Catalina Rivas nació en La Paz, Bolivia, el 25 de noviembre de 1944. Es casada y madre de familia. Durante 30 años trabaja como secretaria ejecutiva de varias empresas. Es fundadora del Apostolado de la Nueva Evangelización, Asociación de fieles aprobada por el obispo diocesano en 1999, y extendida en diversos países. En el año 2006 funda el Instituto de vida consagrada Stella Maris, en proceso de fundación y con sede en Mérida, Yucatán (México). Catalina ha recibido los estigmas del Señor y ha escrito libros sobre las revelaciones recibidas.
Testimonio de Catalina Rivas sobre la Santa Misa
En la maravillosa catequesis con la que el Señor y la Virgen María nos han ido instruyendo, en primer lugar, enseñándonos la forma de rezar el Santo Rosario, de orar con el corazón, de meditar y disfrutar de los momentos de encuentro con Dios y con nuestra Madre bendita; la manera de confesarse bien… está, la del conocimiento de lo que sucede en la Santa Misa y la forma de vivirla con el corazón.
Este es el testimonio que debo y quiero dar al mundo entero, para mayor Gloria de Dios y para la salvación de todo aquel que quiera abrir su corazón al Señor. Para que muchas almas consagradas a Dios, reaviven el fuego del amor a Cristo, unas que son dueñas de las manos que tienen el poder de traerlo a la tierra para que sea nuestro alimento, las otras, para que pierdan la “costumbre rutinaria” de recibirlo y revivan el asombro del encuentro cotidiano con el amor. Para que mis hermanos y hermanas laicos del mundo entero vivan el mayor de los Milagros con el corazón: la celebración de la Santa Eucaristía.
* * *
Era
la vigilia del día de la Anunciación y los componentes del grupo nuestro
habíamos ido a confesarnos. Algunas de
las señoras del grupo de oración no alcanzaron a hacerlo y dejaron su confesión
para el día siguiente antes de la Santa Misa.
Cuando
llegué al día siguiente a la Iglesia, un poco atrasada, el señor Arzobispo y
los sacerdotes ya estaban saliendo al presbiterio. Dijo la Virgen con aquella voz tan suave y
femenina que a una le endulza el alma.
“Hoy es un día de aprendizaje para ti y quiero
que prestes mucha atención, porque de lo que seas testigo hoy, todo lo que
vivas en este día, tendrás que participarlo a la humanidad”. Me quedé sobrecogida
sin entender pero procurando estar muy atenta.
Lo
primero que percibí es que había un coro de voces muy hermosas que cantaban
como si estuviesen lejos, a momentos se acercaban y luego se alejaba la música
como con el sonido del viento.
El
señor Arzobispo empezó la Santa Misa, y al llegar a la Oración Penitencial, dijo la Santísima Virgen:
“Desde el fondo de tu corazón, pide perdón al
Señor por todas tus culpas, por haberlo ofendido, así podrás participar
dignamente de este privilegio que es asistir a la Santa Misa”.
Seguramente
que por una fracción de segundo pensé: “pero si estoy en Gracia de Dios, me
acabo de confesar anoche”.
Ella
contestó: “¿ Y tú crees que desde anoche no has
ofendido al Señor? Déjame que Yo te recuerde algunas cosas. Cuando salías para
venir aquí, la muchacha que te ayuda se acercó para pedirte algo y como estabas
con retraso, a la apurada, le contestaste no de muy buena forma. Eso ha sido una falta de caridad de tu parte,
¿y dices no haber ofendido a Dios…? De
camino hacia acá, un autobús se atravesó en tu camino, casi te choca y te
expresaste en forma poco conveniente contra ese pobre hombre, en lugar de venir
haciendo tus oraciones, preparándote para la Santa Misa. Has faltado a la caridad y has perdido la
paz, la paciencia, ¿y dices no haber lastimado al Señor…?”
“En el último momento llegas, cuando ya la
procesión de los celebrantes está saliendo para celebrar la Misa…y vas a
participar de ella sin una previa preparación…”
Ya
Madre Mía, ya no me digas más, no me recuerdes más cosas porque me voy a morir
de pesar y vergüenza-contesté.
“¿Por qué tienen que llegar en el último momento?
Ustedes deberían estar antes para poder hacer una oración y pedir al Señor que
envíe Su Santo Espíritu, que les otorgue un espíritu de paz que eche fuera el
espíritu del mundo, las preocupaciones, los problemas y las distracciones para
ser capaces de vivir este momento tan sagrado.
Pero llegan casi al comenzar la celebración y participan como si participaran
de un evento cualquiera, sin ninguna preparación espiritual. ¿Por qué? Es el
Milagro más grande, van a vivir el momento de regalo más grande de parte del
Altísimo y no lo saben apreciar”.
Era
bastante, me sentía tan mal que tuve más que suficiente para pedir perdón a
Dios, no solamente por las faltas de ese día, sino por todas las veces que,
como muchísimas otras personas, esperé a que termine la homilía (prédica) del
sacerdote para entrar en la Iglesia. Por las veces que no supe o me negué a
comprender lo que significaba estar allí, por las veces que tal vez habiendo
estado mi alma llena de pecados más graves, me había atrevido a participar de
la Santa Misa.
Era
día de Fiesta y debía recitarse el Gloria. Dijo nuestra Señora:
“Glorifica y bendice con todo tu amor a la
Santísima Trinidad en tu reconocimiento como criatura Suya”.
Qué
distinto fue aquel Gloria. De pronto me veía en un lugar lejano, lleno de luz
ante la Presencia Majestuosa del Trono de Dios y con cuánto amor fui
agradeciendo al repetir: “…Por tu inmensa Gloria, Te alabamos, Te bendecimos,
Te adoramos, Te glorificamos, Te damos gracias, Señor, Dios, Rey celestial,
Dios Padre Todopoderoso y evoqué el rostro paternal del Padre lleno de
bondad…Señor, Hijo único Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del
Padre, Tú que quitas el pecado del mundo…” Y Jesús estaba delante de mí, con
ese rostro lleno de ternura y Misericordia: “…porque solo Tú eres Dios, solo
Tú, Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo…” el Dios del Amor hermoso,
Aquel que en ese momento estremecía todo mi ser…
Y
pedí: “Señor, libérame de todo espíritu malo, mi corazón te pertenece, Señor
mío envíame tu paz para conseguir el mejor provecho de esta Eucaristía y que mi
vida dé sus mejores frutos. Espíritu
Santo de Dios, transfórmame, actúa en mi, guíame ¡Oh Dios, dame los dones que
necesito para servirte mejor…!”
Llegó
el momento de la Liturgia de la Palabra y la Virgen me hizo repetir: “Señor, hoy quiero escuchar Tu Palabra y producir fruto
abundante, que Tu Santo Espíritu limpie el terreno de mi corazón, para que Tu
Palabra crezca y se desarrolle, purifica mi corazón para que esté bien
dispuesto.”
“Quiero que estés atenta a las lecturas y a toda
la homilía (predicación) del sacerdote.
Recuerda que la Biblia dice que la Palabra de Dios no vuelve sin haber
dado fruto. Si tú estás atenta, va a
quedar algo en ti de todo lo que escuches.
Debes tratar de recordar todo el día esas Palabras que dejaron huella en
ti. Serán dos frases unas veces, solo
una palabra, paladear el resto del día y eso hará carne en ti porque esa es la
forma de transformar la vida, haciendo que la Palabra de Dios lo transforme a
uno”.
Y ahora, dile al Señor que estás aquí para
escuchar lo que quieres que Él te diga hoy a tu corazón”.
Nuevamente
agradecí a Dios por darme la oportunidad de escuchar Su Palabra y le pedí
perdón por haber tenido el corazón tan duro por tanto años y haber enseñado a
mis hijos que debían ir a Misa los domingos, porque así lo mandaba la Iglesia,
no por amor, por necesidad de llenarse de Dios…
Yo
que había asistido a tantas Eucaristías, más por compromiso y con ello creía estar
salvada. De vivirla, ni soñar de poner
atención en las lecturas y la homilía del sacerdote, menos.
¡Cuánto
dolor sentí por tantos años de pérdida inútil, por mi ignorancia!...¡cuánta
superficialidad en las Misas a las que asistimos porque es una boda, una Misa
de difunto o porque tenemos que hacernos ver con la sociedad! ¡Cuánta
ignorancia sobre nuestra Iglesia y sobre los Sacramentos! ¡Cuánto desperdicio
en querer instruirnos y culturizarnos en las cosas del mundo, que en un momento
pueden desaparecer sin quedarnos nada, y que al final de la vida no nos sirven
ni para alargar un minuto a nuestra existencia! Y sin embargo, de aquello que va a ganarnos un poco el cielo en la
tierra y luego la vida eterna, no sabemos nada, ¡Y nos llamamos hombres y
mujeres cultos…!
Un
momento después llegó el Ofertorio y
la Santísima Virgen dijo “Reza así: (y yo la seguía) Señor,
te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus
manos. Edifica Tú, Señor con lo poco que
soy. Por los méritos de Tu Hijo,
transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por
mi familia, por mis bienhechores, por cada miembro de nuestro Apostolado, por
todas las personas que nos combaten, por aquellos que se encomiendan a mis
pobres oraciones…Enséñame a poner mi corazón en el suelo para que su caminar
sea menos duro. Así oraban los santos,
así quiero que lo hagan”.
Y
es que así lo pide Jesús, que pongamos el corazón en el suelo para que ellos no
sientan la dureza, sino que los aliviemos con el dolor de aquel pisotón. Años
después leí un librito de oraciones de un Santo al que quiero mucho: José María
Escriva de Balaguer y allí pude encontrar una oración parecida a la que me
enseñaba la Virgen. Tal vez este Santo a
quien me encomiendo, agradaba a la Virgen Santísima con aquellas oraciones.
De
pronto empezaron ponerse de pie unas figuras que no había visto antes. Era como si del lado de cada persona que
estaba en la Catedral, saliera otra persona y aquello se llenó de unos
personajes jóvenes, hermosos. Iban
vestidos con túnicas muy blancas y fueron saliendo hasta el pasillo central
dirigiéndose hacia el Altar.
Dijo
nuestra Madre: “Observa, son los Ángeles de la Guarda de
cada una de las personas que está aquí.
Es el momento en que su Ángel de la Guarda lleva sus ofrendas y
peticiones ante el Altar del Señor.”
En
aquel momento, estaba completamente asombrada, porque esos seres tenían rostros
tan hermosos, tan radiantes como no puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi
femeninos, sin embargo la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era
de hombre. Los pies desnudos no pisaban
el suelo, sino que iban como deslizándose, como resbalando. Aquella procesión era muy hermosa.
Algunos
de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba mucho con una luz
blanca-dorada, dijo la Virgen: “Son los Ángeles
de la Guarda de las personas que están ofreciendo esta Santa Misa por muchas
intenciones, aquellas personas que están conscientes de lo que significa esta
celebración, aquellas que tienen que ofrecer al Señor…”
“Ofrezcan en este momento…, ofrezcan sus penas,
sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que la Misa tiene un valor infinito
por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir”.
Detrás
de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las
llevaban vacías. Dijo la Virgen: “Son los Ángeles de las personas que estando aquí, no
ofrecen nunca nada, que no tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la
Misa y no tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del Señor.”
En
último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristones, con las manos
juntas en oración pero con la mirada baja. “Son los Ángeles de la Guarda de las personas
que estando aquí, no están, es decir de las personas que han venido forzadas,
que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de la Santa
Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué llevar ante el Altar, salvo
sus propias oraciones.”
“No entristezcan a su Ángel de la Guarda…pidan
mucho, pidan por la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus
familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones. Pidan,
pidan mucho, pero no sólo por ustedes, sino por los demás.”
“Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al
Señor es cuando se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al
bajar, los transforme por Sus propios méritos.
¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí mismos? La nada y el pecado,
pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús, aquel ofrecimiento es grato al
Padre.”
Aquel
espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que difícilmente podría
compararse a otra. Todas aquellas
criaturas celestiales haciendo una reverencia ante el Altar, unas dejando su
ofrenda en el suelo, otras postrándose de rodillas con la frente casi en el
suelo y luego que llegaban allá desaparecían a mi vista.
Llegó
el momento final del Prefacio y cuando la asamblea decía: “Santo, Santo, Santo” de pronto, todo
lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció. Del lado izquierdo del señor Arzobispo hacia
atrás en forma diagonal aparecieron miles de Ángeles, pequeños, Ángeles
grandes, Ángeles con alas inmensas, Ángeles con alas pequeñas, Ángeles sin
alas, como los anteriores; todos vestidos con unas túnicas como las albas
blancas de los sacerdotes o los monaguillos.
Todos
se arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia inclinaban la
cabeza. Se escuchaba una música
preciosa, como si fueran muchísimos coros con distintas voces y todos decían al
unísono junto con el pueblo: Santo, Santo, Santo…
Había
llegado el momento de la Consagración,
el momento del más maravilloso de los Milagros…del lado derecho del Arzobispo
hacia atrás, en forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas
con la misma túnica pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila,
amarillo; en fin, de distintos colores muy suaves. Sus rostros también eran
brillantes, llenos de gozo, parecían tener todos la misma edad. Se podía
apreciar (y no puedo decir por qué) que había gente de distintas edades, pero
todos parecían igual en las caras, sin arrugas, felices. Todos se arrodillaban
también ante el canto de “Santo, Santo,
Santo, es el Señor…
Dijo
nuestra Señora: “Son todos los Santos y
Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las almas de los
familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios”. Entonces la vi. Allá justamente a la derecha del señor
Arzobispo…un paso detrás del celebrante, estaba un poco suspendida del suelo,
arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes pero a la vez luminosas,
como agua cristalina, la Santísima Virgen, con las manos unidas, mirando atenta
y respetuosamente al celebrante. Me
hablaba desde allá, pero silenciosamente, directamente al corazón, sin mirarme.
“¿Te llama la atención verme un poco más atrás
del Arzobispo, verdad?, así debe ser…con
todo lo que Me ama Mi Hijo, no Me Ha dado la dignidad que da a un sacerdote de
poder traerlo entre Mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales. Por ello siento tan profundo respeto por un
sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a
arrodillarme aquí.”
¡Dios
mío, cuánta dignidad, cuánta gracia derrama el Señor sobre las almas
sacerdotales y ni nosotros, ni tal vez muchos de ellos estamos consientes!.
Delante
del Altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que
levantaban las manos hacia arriba. Dijo
la Virgen Santísima: “Son las almas
benditas del Purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para
refrescarse. No dejen de rezar por
ellas. Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes
quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con
Dios y gozar de Él eternamente.”
“Ya lo ves, aquí Estoy todo el tiempo…La gente
hace peregrinaciones y busca los lugares de Mis apariciones y está bien por
todas las gracias que allá se reciben, pero en ninguna aparición, en ninguna
otra parte Estoy más tiempo presente que en la Eucaristía, siempre Me van a
encontrar, al pie del Sagrario permanezco.
Yo con los Ángeles, porque Estoy siempre con Él.”
Ver
ese rostro hermoso de la Madre en aquel momento del “Santo”, al igual que todos
ellos, con el rostro resplandeciente, con las manos juntas en espera de aquel
milagro que se repite continuamente, era estar en el mismo cielo. Y
pensar que hay gente, habemos personas que podemos estar en ese momento
distraídas, hablando…con dolor lo digo, muchos varones más que mujeres, que de
pie cruzan los brazos, como rindiéndole un homenaje de pie al Señor, de igual a
igual.
Dijo
la Virgen: “Dile al ser humano, que nunca un hombre es
más hombre que cuando dobla las rodillas ante Dios”.
El
celebrante dijo las palabras de la “Consagración”. Era una persona de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a
volverse lleno de luz, una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y
se hacía muy fuerte en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus
rasgos. Cuando levantaba la Forma, vi
sus manos y tenían unas marcas en el dorso de las cuales salía mucha luz. ¡Era Jesús!...era Él que con Su Cuerpo
envolvía el del sacerdote como si rodeara amorosamente las manos del señor Arzobispo. En ese momento la Hostia comenzó a crecer y
crecer enorme y en ella, el Rostro maravilloso de Jesús mirando Su pueblo.
Por
instinto quise bajar la cabeza y dijo nuestra Señora: “No
agaches la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la Suya y
repite la oración de Fátima: Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido
perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman. Perdón y Misericordia…ahora dile cuánto lo
amas, rinde tu homenaje al Rey de Reyes.”
Se
lo dije, parecía que sólo a mí me miraba desde la enorme Hostia, pero supe que
así contemplaba a cada persona, lleno de amor…Luego bajé la cabeza hasta tener
la frente en el suelo, como hacían los Ángeles y bienaventurados del
Cielo. Por fracción de un segundo tal
vez, pensé qué era aquello que Jesús tomaba el cuerpo del
celebrante y al mismo tiempo estaba en la Hostia que al bajarla el celebrante
se volvía nuevamente pequeña. Tenía yo
las mejillas llenas de lágrimas, no podía salir de mi asombro.
Inmediatamente
Monseñor dijo las palabras consagratorias del vino y junto a sus palabras,
empezaron unos relámpagos en el cielo y en el fondo. No había techo de la Iglesia ni paredes,
estaba todo oscuro solamente aquella luz brillante en el Altar.
De pronto suspendido en el aire, vi a Jesús,
crucificado, de la cabeza a la parte baja del pecho. El tronco transversal de la cruz estaba
sostenido por unas manos grandes, fuertes.
De en medio de aquel resplandor se desprendió una lucecita como de una
paloma muy pequeña muy brillante, dio una vuelta velozmente a toda la Iglesia y
se fue a posar en el hombro izquierdo del señor Arzobispo que seguía siendo
Jesús, porque podía distinguir Su melena y Sus llagas luminosas, Su cuerpo
grande, pero no veía Su Rostro.
Arriba,
Jesús crucificado, estaba con el rostro caído sobre el lado derecho del hombro,
podía contemplar el rostro y los brazos golpeados y descarnados. En el costado
derecho tenía una herida en el pecho y salía a borbotones, hacia la izquierda
sangre y hacia la derecha, pienso que agua pero muy brillante; más bien eran
chorros de luz que iban dirigiéndose hacia los fieles moviéndose a derecha e
izquierda. ¡Me asombra la cantidad de
sangre que fluía hacia el Cáliz. Pensé
que iba a rebalsar y manchar todo el Altar, pero no cayó una sola gota!.
Dijo
la Virgen en ese momento: “Este es el
Milagro de los milagros, te lo He repetido, para el Señor no existe ni tiempo
ni distancia y en el momento de la Consagración, toda la asamblea es trasladada
al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús”.
¿Puede
alguien imaginarse eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos
allá, en el momento en que a Él lo están crucificando y está pidiendo perdón al
Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por cada uno de nuestros
pecados: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”.
A
partir de aquel día, no me importa si me toman como a loca, pero pido a todos
que se arrodillen, que traten de vivir con el corazón y toda la sensibilidad de
que son capaces aquel privilegio que el Señor nos concede.
Cuando
íbamos a rezar el Padrenuestro, habló
el Señor por primera vez durante la celebración y dijo: “Aguarda,
quiero que ores con la mayor profundidad que seas capaz y que en este momento,
traigas a tu memoria a la persona o a las personas que más daño te hayan
ocasionado durante tu vida, para que las abraces junto a tu pecho y les digas
de todo corazón: “En el nombre de Jesús yo te perdono y te deseo la paz. En el Nombre de Jesús te pido perdón y deseo
mi paz. Si la persona merece la paz, la
va a recibir y le hará mucho bien; si esa persona no es capaz de abrirse a la
paz, esa paz volverá a tu corazón. Pero no quiero que recibas y des la paz a
otras personas cuando no eres capaz de perdonar y sentir esa paz primero en tu
corazón”.
“Cuidado con lo que hacen”-continuó el Señor-“Ustedes
repiten en el Padrenuestro: perdónanos
así como nosotros perdonamos a los que
nos ofenden. Si ustedes son
capaces de perdonar y no olvidar, como dicen algunos, están condicionando el
perdón de Dios. Están diciendo perdóname
únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá.”
No
sé cómo explicar mi dolor, al comprender cuánto podemos herir al Señor y cuánto
podemos lastimarnos nosotros mismos con tantos rencores, sentimientos malos y
cosas feas que nacen de los complejos y de las susceptibilidades. Perdoné, perdoné de corazón y pedí perdón a
todos los que me habían lastimado alguna vez, para sentir la paz del Señor.
El
celebrante decía: “…concédenos la paz y la unidad…y luego: “la paz del Señor esté con todos ustedes…”.
De
pronto vi que en medio de algunas personas (no todos), se colocaba una luz muy
intensa, supe que era Jesús.
Pude
sentir verdaderamente el abrazo del
Señor en esa luz, era Él que me abrazaba para darme Su paz, porque en ese
momento había sido yo capaz de perdonar y de sacar de mi corazón todo dolor
contra otras personas. Eso es lo que
Jesús quiere al desearnos Su paz.
Llegó
el momento de la comunión de los celebrantes, ahí volví a notar la presencia de
todos los sacerdotes junto a Monseñor.
Cuando él comulgaba, dijo la Virgen:
“Este es el momento de pedir por el celebrante y
los sacerdotes que lo acompañan, repite junto a Mí: Señor, bendícelos,
santifícalos, ayúdalos, purifícalos, ámalos, cuídalos, sostenlos con Tu
Amor…recuerden a todos los sacerdotes del mundo, oren por todas las almas
consagradas…”
Hermanos
queridos, ese es el momento en que debemos pedir porque ellos son Iglesia, como
también lo somos nosotros los laicos.
Muchas veces los laicos exigimos mucho de los sacerdotes, pero somos
incapaces de rezar por ellos, de entender que son personas humanas, de
comprender y valorar la soledad que muchas
veces puede rodear a un sacerdote.
Debemos
comprender que los sacerdotes son personas como nosotros y que necesitan
comprensión, cuidado, que necesitan afecto, atención de parte de nosotros,
porque están dando su vida por cada uno de nosotros, como Jesús, consagrándose
a él.
El Señor quiere que la gente
del rebaño que le ha encomendado Dios ore y ayude en la santificación de su
Pastor. Algún día, cuando estemos al
otro lado, comprenderemos la maravilla que el Señor ha hecho al darnos
sacerdotes que nos ayuden a salvar nuestra alma.
Empezó
la gente a salir de sus bancas para ir a comulgar. Había llegado el gran momento del encuentro,
de la “Comunión”, el Señor me dijo: “Espera un momento, quiero que observes algo…” por
un impulso interior levanté la vista hacia la persona que iba a recibir la
comunión en la lengua de manos del sacerdote.
Debo
aclarar que esta persona era una de las señoras de nuestro grupo que la noche
anterior no había alcanzado a confesarse, y lo hizo recién esa mañana, antes de
la Santa Misa. Cuando el sacerdote
colocaba la Sagrada Forma sobre su lengua, como un flash de luz, aquella luz
muy dorada-blanca atravesó a esta persona por la espalda primero y luego fue
bordeándola en la espalda, los hombros y la cabeza. Dijo el Señor:
“¡Así es como Yo Me complazco en abrazar a un
alma que viene con el corazón limpio a recibirme!”.
El
matiz de la voz de Jesús era de una persona contenta. Yo estaba atónita mirando a esa amiga volver
hacia su asiento rodeada de luz, abrazada por el Señor y pensé, en la maravilla
que nos perdemos tantas veces por ir con nuestras pequeñas o grandes faltas a
recibir a Jesús, cuando tiene que ser una fiesta.
Muchas
veces decimos que no hay sacerdotes para confesarse a cada momento y el
problema no está en confesarse a cada momento, el problema radica en nuestra
facilidad para volver a caer en el mal.
Por otro lado, así como nos esforzamos por ir a buscar un salón de
belleza o los señores un peluquero cuando tenemos una fiesta, tenemos que
esforzarnos también en ir a buscar un sacerdote cuando necesitamos que saque
todas esas cosas sucias de nosotros, pero no tener la desfachatez de recibir a
Jesús en cualquier momento con el corazón lleno de cosas feas.
Cuando
me dirigía a recibir la comunión Jesús repetía: “ La
última cena fue el momento de mayor intimidad con los Míos, en esa hora del amor, instauré lo que ante
los ojos de los hombres podría ser la mayor locura, hacerme prisionero del
Amor. Instauré la Eucaristía. Quise
permanecer con ustedes hasta la consumación de los siglos, porque Mi Amor no
podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a quienes amaba más que a Mi
vida…”.
Recibí
aquella Hostia, que tenía un sabor distinto, era una mezcla de sangre e
incienso que me inundó entera. Sentía
tanto amor que las lágrimas me corrían sin poder detenerlas…
Cuando
llegué a mi asiento, al arrodillarme dijo el Señor: “Escucha…”
Y en ese momento comencé a escuchar dentro de mí las oraciones de una señora
que estaba sentada delante de mí y que acababa de comulgar.
Lo
que ella decía sin abrir la boca era más o menos así: “Señor, acuérdate que
estamos a fin de mes, y que no tengo
dinero para pagar la renta, la cuota del auto, los colegios de los chicos,
tienes que hacer algo para ayudarme….por favor, haz que mi marido deje de beber
tanto, no puedo soportar más sus borracheras y mi hijo menor, va a perder el
año otra vez si no lo ayudas, tiene exámenes esta semana….y no te olvides de la
vecina que debe mudarse de casa, que lo haga de una vez porque ya no la puedo
aguantar…etc, etc…
De
pronto el señor Arzobispo dijo: “Oremos”
y obviamente toda la asamblea se puso de
pie para la oración final. Jesús dijo
con un tono triste: “¿Te has dado cuenta? Ni una sola vez Me ha
dicho que Me ama, ni una sola vez ha agradecido el don que Yo le He hecho de
bajar Mi Divinidad hasta su pobre humanidad, para elevarla hacia Mí. Ni una sola vez ha dicho: gracias,
Señor. Ha sido una letanía de pedidos… y
así son casi todos los que vienen a recibirme.”
“Yo He muerto por amor y Estoy resucitado. Por amor espero a cada uno de ustedes y por
amor permanezco con ustedes…, pero ustedes no se dan cuenta que necesito de su
amor. Recuerda que Soy el Mendigo del
Amor en esta hora sublime para el alma.”
¿Se
dan cuenta ustedes de que Él, el Amor, está pidiendo nuestro amor y no se lo
damos? Es más, evitamos ir a ese encuentro con el Amor de los Amores, con el
único amor que se da en oblación permanente.
Cuando
el celebrante iba a impartir la Bendición,
la Santísima Virgen dijo: “Atenta
cuidado…Ustedes hacen un garabato en lugar de la señal la Cruz. Recuerda que esta bendición puede ser la
última que recibas en tu vida, de manos de un sacerdote. Tú no sabes si saliendo de aquí vas a morir o
no y no sabes si vas a tener la oportunidad de que otro sacerdote te de una
bendición. Esas manos consagradas te
están dando la bendición en el Nombre de la Santísima Trinidad, por lo tanto,
haz la señal de la Cruz con respeto y como si fuera la última de tu vida.”
¡Cuántas
cosas nos perdemos al no entender y al no participar todos los días de la Santa
Misa! ¿Por qué no hacer un esfuerzo de empezar el día media hora antes para
correr a la Santa Misa y recibir todas las bendiciones que el Señor quiere
derramar sobre nosotros?
Estoy
consciente de que no todos, por sus obligaciones pueden hacerlo diariamente,
pero al menos dos o tres veces por semana, sí y sin embargo tantos esquivan la
Misa del domingo con el pequeño pretexto de que tienen un niño chico o dos o
diez y por lo tanto no pueden asistir a Misa…¿Cómo hacen cuando tienen otro
tipo de compromisos importantes? Cargan con todos los niños o se turnan y el
esposo va a una hora y la esposa a otra hora, pero cumplen con Dios.
Tenemos
tiempo para estudiar, para trabajar, para divertirnos, para descansar, pero NO
TENEMOS TIEMPO PARA IR AL MENOS EL DOMINGO A LA SANTA MISA.
Jesús
me pidió que me quedara con Él unos minutos más luego de terminada la Misa,
dijo:
“No salgan a la carrera terminada la Misa,
quédense un momento en Mi Compañía, disfruten de ella y déjenme disfrutar de la
de ustedes…”
Había
oído a alguien de niña decir que el Señor permanecía en nosotros como 5 o 10
minutos luego de la comunión, se lo pregunté en ese momento:
Señor,
verdaderamente ¿Cuánto tiempo te quedas luego de la comunión con nosotros?
Supongo
que el Señor se debió reír de mi tontería porque contestó:
“Todo el tiempo que tú quieras tenerme
contigo. Si me hablas todo el día,
dedicándome unas palabras durante tus quehaceres, te escucharé. Yo estoy siempre con ustedes, son ustedes los
que Me dejan a Mí. Salen de Misa y se
acabó el día de guardar, cumplieron con el día del Señor y se acabó, no piensan
que Me gustaría compartir su vida familiar con ustedes, al menos ese día.
Ustedes en sus casas tienen un lugar para todo y
una habitación para cada actividad: un cuarto para dormir, otro para cocinar,
otro para comer, etc, etc. ¿Cuál es el lugar que han hecho para Mí? Debe ser un
lugar no solamente donde tengan una imagen que está empolvada todo el tiempo,
sino un lugar donde al menos 5 minutos al día la familia se reúna para
agradecer por el día, por el don de la vida, para pedir por sus necesidades del
día, pedir bendiciones, protección, salud…todo tiene un lugar en sus casas,
menos Yo.
Los hombres programan su día, su semana, su
semestre, sus vacaciones, etc. Saben qué
día van a descansar, qué día ir al cine o a una fiesta, a visitar a la abuela o
los nietos, los hijos, a los amigos, a sus diversiones. ¿Cuántas familias dicen una vez al mes al
menos: “Este es el día en que nos toca ir a visitar a Jesús en el Sagrario” y
viene toda la familia a conversar Conmigo, a sentarse frente a Mí y
conversarme, contarme cómo les fue durante el último tiempo, contarme los
problemas, las dificultades que tienen, pedirme lo que necesiten…¡hacerme
partícipe de sus cosas! ¿Cuántas veces?.
Yo lo sé todo, leo hasta en lo más profundo de
sus corazones y sus mentes, pero me gusta que me cuenten sus cosas, que Me hagan
partícipe como a un familiar, como al más íntimo amigo. ¡Cuántas gracias se
pierde el hombre por no darme un lugar en su vida!”.
Cuando
me quedé aquel día con Él y en muchos otros días, fue dándonos enseñanzas y hoy
quiero compartir con ustedes en esta misión que me han encomendado. Dice Jesús:
“Quise salvar a mi criatura, porque el momento de
abrirles la puerta del cielo ha sido preñado con demasiado dolor…” Recuerda que
ninguna madre ha alimentado a su hijo con su carne, Yo He llegado a ese extremo
de Amor para comunicarles mis méritos.
La Santa Misa Soy Yo mismo prolongando Mi vida y
Mi sacrificio en la Cruz entre ustedes.
Sin los méritos de Mi vida y de Mi Sangre ¿qué tienen para presentarse
ante el Padre? La nada, la miseria y el pecado…
Ustedes deberían exceder en virtud a los Ángeles
y Arcángeles, porque ellos no tienen la dicha de recibirme como alimento,
ustedes sí. Ellos beben una gota del
manantial, pero ustedes que tienen la gracia de recibirme, tienen todo el
océano para beberlo.”
La
otra cosa de la que habló con dolor el Señor fue de las personas que hacen un hábito de su encuentro con Él. De aquellas que han perdido el asombro de
cada encuentro con Él. Que la rutina
vuelve a ciertas personas tibias que no tienen nada nuevo que decirle a Jesús
al recibirlo. De las almas consagradas que pierden el entusiasmo
de enamorarse del Señor y hacen de su vocación un oficio, una profesión a la
que no se le entrega más que lo que exige de uno, pero sin sentimiento…
Luego
el Señor me habló de los frutos que debe
dar cada comunión en nosotros. Es
que sucede que hay gente que recibe al Señor a diario y que no cambia su
vida. Que tienen muchas horas de oración
y que hace muchas obras, pero su vida no se va transformando y una vida que no
se va transformando, no puede dar frutos en la Eucaristía. Deben dar frutos de conversión en nosotros y
frutos de caridad para con nuestros hermanos.
Los
laicos tenemos un papel muy importante dentro de nuestra Iglesia, no tenemos
ningún derecho a callarnos ante el envío que nos hace el Señor como a todo
bautizado, de ir a anunciar la Buena Nueva.
No tenemos ningún derecho de absorber todos estos conocimientos y no
darlos a los demás y permitir que nuestros hermanos se mueran de hambre
teniendo nosotros tanto pan en nuestras manos.
No
podemos mirar que se esté desmoronando nuestra Iglesia, porque estamos cómodos
en nuestras Parroquias, en nuestras casas, recibiendo y recibiendo tanto de
Dios: Su Palabra, las homilías del sacerdote, las peregrinaciones, la
Misericordia de Dios en el Sacramento de la Confesión, la unión maravillosa con
el alimento de la Comunión, las charlas de tales o cuales predicadores.
En
otras palabras, estamos recibiendo tanto y no tenemos el valor de salir de
nuestra comodidad, de ir a una cárcel, a un instituto correccional, hablarle al
más necesitado, decirle que no se entregue, que ha nacido católico y que su
Iglesia lo necesita, ahí sufriente, porque ese dolor va a servir para redimir a
otros, porque ese sacrificio le va a ganar la vida eterna.
No
somos capaces de ir donde los enfermos terminales en los hospitales y rezando
la coronilla a la Divina Misericordia, ayudarlos con nuestra oración en ese
momento de lucha entre el bien y el mal, para librarlos de las trampas y
tentaciones del demonio. Todo moribundo
tiene temor y el solo tomar la mano de uno de ellos y hablarle del amor de Dios
y de la maravilla que lo espera en el Cielo junto a Jesús y María, junto a sus
seres que partieron, los reconforta.
La
hora que estamos viviendo, no admite filiaciones con la indiferencia. Tenemos que ser la mano larga de nuestros
sacerdotes para ir donde ellos no pueden llegar. Pero para ello, para tener el valor, debemos
recibir a Jesús, vivir con Jesús, alimentarnos de Jesús.
Tenemos
miedo a comprometernos un poco más y cuando el Señor dice:
“Busca primero el Reino de Dios y lo demás se te
dará por añadidura”, es el todo hermanos, es el
buscar el Reino de Dios por todos los medios y con todos los medios y….¡abrir
las manos para recibir TODO por añadidura; porque es el Patrón que mejor paga,
el único que está atento a tus menores necesidades!.
Hermano,
hermana, gracias por haberme permitido cumplir con la misión que se me ha
encomendado: hacerte llegar estas páginas.
La próxima vez que asistas a la Santa Misa, vívela. Sé que el Señor cumplirá contigo la promesa
de que “Nunca más tu Misa volverá a
ser la de antes” y cuando lo recibas ¡Ámalo!.
Experimenta
la dulzura de sentirte reposando entre los pliegues de Su costado abierto por
ti, para dejarte Su Iglesia y Su Madre, para abrirte las puertas de la Casa de
Su Padre, para que seas capaz de comprobar Su Amor Misericordioso a través de
este testimonio y trates de corresponderle con tu pequeño amor.
Que
Dios te bendiga esta Pascua de Resurrección. Tu hermana en Jesucristo Vivo.
Catalina
Este conmovedor testimonio lo leí en el libro "Cielo e Infierno verdades de Dios" de María Vallejo Nágera. Sinceramente, agradezco mucho a la buena persona que dirige esta página por darse el tiempo de trasmitirlo, es extenso y de verdad que agradezco la generosidad de dedicar su tiempo a difundirlo. Es bello y profundo el mensaje de Catalina. :)
ResponderEliminarEs la verdad de nuestra Eucaristía Dios los bendiga hoy y siempre.
EliminarMil Gracias por compartirlo!
ResponderEliminarLo buscaba desde hace tiempo
Nunca antes habia oido este conmovedor y hermoso testimonio. Gracias Madre Maria por revelarnos un pedacito de Cielo a traves de tu hija Catalina. Alabado sea Jesucristo!
ResponderEliminarHermanos Hermanas, La paz con ustedes,
ResponderEliminaraca esta la pelicula de esta revelación dada por Jesús y Maria para que como dice el Señor Nuestro gozo sea aún mayor.
Bendiciones
https://www.youtube.com/watch?v=6ipWEO8pWSU
El testimonio de la hermana Catalina ha provocado en mí, lágrimas, emoción, reflexión y arrepentimiento por no vivir la Santa Misa a plenitud...Gracias por compartir!!
ResponderEliminarEn verdad es grandioso el milagro de la Eucaristia, si todos estariamos conscientes de esto, las misas estarian llenas de catolicos, iriamos a misa todos los dias, ya que hay celebraciones antes y despues de los horarios de trabajo. hay una pelicula muy buena sobre esto, se llama El Gran Milagro, veanla. Bendiciones a todos y a buscar los sacramentos que Jesus nos ha dado.
ResponderEliminarum interesante este testimonio de los muchos que hay la verdad vale la pena analizarlo para ver si es verdad o no pero muy interesante este tema sobre catalina rivas para ver si de verdad la eucaristia tiene algun poder o efecto en especial no creo que sea de gran importancia ir a misa o no todo depende de las ideología que todos tengamos pero deberíamos analizar este testimonio es la verdad muy interesante.
ResponderEliminarComo puedo comunicarme con Catalina? Es muy importante, alguien puede ayudarme?
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarA eucaristia é o centro da vida da Igreja. Sem eucaristia não há Igreja...
Eliminar¡Qué maravilloso regalo !
ResponderEliminarLo había leído un tiempo atrás, y recuerdo cómo me transformó al "vivir" la misa.
Ahora lo vuelvo a encontrar, y lo disfruto mucho más, al comprender cuánto me ha trasformado el Señor.
Gloria a Dios, gloria a Dios, gloria a Dios.
¡Que El Señor los bendiga hermanos !