenemos que afrontar esa
oscuridad, como ha hecho notar recientemente el Cardenal Robert Sarah en su libro “Le soir approche et déjà le jour baisse” (“Se acerca la tarde y el
día va de caída”).
En el
blog Dominus
est se pueden leer tres artículos sobre este nuevo libro que aún no se
ha traducido al español: 1) ¿Por qué tomede nuevo la palabra?..., 2) Entrevistaal Cardenal Sarah…, y 3) ¡Nos hemosavergonzado de Dios!….
Sin
embargo, la posición del Cardenal Sarah
es de esperanza, como sugiere el relato de los discípulos de Emaús que descubrieron a Cristo en la Fracción del
pan, es decir, en la Eucaristía. Es la misma postura del Papa Benedicto XVI
en Turín.
«Y, sin embargo, la muerte del Hijo de Dios, de Jesús de
Nazaret, tiene un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consuelo y de esperanza. Y esto me hace pensar en el
hecho de que la Sábana Santa se comporta como un documento fotográfico,
dotado de un positivo y de un negativo. Y, en efecto, es
precisamente así: el misterio más oscuro de la fe es al mismo tiempo el signo
más luminoso de una esperanza que no tiene confines» (Ibidem).
El Sábado Santo Jesús cruzó la puerta de la
última soledad, para guiarnos también a nosotros a atravesarla con él. Como
los niños, tenemos miedo de estar solos y sólo la presencia de una persona que
nos ama nos puede tranquilizar. Pues eso es precisamente lo que sucedió el Sábado
Santo.
«El Amor penetró en los infiernos. Hasta en la oscuridad
máxima de la soledad humana más absoluta podemos
escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos toma y nos saca
afuera. El ser humano vive por el hecho de que es amado y puede amar; y, si el
amor ha penetrado incluso en el espacio de la muerte, entonces hasta allí ha
llegado la vida. En la hora de la máxima soledad nunca estaremos solos: Passio
Christi. Passio hominis. Este es el misterio del Sábado Santo» (Ibidem).
María permanece en silencio. Ella, más
que ningún otro, sabe acompañar a su Hijo en este día silencioso. Ella también
nos enseñará a vivir en el silencio de Dios, para experimentar toda la fuerza
de su Amor.
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