En la
última reflexión consideramos el
misterio del mal. El hombre, después de haber sido creado en un estado de
gracia y verdad, cayó en el pecado y
alejamiento de Dios. Pero desde entonces el Señor dio a Adán y Eva una esperanza de redención en el
protoevangelio (cfr. Gen 3, 15).
Hoy
meditaremos sobre la Encarnación de
Jesucristo (1) y su Nacimiento en
Belén (2).
6. Encarnación.
Jesucristo. Fe
Jesús
vino al mundo para redimirnos del pecado
original y abrirnos de nuevo las puertas del Cielo. Vino a salvarnos de las
mentiras del demonio. Su Sangre Preciosa lavó nuestras culpas y, mediante el
Bautismo y la Fe, nos abre el camino a participar de la Vida en Cristo por el
Espíritu.
Durante
la Cuaresma, que empieza el próximo miércoles, nos preparamos para conmemorar de nuevo la historia de
nuestra redención. Reviviremos, en el Triduo Pascual, la Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo tratando de ser como un personaje en esas escenas de
dolor y también de gran alegría.
Pero
también podemos en estos próximos 40 días repasar
los momentos principales de la vida oculta y de la vida pública del Señor. Comenzaremos
por tratar de meternos un poco en las escenas de su Encarnación y en su
Nacimiento, para contemplar el Misterio de Jesús hecho Hombre.
¿Qué nos
dice la escena de la Anunciación a María
y de la Encarnación del Hijo de Dios? Hace poco, una persona de piedad profunda
y teología sólida me recordaba lo que leemos en el prólogo del Evangelio de San
Juan.
“En el principio
existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Él
estaba en el principio junto a Dios. Por
medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en
la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió” (Jn 1, 1-5).
Podemos
afirmar que la única Palabra que Dios profiere “ad extra” es “fiat”, “hágase”. Y esa Palabra es el Verbo. Por Él, con
Él y en Él han sido hechas todas las cosas. En Él vivimos, existimos y somos.
En Él también actúan el Padre y el Espíritu Santo, porque las obras “ad extra”
son de las Tres Personas.
Esa
palabra, “fiat” fue la misma que
pronunció la Virgen cuando el Ángel le anunció que sería la Madre del Dios
Altísimo.
“En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una
ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado
José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando
en su presencia, dijo: «Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó grandemente ante estas
palabras y se preguntaba qué saludo era aquel” (Lc 1, 26-29).
María “se
turba grandemente”. No era para menos. Ella, la doncella llena de sencillez y humildad, recibe la visita de un
ángel que le manifiesta lo que el Señor piensa de ella: que está llena de
gracia y que Dios está con ella.
Continúa
el diálogo divino, de una importancia decisiva para la humanidad. María desea conocer más, pregunta y
discurre. Desea obrar libremente. El ángel le aclara todo:
“El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande,
se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». El ángel le
contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de
Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de
seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible». María
contestó: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Y el ángel se retiró” (Lc 1, 31-38).
¿Cómo comprender mejor la grandeza de este
diálogo y del anuncio que Dios quiere hacer a los hombres, por medio de un
ángel, a una mujer joven y, a través de ella, a toda la humanidad?
El Catecismo de la Iglesia Católica dice
que tenemos dos ejemplos paradigmáticos de fe: Abraham y María. El primero es nuestro padre en la fe, pero María
es la creatura en la que se dio con más perfección la plenitud de esta virtud
teologal.
“Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,
35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de
creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la
Iglesia venera en María la realización
más pura de la fe” (CEC, 149).
¿Qué es
la fe? El Catecismo habla de “obediencia
de fe”.
“Obedecer ("ob - audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada,
porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta
obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más
perfecta de la misma” (CEC, 144).
El verbo "creer" (he`emin) es el
modo causativo (hifel) de `aman (llevar; como
llevar a un niño en brazos). S. Agustín, y después San Anselmo y los
escolásticos, lo mencionan continuamente. Su sentido es: "si vosotros no os hacéis llevar, no seréis
sólidos", o "si no os dejáis sostener, en manera alguna os
sostendréis". Jesús explica cuál es la verdadera obra de Dios.
“Trabajad no por el
alimento que perece, sino por el
alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del
hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y
¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios es esta: que creáis en el
que él ha enviado»” (Jn 6, 27-29).
Se sabe algo, se cree a alguien. Dar
nuestra confianza a alguien es estar
abiertos a sus palabras a su amor. El camino más corto para avivar la fe es
el trato con Cristo, la oración: mirándole en sus gestos, en su conducta, en su
hablar espontáneo.
María es Maestra de fe. Ella escuchaba
y meditaba el Misterio de su Hijo muy dentro de su corazón maternal. Ella nos
puede enseñar a creer y a vivir de fe si se lo pedimos con confianza.
7. Nacimiento.
Pobreza
Santa Isabel, que estaba en el sexto mes,
recibe a su prima en Ain Karim, las montañas de Judá. María llega con
prisas a la casa de Zacarías. Las dos mujeres se abrazan e Isabel llama
bienaventurada a María, porque ha creído. Nuestra Señora canta de
agradecimiento y alegría porque el Señor ha puesto sus ojos en la bajeza de su
esclava. María presencia el nacimiento de Juan el Bautista y vuelve a Nazaret. Es
probable que José la acompañara en ese viaje.
Seis meses más tarde José y María regresan
a Judea. Nuestra Señora está a punto de dar a luz. No los reciben en Belén,
que era el origen de su estirpe. Vienen para empadronarse, porque quieren
cumplir sus deberes de ciudadanos y obedecer el edicto de Quirino.
José encuentra un establo a las afueras de
Belén. Es muy pobre. Ahí nace Jesús. Los ángeles cantan. Unos pastores han
acudido y están llenos de asombro al contemplar al Salvador de Israel como un
Niño pequeño recién nacido. Todo es alegría dentro de la pobreza más grande.
¡Cuántas lecciones nos da el Señor en la
escena de su Nacimiento que nos relata San Lucas! Es un Misterio de
humildad y amor. Jesús quiere que meditemos despacio y nos metamos con la
cabeza y el corazón en este tercer misterio gozoso del Santo Rosario. Todos los
días lo podemos hacer, y sacaremos mucho provecho de las lecciones que nos
quiere dar el Señor, para así construir
sobre Roca.
"Por lo tanto, todo el que oye estas palabras
mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa
sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y
soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque
estaba cimentada sobre roca” (Mt 7, 24-25).
Nosotros queremos construir sobre la Roca,
que es Cristo. Benedicto XVI explica qué quiere decir esto.
“Quiere
decir construir con Alguien que, conociéndonos mejor que nosotros mismos, nos dice:
"Eres precioso a mis ojos,... eres estimado, y yo te amo" (Is 43, 4).
Quiere decir construir con Alguien que siempre es fiel, aunque nosotros
fallemos en la fidelidad, porque él no puede negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2,
13).
Quiere
decir construir con Alguien que se inclina constantemente sobre el corazón
herido del hombre, y dice: "Yo no te condeno. Vete, y en adelante no
peques más" (cf. Jn 8, 11) (Encuentro
de Benedicto XVI con un millón de jóvenes en Polonia, 27-V-2006)..
Los primeros cristianos se tomaron muy en
serio la primera bienaventuranza pronunciada por Jesús al comienzo de su
ministerio público: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de
los Cielos”. La pobreza era una característica clara de la Iglesia primitiva. Si
no se vive esa primitiva pobreza, las obras de apostolado se corrompen. San
Francisco lo comprendió muy bien cuando deseaba vivir el Evangelio “sine glosa”,
de modo radical”.
Construir
sobre la Roca, que es Cristo, significa
seguirlo desde su Nacimiento, desde su pobreza.
Es verdad
que no todos estamos llamados a vivir una pobreza franciscana, desde el punto
de vista material. Pero, si queremos seguir a Cristo, todos debemos vivir esta virtud según nuestras circunstancias, pero
exigentemente y con generosidad. San Gregorio
Magno decía:
“Quiero
aconsejaros que dejéis todas las cosas terrenas, pero no me atrevo a esperarlo.
Por lo tanto, ni no podéis abandonar
todo lo de este mundo, tenedlo de manera que no seáis retenidos por ellos en el
mundo; que lo terreno no posea, sino que sea poseído; conservadlo de modo
que esté bajo el dominio de vuestro corazón lo que tenéis, a fin de que no se
deje vencer por el amor de las cosas y sea poseído por ellas. Tengamos las cosas
temporales para uso, las eternas en el deseo; sírvannos las cosas terrenas para
el camino, y deseemos las eternas para el fin de la jornada (San Gregorio Magno,
Las parábolas del Evangelio. Parábola de
los convidados a la cena, p. 130)”.
San Josemaría Escrivá de Balaguer, que
siempre tuvo en mucha estima esta virtud decía:
“Cuando
el espíritu de pobreza se resquebraja, es que va mal toda la vida interior”
(San Josemaría, Meditación del 7 de marzo de 1962).
Y, años antes, había dejado
escrito en una de sus Instrucciones:
“Señales de la verdadera pobreza: no
tener cosa alguna como propia; no tener nada superfluo; no quejarse cuando
falta lo necesario; cuando se trata de elegir algo para uso personal, elegir lo
más pobre, lo menos simpático” (Instrucción
31-V-1936, nota 137).
En su
mensaje para la Jornada Mundial de los Pobres
(19-XI-2017), el Papa Francisco
dice:
“No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es
ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás
de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos”
(cf. Mt 5,3; Lc 6,20).
En una ocasión,
le hacían una pregunta al Beato Álvaro
del Portillo: ¿Cómo vivir la sobriedad, cuando la gente que no se priva de nada?
“¿No se privan de nada! Se
privan de la virtud que es lo más grande que hay. No se privan del vicio, ni lo que aparta de
Dios, pero sí de Él.... Y así viven con esa amargura tan grande de fondo del
alma: nada les da felicidad, quiere siempre más” (Beato Álvaro del Portillo,
1982).
Es
imprescindible la mortificación y la penitencia para despegar el vuelo. Por ejemplo, los jóvenes. ¿Qué es lo que
necesitan aprender ahora los jóvenes?
¿Por qué no se convierten las almas de muchos jóvenes? Porque falta en el mundo el ayuno y la penitencia.
Vivimos en un Mundo regalado, lisonjero, comodón, ávido de placer, del tener y
poseer, adusto a la penitencia, extraño
al sacrificio, penado por el dolor pero extraño a él, no queriendo entrar
en comunión con él (…).
Cuánta gente vive como pagana: comen, beben, gastan,
derrochan, malgastan, viven de la codicia, regalan sus cuerpos y sus sentidos;
se tienen mucha compasión de sí mismos y evitan toda clase de males,
incomodidades y penitencia; viven una vida “sana” en el sentido más pagano de
su existencia: el culto al “yo”, el terror al sufrimiento, la vanagloria de ser
(cfr. Dictados de Jesús a Marga,
8-I-2002).
María, la
esclava del Señor, nos enseñará a
vivir la pobreza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario