sábado, 21 de septiembre de 2019

La pobreza cristiana


Como todos los domingos, la Liturgia de la Palabra del Domingo 25° del Tiempo Ordinario nos ofrece un contenido riquísimo para meditar y luego llevar a nuestra vida.    

Homeless, de Kennington
Homeless, sin hogar, de Thomas Benjamin Kennington, de 1890
  
La Colecta de la Misa, ya nos da una pista para comprender lo que leemos en las tres lecturas y el salmo responsorial.  

Oración colecta
“Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina
en el amor a ti y al prójimo,
concédenos cumplir tus mandamientos,
para que merezcamos llegar a la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo”.

El profeta Amós (cfr. 1ª Lectura: Am 8, 4-7), describe el comportamiento del hombre injusto con el prójimo y sin temor de Dios, que no cumple los mandamientos. Para conseguir una ventaja económica (7° mandamiento), miente (8° mandamiento) y lesiona el amor al prójimo (5° mandamiento), aprovechándose de los más humildes.

Todo empieza por la avidez de los bienes materiales. “Radix malorum est cupiditas” (1 Tim 6, 10). “La avaricia es la fuente de todos los males”.  

¡Qué importante es vivir la pobreza cristiana! San Juan de la Cruz, en Subida al Monte Carmelo, de una manera muy gráfica explica la importancia del desasimiento. No es posible avanzar en la vida espiritual si no estamos desasidos de las cosas terrenales. Aunque se trate sólo de un “hilillo sutil”, que se convierte en cadena de hierro forjado si no estamos dispuestos a cortarlo decididamente.

«En tanto que el alma tuviere asimiento a alguna cosa, excusado es que adelante, aunque sea mínimo. Porque un ave asida a un hilo, aunque sea delgado, por fácil que es de quebrar, si no le quiebra no volará. Así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa: aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión. El asimiento tiene la propiedad que la rémora; con ser un pez muy pequeño tiene tan queda la nao que no la deja llegar a puerto ni navegar.
Y no solamente no van adelante, sino que vuelven atrás, perdiendo lo que en tanto tiempo, con tanto trabajo, han caminado y ganado; porque en este camino, el no ir adelante es volver atrás: “el que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mt 12, 30). “El que desprecia las cosas pequeñas poco a poco irá cayendo” (Eccli 19, 1). Porque una imperfección basta para traer otras; y así habemos visto muchas personas muy adelante en gran desasimiento y libertad, y por sólo un asimientillo de afición, so color de bien, írseles vaciando el espíritu y gusto de Dios y no parar hasta perderlo todo, porque no atajaron aquel principio» (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, cap. XI).

La libertad que nos da la pobreza también nos da la capacidad de agrandar nuestro corazón para amar a Dios totalmente y a nuestros hermanos.

San Pablo advierte a su discípulo Timoteo (cfr. 2ª Lectura: 1 Tim 2, 1-8) que Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. También desea “que podamos llevar una vida sosegada, con toda piedad y respeto”. Por eso le pide que rece por las autoridades, para que sepan gobernar bien, con justicia para todos, especialmente para con los más pobres y desvalidos.   

“El Señor levanta del polvo al desvalido, / alza de la basura al pobre, / para sentarlo con los príncipes, / los príncipes de su pueblo” (Salmo 112).

Jesús, en el Evangelio de la Misa de mañana (cfr. Lc 16, 1-13), enseña todo esto con la Parábola del Administrador infiel. Astutamente (como sucede muchas veces con los hijos de las tinieblas) se gana a los deudores de su amo rebajando el precio de la deuda. Así, roba a su amo y consigue amigos que luego le puedan pagar de alguna manera el favor que les ha hecho. Es una manera de robar y sobornas muy sagaz. Lo guía la avaricia y, al parecer, es infiel en algo menudo, pero, en realidad, acaba cometiendo un gran fraude.

Por eso, en el Versículo antes del Evangelio leemos: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriqueceros con su pobreza” (2 Cor 8, 9).

La enseñanza es clara: imitar a Jesucristo en el modo de vivir la pobreza. Nació pobre, vivió toda su vida oculta y pública con una gran austeridad; y, finalmente, murió en la Cruz sin nada.

Pero la pobreza hay que vivirla en la vida diaria y en los detalles pequeños: estar desprendidos de todo; no crearnos necesidades ni tener cosas superfluas; no quejarnos cuando nos falta lo necesario; escoger lo peor, si tenemos la oportunidad de vivir la caridad en esos detalles con los demás.

«El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (cfr. Lc 16, 1-13).

En una inscripción funeraria de un cristiano de los primeros siglos se lee lo siguiente: “Pauper sibi, dives aliis”. “Fue pobre consigo mismo y rico para los demás”. La sobriedad, la templanza, ha estado siempre asociada a la generosidad y a las virtudes que se relacionan con ella, como la magnanimidad y la magnificencia, es decir, el atreverse a grandes cosas en beneficio de los demás.

Sigamos el ejemplo de los santos:

«Tenemos tan poco, que no hay nada de qué preocuparse. Cuanto más se tiene, tanto más se preocupa uno por ello y tanto menos da a los demás. Pero cuanto menos tienes, más libre eres. La pobreza es para nosotras libertad. No supone una mortificación, una penitencia, sino una deliciosa libertad. Aquí no hay televisión, no hay esto, no hay lo otro. Este de aquí es el único ventilador de toda la casa. A nosotras no nos importa el calor: es para los invitados. Pero somos absolutamente felices» (Madre Teresa de Calcuta, en Palabra 304-305, VIII-IX-1990 (463).

Hay que convencerse de que la verdadera alegría está  en amar la pobreza: conténtate con lo que basta para pasar la vida sobria y austeramente. El atractivo de la pobreza es el atractivo de la libertad: sentirse libre como  Pablo, o como Sta. Teresa: «Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta».

María es Señora (“Domina”: eso significa su nombre) pero, al mismo tiempo, es la esclava del Señor, la mujer sencilla que está desprendida de todo y vive con la mirada en los bienes eternos.


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