El 6 de octubre de 2002 fue la
canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer, “el santo de lo ordinario”, en la Plaza de San Pedro en Roma.
Celebró la Santa Misa San Juan Pablo II.
Hans Holbein, el Viejo, La Virgen y el Niño con Santa Ana, 1490s |
En su homilía el Papa señaló por qué la
Iglesia canoniza a los santos: porque han sido dóciles a las mociones del Espíritu Santo y, de esta manera, han
conocido, amado y vivido en la Voluntad de Dios.
““Todos
los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8, 14).
Estas
palabras del apóstol san Pablo, que acaban de resonar en nuestra asamblea, nos
ayudan a comprender mejor el significativo mensaje de la canonización de
Josemaría Escrivá de Balaguer, que celebramos hoy. Él se dejó guiar dócilmente por el Espíritu, convencido de que sólo así se puede cumplir plenamente la voluntad de
Dios.
A ese Dios
invisible
—escribió— lo encontramos en las cosas más visibles y materiales (Conversaciones con monseñor Escrivá de
Balaguer, n. 114).
La vida habitual
de un cristiano que tiene fe —solía afirmar Josemaría Escrivá—, cuando trabaja o descansa, cuando
reza o cuando duerme, en todo momento, es una vida en la que Dios siempre está
presente (Meditaciones, 3 de
marzo de 1954).
También
en el contexto sólo aparentemente monótono del normal acontecer terreno, Dios
se hace cercano a nosotros y nosotros podemos cooperar a su plan de salvación”
(San Juan Pablo II, 6-X-2002).
Más adelante, San Juan
Pablo II animaba a todos los que estábamos presente en la ceremonia a, en primer lugar, esforzarnos nosotros mismos para ser santos, y
nos señalaba cómo podemos hacerlo.
“Siguiendo
sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o
edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por
ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en
la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De este modo,
seréis “sal de la tierra” (cf. Mt 5,
13) y brillará “vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16)” (Ibidem).
La Voluntad de Dios se manifiesta muy
concreta: seguir las pisadas de Cristo (estilo evangélico), que es manso y
humilde de corazón (Mt 11, 29); que vino a servir y no a ser servido (Mt 20, 28); que se abandonó
completamente a la Voluntad de su Padre (Lc 23, 46); que fue ungido por el Espíritu y se
dejó llevar por Él hasta la Cruz (Mc 1, 12.15).
Después, San Juan Pablo II añade un nuevo
enfoque para conocer en qué consiste la Voluntad de Dios, que se enlace
perfectamente con lo había dicho hasta el momento.
“Pero
para cumplir una misión tan ardua hace falta un incesante crecimiento interior
alimentado por la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la
oración, que consideraba una extraordinaria “arma” para redimir al mundo.
Recomendaba siempre: Primero, oración; después, expiación; en
tercer lugar, muy “en tercer lugar”, acción (Camino, n. 82). No es una paradoja, sino una verdad perenne: la
fecundidad del apostolado reside, ante todo, en la oración y en una vida
sacramental intensa y constante. Este es, en el fondo, el secreto de la
santidad y del verdadero éxito de los santos” (Ibidem).
La Voluntad de Dios es que busquemos la
santidad y el apostolado, fundamentados en la oración (en primerísimo lugar),
la expiación (mortificación, penitencia…) y la acción (el trabajo).
Por otra
parte, todas las realidades nobles
humanas son ocasión para cumplir la Voluntad de Dios. Dios es un Dios
cercano y está presente en toda nuestra vida.
“San
Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la
santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes,
son camino de santificación. Se podría
decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de
que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un
encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida
diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente
al alcance de todos” (Juan Pablo II, 7.X.2002, al día siguiente de la
canonización de San Josemaría).
El mismo
día de la canonización de San Josemaría, el
Cardenal Joseph Ratzinger celebraba una Misa para un grupo de lengua
alemana y, en su homilía subrayó cómo la santidad se puede alcanzar en la vida
ordinaria.
“En los procesos de
canonización se busca la virtud “heroica” podemos tener, casi
inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a
pensar: “esto no es para mí”; “yo no me siento capaz de practicar virtudes
heroicas”; “es un ideal demasiado alto para mí”. En ese caso la santidad
estaría reservada para algunos “grandes” de quienes vemos sus imágenes en los
altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una
idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ha sido
corregida – y esto me parece un punto central- precisamente por Josemaría
Escrivá” (Cardenal Joseph Ratzinger, 6-X-2002).
Ser santo es dejarse guiar por el Espíritu
Santo en las cosas pequeñas de cada día.
“Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas
grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho
él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras
palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con
el amigo. Esto es la santidad” (Ibidem).
Conocer, amar y vivir en la Voluntad de
Dios se puede lograr en las situaciones más corrientes de la vida humana,
pero hay una condición: buscar la oración continua, el diálogo permanente con
Dios, la escucha atenta del Espíritu, con la disponibilidad plena a seguir sus
mociones generosamente.
“Verdaderamente todos somos capaces,
todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus
manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se
habla con un amigo sabiendo, con certeza, que el Señor es el verdadero amigo de
todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas
grandes”.
Terminamos acudiendo a Nuestra Madre:
“Enséñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella”.
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