Comenzamos un nuevo Año
Litúrgico. La Iglesia nos invita a dirigir nuestra mirada hacia el pasado —el
Nacimiento de Cristo—, hacia el futuro —su Segunda Venida, al final de los
tiempos—, y también hacia el presente, y en profundidad: Cristo está presente en
nuestra vida. Viene y nos llama mil veces al día. Nos precede en el Amor y en
la espera.
La Liturgia de la
Palabra nos presenta, en este primer domingo de Adviento, tres lecturas y un
salmo. Reflexionemos brevemente sobre cada uno de estos textos.
• Is 2, 1-5. El
Señor reúne a todas las naciones en la paz eterna del reino de Dios.
• Sal 121. Vamos
alegres a la casa del Señor.
• Rm 13, 11-14.
Nuestra salvación está cerca.
• Mt 24, 37-44.
Estad en vela para estar preparados.
“Venid, subamos al
monte de Yahveh”. “De Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra de Yahveh”.
Estas palabras del profeta Isaías son una invitación a escuchar a Yahvé en el
Antiguo Testamento. Se puede decir que nuestros hermanos judíos son nuestros
padres en la fe. Hoy rezamos especialmente por todos ellos, y nos unimos en
nuestra común fe en Dios Uno, Eterno, Omnipotente, y en la fe que compartimos
sobre la Revelación de Dios en la historia de Israel.
Los judíos también
esperan el Juicio de Dios sobre todas las gentes. Y en el Reino de Paz que
vendrá en el mundo, después del juicio.
“Casa de Jacob,
andando, y vayamos, caminemos a la luz de Yahveh”. Según las profecías de MDM,
los dos testigos que vendrán ala final de los tiempos, para dar testimonio de
la verdad, serán la Iglesia Remanente y la Casa de Israel. Recemos pues por
todos nuestros hermanos fieles de Israel, que esperan en oración, como
nosotros, la manifestación de Yahveh.
Las tribus de
Yahveh suben a Jerusalén, llenos de alegría. Es una ciudad construida en
compacta armonía. Con el Salmo 121 pedimos la paz para la Ciudad Santa.
“Ya es hora que
despertéis del sueño, pues ahora nuestra salvación está más cerca que cuando
creímos”. San Pablo se dirige a los romanos, para anunciarles que la noche está
avanzada y se acerca el día. ¿No es verdad que a veces nos dormimos, en nuestra
vida espiritual, en nuestra caridad fraterna, en nuestra lucha diaria para ser
fieles a los que Dios nos pide a cada uno? Es el momento de abandonar las obras
de las tinieblas y revestirse con las armas de la luz (cfr. Rom 13, 12). Es
hora de revestirnos de nuestro Señor Jesucristo, de vivir en su presencia, de
ser “otros Cristo”, “Cristo que pasa” al lado de nuestros hermanos.
No es tiempo de
sueño, sino de vigilancia. Porque el Hijo del hombre vendrá de improviso. Hay
que velar porque no sabemos el día en que vendrá el Señor, aunque reconocemos
que hay señales claras de que no tardará en llegar.
El Adviento es
tiempo de espera, de oración, de silencio, de estar alertas. Nuestra salvación descansa
en la venida de Jesucristo. No es producto de obras humanas. Procede de la
libertad de Dios, que ha escogido venir al mundo en un pequeño pueblo, en una
época oscura, como un Niño pequeño sin ninguna influencia en el mundo de los
hombres.
Jesús no viene sólo
para la Humanidad en su conjunto, sino para cada hombres en particular: en sus
alegrías y miserias, en sus convicciones, perplejidades y convicciones, en todo
lo que constituye su ser y su vida, propios sólo de él.
Pero, ¿qué podemos
hacer durante el Adviento, para aprovecharlo mejor? Ante todo, esforzarnos por
buscar, tratar y amar más a Jesucristo, que viene a nuestro encuentro. Leer,
meditar, rezar. Es tiempo de aumentar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro
amor.
El Adviento es un
tiempo mariano. La mejor manera de vivirlo bien es permanecer cerca de Nuestra
Madre y aprender de Ella: de su silencio contemplativo, de su oración continua,
de su agradecimiento alegre, de su humildad y de su amor.
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