La Primera Lectura de la liturgia de
mañana, sobre los tres personajes que se encuentran con Abraham en el encinal
de Mambré (cfr. Gen 18, 1-10), nos recuerda la presencia de los vestigios del
misterio de la Santísima Trinidad que hay en el Antiguo Testamento.
Johannes Vermeer (1632-1675), Cristo en casa de Marta y María (1655). |
Andréi Rublev (1360-1430) pintó en un ícono esta escena para el monasterio de la Santísima Trinidad y
San Sergio, centro de la Iglesia Rusa.
Los hombres estamos hechos a imagen de
Dios, Uno y Trino. En nuestra vida se manifiesta también este misterio, por
ejemplo, en los tres trascendentales del ser (Verdad, Belleza y Bondad), que confluyen
en la Unidad del Ser.
Todos estamos llamados a la unidad de vida,
que tiene su fundamento en la oración
filial —en la vida contemplativa—, imitando a Jesucristo: “sólo una cosa es necesaria” (Lc 10, 42);
“conviene orar siempre y no desfallecer”
(Lc 18, 1).
En el año 2010 el Papa Benedicto XVI estaba
pasando unos días de vacaciones en Castelgandolfo. Se habían suspendido las
audiencias de los miércoles y la actividad ordinaria de gobierno, que le
quitaba mucho tiempo diariamente. Eran días tranquilos, muy apropiados para reflexionar y escuchar más despacio la Palabra de
Dios, de la cual estaba enamorado y encontraba en ella matices cada vez más
sorprendentes.
En sus Últimas
Conversaciones, ante una pregunta de Peter Seewald sobre si pensaba
seguir escribiendo, el papa emérito contestó que no, porque detrás de ello
tendría que haber un trabajo metódico, y eso le resultaría ahora sencillamente
demasiado fatigoso. Sin embargo, decía,
“todas las semanas
escribo mi homilía del domingo, eso sí. En esta medida tengo una tarea
intelectual; he de encontrar una exégesis adecuada” (Benedicto XV, Últimas Conversaciones).
A Peter Seewald seguramente le resultó
sorprendente que diera tanto valor a la homilía pronunciada para cuatro o
cinco personas que le asisten en la casa Mater
Ecclesiae. Benedicto XVI le respondió lo siguiente:
“Da igual que sean tres o veinte o mil. La palabra de Dios
debe estar siempre ahí para la gente (…). Ahora tengo tiempo para rezar con
profundidad y detenimiento el breviario, intensificando así la amistad con los
salmos y los padres de la Iglesia. Y como ya he dicho, todos los domingos predico brevemente. Dejo durante toda la semana
que mis pensamientos giren un poco en torno a ello, de modo que maduren lentamente y yo pueda palpar un texto por sus distintas caras.
¿Qué me dice a mí? ¿Qué les dice a las personas que viven aquí en el
monasterio? Eso es propiamente lo nuevo, si cabe hablar así: que puedo sumergirme con mayor sosiego en la
oración de los salmos y familiarizarme más con ella. Y que, de este modo,
los textos de la liturgia, sobre todo los textos dominicales, me acompañan
durante toda la semana” (Ibidem).
Me parece que esta actitud del Papa Benedicto
XVI ante la Palabra de Dios es ejemplar y tendríamos que tenerla siempre
presente, cada vez más en nuestra vida, seamos sacerdotes o laicos. Todos,
escuchando la Palabra de Dios, podemos recibir tesoros inigualables que den auténtico
valor a nuestra vida.
Quizá todo esto cobra importancia
particular en los periodos de vacaciones o cuando las fuerzas van decayendo
y ya no podemos tener una actividad tan intensa como cuando éramos más jóvenes.
En cualquier caso, la oración y la actitud
contemplativa es una meta a la que
siempre debemos tender, como Jesús nos lo enseña en el Evangelio de
la Misa de mañana, Domingo XVI del Tiempo Ordinario (Ciclo C).
Con el Salmo 14, le preguntamos al Señor: ¿Domine, quis habitabit in tabernáculo tuo?
¿Señor, quién podrá hospedarse en tu tienda?
Volvamos al verano del año 2010. El 18
de julio de ese año, Benedicto X, durante el Ángelus en Castelgandolfo, habló sobre todo esto, al considerar la escena
que narra San Lucas en el capítulo 10 (32-48) de su Evangelio.
“En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer
llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada»”.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada»”.
¿Qué
comentaba el Papa sobre este texto tan
emblemático y que, durante toda la historia de la Iglesia, ha interpelado a
los cristianos con tanta fuerza?
De las dos hermanas, Marta era la mayor,
quien gobernaba la casa. Estaba ocupada en muchos servicios, debido ciertamente
a la importancia del Huésped. Se movía atareada. Y, en cambio, su hermana María,
estaba sentada a los pies del Señor, como arrebatada por la presencia del
Maestro, escuchando sus palabras.
Marta, evidentemente molesta, no aguata más
y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús. Quiere
dar incluso lecciones al Maestro.
“En cambio Jesús, con
gran calma, responde: "Marta, Marta –y este nombre repetido expresa el
afecto–, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o
mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será
quitada" (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: ningún
desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo
único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor;
y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo
lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da
sentido a nuestra actividad cotidiana” (Ibidem).
¿Cuál es la lección que nos quiere dar Jesús
en este pasaje del Evangelio? Que los hombres debemos trabajar, sí. Y
ocuparnos de los deberes sociales y profesionales, pero que ante todo tenemos
necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad.
“Sin un significado
profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado.
Y ¿quién nos da el amor y la verdad [y
la belleza] sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los
unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor,
que es y será siempre nuestro mayor bien” (Ibidem).
En sus Últimas Conversaciones, el papa emérito
respondía a una pregunta clave de su
entrevistador. Esta pregunta se puede leer a la luz de la Segunda Lectura
de la Misa de mañana (“el misterio
escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos”; cfr. Col
1, 24-28): El centro de sus reflexiones ha sido siempre el encuentro
personal con Jesucristo. ¿Cómo está eso ahora? ¿Cuánto ha logrado acercarse a Jesucristo?
Y la
respuesta es la siguiente:
“(Inhalación profunda). Eso, por supuesto, depende de
la situación, pero en la liturgia, en la oración, en las contemplaciones para la homilía dominical lo veo directamente
ante mí. Él siempre es, por supuesto, grande y misterioso. Muchas frases de
los evangelios las encuentro ahora, en su grandeza y su peso, más difíciles que
antes” (Benedicto XVI, Últimas Conversaciones).
Y explica con más detenimiento la última
afirmación aludiendo a una frase que escuchó a Romano Guardini (1885-1968):
“«Con la edad, [la fe] no resulta más fácil, sino más difícil». El Papa reconoció
que hay algo de verdad en esa frase, porque a lo largo de los años ha crecido
la fe pero, por otra parte,
“uno percibe con mucho más fuerza la gravedad de las preguntas,
la presión de la impiedad actual, la presión de la falta de fe, incluso muy
dentro de la Iglesia, pero también justamente la grandeza de las palabras de
Jesucristo, que a menudo se sustraen a la interpretación en mayor medida que
antes” (Ibidem).
Por eso valora tanto, al preparar su homilía
dominical, la escucha atenta de la Palabra de Dios, como lo hacía María,
Nuestra Madre, que ponderaba los hechos y palabras de su Hijo guardándolas en
su corazón.
“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios con un
corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia” (Aclamación
antes del Evangelio: Lc 8, 15).
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