Mañana
celebramos el 33° domingo del Tiempo
Ordinario, último domingo del año litúrgico anterior a la fiesta de Cristo
Rey.
La 1ª
Lectura y el Evangelio de la Misa nos hablan de la Segunda Venida de Jesucristo al Final de los Tiempos que, en el
Nuevo Testamento se llama “la Parusía” (advenimiento,
llegada).
Además,
estamos en el mes de noviembre y, esta circunstancia nos da pie para meditar sobre los novísimos, un tema
que frecuentemente se deja a un lado, y que es de primera importancia en
nuestra fe católica.
Los novísimos o postrimerías son las
últimas realidades a las que nos enfrentaremos cuando termine nuestra vida aquí
en la tierra. Suelen enumerarse cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria; a
las cuales se añade también una quinta: el purgatorio.
A
continuación recogeremos algunas citas sobre
cada uno de ellos, que nos ayuden a reflexionar y a sacar algún pensamiento
positivo para nuestra vida diaria.
Muerte
«Recuerde el alma dormida, avive el seso y
despierte, contemplando, cómo se pasa la
vida, como se viene la muerte, tan callando. Cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado da dolor, cómo a nuestro parecer cualquier tiempo
pasado fue mejor. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en el mar que es el
morir. Allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir. Allí los ríos
caudales, allí los otros medianos y más chicos alegados son iguales los que
viven por sus manos y los ricos» (Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su
padre, siglo XV).
La palabra griega "parrochia" significa "los que
residen como extranjeros en este mundo" (cfr. Hamann, La vida cotidiana de los primeros cristianos, p. 193).
«Dime hasta qué punto vives en presencia de la muerte y te diré
hasta qué punto eres católico» (José Gaos).
Los cristianos son una "raza de
hombres preparada a morir en
cualquier momento" (Tertuliano).
“El
arte de saber envejecer se resume en una sola palabra: desprendimiento.
Cuanto más viejo se es, menos derecho se tiene a ser egoísta. Cuanto más largo
es el camino de nuestra existencia, más debe alejarnos de nosotros mismos. Al
cerrarse el porvenir, se abre la eternidad; la rueda de los días, al mismo
tiempo que desgasta el cuerpo, debe agudizar el alma...; desprenderse de todo lo que muere para abrirse a la luz y al amor, que
no mueren (...) y cuando llega su última hora, [el hombre que se ha
desprendido de todo] muere vivo” (Thibon, El
equilibrio y la armonía, p. 239).
Juicio
“1 Así han de considerarnos los
hombres: ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios. 2 Por
lo demás, lo que se busca en los administradores es que sean fieles. 3 En cuanto a mí, poco me
importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano. Ni siquiera yo mismo me juzgo. 4Pues aunque en nada
me remuerde la conciencia, no por eso quedo justificado. Quien me juzga es el Señor. 5 Por tanto, no
juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor: él iluminará lo oculto de las tinieblas y
pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones; entonces cada uno
recibirá de parte de Dios la alabanza debida” (1 Cor 4, 1-5).
"En fin, al Ángel de la Iglesia de Laodicea escribirás: Esto dice la misma
Verdad, el testigo fiel y verdadero, el principio de las creaturas de Dios.
Conozco bien tus obras que ni eres frío, ni caliente: ¡ojalá fueras frio o
caliente! Más por cuanto eres tibio y no
frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca; porque estás diciendo:
Yo soy rico y hacendado y de nada tengo falta, y no conoces que eres un
desdichado y miserable y pobre y ciego y desnudo. Aconséjote que compres de mí
el oro afinado en el fuego, con que te hagas rico y te vistas de ropas blancas,
y no se descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio para
que veas" (Apoc 3 14-18).
«Vas a ser juzgado sobre el amor y vas a ser juzgado por el Amor» (S. Juan de la Cruz).
"El que se miente a sí y escucha sus
propias mentiras llega a no distinguir
ninguna verdad ni en su fuero interno ni a su alrededor, pues deja de
respetarse a sí mismo y de respetar a los otros" (Dostoievski).
Infierno
"Estando
un día en oración (...) entendí que quería el Señor que viese el lugar que
los demonios allá me tenían preparado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue
en brevísimo espacio; más aunque yo viviese muchos años, me parece imposible
olvidárseme (...). Los dolores corporales (...) mayores que se pueden acá pasar
(...) no es nada en comparación de lo que allí sentí y ver que habrían de ser
sin fin y sin jamás cesar (...). Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni
dolores, que no me parezca nonada todo lo que acá se puede pasar; y así me
parece, en parte, que nos quejamos sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el
Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el
miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida como para esforzarme a
padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de
males tan perpetuos y terribles (Sta. Teresa, Vida, c. 32).
"De aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan
(...) y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece cierto en mí que
por librar a una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas muertes
muy de buena gana (...). Esto me hace pensar también que en cosa que tanto
importa, no nos contentemos con menos de
hacer todo lo que pudiéramos de nuestra parte; no dejemos nada, y plegue al
Señor sea servido de darnos gracia para ellos (Sta. Teresa, Vida, c. 32).
“La opción de vida del hombre se hace en definitiva
con la muerte; esta vida suya está ante el Juez. Su opción, que se ha fraguado
en el transcurso de toda la vida, puede tener distintas formas. Puede haber personas que han destruido totalmente en sí
mismas el deseo de la verdad y la disponibilidad para el amor. Personas en
las que todo se ha convertido en mentira; personas que han vivido para el odio
y que han pisoteado en ellas mismas el amor. Ésta es una perspectiva terrible, pero en algunos casos de nuestra
propia historia podemos distinguir con horror figuras de este tipo. En
semejantes individuos no habría ya nada
remediable y la destrucción del bien sería irrevocable: esto es lo que se
indica con la palabra infierno” (Benedicto XVI, Spe salvi n. 45).
Cielo
“1 No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios, creed también en mí. 2 En la casa de mi Padre hay muchas moradas.
De lo contrario, ¿os hubiera dicho que voy a prepararos un lugar? 3 Cuando
me haya marchado y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré
junto a mí, para que, donde yo estoy,
estéis también vosotros. 4 Y adonde yo voy, ya sabéis
el camino” (Jn 14, 1-4).
Cada alma tiene una “firma secreta”: a lo
largo de la vida va buscando algo de
lo que sólo encuentra indicios, “intuiciones tentadoras, promesas jamás cabalmente
cumplidas” (C.S. Lewis, El problema del
dolor, p. 143). Ese algo deseado firmemente, se refiere también al “cordón
invisible” que une los libros que realmente nos gustan: “Usted sabe muy bien
cuál es la característica común que hace que a usted le gusten, aunque no pueda
expresarlo con palabras. Sin embargo, la mayoría de sus amigos no lo entiende
en absoluto y a menudo se preguntan por qué gustándole a usted esto también le
gusta aquello otro” (Ibidem, p. 142).
Si ese algo se manifestara, lo
reconoceríamos. Sin ninguna duda diríamos: Aquí,
por fin, está aquello para lo que he sido hecho. Y eso, plenamente
manifestado, será el cielo para cada persona.
“En la patria divina todas las almas están unidas a Dios. Se
alimentan de esa visión. Las almas se hallan enteramente poseídas por su amor a
Dios en un éxtasis absoluto. Existe un
inmenso silencio, porque para estar unidas a Dios las almas no tienen necesidad de palabras. La angustia, las
pasiones, los temores, el dolor, las envidias, los odios y las inclinaciones
desaparecen. Sólo existe ese encuentro de corazón a corazón con Dios. El Cielo es el corazón de Dios. Y ese
corazón siempre será silencio” (Cardenal Robert Sarah, La Fuerza del silencio, pp. 107-108).
Purgatorio
“Algunos
teólogos recientes piensan que el fuego que arde [en e purgatorio], y que a la
vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto
decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro
con Él lo que, quemándonos, nos
transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos.
En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse
como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este
encuentro, en el cual lo impuro y
malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la
salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una
transformación, ciertamente dolorosa, «como a través del fuego». Pero es un dolor bienaventurado, en el
cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser
por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios” (Benedicto
XVI, Spe Salvi, 47).
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