El
domingo pasado, en la Primera Lectura de la Misa, leíamos un texto del final
del Libro del Deuteronomio (cfr. Dt
18, 15-20) en el que Moisés comunica a los israelitas cómo Dios lo ha elegido a
él como su profeta.
Moisés es
el primer profeta de Israel y el
modelo de todos los demás. Sin embargo, él sólo es una figura del Verdadero Profeta, Jesucristo, en
quien culmina toda la Revelación de Dios a los hombres.
Esto no
significa que hayan desaparecido los profetas después de Cristo. En el Tiempo
de la Iglesia continúa existiendo la
profecía, que está presente tanto en la Jerarquía de la Iglesia como en los
hombres y mujeres que han recibido carismas, gracias especiales del Espíritu,
para utilidad de toda la Iglesia.
Una de
estos profetas nos parece que es Marga (cfr. el sitio de la VDCJ), como Jesús y la Virgen le han
comunicado a ella en repetidas ocasiones.
El Señor,
durante una Exposición con el Santísimo, el 6 de diciembre de 2014, le comunicó a Marga que, de alguna manera,
su Segunda Venida es también la de su
Madre (las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrados es nuestro):
“Y, en preparación de mi Segunda Venida, Ella viene como Precursora [por ejemplo, en las
frecuentes y abundantes apariciones marianas de nuestra época], y con Ella
lleva a mis siervos los Profetas.
Ella hace una batida sobre la tierra, y os elige. Sois presentados al Padre por Ella, y
el Padre da el visto bueno.
Yo se lo he encargado. No es mera iniciativa Suya. Porta el
encargo de su Hijo. Ella y los Profetas preparan
mi Segunda Venida”.
El 18 de diciembre de 2014, Jesús vuelve a
comunicarse con Marga y le anuncia una Profecía.
Le dice que, mientras algunos piensan que “mi Papa [Francisco]
va a abolir la Antigua Doctrina, el Demonio entrará, y ya ha entrado en mi Casa
[la Iglesia], por otra puerta, sin ser
visto, y dentro hace de las suyas. Su desorden favorito es este: el de crear la división y la desconfianza, basándolo
todo en el orgullo personal, en la falta de humildad y en el afán de
protagonismo
¿Por qué no serán más humildes, estos que se dicen “los Míos”
y “los hijos de María? ¡Si Ella es humilde! Aprended de mi Madre Humildad y Mansedumbre, aprended a dejaros
dirigir. ¿No decís que creéis en las Profecías? Creed entonces también en esta”.
El 12 de enero de 2015, Jesús confirma a
Marga en su misión profética y le dice:
“Estáis reclutados para una misión: avituallaos [se refiere a
un avituallamiento espiritual: meditación de la Palabra de Dios, frecuencia de
Sacramentos, oración, obras de caridad…]. No
dejéis de avituallaros grandemente, ¡todo lo que necesitéis!, sin miedo, en
la oración.
Marga, verdadera Profeta. En
ti se cumplen las características de los Profetas del Antiguo Testamento,
tanto en tu vida propia, como en los Mensajes y en la misión”.
Y, por
fin, el 8 de febrero de 2015, Jesús
anima a Marga a vivir con la libertad de
los hijos de Dios:
“Vive libre, hija mía, sin ataduras, porque Yo te he hecho una mujer libre para que seas mi
apóstol, mi Apóstol de los Últimos Tiempos, mi Profeta del Amor. No te ates ni
a tus necesidades físicas, ni a tus necesidades sentimentales, ni a tus
seguridades. Tu Seguridad, tu Amor, El
que te provee de todo, Soy Yo. Te haré no estar esperando nada, nada, nada
de nadie ni de la vida, más que estar esperándolo todo de Mí”.
Hasta aquí
lo referente a la Profecía en Marga.
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Ahora continuamos
con la entrevista hecha al Cardenal Ratzinger
en 1988.
Las negritas y lo que está entre
paréntesis cuadrado [] es nuestro.
En las
siguientes preguntas, que copiamos, el Cardenal habla de que hay que desechar de la profecía la “forma
apocalíptica”.
Pregunta: ¿Quizás sería esta la razón que explica por qué muchas figuras proféticas tienen un carácter fuertemente escatológico en su espiritualidad?
Cardenal Ratzinger: Pienso que el aspecto escatológico —sin exaltación apocalíptica [parece que el Cardenal quiere desligarse de la “exaltación apocalíptica”, entendida como una actitud de espera inminente que genera ansiedad ante el futuro, y se fundamenta sólo en conjeturas e hipótesis personales]— pertenece esencialmente a la naturaleza profética. Los profetas son aquéllos que exaltan la dimensión de la esperanza contenida en el cristianismo. Ellos son los instrumentos que hacen soportable el presente invitando a salir del tiempo, al cual le concierne lo esencial y lo definitivo. Este carácter escatológico, este impulso para superar el tiempo presente, forma parte por cierto de la espiritualidad profética.
Pregunta: Si ponemos la escatología profética en relación con la esperanza, el cuadro cambia completamente. No es más un mensaje que provoca temor, sino un mensaje que abre un horizonte al cumplimiento de la promesa de Cristo para toda la creación.
Cardenal Ratzinger: Es un hecho fundamental que la fe cristiana no inspira temor sino que la supera. Este principio debe constituir la base de nuestro testimonio y de nuestra espiritualidad. Pero volvamos un momento a cuanto hemos afirmado anteriormente. Es extremadamente importante precisar en qué sentido el cristianismo es el cumplimiento de la Promesa hecha por Dios y en qué sentido no lo es. Sostengo que la actual crisis de fe está ligada estrictamente a una explicación insuficiente de tales cuestiones. Aquí se presentan tres peligros. El primer peligro radica en visualizar la promesa del Antiguo Testamento y la expectativa de la salvación de los hombres en una forma inmanente, en el sentido de tener mejores estructuras o de brindar prestaciones cada vez más perfectas. Así concebido, el cristianismo resulta derrotado. Partiendo de esta perspectiva se ha intentado sustituir el cristianismo con ideologías que poseen fe en el progreso, y luego con ideologías portadoras de esperanza, las que no son otra cosa que variantes del marxismo. El segundo peligro es el de proyectar totalmente al cristianismo al más allá, de quererlo sólo como una forma puramente espiritual e individualista, negando la totalidad de la realidad humana. El tercer peligro, que amenaza en particular en tiempos de crisis y de giros históricos, es el de refugiarse en exaltaciones apocalípticas. En oposición a todo esto, se torna cada vez más urgente presentar la verdadera estructura de la promesa y del cumplimiento de la fe cristiana en forma más comprensible y realizable.
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