sábado, 26 de mayo de 2018

Misterios de Luz (3)


Después de realizar su primer Signo en las Bodas de Caná, Jesús comienza su predicación sobre el Reino de Dios por medio de las parábolas.  

Rembrandt Harmensz. van Rijn - The Return of the Prodigal Son.jpg 

Este es el tema de meditación que nos propone el Tercer Misterio de Luz: El anuncio del  Reino de Dios invitando a la conversión.

“Misterio de luz es la predicación con la cual Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios e invita a la conversión (cf. Mc 1, 15), perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe (cf. Mc 2. 3-13; Lc 47-48), iniciando así el ministerio de misericordia que Él continuará ejerciendo hasta el fin del mundo, especialmente a través del sacramento de la Reconciliación confiado a la Iglesia” (RVM, 21).

San Juan Bautista había hecho un fuerte llamado a la conversión y al arrepentimiento de los pecados durante el tiempo en que estuvo bautizando en el Río Jordán. Pero él no era el Mesías. Era el Precursor, el que preparaba los caminos del Señor, el que estaba destinado a ser la Voz que clama en el desierto.

Algunos de los discípulos de Juan luego fueron discípulos de Jesús. Gracias al Bautista conocieron al Señor y lo siguieron. Varios de ellos eran pescadores en el Mar de Galilea. Por eso, Jesús hace de Cafarnaúm, ciudad marítima, el centro de su misión mesiánica hasta la marcha definitiva a Jerusalén.

Las primeras predicaciones que nos narran los Evangelios Jesús las realiza desde la barca de Pedro. Son las Parábolas del Reino. Mediante ellas, el Señor llama a todos a la conversión.

¿Qué quería Jesús significar con esta palabra, en griego, “metanoia”? Un cambio de mente y de corazón. Un reconocerse pecador y abrirse al anuncio del Reino de Dios. Un dejar el propio “yo” para abrirse a ser habitado por la gracia de Dios. Un morir a uno mismo y renacer a una vida nueva.  

Jesús pide la fe en Él, como Enviado de Dios y, poco a poco, también como el Mesías esperado por el pueblo de Israel y anunciado por los profetas. El Señor prueba la verdad de sus palabras por la profundidad que tienen sus enseñanzas que, además, van acompañados por milagros frecuentes: curaciones, expulsiones de demonios, poder para resucitar muertos…

Las parábolas que predica son formas literarias utilizadas en la antigüedad para expresar una enseñanza por medio de imágenes que están tomadas de la vida corriente de los que le escuchan, sobre todo campesinos y pescadores.

No solamente predica parábolas en Galilea. También lo hace en Jerusalén, al final de su vida.

Además de las parábolas del Reino, como la del sembrador, la perla preciosa, el tesoro escondido, la red barredera, el grano de mostaza, etc., otras parábolas famosas de Cristo son, por ejemplo, las parábolas de la misericordia que aparecen en el capítulo 15 del evangelio de San Lucas: la parábola de la oveja perdida, del hijo pródigo y de la dracma perdida.

El Papa Benedicto XVI ha desarrollado ampliamente en su libro, Jesús de Nazaret, el tema de las parábolas en la Vida pública del Señor. Veamos qué nos quiere enseñar.

“Las parábolas son indudablemente el corazón de la predicación de Jesús. No obstante el cambio de civilizaciones nos llegan siempre al corazón con su frescura y humanidad (…). En las parábolas –teniendo en cuenta también la singularidad lingüística, que deja traslucir el texto arameo– sentimos inmediatamente la cercanía de Jesús, cómo vivía y enseñaba. Pero al mismo tiempo nos ocurre lo mismo que a sus contemporáneos y a sus discípulos: debemos preguntarle una y otra vez qué nos quiere decir con cada una de las parábolas (cf. Mc 4, 10)”.

El Papa pone de relieve “la importancia de la imagen de la semilla en el conjunto del mensaje de Jesús”.

“El tiempo de Jesús, el tiempo de los discípulos, es el de la siembra y de la semilla. El "Reino de Dios" está presente como una semilla. Vista desde fuera, la semilla es algo muy pequeño. A veces, ni se la ve. El grano de mostaza –imagen del Reino de Dios– es el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí un árbol entero. La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir. Es promesa ya presente en el hoy”.

Pero, más tarde, el Domingo de Ramos, Jesús resume las diversas parábolas sobre las semillas, y desvela su pleno significado:

"Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero, si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Él mismo es el grano. Su "fracaso" en la cruz supone precisamente el camino que va de los pocos a los muchos, a todos: "Y cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32)”.

Para Benedicto XVI, habría que interpretar todas las parábolas como anuncio de la Cruz, que tanto nos cuesta entender, y que Jesús pre-anuncia repetidamente: para que (como está escrito) "miren y no vean, oigan y no entiendan, a no ser que se conviertan y Dios los perdone"" (Mc 4, 12; Jeremías, p. 11).

“Así, las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la cruz; no sólo hablan de él: ellas mismas forman parte de él. Pues precisamente porque dejan traslucir el misterio divino de Jesús, suscitan contradicción. Precisamente cuando alcanzan máxima claridad, como en la parábola de los trabajadores homicidas de la viña (cf. Mc 12, 1-12), se transforman en estaciones de la vía hacia la cruz. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador que siembra la semilla de la palabra de Dios, sino que es semilla que cae en la tierra para morir y así poder dar fruto”.

Cada parábola es una invitación a creer en lo que no se ve: el Reino de Dios; pero que es más real que lo que vemos con los ojos de la carne. Somos libres para aceptar el mensaje del Señor o para rechazarlo. La llamada a la conversión consiste en decidirse por la fe, por lo que no se ve. Pero esta decisión debe de ser libre.

“[Jesús nos dice, a través de las parábolas:] Dios está en camino hacia ti. Pero es también un conocimiento que plantea una exigencia: cree y déjate guiar por la fe. Así, la posibilidad del rechazo es muy real, pues la parábola no contiene una fuerza coercitiva”.

La escucha de las parábolas puede llevar a algunos al “endurecimiento del corazón” y a otros a la alegría de la fe.

“Las parábolas son expresión del carácter oculto de Dios en este mundo y del hecho de que el conocimiento de Dios requiere la implicación del hombre en su totalidad; es un conocimiento que forma un todo único con la vida misma, un conocimiento que no puede darse sin "conversión"”.

Por eso, el Papa Benedicto concluye que “en las parábolas se manifiesta la esencia misma del mensaje de Jesús y en el interior de las parábolas está inscrito el misterio de la cruz”.

Transcribimos una cita del Cardenal Ratzinger sobre la conversión, que vale la pena meditar despacio.

«La conversión es el acto por el que elegimos la reciprocidad del amor, la disponibilidad a dejarnos formar por la verdad, para llegar a ser “cooperadores de la verdad (3 Jn 8) (…). “Convertirse” quiere decir: no buscar el éxito, no correr tras el prestigio y la propia posición. “Conversión” significa: renunciar a construir la propia imagen, no esforzarse por hacer de sí mismo un monumento, que acaba siendo con frecuencia un falso Dios. “Convertirse” quiere decir: aceptar los sufrimientos de la verdad. La conversión exige que la verdad, la fe y el amor lleguen a ser más importantes que nuestra vida biológica, que el bienestar, el éxito, el prestigio y la tranquilidad de nuestra existencia; y esto no solamente de una manera abstracta, sino en la realidad cotidiana y en las cosas más insignificantes. De hecho, el éxito, el prestigio, la tranquilidad y la comodidad son los falsos dioses que más impiden la verdad y el verdadero progreso en la vida personal y social. Cuando aceptamos esta primacía de la verdad, seguimos al Señor, cargamos con nuestra cruz y participamos en la cultura del amor, que es la cultura de la cruz» (El Camino Pascual, pp. 27-28).

María, que escuchaba atenta las palabras del Señor y las meditaba en su corazón, entiende muy bien —aunque envuelto en el misterio— lo que Jesús quería decir, y se prepara con fe para abrazar la Cruz de su Hijo.


sábado, 19 de mayo de 2018

Misterios de Luz (2)


Mañana, con la Solemnidad de Pentecostés, terminamos el Tiempo Pascual. Sin embargo, ahora seguimos con la secuencia de los Misterios del Rosario que hemos comenzado. Hoy consideraremos el Segundo Misterio de Luz.

 

Toda la revelación del Misterio de Cristo tiene una unidad admirable. Ya desde el principio de la Vida pública del Señor se manifiesta la abundancia del Amor de Dios, como se pone especialmente de relieve en la Venida del Espíritu Santo, en Pentecostés.

Efectivamente, Jesús realiza el primero de sus Signos de modo sorprendente: convierte aproximadamente 600 litros de agua en el mejor de los vinos.

El 2° Misterio luminoso es la Autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná. Toda la vida de Cristo es un Misterio de Luz. Él es la Luz del Mundo. Pero esta dimensión se manifiesta especialmente en su Vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino.

“Misterio de luz es el comienzo de los signos en Caná (cf.Jn 2, 1-12), cuando Cristo, transformando el agua en vino, abre el corazón de los discípulos a la fe gracias a la intervención de María, la primera creyente” (RVM, n. 21).

San Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (16 de octubre de 2002), publicada para inaugurar el Año del Rosario en toda la Iglesia, resalta la presencia de María en todos los Misterios del Rosario, también en los Misterios de Luz.

“Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los "misterios de luz" (RVM, n. 21).

El Papa nos invita a meditar la vida de Cristo teniendo presente el “telón de fondo mariano” que hay en ella: “la presencia de María queda en el trasfondo”. Nuestra Madre está siempre dándonos su buen consejo: “Haced lo que Él os diga”.

Toda la vida de Cristo es un “cumplir la voluntad de su Padre”. Y María nos anima a seguir a Jesús en ese cumplimiento de la voluntad de Dios.

El martes pasado leíamos en la primera lectura de la Misa un texto de los Hechos de los Apóstoles. San Pablo se había reunido con los presbíteros de Éfeso para abrirles su corazón, en el puerto de Mileto, antes de su marcha a Jerusalén.

El jueves 10 de marzo de 2011, el Papa Benedicto XVI comentaba este texto a los sacerdotes de la diócesis de Roma. En esa charla repitió 20 veces la palabra “voluntad”, refiriéndose a la necesidad que tienen los sacerdotes (en realidad, todos los cristianos) de buscar cumplir la voluntad de Dios en todo momento, y no nuestra propia voluntad.

“[Somos servidores de Cristo] servidores que no hacen su voluntad, sino la voluntad del Señor. En la Iglesia somos realmente embajadores de Cristo y servidores del Evangelio”.

Por lo tanto, nuestra obligación es anunciar completa la voluntad de Dios y no un cristianismo “a la carta”, según nuestros propios gustos o ideas teológicas preferidas.

“[El cristiano no se sustrae] al compromiso de anunciar toda la voluntad de Dios, también la voluntad incómoda, incluidos los temas que personalmente no le agradan tanto. Nuestra misión es anunciar toda la voluntad de Dios, en su totalidad y sencillez última. Pero es importante el hecho de que debemos predicar y enseñar –como dice san Pablo–, y proponer realmente toda la voluntad de Dios”.

Es verdad, también, que nunca podremos acabar de conocer toda la voluntad de Dios, en plenitud, porque nunca podremos abarcar la grandeza del Misterio divino. Por eso, el cristiano tiene sed de Dios. Nunca se sacia con la verdad que conoce. Siempre tiene deseos de saber más sobre Dios y su Verdad.

“Pienso que si el mundo de hoy tiene curiosidad de conocer todo, mucho más nosotros deberemos tener la curiosidad de conocer la voluntad de Dios: ¿qué podría ser más interesante, más importante, más esencial para nosotros que conocer lo que Dios quiere, conocer la voluntad de Dios, el rostro de Dios? Esta curiosidad interior debería ser también nuestra curiosidad por conocer mejor, de modo más completo, la voluntad de Dios. Debemos responder y despertar esta curiosidad en los demás, curiosidad por conocer verdaderamente toda la voluntad de Dios, y así conocer cómo podemos y cómo debemos vivir, cuál es el camino de nuestra vida”.

El Papa Benedicto XVI nos anima a comenzar por ahondar en el contenido de las cuatro partes del Catecismo de la Iglesia Católica (doctrina, liturgia, moral y oración) que nos introducen a la totalidad de la voluntad de Dios.

La Revelación de Dios es algo sencillo: Dios se ha revelado en Cristo. Pero hay que entrar en esa sencillez: creo en Dios, que se revela en Cristo y quiero ver y realizar su voluntad. El Espíritu Santo nos hará comprender la sencillez última de la fe si somos dóciles a su acción. Descubriremos que en la oscuridad aparente hay mucha Luz. Que la Verdad es bella. La voluntad de Dios es buena, es la bondad misma.

Es necesario ser humildes, como los siervos de las bodas de Caná, que hicieron caso al buen consejo de la Virgen, llenaron las hidras de agua hasta los bordes y fueron testigos del gran milagro del Señor: la conversión de 600 litros de agua en el mejor de los vinos.

Dios nos ama y la voluntad última del Señor es gracia.

“El Evangelio es invitación a la alegría porque estamos en la gracia, y la última palabra de Dios es la gracia”.

San Pablo revela a los presbíteros de Éfeso su martirio inminente, y les alerta a estar en vela: "Velad por vosotros mismos y por todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo" (v. 28).

“"Velad", nos dice [Jesús] a nosotros; tratemos de no dormir en este tiempo, sino de estar realmente dispuestos para la voluntad de Dios y para la presencia de su Palabra, de su Reino (…)."Velad por vosotros mismos": estemos atentos también a nuestra vida espiritual, a nuestro estar con Cristo. Como he dicho en muchas ocasiones: orar y meditar la Palabra de Dios no es tiempo perdido para la atención a las almas, sino que es condición para que podamos estar realmente en contacto con el Señor y así hablar de primera mano del Señor a los demás”.

Terminamos con unas palabras del Papa Benedicto XVI sobre la importancia de seguir las mociones del Espíritu Santo en nuestra alma.

“No es algo que hagamos nosotros solamente [nuestra misión en la Iglesia]. Es una elección del Espíritu Santo, y en esta voluntad del Espíritu Santo, voluntad de Dios, vivimos y buscamos cada vez más dejarnos llevar de la mano por el Espíritu Santo, por el Señor mismo”.
      
María es la Esposa del Espíritu Santo. Es Maestra de fe y docilidad para cumplir siempre y en todo momento la voluntad de Dios.
     

sábado, 12 de mayo de 2018

Misterios de Luz (1)


Antes del año 2002 sólo había tres tipos de misterios del Rosario: los misterios gozosos, los dolorosos y los gloriosos. A partir de la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, San Juan Pablo II propuso a la Iglesia cinco nuevos misterios.


Efectivamente, se echaba de menos la contemplación de la Vida pública de Jesús en el Santo Rosario. A estos nuevos misterios el Papa los llamó “misterios de Luz”.

“En realidad, todo el misterio de Cristo es luz. Él es " la luz del mundo " (Jn 8, 12). Pero esta dimensión se manifiesta sobre todo en los años de la vida pública, cuando anuncia el evangelio del Reino” (RVM, 21). 

De esta fase de la vida de Cristo, el Papa propuso contemplar los siguientes misterios: 1. su Bautismo en el Jordán; 2. su autorrevelación en las bodas de Caná; 3. su anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión; 4. su Transfiguración; 5. institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual.

En os próximos “posts” iremos meditando cada uno de estos cinco misterios.

El Bautismo de Jesús en el río Jordán marca el inicio de su Vida pública. Había vivido unos 30 años en Nazaret, oculto a los hombres, y ahora debe manifestarse públicamente con sus palabras y signos, para anunciar la llegada del Reino de los Cielos.

El Señor aprovecha el año sabático (shemitah) que, según los exégetas, vivía el pueblo de Israel en el año decimoquinto del imperio de Tiberio Cesar, y que además era un año especial pues se trataba del año sabático que ocurre cada 50 años.

Jesús decide acudir al Jordán, donde bautizaba Juan Bautista, el profeta designado para preparar los caminos del Señor y la llegada del Mesías. Él era quien tendría que dar testimonio del Ungido. Jesús se mezcla en la cola de los pecadores, que esperan ser bautizados.

Nuevamente observamos el ejemplo de humildad de Cristo: “no romperá la caña cascada; no apagará la mecha que aún humea; no levantará la voz…”. Se siente un pecador más. Quiere cargar con todos los pecados del mundo y se dispone a recibir el bautismo de penitencia de Juan que, al presentarse delante de él, lo reconoce y admite que él, Juan, es quien debía de ser bautizado por Jesús. “No soy digno de desatar la correa de sus sandalias”.

Jesús se sumerge en el agua del río y, al salir, la Voz del Padre y la presencia del Espíritu en forma de Paloma dan testimonio del Hijo. Después de la escena de la Anunciación, es la primera vez que se revela el Misterio de la Santísima Trinidad. En esta ocasión, de modo público.

El Bautismo del Señor en el Jordán es el primer misterio de Luz.

“Cada uno de estos misterios revela el Reino ya presente en la persona misma de Jesús. Misterio de luz es ante todo el Bautismo en el Jordán. En él, mientras Cristo, como inocente que se hace 'pecado' por nosotros (cf.2Co 5, 21), entra en el agua del río, el cielo se abre y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto (cf.Mt 3, 17    par.), y el Espíritu desciende sobre Él para investirlo de la misión que le espera” (RVM, 21).

La Providencia había dispuesto que los que serían los discípulos de Jesús habían sido antes discípulos de Juan Bautista. Es Juan quien les indica: “Este es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo”. Y son dos de esos discípulos, Juan y Andrés, quienes siguen a Jesús al lugar de su morada. “¿Dónde habitas Maestro?”. “Venid y lo veréis”.

Jesús comienza su misión pública con un gesto: sumergirse en el agua del Jordán que significa la muerte de sí mismo. Toma sobre sus hombros todos los pecados del mundo. Queda sepultado por ellos. Comienza su muerte, aquí en la tierra, para darnos la Vida y destruir para siempre la segunda muerte y el poder del demonio.

¿Cómo sería el primer encuentro de Jesús con los dos primeros discípulos? Desde luego, muy entrañable. Juan y Andrés descubren la grandeza del Señor: atisban su Misterio. Sus palabras y sus gestos; su modo de razonar y de manifestar afecto los cautivarían. Aunque no han presenciado aún milagros, signos extraordinarios, ya reconocen en Jesús al Ungido y, en cuanto pueden, lo comunican a sus respectivos hermanos: Santiago y Pedro. Era como la hora décima (las 4 de la tarde).

La Luz comienza a disipar las tinieblas. Las palabras y obras de Cristo son Luz que ilumina a todo hombre. Quienes conocen a Cristo, le escuchan hablar y ven su modo de vivir, dan testimonio para que nosotros también creamos en Él y tengamos Vida.

La contemplación del Bautismo del Señor es una buena ocasión para que nosotros, dos mil años después, hagamos nuevamente nuestra profesión de fe con el Símbolo de los Apóstoles:

“Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, Factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium.
Et in unum Dominum Iesum Christum, Filium Dei unigenitum, et ex Patre natum ante omnia saecula, Deum de Deo, Lumen de Lumine, Deum verum de Deo vero, genitum, non factum, consubstantialem Patri: per quem ómnia facta sunt; qui propter nos homines et propter nostram salutem descendit de caelis, et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est, crucifixus etiam pro nobis sub Pontio Pilato, passus et sepultus est, et resurrexit tertia die secundum Scripturas, et ascendit in caelum, sedet ad dexteram Patris, et iterum venturus est cum gloria, iudicare vivos et mortuos; cuius regni non erit finis.
Et in Spíritum Sanctum, Dominum et vivificantem, qui ex Patre Filioque procedit, qui cum Patre et Filio simul adoratur et conglorificatur, qui locutus est per Prophetas.
Et unam sanctam catholicam et apostolicam Ecclesiam. Confiteor unum Baptisma in remissionem peccatorum. Et expecto resurrectionem mortuorum, et vitam venturi saeculi.
Amen”.   

María no está “físicamente” presente en la mayoría de los misterios de Luz. Pero, como dice Juan Pablo II, sí está presente de modo espiritual, y con una presencia muy fuerte.

“Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los Evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf. Mc 3, 31-35; Jn 2, 12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo. La revelación, que en el Bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: " Haced lo que él os diga " (Jn 2, 5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los " misterios de luz" (RVM, 21).

Nuestra Madre, en este mes de mayo, nos enseñará contemplar cada uno de los misterios de Luz para que iluminen más nuestra vida y, meditándolos con amor todos los días, nos conviertan en antorchas para llevar la Luz de Cristo a los demás.

También podemos acudir hoy a la intercesión del Beato Álvaro del Portillo (1914-1994), primer Prelado del Opus Dei y sucesor de San Josemaría que, con su vida fiel, dejó un rastro luminoso en la Iglesia. El 12 de mayo es el día de su festividad y se reza la siguiente oración:

“Dios Padre de misericordia, que infundiste en el beato Álvaro, obispo, el espíritu de verdad y de amor, concédenos que, siguiendo su ejemplo, nos gastemos humildemente en la misión salvífica de la Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo” (Oración Colecta).



sábado, 5 de mayo de 2018

Misterios gozosos (5)


Al comienzo del mes de mayo, Mes de la Virgen, contemplamos el 5° Misterio gozoso del Santo Rosario. Jesús, al cumplir los doce años, es llevado por sus padres a Jerusalén.

Resultado de imagen para Jesús entre los doctores, Giotto, h. 1302-1305. Padua, Capilla Scrovegni.

Había vivido su infancia en Nazaret con toda normalidad, creciendo en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. María y José, que observaban todos los preceptos de la Ley, lo llevan al Templo. Ya lo habían presentado al nacer. Pero la Ley prescribía que, a los trece años cumplidos, los niños también debían acudir a Jerusalén en las tres grandes fiestas (Pascua, De las Semanas, de los Tabernáculos). Las familias piadosas de Israel los llevaban desde los doce años, para que así se acostumbraran a cumplir este precepto de la Ley.

Lo primero que Benedicto XVI señala en su libro sobre Jesús de Nazaret, al comentar este pasaje del Evangelio, es que el Señor cumple la Ley. No es un revolucionario, sino un judío obediente y dócil a lo que Yahvé había dispuesto para su Pueblo.

“En efecto, Jesús ha introducido en su misión de Hijo una nueva fase en la relación con Dios, inaugurando en ella una nueva dimensión de la relación del hombre con Dios. Pero esto no es un ataque a la piedad de Israel. La libertad de Jesús no es la libertad del liberal. Es la libertad del Hijo, y por ese mismo motivo es también la libertad de quienes son verdaderamente piadosos” (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret).

Jesús no vino a abolir la Ley, sino a darle su plenitud (cfr. M5 5, 17). El verdadero contenido teológico al que apunta el breve pasaje de Jesús a los doce años es la perfecta conjunción entre la novedad radical que introduce el Señor y su fidelidad igualmente radical a la Ley de Dios.

El sentido del precepto era recordar a los israelitas que eran un Pueblo de peregrinos, un Pueblo siempre en Camino hacia el Único Dios en el Único Templo donde se le debería honrar.

En el ambiente de la Sagrada Familia se armonizan perfectamente la libertad de cada uno y la obediencia. Jesús podía decidir en qué comitiva ir. Por eso, al regreso de Jerusalén a Nazaret, quizá en la primera noche, sus padres no advierten que no va en el grupo de peregrinos. Preocupados, María y José regresan a la Ciudad santa y, al tercer día, encuentran a Jesús en el Templo, sentado en medio de los doctores, mientras los escuchaba y hacía preguntas (cfr. Lc 2, 46).

Esas tres jornadas hacen referencia a las que habría entre la Cruz y la Resurrección: días de ausencia de Jesús y de gran sufrimiento, especialmente para su Madre que le dice:

«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados» (Lc 2, 48).

María sentiría algo del dolor de la espada que Simeón le había anunciado (cf. Lc 2, 35).     

Toda la vida del Señor está envuelta en el misterio. No podemos olvidar la distancia infinita que existe entre la creatura y su Creador, aunque tampoco la cercanía que Dios, rico en misericordia, ha querido que tengamos con Él.

Jesús responde a su Madre de manera impresionante:

«Pero ¿cómo? ¿Me habéis buscado? ¿No sabíais dónde tiene que estar un hijo? ¿Que tiene que estar en la casa de su padre, en las cosas del Padre?» (cf. Lc 2, 49).

Jesús está donde «debe» estar: con el Padre, en su casa.

La primera impresión es que Jesús desobedece a sus padres. En realidad lo que hace es obedecer a su Padre. Le «debe» obediencia en todo: su alimento es cumplir la voluntad de su Padre.

Jesús dice a sus discípulos, después del episodio de Cesarea de Filipo, que  Él «debe» sufrir mucho, ser rechazado, sufrir la ejecución y resucitar (cf. Mc 8, 31).

María no comprende las palabras de Jesús, pero las conserva en su corazón y allí las hace madurar poco a poco.

«Ellos no comprendieron lo que quería decir», y «su madre conservaba todo esto en su corazón» (Lc 2, 50-51).

El Papa Benedicto XVI nos hace notar que es necesaria la humildad para introducirnos en el misterio que el Padre nos revela en su Hijo.  

“Las palabras de Jesús son siempre más grandes que nuestra razón. Superan continuamente nuestra inteligencia. Es comprensible la tentación de reducirlas, manipularlas para ajustarlas a nuestra medida” (Jesús de Nazaret).

María cree y conserva la Palabra en su corazón.

En este contexto hay que entender las palabras de Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Gaudete et Exultate sobre la novedad a la que tenemos que estar siempre abiertos.

“Jesús llama felices a los pobres de espíritu, que tienen el corazón pobre, donde puede entrar el Señor con su constante novedad” (n. 68). “María, que supo descubrir la novedad que Jesús traía, cantaba: «Se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador» (Lc 1, 47)” (n. 124). “Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras” (n. 135). “Esto [el discernimiento] resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la propia vida, y entonces hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del espíritu del diablo. En otras ocasiones sucede lo contrario, porque las fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a dejar las cosas como están, a optar por el inmovilismo o la rigidez. Entonces impedimos que actúe el soplo del Espíritu” (n. 168).

Es necesario siempre armonizar la apertura a las sorpresas de Dios con la fidelidad a lo que “permanece”. El domingo pasado leíamos en el Evangelio de la Misa las palabras de Jesús a sus discípulos sobre la importancia de “permanecer” en su Palabra.

“Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos” (Jn 15, 7).

María nos enseña a “permanecer” siempre fieles. ¿Cómo? Meditando en nuestro corazón la Palabra y dejando que el Espíritu nos llene de su Verdad, firme y fuerte y, al mismo tiempo, capaz de iluminar todas las situaciones de nuestra vida en la historia.