Benedicto XVI, antes de ser Papa, en un estudio sobre la conciencia (cfr. J. Ratzinger, La Iglesia, una comunidad siempre en camino, Paulinas, Caracas 1991, pp. 89 a 106), recordaba la carta que escribió el Cardenal John Henry Newman al Duque de Norfolk, el 14 de enero de 1875. Iba dirigida a rebatir las acusaciones de Gladstone —político liberal y primer ministro de Inglaterra desde 1868— y contenía un auténtico tratado sobre la conciencia moral.
Gladstone, en un
artículo escrito en 1874, se manifestaba contrario a la condena del liberalismo
religioso por parte de la Iglesia. Le parecía que la libertad de conciencia es
esencial al hombre y que la Iglesia católica, en la práctica, exigía
indebidamente a sus fieles la renuncia a actuar según su propia conciencia en
el terreno moral e intelectual.
En el fondo, tanto Galdstone
como Newman eran conservadores por temperamento y liberales por convicción, y
mantenían opiniones convergentes sobre la necesidad de superar una concepción y
un régimen confesionales para la sociedad inglesa de su tiempo.
A finales de 1874
Newman recibió una carta del Duque de Norfolk invitándole a coger la pluma para
aclarar y matizar las afirmaciones de Gladstone. Newman, en su contestación,
reconocía que había sectores ultramontanos dentro de la Iglesia —es decir, defensores de la autoridad del Papa a toda costa, sin ningún matiz y
de manera fanática— que mantenían a veces nociones incorrectas. Son —decía
Newman— los que "habiendo hecho todo lo posible por incendiar la casa,
dejan a otros la tarea de apagar las llamas".
Algunos mensajes del
Cielo nos sugieren ahora la posibilidad de que el próximo Papa no sea legítimo
(ver por ejemplo The Warning y El Aviso de Dios; ver también el reciente artículo
de Alberto Villasana). En este sentido, es interesante tener en cuenta la perspectiva
que nos ofrece el Cardenal Newman al respecto.
Cómo él, Benedicto XVI
también sostiene la necesidad de obedecer antes a nuestra conciencia cristiana antes
que al Papa (esta afirmación neta, aplicable siempre, como principio, es
todavía más clara en el caso de que un Papa enseñara una doctrina errónea en
materia de fe y moral).
«¿Quién no recuerda —escribe Joseph Ratzinger—, a propósito del tema “Newman y la conciencia”, la famosa frase de la Carta al Duque de Norfolk: “Ciertamente si yo debiese llevar la religión en un brindis después de una comida —cosa que no es muy conveniente hacer— entonces brindaría por el Papa. Pero primero por la conciencia y después por el Papa”. Según la intención de Newman esto debía ser —en contraste con las afirmaciones de Gladstone— una clara confesión del Papado, pero también —contra las deformaciones ultramontanas, una interpretación del Papado, el cual es correctamente entendido sólo cuando se ve juntamente con el primado de la conciencia, por consiguiente no contrapuesto, sino fundado y garantizado sobre ella (...).
Para Newman —continúa J. Ratzinger— el término medio que asegura la conexión entre los dos elementos de la conciencia y de la autoridad es la verdad. No dudo en afirmar que la verdad es la idea central de la concepción intelectual de Newman; la conciencia ocupa un puesto central en su pensamiento propio porque en el centro está la verdad (...). La conciencia para Newman (...) significa (...) la presencia perceptible e imperiosa de la voz de la verdad en el interior del mismo sujeto; la conciencia es la superación de la mera subjetividad en el encuentro entre la interioridad del hombre y la verdad que proviene de Dios. Es significativo el verso que Newman compuso en Sicilia en 1833: “Quería elegir y entender mi camino. Ahora en cambio ruego: Señor, guíame tú”».
¿Qué nos quiere decir,
en resumen, Benedicto XVI con estas consideraciones? Me parece que la idea
central es que aunque el Romano Pontífice merece todo nuestro amor y respeto,
por ser sucesor de Pedro (“Donde está Pedro, ahí está la Iglesia, ahí está Dios”), si se diera el caso que el Papa enseñara una doctrina falsa y en contra del
Depósito de la Fe, los católicos tendríamos la obligación de mantenernos en la
Fe de la Iglesia y no en las enseñanzas falsas de un Papa que perdería su
legitimidad por que dejaría de ser buen pastor en la Iglesia.
Durante los días del
Cónclave, hemos de rezar por el Papa y por la Iglesia. La oración nunca es
infructuosa. Si se comprobara que un Papa, por el que hemos rezado, es un
impostor, Dios reconduciría todas nuestras oraciones hacia la Iglesia (es
decir, hacia nosotros mismos y hacia nuestros hermanos en comunión con la Fe de
los Apóstoles, que no puede cambiar).
En último término,
pediremos siempre por que se cumpla la Voluntad de Dios. Tenemos la certeza de
que el Señor de los males saca bienes y de los grandes males grandes bienes.
¡Todo sea para la gloria de Dios!
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