Entre
agosto y septiembre de 2018 escribimos cinco posts que llevaban, en conjunto, el título de “Reflexiones para orar en silencio”. Cada uno de ellos contenía
cuatro o cinco temas breves de meditación sobre
los aspectos centrales de nuestra fe.
Ahora,
nos parece que podrían ampliarse esas reflexiones para meditar, más extensamente,
sobre 20 temas en el marco de la
próxima Semana Santa. Faltan 11
semanas para llegar al Domingo de Pascua. Por lo tanto, dedicaremos los
próximos 11 posts a estas reflexiones
que quizá nos puedan ayudar a vivir
mejor la Cuaresma (este año comienza el 6 de marzo) y la Semana Santa (del 14 al 21 de abril).
Los 20 temas (titulados de modo conciso) sobre
los que meditaremos son los siguientes:
1. Meditación preparatoria.
2. Creación.
3. Elevación.
4. Pecado.
5. Tibieza.
6. Encarnación. Jesucristo. Fe.
7. Nacimiento. Pobreza.
8. Vida oculta. Obediencia.
9. Vida pública. Apostolado.
10. Lavatorio de los pies. Humildad. Instrumentos (alma
sacerdotal)
11. “Mandatum Novum”. Caridad.
12. Institución de la Eucaristía.
13. Oración en el Huerto. Oración.
14. Pasión de Cristo. Amor a la Cruz. Mortificación.
15. Muerte del Señor. Aprovechamiento del tiempo.
16. Juicio sobre el mundo. Sinceridad.
17. Descendió a los infiernos. Temor de Dios.
18. Resucito de entre los muertos. Amor a la Virgen.
19. Subió a los Cielos. Esperanza.
20. Creo en el Espíritu Santo. Iglesia.
Este
primer post es una introducción en la
que consideraremos algunos puntos
necesarios para prepararnos bien a hacer oración y examen.
1. Meditación
preparatoria: la “unción en Betania”
“Seis días antes de la
Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de
entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno
de los que estaban con él a la mesa.
María tomó una libra de
perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los
enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume”
(cfr. Evangelio del Lunes Santo: Jn
12, 1-11).
Lo
primero que conviene siempre tener en cuenta es que la Palabra de Dios es luz que ilumina nuestro camino (cfr. Salmo 26, del Lunes Santo: “El Señor es
mi luz y mi salvación”). Es un Tesoro riquísimo que nunca acabaremos de descubrir
del todo. Contiene una fuerza transformante, de origen divino. El Espíritu
Santo actúa a través de ella para que cada vez que la escuchemos y meditemos
sea instrumento de conversión personal.
Por otra
parte, los tiempos litúrgicos son el
mejor marco para leer la Sagrada Escritura, porque la leemos en la Vida de la
Iglesia, unidos por la Comunión de los Santos a Cristo, que es su Cabeza y a
todos nuestros hermanos en el mundo entero.
Los
puntos que vamos a considerar en las semanas sucesivas nos preparan para vivir con más fruto la Semana Santa,
que es el centro del Año litúrgico.
Hoy
podemos situarnos espiritualmente en el Lunes
Santo, día en el que la Iglesia medita sobre la Unción en Betania. Queremos acompañar muy de cerca a Jesús, que
está en la casa de Lázaro, Marta y María, sus amigos. Cada uno de ellos representa el papel que conviene para
que se desvele en ellos el Misterio de la Redención: Lázaro “está ahí” como testigo vivo de quien ha pasado por la
muerte y ha vuelto a la vida, gracias al poder divino del Señor. Marta está, como siempre, sirviendo. Y María, también como era habitual en
ella, buscando un encuentro más íntimo y personal con Jesús. Ahora unge sus
pies con un perfume muy valioso.
En los
tres hermanos vemos simbolizadas las actitudes
que el Espíritu Santo nos pide tener siempre para aprovechar bien la gracia
que nos comunica constantemente.
La primera actitud es la de Lázaro:
“estar”. San Josemaría expresa muy bien la
importancia de “saber estar” en el punto n° 815 de Camino:
“¿Quieres de verdad ser
santo? –Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo
que haces”.
Especialmente,
cuando intentamos hacer oración y examen de nuestra vida, es importante “estar en lo que hacemos”, poner
atención, no distraernos, estar recogidos, buscar estar en la presencia de Dios, es decir, ser conscientes de que Él
nos ve, nos oye…, y también de que, si queremos, podemos verle y escucharle,
porque nos habla continuamente, en todo lo que sucede en nuestra vida.
Lázaro
representa la virtud teologal de la
Esperanza. Estaba muerto y había vuelto a la vida. Experimento la muerte,
consecuencia del pecado, y la resurrección (como imagen de la verdadera
resurrección que Jesús prometió a su hermana Marta: “Yo soy la Resurrección y
la Vida”).
La segunda actitud que pide el Espíritu
Santo para llevar a cabo su obra en nosotros es la disposición de servicio. Marta es el ejemplo que tenemos ahora
delante: “Marta servía”, es decir, vivía olvidada de sí misma, con un deseo muy
grande de ser útil, en cada momento, al Señor y, por Él, a todos los que
estaban en Betania.
“Servir”
significa ser responsable de la propia
vida para hacer fructificar todos los talentos que Dios nos ha dado, con
generosidad. “Servir” es poner en
práctica nuestra fe: vivir eso que creemos profundamente. Es “actuar”
nuestros buenos deseos de manera concreta, todos los días, aprovechando las
oportunidades que tenemos. Es buscar la unidad entre los hermanos.
“Contribuir a que dentro
de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad” (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 226).
San Josemaría Escrivá de Balaguer una vez, cuando era Rector del Patronato de
Santa Isabel, al dar la Sagrada Comunión a las religiosas del convento
contiguo, decía en su interior: “te quiero más que esta…, y que esta…, y que
esta…”. Pero, entonces, escucho una voz en su interior: “Obras son amores y no buenas razones”. Era la Voz del Espíritu
Santo que le reprochaba cariñosamente: no bastan los buenos deseos; hay que
ponerlos en práctica. La Fe auténtica es la que se convierte en “vida de fe”,
en coherencia cristiana ahí donde Dios nos necesita.
Marta
representa, por eso, la virtud teologal
de la Fe.
Finalmente,
la tercera disposición necesaria en
nuestra vida (particularmente para nuestra vida de oración) es la de María que
unge con un perfume los pies del Señor y los enjuga con su cabellera. María nos enseña a amar sin medida,
generosamente; a darnos totalmente y a dar primacía a las cosas de Dios.
Se suele
decir que hay personas que se ocupan de
la viña del Señor pero no del Señor de la viña. Nosotros queremos ser como
María: ocuparnos del Señor en primer lugar, y con generosidad: dándole lo mejor
de nosotros mismos.
El
perfume que derramó María sobre los pies de Jesús era muy caro. Judas, que era
mezquino y carecía de amor, reprocha la largueza de María. Y el Señor la defiende:
«Déjala; lo tenía
guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre
con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis» (Jn 12, 7-8).
María
representa la Virtud teologal de la
Caridad que tiene como prioridad a Dios mismo, amándolo con todo nuestro
corazón, con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra alma.
En
resumen, hay tres actitudes que nunca
podemos olvidar para aprovechar las gracias del Espíritu en nuestras almas:
1) El empeño por “estar metidos” siempre en lo que hacemos,
con la esperanza de que hacer las cosas bien nos abre las puertas de los dones
divinos (vida de trabajo bien hecho
y ofrecido a Dios);
2) El esfuerzo por salir siempre de nosotros mismos para
servir a los demás y dar sentido a lo que hacemos con una fe hecha obras (vida de servicio sacrificado a nuestros
hermanos); y
3) La generosidad de darle todo a Dios de modo que, cada día, vaya
creciendo nuestro amor por Él, hasta el último instante de nuestra vida (vida de oración contemplativa).
La Madre de Jesús estaría también en
Betania. No se la menciona en los Evangelios. Su presencia es silenciosa
(cfr. Primera Lectura del Lunes Santo: Is
42, 1-7: “No gritará. No voceará por las calles”). Sin embargo, podemos pensar
que cada uno de los tres hermanos habían
visto y aprendido de Ella, y de su Hijo, cómo comportarse en cada momento.
Nuestra
Señora sería una fuente de inspiración continua. Era Ella la clave. Con su presencia callada daba el tono armonioso
de todo lo que sucedía en Betania. La devoción honda y firme a María, Esposa del Espíritu Santo, nos llevará
a conocer y amar a Jesús, que es el Camino, la Vedad y la Vida.
Gracias por estas perlas
ResponderEliminar