El cuarto
Misterio gozoso puede enunciarse de dos maneras: “La presentación del Niño en
el Templo”, que subraya el aspecto
cristológico, y “La purificación de Nuestra Señora”, que destaca el contenido mariano.
El Papa Benedicto, en su libro “Jesús de
Nazaret” advierte que san Lucas (que era griego), al escribir este pasaje
de la vida del Señor, no pretendía ser riguroso en reflejar la Ley de Israel en
lo referente a las cuestiones que todo judío observante tenía que realizar.
Sino, más bien, lo que desea el evangelista es mencionar el núcleo teológico de
la escena: la importancia del primer encuentro de Jesús, como Mesías y Salvador,
con el Templo.
Toda
familia judía, al nacer su primogénito, tenía que observar tres cosas: la circuncisión del niño (a los ocho días
de nacido: se le ponía el nombre), la purificación
de la madre (no salir de la casa a actividades litúrgicas, por la impureza
contraída y, a los cuarenta días del parto, ofrecer un sacrificio: dos pichones
o dos tórtolas para las familias pobres) y el rescate del niño (en cuanto fuera posible, pagar cinco siclos a
cualquier sacerdote). Estas tres obligaciones se podrían cumplir sin
presentarse en el Tempo.
En el caso de Jesús, se llevó a cabo la
circuncisión y la purificación de la Madre, pero no el rescate del primogénito,
porque no hacía falta: no tiene que ser rescatado de la dedicación al servicio
de Dios, pues esa es precisamente su misión. Lo que María y José hicieron es,
por el contrario, llevar al Niño al Templo para presentarlo y ofrecerlo a Dios,
como el Mesías y Salvador del mundo.
San Lucas destaca principalmente el hecho
de que el Señor entrara al Templo por primera vez, para cumplir así su
oficio mesiánico. Se encuentra, a su vez, con el Antiguo Testamento
representado por Simeón y Ana, dos ancianos justos y observantes de la Ley que,
gracias a su estar inmersos en Dios por la oración, pueden dejarse mover por el
Espíritu Santo y proclamar que Jesús es Luz de las naciones, y gloria y
consuelo de la casa de Israel.
El Espíritu Santo es el Consolador que
produce un gran gozo en quienes reconocen a Jesús como el Cristo. La condición
es vivir para escucharlo y ser dóciles a sus mociones, como Simeón y Ana.
Hay que hacer notar también la obediencia
de María y José a las prescripciones de la Ley. Nuestra Señora y su esposo
son judíos observantes. Viven la Ley con un gran gozo. No la ven como un peso
difícil de llevar sino como un tesoro riquísimo del cual se alimentan
diariamente. María no necesitaba de ninguna purificación porque Ella es “Tota
pulchra”, toda hermosa y sin mancha. Pero se somete al rito de la purificación.
“¡Purificarse! ¡Tú y yo sí que necesitamos purificación! –Expiar,
y, por encima de la expiación, el Amor. Un amor que sea cauterio, que abrase la
roña de nuestra alma, y fuego, que encienda con llamas divinas la miseria de
nuestro corazón” (San Josemaría, Santo
Rosario).
María no necesita purificarse, pero sí
puede purificar, con su vida santa, el pecado del mundo, nuestro pecado. Por
otra parte, Ella puede y quiere ayudar a recorrer el camino de la purificación
que todos los pecadores necesitamos. Ella es la patena en la que nos ofrecemos
al Señor para unirnos a su Cruz y convertirnos en Eucaristía (cfr. Tomo IV de los Dictados de Jesús a Marga).
María nos da ejemplo del deseo de
expiación que experimentan las almas santas. Para ellas no es un “sacrificio”
expiar, sino un gran gozo, porque desean unirse a la Pasión y Muerte de Cristo.
Simeón le anunciará a la Virgen que una
espada atravesaría su corazón. De esta manera le da a conocer, por
inspiración del Espíritu Santo, que Ella estará íntimamente asociada por el
Sacrificio de Cristo, como Signo de contradicción. Es decir, le adelanta la
estrecha unión que tendrá Ella a la Cruz de su Hijo.
San Josemaría, en el comentario al Cuarto
Misterio gozoso, acentúa más los aspectos marianos, fijándose especialmente
en la purificación de la Virgen.
“Su pluma avanza en
clave mariana y desarrolla el tema a través de una bellísima reflexión
sobre el mensaje –humano y cristiano– de la purificación de María. De esta
manera, el mensaje inicial –"cumplir la Santa Ley de Dios"– se
prolonga ahora en la idea de "purificación" del alma –"a pesar
de todos los sacrificios personales"–, que en el contexto del 4° Gozoso se
constituye como la propuesta central del Autor a los lectores; con esta
secuencia: purificación – que es expiación – impulsada por el Amor” (Pedro Rodríguez,
Comentario al 4° Misterio Gozoso, en “Santo
Rosario” de San Josemaría”).
Unos meses antes de escribir su libro “Santo
Rosario”, San Josemaría anota en sus apuntes íntimos unas consideraciones
que les había hecho a las monjas del convento que estaba anejo a la Iglesia
rectoral de Santa Isabel.
"Hoy entré en la clausura de Sta. Isabel. Animé a las
monjas. Les hablé de Amor, de Cruz y de
Alegría... y de victoria. ¡Fuera congojas! Estamos en los principios del
fin. Santa Teresa me ha proporcionado, de nuestro Jesús, la Alegría –con
mayúscula– que hoy tengo..., cuando, a1 parecer, humanamente hablando, debiera
estar triste, por la Iglesia y por lo mío (que anda mal: la verdad): Mucha fe,
expiación, y, por encima de la fe y de la expiación, mucho Amor" (Apuntes íntimos, 15-X-1931).
En España eran momentos muy duros. Se
había iniciado la quema de conventos. La Iglesia era abiertamente perseguida y
se preparaba la guerra civil (1936-39). Y, sin embargo, San Josemaría les habla
del Amor, como secreto para alimentar la fe y convertir todas las tribulaciones
en motivo de expiación y de unión a Jesucristo en la Cruz y en la Gloria.
En conclusión, ¿qué podemos aprender de
la meditación del Cuarto misterio gozoso del santo Rosario?: 1) deseos de
ofrecer nuestra vida totalmente a Dios, como Jesús en su primera visita al
Templo; 2) deseos de cumplir la Ley de Dios con libertad y gozo, como María y
José; 3) deseos de no tener miedo a la purificación y a la expiación, sabiendo
que la Virgen nos llevará por este camino para ofrecer a su Hijo un sacrificio
agradable a sus ojos y para, por la Cruz (simbolizada en la espada que atraviesa
su alma) contribuir a nuestra transformación eucarística en Cristo.
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