sábado, 30 de septiembre de 2017

"Viviendo la verdad con caridad" (Ef 4, 13)

San Pablo, en su Carta a los Efesios, nos ofrece unos consejos preciosos sobre el modo en que tenemos que buscar el gran bien de la unidad, especialmente dentro de la Iglesia.


Cada uno de los bautizados buscamos edificar el Cuerpo de Cristo  “hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13).

Esto es particularmente importante en las etapas de la historia de la Iglesia, como ahora, en los que se ve más evidente la falta de unidad en la fe, e incluso una “oculta apostasía”, como decía Juan Pablo II, en muchos que afirman profesar la fe católica.   

San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, escribe: “No olvides que la unidad es síntoma de vida: desunirse es putrefacción, señal cierta de ser un cadáver” (Camino 940). “El Autor no hace con estas palabras una observación pragmática ordenada al logro de unos resultados concretos. Enuncia más bien un principio capital de su concepción del Cristianismo y el modo de encarnarlo” (José Morales, Introducción a Estudios sobre Camino, p. 21).

San Pablo señala que la verdadera unidad requiere madurez humana y espiritual. Aunque Jesús nos pide hacernos como niños para entrar en el Reino de los cielos (cfr. Mt 19,14), al mismo tiempo, debemos comportarnos como adultos, como personas maduras.

San Josemaría solía decir que somos adultos que nos hacemos como niños por amor a Dios.

Por lo tanto, no deseamos ser como niños “que van de un lado a otro y están zarandeados por cualquier corriente doctrinal, por el engaño de los hombres, por la astucia que lleva al error. Por el contrario, viviendo la verdad con caridad [veritatem facientes in caritate], crezcamos en todo hacia aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo —compacto y unido por todas las articulaciones que lo sostienen según la energía correspondiente a la función de cada miembro— va consiguiendo su crecimiento para su edificación en la caridad” (Ef 4, 14-16).

Esta idea (“veritatem facientes in caritate”) tiene un contenido riquísimo y constantemente aplicable a la vida práctica. Así es como vamos edificando el cuerpo de Cristo en la unidad.

San Josemaría Escrivá la explica de la siguiente manera: “Se intransigente en la doctrina y en la conducta [es decir, se fuerte en la verdad, como una persona madura y coherente en la fe que no va de un lado a otro] —Pero se blando en la forma— Maza de acero poderosa envuelta en funda acolchada. Se intransigente pero no seas cerril” (Camino 397).

Hoy, a muchos católicos que son maduros y coherentes con su fe, se les tacha de fariseos, rígidos y cerriles, porque defienden la verdad de la doctrina que la Iglesia ha creído siempre. En nuestra época, la tendencia general, de la mayoría, es más bien hacia el laxismo moral y no hacia la rigidez.

Ante la confusión doctrinal que hay en muchos ambientes, es importante se fuerte en la fe, como aconseja san Pablo a los Colosenses y a su discípulo Tito: “Vivid en él [en Cristo], enraizados y edificados sobre él, permaneciendo fuertes en la fe, tal como aprendisteis” (Col 2, 6-7); “que los ancianos sean sobrios, dignos y prudentes, fuertes en la fe, en la caridad y en la paciencia” (Tit 2, 2).

Ser fuerte en la fe no significa tratar mal a las personas. Todo lo contrario. Un católico que trata mal a los demás, se descalifica a sí mismo como discípulo de Cristo. El Señor nos enseñó a no rechazar a nadie, ni siquiera a quienes estén objetivamente en el error.

San Josemaría Escrivá de Balaguer trata, en varios puntos de Camino de la santa intransigencia: “La transigencia es señal cierta de no tener la verdad —Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe, ese hombre es un hombre sin ideal, sin honra y sin Fe” (n. 394).

En conciencia, no podemos transigir en cuestiones que afectan directamente a la fe, aunque eso lleve consigo la incomprensión y el rechazo de muchos. San Josemaría decía que es difícil vivir la virtud de la intransigencia “pues puede presentar como cerril a quien la ejerce” (texto del 12-V-1937).

La intransigencia en cosas de fe no es hosquedad o acritud. El discípulo de Cristo sabe que debe parecerse al Señor en su dulzura y amabilidad: “El corazón, a un lado. Primero, el deber —Pero, al cumplir el deber, pon en ese cumplimiento el corazón: que es suavidad” (Camino 162). La conciencia bien formada nos impone el deber de defender la verdad, con caridad: veritatem facientes in caritate.

En la edición crítica de Camino, el Profesor Pedro Rodríguez comenta lo siguiente al respecto: “El "deber", es decir, la verdad existencial, el seguimiento de la Verdad que es Cristo: es el tema "veritatem facientes in caritate" (Ef 4, 15), que San Pablo formula en clave de correspondencia humana, y que Agustín prolonga en clave de donación: "Parum est voluntate, etiam voluptate traheris" –no sólo me atraes con la voluntad sino con el afecto”.

La Liturgia de la Palabra de mañana (Domingo 26° durante el año), recoge tres textos (Ez 18, 25-28; Fil 2, 1-11 y Mt 21, 28-32) que, en el fondo, enseñan esta doctrina de Cristo: la necesidad de la conversión a la verdad (cfr. Primera Lectura) que se origina en una disposición humilde (cfr. Segunda Lectura); y la actitud llena de bondad del Padre que respeta la libertad de los hijos que llama a trabajar en su viña (cfr. Evangelio).

En la Primera Lectura, por ejemplo, Yahvé, a través del profeta Ezequiel afirma que cuando el inocente se aparta de la inocencia, muere por la maldad que cometió. En cambio, cuando el malvado se arrepiente y practica el derecho y la justicia, salva su propia vida. Hay un bien y un mal, que no cambian con la época o con las circunstancias personales. Cuando dos personas pecan contra el sexto mandamiento, nunca su acción puede convertirse en buena, bajo ninguna circunstancia (cfr. dos artículos de Leandro Bonnin, en InfoCatólica, que son muy ilustrativos al respecto: aquí y aquí). 

Es momento de rezar intensamente por el Papa y por la Iglesia: para que el Espíritu Santo se derrame abundantemente, por la intercesión de Nuestra Señor, y nos conceda ser fuertes en la fe y llenos de caridad hacia nuestros hermanos. Sólo así llegaremos a la unidad que Jesucristo pidió insistentemente a su Padre en la última Cena: “ut omnes unum sint” (Jn 17, 21).  

  

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