“Señor
Dios, que has hecho del amor a ti y a
los hermanos la plenitud de todo lo mandado en tu santa ley, concédenos
que, cumpliendo tus mandamientos, merezcamos llegar a la vida eterna. Por
nuestro Señor Jesucristo...” (Oración Colecta del XXV Domingo del Tiempo
Ordinario).
Esta
oración de la Iglesia nos recuerda lo
esencial de nuestra fe: el primer mandamiento de la ley de Dios, el amor.
En
Colombia, en su homilía de Medellín (“La vida cristiana como discipulado”), el Papa Francisco señalaba tres características para adquirir el estilo de quien desea seguir a
Jesucristo: 1) ir a lo esencial, 2) renovarse e 3) involucrarse.
La
Oración colecta de la Misa e este domingo nos recuerda la primera condición de
nuestra vida cristiana: lo esencial es siempre el amor. El Hijo de Dios se ha encarnado para manifestarnos el
Amor del Padre y para que nosotros también lo manifestemos en nuestra vida.
La
prioridad será siempre creer en Jesucristo y conocer el Amor
que, a través suyo, Dios me manifiesta, como dice san Pablo:
“Yo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). “Para mí, la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia” (cfr. Fil 1, 20-24.27; de la Segunda Lectura de la Misa).
Cada
cristiano vive en la plena seguridad del amor que Dios nos tiene. Ese conocimiento
del amor de Dios por cada uno, a medida que va creciendo en nosotros, nos lleva
a la plenitud de la entrega a nuestros hermanos.
El amor de Dios crece en nosotros por la unión con Cristo en los sacramentos (sobre todo en la participación del Sacramento del Amor, la Eucaristía, y en el Sacramento del Perdón, la Penitencia), por la oración y la meditación de la Palabra de Dios, y por la entrega sincera a nuestros hermanos en la vida familiar y social, y el cumplimiento de los mandamientos de Dios (como dice la Oración Colecta).
El amor de Dios crece en nosotros por la unión con Cristo en los sacramentos (sobre todo en la participación del Sacramento del Amor, la Eucaristía, y en el Sacramento del Perdón, la Penitencia), por la oración y la meditación de la Palabra de Dios, y por la entrega sincera a nuestros hermanos en la vida familiar y social, y el cumplimiento de los mandamientos de Dios (como dice la Oración Colecta).
El
“éxito” apostólico de los primeros cristianos no se debió a sus cualidades, ni
a su posición social, ni a sus fuerzas personales, sino a que estaban llenos del amor de Dios que
trasmitían y “contagiaban” a los que tenían cerca. Fue un apostolado capilar,
el que ejercitaron: de uno a uno, de persona a persona, todo hecho con gran
naturalidad, sin salirse del lugar en el que Dios los había colocado.
Las otras
dos características que señalaba el Papa Francisco son consecuencia de la
primera: renovarse, es decir,
renovar siempre el amor de Dios en nosotros (no dejar que se apague la hoguera
que Él ha encendido en nuestra alma con el Bautismo); e involucrarse, es decir, “salir” de nuestra posible “tranquilidad” o
“comodidad”, para lanzarnos al río y abrazar a nuestro hermano que se está
ahogando.
Recientemente,
en Milán, los organizadores de un congreso, leían una ponencia póstuma del Cardenal Carlo Caffarra en la que sostenía que el cristianismo no consiste intentar enseñar a nadar a una
persona que se está ahogando en un río, ni tampoco echarle una cuerda para que
se agarre a ella y pueda salir del peligro, sino echarse al agua, abrazarlo y sacarlo del río. Eso es lo que hizo
Cristo con cada uno de nosotros. Eso es verdaderamente involucrarse en la tarea
de la Redención.
Pero todo
comienza por descubrir y re-descubrir cada día el amor de Dios por nosotros.
Esta
frase del profeta Isaías, que leeremos en la Primera Lectura de la Misa de
este domingo, es muy significativa:
“Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos, dice el Señor. Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos” (cfr. Is 55, 6-9).
Dios es bueno
y generoso. Distribuye sus bienes cómo él
quiere y siempre de manera justísima y, al mismo tiempo, nos llena de su misericordia,
adaptándose a las circunstancias de cada uno de nosotros (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 20, 1-16).
Copio a
continuación textos de algunos mensajes que recibió Marga,
de Jesucristo, entre mayo y julio de 2001, y que son muy reveladores de lo mucho que Dios nos ama. Vale la pena leerlos despacio, meditarlos y sacar
conclusiones para nuestra vida. Las negritas
son nuestras y también lo que está entre paréntesis cuadrados [ ].
29-05-2001
Yo os transformaré, no os vais a
reconocer. El Espíritu entrará en
vosotros y os dará la vuelta. No se parece en nada cómo seréis y cómo sois
ahora.
Insignificantes en número, más poderosos por el Espíritu. Poco valiosos
en lo humano, ricos en mi Misericordia [en Amor].
Yo os preparo, preparaos,
preparaos vosotros, con la formación,
con la oración, con el estudio, preparaos. Vienen momentos difíciles, muy
difíciles. Mis débiles ovejas tienen que hacerse fuertes en mi Corazón. Fuertes en mi Amor, Poderosos por el
Espíritu. Sólo la persona que me ame mucho y que se deje llevar por el
Espíritu, saldrá vencedora. Acudid a mi Madre, sabrá deciros cómo.
No sois tan espirituales que os
habéis olvidado del cuerpo; no, tenéis cuerpo, pero éste se halla sometido al espíritu, conocéis cómo tira para
abajo, pero os habéis hecho «duchos» en someterlo, con vuestra práctica espiritual, con vuestros hábitos buenos, con
vuestra lucha constante, lucha que no es por la lucha en sí, sino por el Amor, hacia el que tienden
todos vuestros actos.
Presentad la verdad en todo su atractivo. Para eso, antes, dejaos atrapar por ella y que os inunde
hasta el fondo de vuestro ser.
Vivid felices en la Verdad. La Verdad os hace libres, os hace plenos,
dichosos. Mostrad esa alegría al mundo.
07-06-2001
Renovad
en el mundo el Amor a Cristo. Volved
a poner mi Ley entre vosotros y volved a ser mi pueblo, antes no-pueblo,
renovaos, reconvertíos. El Espíritu está volando ya hacia vosotros y actúa en
vosotros.
01-07-2001
Tú has de decirles que Yo os
amo, que no estén alejados de Dios, porque su
Dios se ocupa de todos sus quehaceres, porque conoce todas sus inquietudes,
porque Yo busco su bien, porque no quiero su mal. Porque no son anónimos para Dios, conozco cada uno de sus nombres, y los
nombres de todos los suyos. Conozco sus ansias, sus anhelos, se cómo me buscan
sin saberlo.
Si Yo veo un corazón susceptible
de abrirse a Mí, corro hacia él y
empleo todos los medios posibles.
03-07-2001
Me
manifestaría en vosotros como explosión
de Amor, porque mi Amor se consume hasta explotar, porque no se puede
contener sólo en ese Corazón, y quiere llegar a todos, a los confines del orbe,
a todas las almas. Onda expansiva de
Amor que quiere afectar a todos. Y aquí estoy, aprisionado, sin poder
salir, porque los míos no me llevan a las gentes.
30-07-2001
El amor total, absoluto, es lo que cambia los corazones, los de
los que están a vuestro alrededor y el vuestro propio.
Transformaos radicalmente en el
amor.
¿Por qué no atraéis a más gente?
¿Por qué no convertís a alguien? Es porque
a vuestro alrededor no se respira el amor.
El amor es algo que tiene que estar en el ambiente, que se
nota al simple contacto, que se palpa cuando es dueño de la persona. Casi se
puede oler y sentir cuando existe realmente. Ése era el distintivo de los primeros cristianos. ¿Por qué creéis
que se realizaban conversiones en masa a una vida que sabían que terminaría en
cruz?: Por lo dulce que se les hacía vivir así y luego la recompensa eterna.
Pero lo principal, porque veían cómo se amaban y querían ser amados y amar
igual. Por contagio de unos con otros.
¡Oh, si vosotros os amarais de
verdad! Cientos y cientos de personas sedientas y hambrientas de amor se os unirían a vosotros para alabar a Dios
en la tierra y merecer el Cielo.
¡Oh si vosotros, hijos pequeños,
tuvierais el mismo Amor de Cristo, el mismo Amor de su Madre!: seríais como un panal de miel al que
acudirían muchas abejas, atraeríais irresistiblemente.
Amaos, hijos, amaos como Yo os amo, como Cristo os ama.
Amad, amad a los demás, a todos,
aun a vuestros enemigos, con el Amor
ardiente y pasional de Cristo por su Iglesia.
Entregaos, entregad todo vuestro ser, no migajas de vuestro ser, sino todo.
Toda persona sabe reconocer dónde hay amor verdadero. Lo reconocerá
en vosotros, si lo tenéis, y ablandaréis su corazón hasta la propia conversión.
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