La Cuaresma es un tiempo de
penitencia, es decir, de
cambio, de conversión. Durante estos cuarenta días (hasta la Semana Santa)
todos los cristianos nos preparamos para la Gran Solemnidad de la Pascua, el
día más importante del Año Litúrgico.
Mañana, celebraremos el Primer
Domingo de Cuaresma en el que meditaremos, una vez más, en las Tentaciones del Señor. En esta
ocasión, lo haremos siguiendo el relato de San Mateo.
Escogemos una selección de los textos que leeremos en la Liturgia de la
Palabra:
—Gen 3, 6: “Y como viese la
mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para
lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que
igualmente comió”.
—Salmo 50, 4: “Lávame a fondo
de mi culpa, y de mi pecado purifícame”.
—Rm 5, 19: “Pues como por la
desobediencia de un solo hombre todos fueron constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos”.
—Mt 4, 1: “Entonces fue
conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”.
El Demonio existe. Es una creatura de Dios que, en el principio, se
rebeló contra su Creador. Por él se
introdujo el mal en la creación. Él fue quien instigó a nuestros primeros
padres a rebelarse también en contra de los planes de Dios. Los engaño, pues es
el padre de la mentira.
El pecado original, que se
describe en la Primera Lectura, es una lacra que llevamos toda la raza humana
en nuestra naturaleza. Dios permitió esa culpa y también esa pena o castigo al
hombre, para conseguir un bien mayor
pues, de los males saca bienes y de los grandes males grandes bienes.
El bien que sacó de ese primer pecado ha sido, nada menos, que la
Encarnación del Hijo de Dios: la venida
de Jesús al mundo para salvarnos y redimirnos. ¡Oh felix
culpa quem talem ac tantum meruit habere Redemptorem! ¡Oh
feliz culpa que mereció tener tal Redentor¡(cfr. Pregón Pascual).
Pero, aunque Jesucristo nos ha salvado del pecado con su Muerte en la
Cruz y su Gloriosa Resurrección, Dios cuenta
con nuestra libertad. Cada uno hemos de elegir libremente si aceptamos o no
la Redención. Si nos unimos a Jesús, por la fe (una fe con obras, una fe
coherente), si queremos ser sus discípulos y queremos vivir su Vida en la
nuestra, nos salvaremos. Él nos empapará
con su Sangre Redentora y alcanzaremos el Don de la Salvación Eterna.
El Demonio no quiere que consigamos esa Meta, pues nos odia y sólo
quiere nuestro mal. Hará todo lo que esté en su mano para que nos desviemos del
camino. Las tentaciones son los
artilugios y estratagemas del Demonio para que caigamos en el pecado y nos
apartemos de Dios.
Lo hace, fundamentalmente, de tres maneras (cfr. las tres tentaciones
que sufrió Cristo en el desierto): 1) busca que pongamos nuestra confianza en
los bienes materiales y no en la
Palabra de Dios (tentación de los panes); 2) nos incita a la vanidad y a la búsqueda del éxito puramente humano (tentación
del Templo); y, por último 3) nos tienta con el espejismo del poder y del dinero para así poder obtener todos los
goces terrenos (tentación del monte).
Jesús rechazó todas las tentaciones del Demonio. Antes había estado cuarenta días y cuarenta noches en oración
y practicando un ayuno absoluto. Esas son las armas que nos da el Señor
para vencer cualquier tentación y no caer en el pecado. Así es como expulsamos
al Demonio de nuestra vida: con oración
y ayuno.
A continuación, copio parte de un largo mensaje que recibió Marga, de
Jesús, el 4 de julio de 2010 (cfr. El
Triunfo de la Inmaculada. Dictados de Jesús a Marga, Madrid 2012, pp. 277-278):
“¡Oh… venid y aprended qué quiero decir cuando digo “misericordia
quiero, que no sacrificios” (cfr. Os 6,6; Mt 9,13; 12,7). No es la negación de
la austeridad y el sacrificio lo que predico y quiero. No. Porque así, vuestras
almas están a merced del Enemigo.
Porque hay demonios que no pueden
expulsarse si no es con oración y
sacrificio (cfr. Mt 17,21; Mc 9,29).
Por eso, en mi Iglesia, en mis fieles, han
entrado los demonios y han hecho posesión de ellos. Tanta vida llena de pecado,
inmersa en el vicio, del que no quieren salir, y tanto demonio haciendo en
ellos estragos. Encadenados a sus vicios, faltos
de oración y ayuno, y presas fáciles de las garras de Satanás.
¿Sabes que así se acabaría el mal en mi
Iglesia? Si vosotros, mis fieles, practicarais la oración y el ayuno.
Sí: es un Mensaje para estos tiempos.
Practicad la oración y el ayuno si queréis veros libres de la lacra del
pecado en vuestras vidas. Si no, nunca os libraréis de él.
Sólo con oración y ayuno, hijos, no lo olvidéis, con oración y ayuno.
Pensad cómo se curan en Medjugorje los
miembros de mi Comunidad Cenáculo. ¿Cómo se curan?
Y la mayoría de ellos vienen completamente
destruidos por su propio pecado.
Estos es vuestro remedio. Esto es lo que
os hace falta.
Venís a Mí y me preguntáis qué es lo que
debéis hacer para veros libres del pecado que atenaza vuestras vías y os impide
ser felices y os impide encontrarme y encontrar a vuestros hermanos. Yo os digo: oración y ayuno. ¿Eso lo
queréis oír? ¿O tan solo, queríais oír: “poneos bajo mi Corazón y recibiréis la
Gracia” como algo mágico?
No: la Gracia habéis de fructificarla. La
Gracia la habéis de querer y aceptar.
No se acepta la Gracia pretendiendo seguir
viviendo en vuestra vida de pecado. No: para ello habéis de renunciar al
pecado. Renunciar a Satanás y a todas sus obras.
Eso es el Cristianismo.
¿Que no os sentís fuertes?, ¿que no lo
sois? Haced oración y ayuno y
adquirid así la fortaleza.
Renunciad al pecado. Renunciad a Satanás y
a todas sus obras.
Vivid en gracia y haced oración y sacrificio para manteneros en ella y para que no
pueda adentrarse en vosotros la tentación y haceros estragos.
No predico nada nuevo”.
El consejo es clarísimo: oración
y ayuno. Hacer oración, convertir en oración todo nuestro día:
desde la participación en la Santa Misa (que es la mejor oración), hasta la
adoración Eucarística; desde el rezo piadoso del Santo Rosario, hasta la
lectura meditada de la Palabra de Dios; desde convertir nuestro trabajo en
oración, hasta tratar de convertir también en oración todo lo que hacemos:
nuestro descanso, nuestras alegrías, nuestras penas, nuestra preocupación por
todos los que nos rodean….
Y, además: ayunar. Ayunar siendo sobrios en las comidas y
bebidas. Pero también ayunar de todas las cosas superfluas de esta vida. Es
decir, privarnos gustosamente de
comodidades, de cosas innecesarias, de gustos o aficiones que nos hacen
meternos en nosotros mismos de manera egoísta. Eso es lo que necesitamos:
mortificar nuestros apetitos, nuestra carne, nuestro orgullo, nuestra pereza…
Y todo, con alegría, porque
esa participación en la Cruz de Cristo nos hará los hombres y las mujeres más
felices de esta tierra. ¿Por qué? Porque la asumimos con amor y por amor.
Jesús, unos días antes (el 28 de junio de 2010) le decía a Marga lo
siguiente (cfr. ibídem, p. 269):
“Cuando seáis proscritos, ¡alegraos! (cfr. Mt 5,10ss; 10,1ss; Hch 5,41).
En los tiempos de la Falsa Iglesia, vale más ser proscritos por ella.
Mira: quiero que te vean y vean en ti la
Alegría. La Alegría por estar en mi Amor. Que los que están en mi Amor no están
jamás tristes. Y eso quiero que vean los otros: Alegría, Seguridad, Firmeza.
Sí: supérate en aquello que más te cuesta
de tu día a día: el horario.
A los que amo, pruebo, como se prueba el
oro en el crisol”.
El Señor, el 30 de junio,
señalaba a Marga el campo de su lucha: lo ordinario, lo pequeño, el
cumplimiento de su deber (ibídem):
“Persevera, persevera en la oración. Aunque tú creas que esto no es
servirme ni estar ahí para nada concreto, persevera en la oración y en todo lo
que te has propuesto. Hoy toca esto. Ahora toca esto”.
Es lo de siempre. Dios, lo que quiere de nosotros, es que le ofrezcamos
lo que está en nuestras manos. No nos pide grandes penitencias y sacrificios
extraordinarios. Nos pide que le demos lo que tenemos, por amor.
El 16 de mayo de 2010, Nuestra Señora le aconsejaba a Marga: “Di a
menudo al Señor (Jesús): “es por Ti, es
por tu Amor”. Eso le gusta. Eso le agrada. Eso le encanta”.
La Virgen de Fátima decía a los niños: “Hagan sacrificios por los pecadores, y digan seguido, especialmente
cuando hagan un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión
de los pecadores, y en reparación por las ofensas
cometidas contra el Inmaculado
Corazón de María” (Aparición
del 13 de julio de 1917).
Cuenta Conchita en una entrevista concedida el 27 de agosto de 1981 a
Mons. Garmendia, Obispo auxiliar de Nueva York, que “un día llevaba un cilicio en la cintura para hacer sacrificios y en una
de las Apariciones yo le dije a la Virgen, le hice señas de que me dolía aquí,
entonces me dijo no es eso lo que te pido sino ofrece lo de cada momento; y en
ese momento me dijo de obedecer a mi madre y de hacer las cosas por amor a Dios
y de hacer pequeños sacrificios”. Ella les aclaró así que no les pide
sacrificios aparatosos o ayunos prolongados, ni es eso lo que más le agrada,
sino la fidelidad a lo que Dios pide en la vida ordinaria. Añade Conchita: “Creo que cada uno es distinto pero Ella nos
dijo eso. Algunas veces uno necesita hacer sacrificios grandes, algunas veces
yo lo necesito para conseguir el perdón de Dios o para conseguir alguna gracia
especial pero la Virgen nos dijo de ofrecer las cosas de cada momento”
(cfr. Con Voz de Madre, p. 93).
En esta Cuaresma, podemos seguir los consejos de Nuestra Madre, que
también decía a las niñas de Garabandal: “hay que hacer muchos sacrificios, mucha
penitencia (…). Ya se está llenando la copa, y si no cambiamos, nos vendrá un
castigo muy grande” (Mensaje del 18 de octubre de 1961).
“Las oraciones y sacrificios de las almas pequeñas que aman a Dios,
llevan su cruz con fe y fortaleza, y piden por los pecadores, atraen la
misericordia divina” (Con Voz de Madre,
p. 26).
Muy buena reflexión. Que Dios os bendiga
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