Como
todos los domingos, la Liturgia de la Palabra del Domingo 25° del Tiempo Ordinario nos ofrece un contenido riquísimo
para meditar y luego llevar a nuestra vida.
Homeless, sin hogar, de Thomas Benjamin Kennington, de 1890 |
La Colecta de la Misa, ya nos da una
pista para comprender lo que leemos en las tres lecturas y el salmo
responsorial.
Oración colecta
“Oh, Dios, que has puesto la plenitud de la ley divina
en el amor a ti y al prójimo,
concédenos cumplir tus mandamientos,
para que merezcamos llegar a la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo”.
en el amor a ti y al prójimo,
concédenos cumplir tus mandamientos,
para que merezcamos llegar a la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo”.
El profeta Amós (cfr. 1ª Lectura: Am 8, 4-7), describe el comportamiento
del hombre injusto con el prójimo y sin temor de Dios, que no cumple los
mandamientos. Para conseguir una ventaja económica (7° mandamiento), miente (8°
mandamiento) y lesiona el amor al prójimo (5° mandamiento), aprovechándose de
los más humildes.
Todo empieza por la avidez de los bienes
materiales. “Radix malorum est cupiditas” (1 Tim 6, 10). “La avaricia es la
fuente de todos los males”.
¡Qué importante es vivir la pobreza
cristiana! San Juan de la Cruz, en Subida
al Monte Carmelo, de una manera muy gráfica explica la importancia del
desasimiento. No es posible avanzar en la vida espiritual si no estamos
desasidos de las cosas terrenales. Aunque se trate sólo de un “hilillo sutil”,
que se convierte en cadena de hierro forjado si no estamos dispuestos a
cortarlo decididamente.
«En tanto
que el alma tuviere asimiento a alguna cosa, excusado es que adelante, aunque
sea mínimo. Porque un ave asida a un hilo, aunque sea delgado, por fácil que es
de quebrar, si no le quiebra no volará. Así es el alma que tiene asimiento en
alguna cosa: aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina
unión. El asimiento tiene la propiedad que la rémora; con ser un pez muy
pequeño tiene tan queda la nao que no la deja llegar a puerto ni navegar.
Y no
solamente no van adelante, sino que vuelven atrás, perdiendo lo que en tanto
tiempo, con tanto trabajo, han caminado y ganado; porque en este camino, el no
ir adelante es volver atrás: “el que no está conmigo está contra mí, y el que
conmigo no recoge, desparrama” (Mt
12, 30). “El que desprecia las cosas pequeñas poco a poco irá cayendo” (Eccli 19, 1). Porque una imperfección
basta para traer otras; y así habemos visto muchas personas muy adelante en
gran desasimiento y libertad, y por sólo un asimientillo de afición, so color
de bien, írseles vaciando el espíritu y gusto de Dios y no parar hasta perderlo
todo, porque no atajaron aquel principio» (San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, cap. XI).
La libertad que nos da la pobreza también
nos da la capacidad de agrandar nuestro corazón para amar a Dios totalmente y a
nuestros hermanos.
San Pablo advierte a su discípulo Timoteo
(cfr. 2ª Lectura: 1 Tim 2, 1-8) que Dios “quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. También desea “que podamos
llevar una vida sosegada, con toda piedad y respeto”. Por eso le pide que rece
por las autoridades, para que sepan gobernar bien, con justicia para todos,
especialmente para con los más pobres y desvalidos.
“El Señor levanta del polvo al desvalido, / alza de la basura
al pobre, / para sentarlo con los príncipes, / los príncipes de su pueblo”
(Salmo 112).
Jesús, en el Evangelio de la Misa de mañana
(cfr. Lc 16, 1-13), enseña todo esto con la Parábola del Administrador infiel. Astutamente (como sucede muchas
veces con los hijos de las tinieblas) se gana a los deudores de su amo
rebajando el precio de la deuda. Así, roba a su amo y consigue amigos que luego
le puedan pagar de alguna manera el favor que les ha hecho. Es una manera de
robar y sobornas muy sagaz. Lo guía la avaricia y, al parecer, es infiel en
algo menudo, pero, en realidad, acaba cometiendo un gran fraude.
Por eso, en el Versículo antes del Evangelio
leemos: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriqueceros con su
pobreza” (2 Cor 8, 9).
La enseñanza es clara: imitar a
Jesucristo en el modo de vivir la pobreza. Nació pobre, vivió toda su vida
oculta y pública con una gran austeridad; y, finalmente, murió en la Cruz sin
nada.
Pero la pobreza hay que vivirla en la vida
diaria y en los detalles pequeños: estar desprendidos de todo; no crearnos
necesidades ni tener cosas superfluas; no quejarnos cuando nos falta lo
necesario; escoger lo peor, si tenemos la oportunidad de vivir la caridad en
esos detalles con los demás.
«El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el
que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os
confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os
lo dará? Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a
uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo.
No podéis servir a Dios y al dinero» (cfr. Lc
16, 1-13).
En una inscripción funeraria de un
cristiano de los primeros siglos se lee lo siguiente: “Pauper sibi, dives
aliis”. “Fue pobre consigo mismo y rico para los demás”. La sobriedad, la templanza, ha estado siempre
asociada a la generosidad y a las virtudes que se relacionan con ella, como la
magnanimidad y la magnificencia, es decir, el atreverse a grandes cosas en
beneficio de los demás.
Sigamos el ejemplo de los santos:
«Tenemos
tan poco, que no hay nada de qué preocuparse. Cuanto más se tiene, tanto más se
preocupa uno por ello y tanto menos da a los demás. Pero cuanto menos tienes,
más libre eres. La pobreza es para nosotras libertad. No supone una
mortificación, una penitencia, sino una deliciosa libertad. Aquí no hay
televisión, no hay esto, no hay lo otro. Este de aquí es el único ventilador de
toda la casa. A nosotras no nos importa el calor: es para los invitados. Pero
somos absolutamente felices» (Madre Teresa de Calcuta, en Palabra 304-305, VIII-IX-1990 (463).
Hay que convencerse de que la verdadera alegría está en amar la pobreza: conténtate con lo que basta
para pasar la vida sobria y austeramente. El atractivo de la pobreza es el atractivo de la libertad: sentirse
libre como Pablo, o como Sta. Teresa:
«Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta».
María es Señora (“Domina”: eso significa su nombre) pero, al mismo tiempo, es la esclava del Señor, la mujer sencilla
que está desprendida de todo y vive con la mirada en los bienes eternos.
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