“En este último
domingo del año litúrgico la Iglesia nos invita a celebrar al Señor Jesús como
Rey del universo. Nos llama a dirigir la mirada al futuro, o mejor aún en
profundidad, hacia la última meta de la historia, que será el reino definitivo
y eterno de Cristo” (Benedicto XVI, Homilía
en la Solemnidad de Cristo Rey, 25-XI-2012).
Las Lecturas de esta
celebración (Ciclo C) son las siguientes:
• 2S 5, 1-3. Ungieron
a David como rey de Israel.
• Sal 121, 1-2. 3-4a. 4b-5. Vamos alegres a la casa del
Señor.
• Col 1, 12-20. Nos ha
trasladado al reino del Hijo de su Amor.
• Lc 23, 35-43. Señor,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Este año, la Solemnidad
de Cristo Rey tiene una acento especial: en ella concluye el Año de la Fe,
proclamado por el Papa Benedicto XVI en 2012.
El texto central es el
de San Lucas. Contemplamos a Jesús en la Cruz. Todos se burlan de Él, incluso
uno de los ladrones que está a su lado, que le injuriaba diciendo: “¿No eres tú
el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. En cambio, el otro, Dimas, le
reprendía de esta manera: “¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes
a Dios? Nosotros, en verdad, estamos
merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no
hizo mal alguno. Y decía: Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu Reino”.
Jesús, premia su
bondad y deseos de conversión, y le responde: “En verdad te digo: hoy estarás
conmigo en el Paraíso”. ¡Qué alegría la del buen ladrón! Es la alegría de los
que suben a Jerusalén, fundada como ciudad bien compacta. "¡Qué alegría cuando
me dijeron, vamos a la Casa del Señor” (cfr. Salmo).
Cristo es Rey,
descendiente del Rey David (cfr. Primera Lectura); Rey de un Reino que ahora no
vemos, pero que es totalmente real: más real que los reinos de este mundo. Su
Reino vendrá. Lo pedimos, con fe, todos los días en el Padrenuestro: ¡Venga a nos tu Reino!.
En el himno que recoge
la Carta de San Pablo a los Colosenses (cfr. Segunda Lectura), se mencionan
todos los atributos de la realeza de
Cristo: es imagen del Dios invisible, primogénito de toda creatura, por Él
fueron creadas todas las cosas, Él es antes que todas las cosas y todas
subsisten en Él, es Cabeza de la Iglesia, es el Principio y Primogénito de
entre los muertos, en El habita toda la plenitud, por Él el Padre reconcilia
todos los seres consigo, restableciendo la paz por su Sangre derramada en la
Cruz.
El prefacio de esta
Solemnidad utiliza nueve adjetivos para describir cómo es el Reinado de Cristo:
“regnum aeternum et universalem, regnum veritatis et vita,
sanctitatis et gratia, iustitia, amoris et pacis” (prefacio de Cristo Rey). Es un Reino eterno y universal, un Reino de verdad y vida, de santidad y
gracia, de justicia, amor y paz.
Pero, si su reinado no
es de este mundo, dónde y cómo reina Cristo aquí en la tierra. La respuesta es:
por su Amor, en nuestro corazón. Es ahí donde Él desea reinar. Por eso, la pregunta
fundamental es ¿quiero dejar que Jesús reine en mi corazón?
Para dejarle reinar,
necesitamos quitar todo lo que estorbe a su reinado. Especialmente nuestra
soberbia, nuestro egoísmo, nuestros cálculos humanos, nuestro apegamiento a las
cosas de aquí abajo.
«Cristo debe
reinar, antes que nada, en nuestra alma. Pero qué responderíamos, si El
preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le contestaría que, para que El
reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último
latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la
palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un
hosanna a mi Cristo Rey» (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 180, 2).
El 7 de agosto de
1931, San Josemaría celebraba la Santa Misa en la quietud de una iglesia
madrileña. En el momento de alzar la Sagrada Hostia —acababa de hacer in mente
la ofrenda del Amor Misericordioso (*)—, vino a su pensamiento, con fuerza y
claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: "et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me
ipsum" (Jn 12, 32);
“cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”; “¡si vosotros me ponéis en la entraña de todas
las actividades de la tierra cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi
testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, entonces, mi
Reino entre vosotros será una realidad!”.
La Eucaristía es el
banquete del Gran Rey. Sobre el altar se ofrece Cristo para salvación de todos
los hombres. Queremos que reine Cristo.
Terminamos con unas
palabras de Benedicto XVI, hace un año:
“El autor del
Apocalipsis amplía su mirada hasta la
segunda venida de Cristo para juzgar a los hombres y establecer para siempre el
reino divino, y nos recuerda que la
conversión, como respuesta a la gracia divina, es la condición para la
instauración de este reino (cf. Ap 1, 7). Se trata de una invitación
apremiante que se dirige a todos y cada uno de nosotros: convertirse
continuamente en nuestra vida al reino de Dios, al señorío de Dios, de la
verdad. Lo invocamos cada día en la oración del "Padre nuestro" con
la palabras "Venga a nosotros tu reino", que es como decirle a Jesús:
Señor que seamos tuyos, vive en nosotros, reúne a la humanidad dispersa y
sufriente, para que en ti todo sea sometido al Padre de la misericordia y el
amor”.
(*) Ofrenda al Amor Misericordioso: "Padre Santo, por el Corazón Inmaculado de María, os ofrezco a Jesús vuestro Hijo muy amado, y me ofrezco a mí mismo, en El, por El y con El, a todas sus intenciones, y en nombre de todas las criaturas".
No hay comentarios:
Publicar un comentario