Las Lecturas del Tercer Domingo
de Cuaresma nos recuerdan que la presencia
del Espíritu Santo en nuestras almas nos hace agradables a Dios y es como
una fuente de agua que salta hasta
la vida eterna.
Los textos de la Liturgia de la Palabra que meditaremos
son los siguientes:
— Ex 17, 6-7: “Golpearás la peña, y saldrá de ella agua para
que beba el pueblo." Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de
Israel. Aquel lugar se llamó Massá y Meribá”.
— Salmo 94, 7-9: “¡Oh, si escucharais hoy su voz!: "No
endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Massá en el
desierto, donde me pusieron a prueba vuestros padres, me tentaron aunque habían
visto mi obra”.
— Rm 5, 5: “El amor de Dios ha sido difundido en nuestros
corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado”.
— Jn 4, 13-14: “Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de
nuevo, pero el que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed nunca más, sino
que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida
eterna”.
¡Ojalá escucháramos la voz de
Dios! Está imprecación del salmo es un eco de la nostalgia de Dios que
desea que sus hijos le escuchemos, pues Él
nos habla de mil maneras todos los días.
Para los hijos de Dios toda la
creación nos habla de Él: una puesta de sol, un amanecer, los pétalos de
una rosa, la fragancia de un nardo, la gracilidad y belleza de un caballo en
plena carrera… No tenemos más que motivos para dar gracias por el orden y
armonía del universo.
Es verdad que también existe la muerte, en la creación, y la corrupción,
y la ley del más fuerte que devora al débil. Pero, para quien conoce la
historia de la salvación, el mal en el
mundo no debe ser una provocación hacia la increencia. Sabemos que existe
el mal, introducido por el pecado de nuestros primeros padres. Y sabemos que
Cristo, al morir en la Cruz, ha tomado
sobre sí todo el mal del mundo (el mal físico y el mal moral, que es el
pecado), y lo ha cambiado de signo,
de manera que ahora ya no es sólo mal, sino una ocasión para el bien.
Podemos ofrecer al Señor una pena, una enfermedad, una contrariedad
cualquiera, uniéndonos a su Pasión, por la salvación de los hombres, y para dar
gloria a Dios con nuestro sufrimiento
aceptado por amor.
Es decir, Dios nos habla también, y de modo especial, en el dolor y la
contradicción. Nos invita a padecer con Él para ser glorificados con Él.
Por otra parte, Dios es el Señor
de la Historia, y nos habla a través de los acontecimientos de nuestra vida
y de la vida de toda la humanidad. No hay nada fortuito o casual. No se
produce, propiamente, nada al azar. Dios
Providente está detrás de todo lo que sucede. Respeta la libertad humana
pero arregla las cosas para que todo concurra al bien de los elegidos.
En resumen, lo que Dios nos pide
es que estemos atentos a su Voz; que sepamos descubrirla en las mil
incidencias del día.
A nosotros nos pasa un poco lo que a los israelitas en Meribá. También,
a veces, tenemos duro el corazón,
insensible a las llamadas de Dios, a los toques del Paráclito.
La dureza e insensibilidad de
corazón es una enfermedad muy frecuente en nuestra época. Los hombres nos hemos hecho racionalistas y
poco humanos. Somos especialmente burdos
para el mundo sobrenatural.
Por ejemplo, cuántas veces encontramos falta de respeto en las iglesias,
entre la gente que sale o entra a una celebración y no parece darse cuenta de
que está presente el Sagrario, con Jesús
Vivo entre nosotros. ¡Qué necesaria es la urbanidad de la piedad en
nuestras parroquias! ¡Qué falta nos hace
más silencio, más recogimiento, más atención cuando estamos delante del Señor!
La escucha constante del Espíritu hará que, de nuestro corazón, salte una fuente de agua viva hasta la vida
eterna. Es una promesa del Señor. Jesús tiene sed de nuestra fe y, si le
correspondemos, Él derramará el Amor en
nuestros corazones y, con Él, la vida eterna.
¡Qué seco está el mundo! ¡Qué poca importancia le damos a las cosas de
Dios!
“Operi Dei
nihil praeponatur”, decía san Benito a sus monjes. “Que
nada se anteponga a la Obra de Dios”. Se refería a la Liturgia: a la
celebración de la Eucaristía y del Oficio Divino. También a nosotros nos hace
mucha falta aplicar el lema de los benedictinos —que tanto ama nuestro querido
Benedicto XVI— a nuestra vida ordinaria.
Lo primero es dar gloria a Dios,
adorarlo, alabarlo, darle gracias por todo. Debe ser la prioridad. Si queremos oír la Voz del Espíritu y que en
nuestra alma brote la Fuente de Agua
Viva, hemos de dedicar tiempos generosos de oración, dentro de nuestro
horario habitual: participar en la Santa
Misa, hacer ratos de oración mental, rezar el Santo Rosario, leer y meditar
la Sagrada Escritura y otros libros espirituales… Y no sólo eso: un cristiano debe buscar la presencia de
Dios a lo largo de todo el día, ofreciendo su trabajo, pidiendo perdón por
sus pecados, dando gracias a Dios por todo lo que nos da.
Sólo así se calmará nuestra sed
de Dios. Las cosas de esta
tierra, por sí mismas, son incapaces de saciar nuestra sed. Como la samaritana,
hemos de pedir al Señor que nos dé del agua que salta hasta la vida eterna. Tenía
una inquietud existencial y no encontraba lo que buscaba, hasta su encuentro
con el Señor. “Sus continuas idas al
pozo para sacar agua expresan un vivir repetitivo y resignado” (Benedicto
XVI, Angelus, 24-II-2008). Pero todo
cambió para ella el día en que habló con Jesús.
“Si conocieras el don de Dios”, le dice
Cristo a la samaritana. ¡Cuántas almas se alejan de la aventura maravillosa de
la santidad por el desánimo y la desconfianza! En cambio, ¡que frutos
estupendos proceden de la esperanza, de la determinación de buscar en el Espíritu la fuerza que nos
falta!
No olvidemos
que, aunque el Espíritu sopla dónde quiere y cuándo quiere, se comunica de modo
singular a través de los canales de la
gracia, los sacramentos, que Jesús ha confiado a la Iglesia y en los que Él
actúa con su poder soberano. Ahí nuestro camino en la tierra encuentra las
sendas de Dios. Vayamos por ellas sin poner obstáculos. Amemos a la Iglesia, tengamos fe en la Iglesia y se nos donará el
Espíritu Santo (cfr. Javier Echevarría, Itinerarios de vida cristiana,
p. 37 a 48).
También podemos
reflexionar sobre las palabras del Señor a la samaritana: “Dame de beber”. Jesús nos necesita. Quiere nuestro amor. Se presenta ante
nosotros “cansado del camino”. Se acerca desde su debilidad para redimirnos. Y
con su debilidad y cansancio humanos nos hace fuertes.
"He aquí, por tanto, todo lo que Jesús reclama de nosotros; no
tiene necesidad de nuestras obras, sino solamente de nuestro amor, porque
este mismo Dios que declara no tener necesidad de decirnos si tiene hambre, no tiene reparo en mendigar un poquito de
agua a la Samaritana. Él tenía
sed... Pero, al decir: "dame de
beber", era el amor de su pobre criatura lo que el Creador del Universo reclamaba. Tenía sed de amor (...); siento más que nunca que Jesús está
sediento, no encuentra más que ingratos e indiferentes entre los discípulos del
mundo y entre sus propios discípulos, Él
encuentra pocos corazones que se entreguen a Él sin reserva, que comprendan
toda la ternura de su amor infinito" (S. Teresita Niño Jesús, Vida de un alma).
Juan Pablo II, que será próximamente canonizado, nos invita a meditar
sobre los encuentros que Cristo tiene con los hombres, en el Evangelio. Uno de ellos, muy significativo es el
encuentro con la samaritana.
“Jesús la llama para saciar su sed, que no
era sólo material, pues, en realidad, «el que pedía beber, tenía sed de la fe de la misma mujer»
(S. Agustín, Tract. in Joh., 15, 11: CCL 36, 154.). Al decirle, «dame de
beber» (Jn 4, 7), y al hablarle del
agua viva, el Señor suscita en la samaritana una pregunta, casi una oración,
cuyo alcance real supera lo que ella podía comprender en aquel momento: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga
más sed» (Jn 4, 15). La
samaritana, aunque «todavía no entendía» (Ibíd.,
15, 17: l.c., 156), en realidad
estaba pidiendo el agua viva de que le hablaba su divino interlocutor. Al
revelarle Jesús su mesianidad (cf. Jn
4, 26), la samaritana se siente
impulsada a anunciar a sus conciudadanos que ha descubierto el Mesías (cf. Jn 4, 28-30)” (Exhortación apostólica Ecclesia in America, n. 8).
Nos pueden servir, para terminar estas reflexiones, algunas
consideraciones que Nuestra Señora le hacía a Marga (ver Dictados de Jesús a Marga) el 18 de mayo de 2011:
“Marga amada: ven a Mí, porque “tu esencia es oración”. Tu vocación es la oración y tu don es la oración.
Por eso te encuentras tan bien cuando la haces, y la haces abundante, porque abundante es la que Dios te pide. Y, haciendo esto, te encuentras como pez en el agua. Nada en la dicha de hacer oración. ¿Quién te puede arrebatar esto? ¿Las dudas y problemas cotidianos? ¿El Maligno? Nadie, hija, porque esto es tan sencillo para ti, que bastará tu voluntad en hacerlo para que lo hagas”.
Y unos días antes, el 10 de mayo de 2011, le decía:
“Amada Marga: dame las primicias del día, que Yo sabré donarte y recompensarte. Porque estando centrada al inicio, todo te resultará más fácil. Luego: que venga lo que venga. Que tu alma estará centrada en Mí”.Por último, vale la pena leer parte de lo que la Virgen dijo a Marga el 9 de junio de 2011 [Palabras de Marga en cursivas]:
“Amada Margarita, Quiero que comprendas la magnitud de tu Mensaje y no temas ni te aflijas, porque lo que en ti ha empezado Dios, lo terminará también Dios en ti.
Los importantes en esta Obra no sois los instrumentos.
Marga (Me vino una equiparación a Medjugorje)Mamá, ¿porqué equiparas esto a Medjugorje?
“Porque esto es para España la continuación de Garabandal. Medjugorje es lo que yo quise hacer en España, pero que mi Iglesia me lo negó. A pesar de eso siempre he encontrado fieles en la Iglesia de España, y por ellos, en premio a sus esfuerzos, me manifiesto a ti”.
Como siempre muy buenas reflexiones que el Señor los bendiga y nos de esa agua para no volver a tener sed, ademas del regalo de la oracion.
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