Después
de haber sido flagelado y coronado de espinas, Jesús es sentenciado a muerte,
“y muerte de Cruz” (Flp 2, 8). Jesús
contempla por primera vez, de modo real y físico, su Cruz.
A los discípulos les había anunciado,
al menos en tres ocasiones concretas, su Pasión y muerte de cruz. Él sabía
claramente que tendría que morir en la Cruz para redimir a todos los hombres.
El Viernes Santo todos adoramos la Cruz de
Nuestro Señor Jesucristo porque representa al Crucificado y en Ella está
Cristo. Y cantamos emocionados el himno Crux
fidelis.
“Crux fidélis, inter omnes arbor una nóbilis, nulla talem
silva profert, flore, fronde, gérmine! Dulce lignum, dulces clavos, dulce
pondus sústinet! Pange lingua, gloriósi prœlium certáminis, et super crucis
trophæo dic triúmphum nóbilem: quáliter Redémptor orbis immolátus vícerit. Crux
fidélis, inter omnes arbor una nóbilis, nulla talem silva profert, flore,
fronde, gérmine!”. “¡Oh cruz fiel, el más noble entre todos los árboles! Ningún
bosque produjo otro igual: ni en hoja, ni en flor ni en fruto. Oh dulce leño,
dulces clavos que sostuvieron tan dulce peso. Canta, lengua, la victoria que se
ha dado en el combate más glorioso, y celebra el noble triunfo de la cruz, y
cómo el Redentor del mundo venció, inmolado en ella. ¡Oh cruz fiel, el más
noble entre todos los árboles! Ningún bosque produjo otro igual: ni en hoja, ni
en flor ni en fruto”.
El encuentro de San Andrés, apóstol, con la
cruz, cuando llegó el momento de su crucifixión, debió ser de gran gozo,
como lo relatan los presbíteros de Acaya.
“O bona crux, quae
decorem ex membris Domini suscepisti, diu desiderata, sollicite amata, sine
intermissione quaesita, et aliquando cupienti animo praeparata: accipe me ab
hominibus, et redde me magistro meo: ut per te me recipiat, qui per te me
redemit. Amen”. “¡Oh cruz buena, que fuiste embellecida por los miembros
del Señor, tantas veces deseada, solícitamente querida, buscada sin descanso y
con ardiente deseo preparada! Recíbeme de entre los hombres y llévame junto a
mi Maestro, para que por ti me reciba Aquél que me redimió muriendo. Amén”.
El de Cristo fue mucho más gozoso. San
Josemaría, narra de modo vibrante ese encuentro:
“Con su Cruz a cuestas marcha hacia el Calvario (…). Mira con
qué amor se abraza a la Cruz. –Aprende de Él (…). No te resignes con la Cruz.
Resignación es palabra poco generosa. Quiere la Cruz. Cuando de verdad la
quieras, tu Cruz será... una Cruz, sin Cruz. Y de seguro, como Él, encontrarás
a María en el camino” (San Josemaría, Santo
Rosario, Cuarto Misterio doloroso).
Jesús se abraza a su Cruz con amor y por
amor. Y le vemos seguir su camino hacia el Calvario abrazado a la Cruz,
signo de su Amor infinito por los hombres: “Vivo in fide Domini Nostri Iesu
Christi, qui dilexit me et tradidit semetipsum pro me”, dice San Pablo.
“¡Con qué amor se abraza Jesús al leño que ha de darle muerte!
¿No es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente
llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz,
y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales? Es
verdaderamente suave y amable la Cruz de Jesús. Ahí no cuentan las penas; sólo
la alegría de saberse corredentores con Él” (San Josemaría, Via Crucis, Segunda estación).
Si amamos, el Señor nos dará la gracia
de poder acompañarle en el camino del Calvario, llevando con alegría la medida
de cruz que Él quiera compartirnos.
“Quien le
amare mucho, vera que puede padecer mucho por Él, al que amare poco dará poco.
Tengo ya para mí que la medida de poder llevar gran cruz o pequeña es la del
amor” (Santa Teresa, Camino de perfección,
32, 5).
No hay cristianismo sin Cruz. Por eso,
San Juan Pablo II, al contemplar los misterios dolorosos, nos dice:
“Los Evangelios dan gran relieve a los misterios del dolor de
Cristo. La piedad cristiana, especialmente en la Cuaresma, con la práctica del Via Crucis, se ha detenido siempre sobre
cada uno de los momentos de la Pasión, intuyendo que ellos son el culmen de la
revelación del amor y la fuente de nuestra salvación” (San Juan Pablo II, Carta
Apostólica Rosarium Virginis Mariae,
n. 22).
El Cuarto Misterio de dolor contempla casi
todas las estaciones del Via Crucis.
En concreto, desde la segunda (“Jesús carga con la cruz”) hasta la novena
(“Jesús cae por tercera vez”). A partir de entonces, el Señor dejará de
abrazarse a la Cruz porque será clavado en Ella en la undécima estación (“Jesús
es clavado en la Cruz”), para morir en Ella (Quinto Misterio de dolor).
“Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu santa
cruz redemiste al mundo”. “Señor pequé. Tened piedad y misericordia de mí”.
El ejercicio del Via Crucis es muy provechoso para quien desea conformarse con
Cristo en su Pasión y Muerte, y después participar de su gloriosa Resurrección.
En él, revivimos esas últimas horas del Señor y nos unimos estrechamente a su
Corazón amante.
Todos los santos nos invitan a abrazar la
Cruz del Señor, en la vida diaria, que es el Camino de la verdadera
alegría. Por ejemplo, Santa Teresa de Calcuta decía:
«Sufrir
no es nada en sí mismo, pero si lo aceptamos con fe, se nos brinda una
oportunidad de compartir la Pasión de Jesús y de demostrarle nuestro amor»
(cfr. Aceprensa, 123/97, p. 4). «Para
la Madre Teresa «el sufrimiento en sí no tiene valor alguno». Lo que cuenta,
«el mayor don de que podemos disfrutar es la posibilidad de compartir la Pasión
de Cristo». «A quienes dicen admirar mi coraje tengo que decirles que carecería
por completo de él si no estuviese convencida de que cada vez que toco el
cuerpo de un leproso, el de alguien que despide un olor insoportable, estoy
tocando el cuerpo de Cristo, el mismo Cristo a quien recibo en la Eucaristía»
(cfr. Aceprensa, 123/97, p. 3).
No
dudemos en abrazar la cruz y seguir a Cristo hacia el Calvario: “y de seguro,
como Él, encontrarás a María en el
camino” (San Josemaría, Santo
Rosario, Cuarto Misterio doloroso).
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