Mañana
celebramos el Tercer Domingo de Adviento
o “Domingo Gaudete”. La Navidad está ya muy cercana. Para prepararnos, hemos
recogido tres reflexiones de Benedicto
XVI, durante el rezo del Ángelus, en 2006, 2009 y 2012, sobre este domingo.
Buena lectura. Las negritas son nuestras.
1. Benedicto XVI, Ángelus, 17 de diciembre
de 2006
Queridos
hermanos y hermanas:
En este
tercer domingo de Adviento la liturgia nos
invita a la alegría del espíritu. Lo hace con la célebre antífona que
recoge una exhortación del apóstol san Pablo: "Gaudete in Domino",
"Alegraos siempre en el Señor (...). El Señor está cerca" (cf. Flp 4,
4-5). También la primera lectura bíblica de la misa es una invitación a la alegría. El profeta Sofonías, al final del siglo
VII antes de Cristo, se dirige a la ciudad de Jerusalén y a su población con
estas palabras: "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel;
alégrate y gózate de todo corazón, hija de Jerusalén. (...) El Señor tu Dios
está en medio de ti como poderoso salvador" (So 3, 14. 17). A Dios mismo
lo representa el profeta con sentimientos análogos: "Él se goza y se
complace en ti, te renovará con su amor, exultará sobre ti con júbilo, como en
los días de fiesta" (So 3, 17-18). Esta promesa se realizó plenamente en
el misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de una semana y que es necesario renovar en el
"hoy" de nuestra vida y de la historia.
La
alegría que la liturgia suscita en el corazón de los cristianos no está
reservada sólo a nosotros: es un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más pobres, en
este caso a los más pobres en alegría. Pensemos en nuestros hermanos y
hermanas que, especialmente en Oriente Próximo, en algunas zonas de África y en
otras partes del mundo viven el drama de la guerra: ¿qué alegría pueden vivir?
¿Cómo será su Navidad?
Pensemos en los numerosos enfermos y en las
personas solas que, además de experimentar sufrimientos físicos, sufren
también en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados: ¿cómo compartir
con ellos la alegría sin faltarles al respeto en su sufrimiento? Pero pensemos también en quienes han
perdido el sentido de la verdadera alegría, especialmente si son jóvenes, y
la buscan en vano donde es imposible encontrarla: en la carrera exasperada
hacia la autoafirmación y el éxito, en las falsas diversiones, en el
consumismo, en los momentos de embriaguez, en los paraísos artificiales de la
droga y de cualquier otra forma de alienación.
No
podemos menos de confrontar la liturgia de hoy y su "Alegraos" con
estas realidades dramáticas. Como en
tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo
privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la
vida y huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un mensaje
alienante, ni un estéril paliativo, sino
más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la
renovación interior. Para transformar el mundo Dios eligió a una humilde
joven de una aldea de Galilea, María de Nazaret, y le dirigió este saludo:
"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". En esas palabras
está el secreto de la auténtica Navidad. Dios las repite a la Iglesia, a cada
uno de nosotros: "Alegraos, el Señor está cerca".
Con la ayuda de María, entreguémonos
nosotros mismos, con humildad y valentía, para que el mundo acoja a Cristo, que
es el manantial de la verdadera alegría.
2. Benedicto XVI, Ángelus, 13 de diciembre
de 2009
Queridos
hermanos y hermanas:
Estamos
ya en el tercer domingo de Adviento. Hoy en la liturgia resuena la invitación
del apóstol san Pablo: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito,
estad alegres. (...) El Señor está cerca" (Flp 4, 4-5). La madre Iglesia,
mientras nos acompaña hacia la santa Navidad, nos ayuda a redescubrir el sentido y el gusto de la alegría cristiana,
tan distinta de la del mundo. En este domingo, según una bella tradición, los
niños de Roma vienen a que el Papa bendiga las estatuillas del Niño Jesús, que
pondrán en sus belenes. Y, de hecho, veo aquí en la plaza de San Pedro a
numerosos niños y muchachos, junto a sus padres, profesores y catequistas.
Queridos hermanos, os saludo a todos con gran afecto y os doy las gracias por
haber venido. Me alegra saber que en
vuestras familias se conserva la costumbre de montar el belén. Pero no
basta repetir un gesto tradicional, aunque sea importante. Hay que tratar de vivir en la realidad de cada día lo que el belén
representa, es decir, el amor de Cristo, su humildad, su pobreza. Es lo que
hizo san Francisco en Greccio: representó en vivo la escena de la Natividad,
para poderla contemplar y adorar, pero
sobre todo para saber poner mejor en práctica el mensaje del Hijo de Dios,
que por amor a nosotros se despojó de todo y se hizo niño pequeño.
La
bendición de los "Bambinelli" –como se dice en Roma– nos recuerda que
el belén es una escuela de vida, donde
podemos aprender el secreto de la verdadera alegría, que no consiste en
tener muchas cosas, sino en sentirse
amados por el Señor, en hacerse don para los demás y en quererse unos a otros.
Contemplemos el belén: la Virgen y san José no parecen una familia muy
afortunada; han tenido su primer hijo en medio de grandes dificultades; sin
embargo, están llenos de profunda
alegría, porque se aman, se ayudan y sobre todo están seguros de que en su
historia está la obra Dios, que se ha hecho presente en el niño Jesús. ¿Y los
pastores? ¿Qué motivo tienen para alegrarse? Ciertamente el recién nacido no
cambiará su condición de pobreza y de marginación. Pero la fe les ayuda a
reconocer en el "niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre",
el "signo" del cumplimiento de las promesas de Dios para todos los
hombres "a quienes él ama" (Lc 2, 12.14), ¡también para ellos!
En eso, queridos amigos, consiste la
verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de
Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para
alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta
nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se
ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que
ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del
mundo. Oremos para que toda persona, como la Virgen María, acoja como centro de
su vida al Dios que se ha hecho Niño, fuente
de la verdadera alegría.
3. Benedicto XVI, Ángelus, 16 de diciembre
de 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
El
Evangelio de este domingo de Adviento muestra
nuevamente la figura de Juan Bautista, y lo presentan mientras habla a la
gente que acude a él, al río Jordán, para hacerse bautizar. Dado que Juan, con
palabras penetrantes, exhorta a todos a
prepararse a la venida del Mesías, algunos le preguntan: "¿Qué tenemos
que hacer?" (Lc 3, 10.12.14). Estos diálogos son muy interesantes y se
revelan de gran actualidad.
La primera respuesta se dirige a la
multitud en general. El Bautista dice: "El que tenga dos túnicas, que
comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo" (v.
11). Aquí podemos ver un criterio de
justicia, animado por la caridad. La justicia pide superar el desequilibrio
entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario; la caridad
impulsa a estar atento al prójimo y salir al encuentro de su necesidad, en
lugar de hallar justificaciones para defender los propios intereses. Justicia y caridad no se oponen, sino
que ambas son necesarias y se completan recíprocamente. "El amor siempre
será necesario, incluso en la sociedad más justa", porque "siempre se
darán situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda
que muestre un amor concreto al prójimo" (Enc. Deus caritas est, 28).
Vemos luego la segunda respuesta, que
se dirige a algunos "publicanos", o sea, recaudadores de impuestos
para los romanos. Ya por esto los publicanos eran despreciados, también porque
a menudo se aprovechaban de su posición para robar. A ellos el Bautista no dice
que cambien de oficio, sino que no exijan más de lo establecido (cf. v. 13). El profeta, en nombre de Dios, no pide
gestos excepcionales, sino ante todo el cumplimiento honesto del propio deber.
El primer paso hacia la vida eterna es siempre la observancia de los
mandamientos; en este caso el séptimo: "No robar" (cf. Ex 20, 15).
La tercera respuesta se refiere a los
soldados, otra categoría dotada de cierto poder, por lo tanto tentada de abusar
de él. A los soldados Juan dice: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de
nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga" (v. 14). También aquí la conversión comienza por la
honestidad y el respeto a los demás: una indicación que vale para todos,
especialmente para quien tiene mayores responsabilidades.
Considerando
en su conjunto estos diálogos, impresiona la gran concreción de las palabras de
Juan: puesto que Dios nos juzgará según
nuestras obras, es ahí, justamente en el comportamiento, donde hay que
demostrar que se sigue su voluntad. Y precisamente por esto las indicaciones
del Bautista son siempre actuales: también en nuestro mundo tan complejo las
cosas irían mucho mejor si cada uno observara estas reglas de conducta.
Roguemos pues al Señor, por intercesión de María Santísima, para que nos ayude a prepararnos a la
Navidad llevando buenos frutos de conversión (cf. Lc 3, 8).
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