sábado, 21 de julio de 2018

Misterios de gloria (1)


En el n. 23 de su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, San Juan Pablo II explica brevemente la estructura interna que tienen los Misterios de Gloria.  

Bartolomé Esteban Murillo - Resurrección del Señor - Google Art Project.jpg Бартоломе Эстебан Мурильо. - Воскресение Господне. Королевская академия изящных искусств Сан-Фернандо, Мадрид

Por una parte, se pueden considerar como en un tríptico. Los dos primeros se refieren a Jesús (la Resurrección y su Ascensión a los Cielos) y los dos últimos a María (la Asunción de la Virgen y su Coronación). En el centro está el tercer misterio de gloria: la Venida del Espíritu Santo.

Por otra parte, los misterios de gloria tienen un claro sentido escatológico:

“Los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel " gozoso anuncio " que da sentido a toda su vida” (RVM, 23).

 En los dos cuadros laterales del tríptico, contemplamos  a Cristo y a María en la gloria. San Juan Pablo II dice que el Rosario siempre ha expresado la convicción de fe que lleva al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo, que resucita y asciende al Cielo, y de su Madre.

“A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria -como aparece en el último misterio glorioso-, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia” (RVM, 23).

Jesús ya había anunciado su resurrección a sus discípulos; no sólo su pasión y muerte. Ellos no sabían lo que el Señor quería decirles. Por eso, cuando, el mismo día de la Resurrección, se aparece ante ellos en el Cenáculo, no creían lo que veían, de pura alegría.

Así sucede con los distintos personajes del Evangelio: al principio no creen, se nublan sus ojos, no dan crédito a lo que ven, no alcanzan a ver al Señor tal como es.

Esta actitud es una prueba más de la veracidad de los testimonios que se recogen en el Nuevo Testamento.

A la incredulidad da paso el asombro y luego el gozo profundo. ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!, canta la Secuencia de Pascua.

San Josemaría, lo expresa muy bien en el Primer Misterio Glorioso de su Santo Rosario.

“¡Ha resucitado! -Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro.- La Vida pudo más que la muerte. Se apareció a su Madre Santísima. -Se apareció a María de Magdalena, que está loca de amor.- Y a Pedro y a los demás Apóstoles. -Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!” (Santo Rosario, Primer misterio glorioso).  

En sus Homilías Pascuales, el Papa Benedicto XVI profundiza sobre el significado de la Resurrección de Cristo. Es un hecho histórico y, a la vez, meta-histórico: transcendente.  

Toda nuestra fe está fundamentada en la Resurrección del Señor, como San Pablo explica a los fieles de Corinto.

“Si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación es vana y la fe de ustedes es vana (…). Si nuestra esperanza en Cristo se redujera tan solo a las cosas de esta vida, seríamos los más infelices de todos los hombres. Pero no es así, porque Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos” (1 Cor 15, 12-20).

En el Bautismo y por la fe recibimos el Fruto de la Resurrección del Señor, que consiste en la Vida Nueva. El Papa Benedicto explica en qué consiste esta realidad inefable.

“Está claro que este acontecimiento [la Resurrección del Señor] no es un milagro cualquiera del pasado, cuya realización podría ser en el fondo indiferente para nosotros. Es un salto cualitativo en la historia de la "evolución" y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hacia un mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya continuamente en este mundo nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí” (Benedicto XVI, Homilía, 15-IV-2006; las negritas son nuestras).

Aunque no veamos con nuestros ojos esta “evolución” de la que habla el Papa, es real: lo más real que existe. Y lo más sorprendente es que ya opera ahora, mientras vivimos en esta tierra. Ya podemos introducirnos en este “salto cualitativo” en la historia, hacia un mundo nuevo. Ya podemos vivir en ese “mundo nuevo”. Pero ¿cómo sucede todo esto? ¿Cómo llega la Resurrección de Cristo hasta mí? ¿Cómo puede atraer mi vida hacia lo alto? Lo responde el Papa: dicho acontecimiento me llega mediante la fe y el bautismo.

“Por eso el Bautismo es parte de la Vigilia pascual, como se subraya también en esta celebración con la administración de los sacramentos de la iniciación cristiana a algunos adultos de diversos países. El Bautismo significa precisamente que no es un asunto del pasado, sino un salto cualitativo de la historia universal que llega hasta mí, tomándome para atraerme. El Bautismo es algo muy diverso de un acto de socialización eclesial, de un ritual un poco fuera de moda y complicado para acoger a las personas en la Iglesia. También es más que una simple limpieza, una especie de purificación y embellecimiento del alma. Es realmente muerte y resurrección, renacimiento, transformación en una nueva vida” (Ibídem).  

Cada uno de nosotros, por el Bautismo, podemos incorporarnos a esta Vida Nueva que Cristo ha inaugurado con su Resurrección. El Papa lo comenta de este modo:

“"Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20) (…). Esta frase es la expresión de lo que ha ocurrido en el Bautismo. Se me quita el propio yo y es insertado en un nuevo sujeto más grande. Así, pues, está de nuevo mi yo, pero precisamente transformado, bruñido, abierto por la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia” (ibídem).

Y continúa el Papa Benedicto aclarando los conceptos:

“Pero, ¿qué sucede entonces con nosotros? Vosotros habéis llegado a ser uno en Cristo, responde Pablo (cf. Ga 3, 28). No sólo una cosa, sino uno, un único, un único sujeto nuevo. Esta liberación de nuestro yo de su aislamiento, este encontrarse en un nuevo sujeto es un encontrarse en la inmensidad de Dios y ser trasladados a una vida que ha salido ahora ya del contexto del "morir y devenir". El gran estallido de la resurrección nos ha alcanzado en el Bautismo para atraernos. Quedamos así asociados a una nueva dimensión de la vida en la que, en medio de las tribulaciones de nuestro tiempo, estamos ya de algún modo inmersos. Vivir la propia vida como un continuo entrar en este espacio abierto: éste es el sentido del ser bautizado, del ser cristiano. Ésta es la alegría de la Vigilia pascual. La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado e impregnado” (ibídem).

Al contemplar el primer misterio de gloria junto a María, Nuestra Madre, podremos comprender un poco mejor en qué consiste la Nueva Vida que nos ha donado Cristo con su Resurrección gloriosa. 


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