En el n.
23 de su Carta Apostólica Rosarium
Virginis Mariae, San Juan Pablo II explica brevemente la estructura interna que tienen los Misterios de Gloria.
Por una
parte, se pueden considerar como en un
tríptico. Los dos primeros se refieren a Jesús (la Resurrección y su
Ascensión a los Cielos) y los dos últimos a María (la Asunción de la Virgen y
su Coronación). En el centro está el tercer misterio de gloria: la Venida del
Espíritu Santo.
Por otra
parte, los misterios de gloria tienen un claro
sentido escatológico:
“Los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la
esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del
Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a
dar un testimonio valiente de aquel " gozoso anuncio " que da sentido
a toda su vida” (RVM, 23).
En los
dos cuadros laterales del tríptico, contemplamos a Cristo y a María en la gloria. San Juan
Pablo II dice que el Rosario siempre ha expresado la convicción de fe que lleva
al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de
Cristo, que resucita y asciende al Cielo, y de su Madre.
“A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la
derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así,
por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la
resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria -como aparece en el último
misterio glorioso-, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos,
anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia” (RVM, 23).
Jesús ya había anunciado su resurrección a
sus discípulos; no sólo su pasión y muerte. Ellos no sabían lo que el Señor
quería decirles. Por eso, cuando, el mismo día de la Resurrección, se aparece
ante ellos en el Cenáculo, no creían lo que veían, de pura alegría.
Así sucede con los distintos personajes del
Evangelio: al principio no creen, se nublan sus ojos, no dan crédito a lo
que ven, no alcanzan a ver al Señor tal como es.
Esta actitud
es una prueba más de la veracidad de los testimonios que se recogen en el Nuevo
Testamento.
A la incredulidad da paso el asombro y
luego el gozo profundo. ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!, canta la
Secuencia de Pascua.
San Josemaría, lo expresa muy bien en
el Primer Misterio Glorioso de su Santo
Rosario.
“¡Ha resucitado! -Jesús ha resucitado. No está en el
sepulcro.- La Vida pudo más que la muerte. Se apareció a su Madre Santísima.
-Se apareció a María de Magdalena, que está loca de amor.- Y a Pedro y a los
demás Apóstoles. -Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la
Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!” (Santo
Rosario, Primer misterio glorioso).
En sus Homilías
Pascuales, el Papa Benedicto XVI profundiza sobre el significado de la
Resurrección de Cristo. Es un hecho histórico y, a la vez, meta-histórico:
transcendente.
Toda
nuestra fe está fundamentada en la Resurrección del Señor, como San Pablo
explica a los fieles de Corinto.
“Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación es vana y la
fe de ustedes es vana (…). Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan solo
a las cosas de esta vida, seríamos
los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó,
y resucitó como la primicia de todos los muertos” (1 Cor 15, 12-20).
En el Bautismo y por la fe recibimos el
Fruto de la Resurrección del Señor, que consiste en la Vida Nueva. El Papa
Benedicto explica en qué consiste esta realidad inefable.
“Está claro que este acontecimiento [la Resurrección del
Señor] no es un milagro cualquiera del pasado, cuya realización podría ser en
el fondo indiferente para nosotros. Es un salto cualitativo en la
historia de la "evolución" y de la vida en general hacia una nueva
vida futura, hacia un mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya
continuamente en este mundo nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí” (Benedicto
XVI, Homilía, 15-IV-2006; las negritas son nuestras).
Aunque no veamos con nuestros ojos esta “evolución”
de la que habla el Papa, es real: lo más real que existe. Y lo más
sorprendente es que ya opera ahora, mientras vivimos en esta tierra. Ya podemos
introducirnos en este “salto cualitativo” en la historia, hacia un mundo nuevo.
Ya podemos vivir en ese “mundo nuevo”. Pero ¿cómo sucede todo esto? ¿Cómo llega
la Resurrección de Cristo hasta mí? ¿Cómo puede atraer mi vida hacia lo alto?
Lo responde el Papa: dicho acontecimiento me llega mediante la fe y el
bautismo.
“Por eso el Bautismo es parte de la Vigilia pascual, como se
subraya también en esta celebración con la administración de los sacramentos de
la iniciación cristiana a algunos adultos de diversos países. El Bautismo
significa precisamente que no es un asunto del pasado, sino un salto
cualitativo de la historia universal que llega hasta mí, tomándome para
atraerme. El Bautismo es algo muy diverso de un acto de socialización eclesial,
de un ritual un poco fuera de moda y complicado para acoger a las personas en
la Iglesia. También es más que una simple limpieza, una especie de purificación
y embellecimiento del alma. Es realmente muerte y resurrección,
renacimiento, transformación en una nueva vida” (Ibídem).
Cada uno de nosotros, por el Bautismo, podemos
incorporarnos a esta Vida Nueva que Cristo ha inaugurado con su
Resurrección. El Papa lo comenta de este modo:
“"Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí"
(Gal 2, 20) (…). Esta frase es la expresión de lo que ha ocurrido en el
Bautismo. Se me quita el propio yo y es insertado en un nuevo sujeto más
grande. Así, pues, está de nuevo mi yo, pero precisamente transformado,
bruñido, abierto por la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo
espacio de existencia” (ibídem).
Y
continúa el Papa Benedicto aclarando los conceptos:
“Pero, ¿qué sucede entonces con nosotros? Vosotros habéis
llegado a ser uno en Cristo, responde Pablo (cf. Ga 3, 28). No sólo una cosa,
sino uno, un único, un único sujeto nuevo. Esta liberación de nuestro yo
de su aislamiento, este encontrarse en un nuevo sujeto es un encontrarse en
la inmensidad de Dios y ser trasladados a una vida que ha salido ahora ya del
contexto del "morir y devenir". El gran estallido de la
resurrección nos ha alcanzado en el Bautismo para atraernos. Quedamos así
asociados a una nueva dimensión de la vida en la que, en medio de las
tribulaciones de nuestro tiempo, estamos ya de algún modo inmersos. Vivir la
propia vida como un continuo entrar en este espacio abierto: éste es el
sentido del ser bautizado, del ser cristiano. Ésta es la alegría de la
Vigilia pascual. La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha
alcanzado e impregnado” (ibídem).
Al
contemplar el primer misterio de gloria junto
a María, Nuestra Madre, podremos comprender un poco mejor en qué consiste
la Nueva Vida que nos ha donado Cristo con su Resurrección gloriosa.
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