Al
comenzar el nuevo año 2018, continuamos ofreciendo a nuestros lectores algunas reflexiones sobre la profecía:
en Joseph Ratzinger (cfr. la entrevista que el Cardenal J. Ratzinger concedió a
Niels Christian Hvidt sobre “El problemade la profecía cristiana” del 16 de marzo de 1988) y en los mensajes recibidos por Marga (cfr. el sitio de la VDCJ).
En la
Trilogía de los Dictados de Jesús a Marga se mencionan muchas veces las
palabras “profecía” y “profeta”, como hemos tenido oportunidad de comprobar en
los posts anteriores.
Hoy, Solemnidad de la Epifanía del Señor, antes de continuar con la entrevista hecha a J. Ratzinger en 1988, vamos a
reproducir algunos fragmentos del último libro escrito por Marga, es decir, del tomo IV de sus “Dictados”, que lleva
por título “La Verdadera Devoción al
Corazón de Jesús. Características y promesas”.
En la
página 15 de ese libro comienzan una serie de Mensajes de Jesús que recibió Marga en un retiro que hizo del 25 al
30 de agosto de 2016. Ahí, el Señor le da las características de la VDCJ (Verdadera Devoción al Corazón de
Jesús). El Señor le dice [las negritas son nuestras y también lo que está entre
paréntesis cuadrados]:
“Sí, Yo te quiero dar las características de la VDCJ. Y la
primera de todas es esta: «Una mística
para nuestro tiempo». Un Camino de la mística para toda persona de nuestro
tiempo. La mística para todos. Al
alcance de todos. Porque la mística es vivir las realidades sobrenaturales como
si de naturales se tratara. Es bajar el Cielo a la tierra, sin ningún esfuerzo
por parte del hombre” (p. 16).
El hombre
siempre ha de cooperar con la gracia, pero el
don es primero. Nosotros lo que hacemos es corresponder a los dones que
Dios nos concede. En este sentido, se podría decir que, cuando se habla de “ascética”, se pone el acento en el
esfuerzo y la lucha por parte del hombre; en cambio cuando hablamos de “mística” se suele subrayar más la
acción de Dios.
Cabe
recordar al respecto lo que afirmaba, con fuerza, San Josemaría Escrivá de Balaguer: que la oración contemplativa no constituye un fenómeno
extraordinario de la vida espiritual.
«No me
refiero a situaciones extraordinarias. Son, pueden muy bien ser, fenómenos ordinarios de nuestra alma:
una locura de amor que, sin espectáculo, sin extravagancias, nos enseña a
sufrir y a vivir, porque Dios nos
concede la Sabiduría [el don de Sabiduría, concedido por el Espíritu Santo]»
(Homilía Hacia la santidad, 26-XI-1967, en “Amigos de Dios”, 23ª ed.,
Rialp, Madrid 1997, n. 307).
Y también
decía:
«¿Ascética?
¿Mística? No me preocupa. Sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué importa?: es merced de Dios. Si tú procuras
meditar, el Señor no te negará su asistencia» (Ibid., n. 308).
Y precisamente porque la contemplación no es un fenómeno
extraordinario, no está reservada a unos pocos privilegiados (cfr. Manuel
Belda, Contemplativos en medio del mundo. Continúa San Josemaría:
«Fe y hechos
de fe (...) Eso es ya contemplación y es
unión; ésta ha de ser la vida de muchos cristianos, cada uno yendo adelante
por su propia vía espiritual —son
infinitas—, en medio de los afanes del mundo, aunque ni siquiera hayan caído en
la cuenta» (Ibid.).
La unión que desea Dios que tengamos
con Él es a través de la Eucaristía. Una “Unión
eucaristizada”, le dice Jesús a Marga (cfr. Tomo IV, p. 17). La Eucaristía
“es el Corazón de Dios, el Corazón de Cristo” (Ibid.). Jesús le dice a Marga:
“En hacerse uno Eucaristía y en recibir el Amor
de Dios hecho Eucaristía, es en lo que consiste esta vía, este Camino
(VDCJ)” (…). “Todavía no habéis vivido ni entendido qué es la Eucaristía.
Todavía no la habéis vivido aquí en la tierra. El Cielo es una Eucaristía Perenne. No es que en el Cielo habrá
Eucaristía. Es que el Cielo ES la Eucaristía, porque el Cielo es la Unión Total
con Cristo Jesús Resucitado y Eucaristizado” (p. 18).
Aquí en la Tierra podemos ya vivir
la vida del Cielo, a través de nuestra unión
estrecha con Cristo en la Eucaristía. Los libros de la VDCJ son un Camino
para mostrarnos cómo podemos adentrarnos en esta Vida transformante
eucarística. En este sentido, Marga es profeta y tiene el don de la profecía.
Jesús se lo dice a ella:
“Por eso la
señalé a ella [a Margarita] como profeta. Porque es un profeta para estos Tiempos. Profeta es el que porta el
Mensaje de Dios, el que habla de la Boca de Dios. Antes Yo te he asimilado, te
he comido a ti, para que tú puedas ir con mi Mensaje de asimilación al mundo. Con mi Mensaje de que quiero hacerles tan íntimos a Mí como Yo mismo.
Quiero que todos vengan de la Boca de Dios y escuchen como tú. Les quiero hacer a todos profetas para
estos Tiempos. Este privilegio no es tuyo ni sólo para ti, Margarita. Este
privilegio es para todas aquellas almas que se quieran acoger a él” (p. 20 y
21).
Hasta aquí lo referente al papel
profético de los libros de la VDCJ.
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Lo que
sigue es la continuación de la entrevista al Cardenal J. Ratzinger. Las negritas y lo que está entre paréntesis
cuadrados [ ] es nuestro.
Pregunta: Usted ha dicho que la Revelación en Cristo ha acontecido de modo
«definitivo», lo cual no significa una clausura absoluta, no se identifica
con la última palabra de las doctrinas reveladas. Esta afirmación es de
gran interés para nuestra tesis sobre la profecía cristiana. Ahora la pregunta
más urgente es naturalmente esta: ¿en qué medida los profetas, en la historia
de la Iglesia y también para la teología misma, pueden decir algo radicalmente
nuevo?
Cardenal Ratzinger: Se puede verificar que los últimos grandes dogmas hay que ponerlos directamente en relación con las revelaciones de grandes santos profetas, como por ejemplo, las revelaciones de santa Catalina Labouré, en lo que se refiere al dogma de la Inmaculada Concepción. Éste es un tema muy poco explorado en los libros de teología.
Sí, este tema podría ser verdaderamente tratado a fondo. Me parece que Hans Urs von Balthasar había encontrado, en sus investigaciones, que detrás de cada gran teólogo hay siempre antes un profeta. Un san Agustín es impensable sin el encuentro con el monaquismo y, sobre todo, con san Antonio. Lo mismo vale para san Atanasio; y santo Tomás de Aquino no sería concebible sin santo Domingo y el carisma de la evangelización que le era propio. Leyendo los escritos de éste último, se nota cuán importante ha sido para él el tema de la evangelización. Este mismo tema ha desarrollado un rol importante en su disputa con el clero y con la Universidad de París, y obliga a santo Tomás a repensar el estatuto de la Orden Dominicana.
Él afirma que la verdadera regla de su orden se encuentra en las Sagradas Escrituras y que está constituida por el cuarto capítulo de los Hechos de los Apóstoles (tenían un solo corazón y una sola alma) y por el décimo capítulo del Evangelio según san Mateo (anunciar el Evangelio sin pretender nada para sí). Ésta era para santo Tomás la regla de todas las reglas religiosas. Cada forma monástica no puede ser sino la realización de este primer modelo que tenía naturalmente un carácter apostólico, pero que la figura profética de santo Domingo le ha hecho redescubrir de un modo nuevo. A partir de este modelo prototípico, santo Tomás desarrollo su teología como evangelización, como un ponerse en movimiento con y por el Evangelio, un estar radicado en el concepto de «un solo corazón y una sola alma» de la comunidad de los creyentes. Lo mismo se podría decir de san Buenaventura y de san Francisco de Asís, lo mismo sucede con Hans Urs von Balthasar, impensable sin Adrienne von Speyr.
Creo que se podría demostrar cómo en todas las figuras de los grandes teólogos es posible una nueva evolución teológica sólo cuando hay un vínculo entre teología y profecía. En cuanto se procede solamente en forma racional, no acontecerá jamás nada nuevo. Se llegará quizás a sistematizar mejor las verdades conocidas, a revelar aspectos más sutiles, pero los progresos nuevos y verdaderos que llevan a nuevas y grandes teologías no provienen del trabajo racional de la teología, sino de un impulso carismático y profético. Y observo en este sentido que la profecía y la teología avanzan siempre con paso parejo. En sentido estricto, la teología no es profética, pero puede convertirse realmente en teología viva cuando se nutre de un impulso profético y es iluminada por éste.
Cardenal Ratzinger: Se puede verificar que los últimos grandes dogmas hay que ponerlos directamente en relación con las revelaciones de grandes santos profetas, como por ejemplo, las revelaciones de santa Catalina Labouré, en lo que se refiere al dogma de la Inmaculada Concepción. Éste es un tema muy poco explorado en los libros de teología.
Sí, este tema podría ser verdaderamente tratado a fondo. Me parece que Hans Urs von Balthasar había encontrado, en sus investigaciones, que detrás de cada gran teólogo hay siempre antes un profeta. Un san Agustín es impensable sin el encuentro con el monaquismo y, sobre todo, con san Antonio. Lo mismo vale para san Atanasio; y santo Tomás de Aquino no sería concebible sin santo Domingo y el carisma de la evangelización que le era propio. Leyendo los escritos de éste último, se nota cuán importante ha sido para él el tema de la evangelización. Este mismo tema ha desarrollado un rol importante en su disputa con el clero y con la Universidad de París, y obliga a santo Tomás a repensar el estatuto de la Orden Dominicana.
Él afirma que la verdadera regla de su orden se encuentra en las Sagradas Escrituras y que está constituida por el cuarto capítulo de los Hechos de los Apóstoles (tenían un solo corazón y una sola alma) y por el décimo capítulo del Evangelio según san Mateo (anunciar el Evangelio sin pretender nada para sí). Ésta era para santo Tomás la regla de todas las reglas religiosas. Cada forma monástica no puede ser sino la realización de este primer modelo que tenía naturalmente un carácter apostólico, pero que la figura profética de santo Domingo le ha hecho redescubrir de un modo nuevo. A partir de este modelo prototípico, santo Tomás desarrollo su teología como evangelización, como un ponerse en movimiento con y por el Evangelio, un estar radicado en el concepto de «un solo corazón y una sola alma» de la comunidad de los creyentes. Lo mismo se podría decir de san Buenaventura y de san Francisco de Asís, lo mismo sucede con Hans Urs von Balthasar, impensable sin Adrienne von Speyr.
Creo que se podría demostrar cómo en todas las figuras de los grandes teólogos es posible una nueva evolución teológica sólo cuando hay un vínculo entre teología y profecía. En cuanto se procede solamente en forma racional, no acontecerá jamás nada nuevo. Se llegará quizás a sistematizar mejor las verdades conocidas, a revelar aspectos más sutiles, pero los progresos nuevos y verdaderos que llevan a nuevas y grandes teologías no provienen del trabajo racional de la teología, sino de un impulso carismático y profético. Y observo en este sentido que la profecía y la teología avanzan siempre con paso parejo. En sentido estricto, la teología no es profética, pero puede convertirse realmente en teología viva cuando se nutre de un impulso profético y es iluminada por éste.
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