Antes de comenzar nuestra reflexión de esta semana, informo a nuestros lectores que, en principio, por diversas circunstancias personales, dejaremos de publicar «posts» en este blog durante el verano. Si Dios quiere, volveremos a escribir a partir del próximo mes de octubre.Curación de la hemorroisa (fresco en las
Catacumbas de Marcelino y Pedro, Roma)
El texto de la Primera Lectura (Sab 1, 13-15; 2, 23-24) del Domingo XIII del Tiempo Ordinario ilumina el texto del Evangelio (Mc 5, 21-43).
«Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno mortal. Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen» (Primera Lectura).
Dios es Dios de vivos, no de muertos. Él desea la Vida. Envió a su Hijo para darnos Vida, y Vida en abundancia. Jesucristo ha vencido la muerte, porque es el Autor de la Vida. Con su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo, Jesús hizo posible que todos los hombres podamos participar de su Vida, que es la Vida eterna.
San Marcos nos relata en el Evangelio de la Misa dos milagros del Señor. El primero tiene que ver con la vida, porque la mujer que «padecía flujo de sangre desde hacía doce años; había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado»; esa mujer, realmente estaba «muerta», pues para una hebrea, la esterilidad o el simple hecho de no tener descendencia equivalía a una muerte prematura. Como dijo Raquel, “dame hijos o me muero" (Gen 30, 1).
El segundo milagro es más impresionante. Es la primera vez, en el Evangelio, que Jesús resucita a uno que ah muerto. Jairo acude a Jesús para pedir que cure a su hija enferma pero, mientras van de camino, le avisan que ha muerto. Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que tengas fe”.
Hay dos rasgos comunes entre los dos milagros. Tanto la hemorroisa como Jairo tiene conciencia del mal que les aqueja y, además, tienen confianza, fe, en que Jesús puede aliviarlo.
El Papa Francisco señala estas dos características necesarias para obtener la Vida:
«Para tener acceso a su corazón, al corazón de Jesús hay un solo requisito: sentirse necesitado de curación y confiarse a Él. Yo os pregunto: ¿Cada uno de vosotros se siente necesitado de curación? ¿De cualquier cosa, de cualquier pecado, de cualquier problema? Y, si siente esto, ¿tiene fe en Jesús? Son dos los requisitos para ser sanados, para tener acceso a su corazón: sentirse necesitados de curación y confiarse a Él» (Papa Francisco, 1-VII-2018).
No es muy difícil lo que nos pide Dios: ver y querer. Ver nuestra miseria y querer que Dios la cure. Pero, con frecuencia, puede suceder que nos falte el primer requisito: que no reconozcamos nuestros pecados. A veces, no acabamos de ver claro porque nos hace falta un querer más firme. Otras veces, el ruido externo o interno nos aturde (como sucedía en el caso de los dos personajes del Evangelio a quienes los demás los distraían de lo que quería hacer Jesús con ellos).
Si vemos claramente que necesitamos la ayuda del Señor, será más fácil acudir a Él, conocer que sólo en Él está la salvación, y ponernos en sus manos para que nos devuelva la Vida que hemos perdido. Escuchemos unas recientes palabras del tercer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer (mañana, 26 de junio, celebramos su fiesta).
«Entonces, como el ciego Bartimeo, imploremos: “−Señor, que vea” (Mc 10,51). Y añadamos: −Señor, que te quiera ver; que te escuche, que te quiera escuchar… para poder repetir cientos de veces, a lo largo de la jornada, la potente afirmación de María: “Hágase en mí según tu palabra”» (Fernando Ocáriz, A la luz del Evangelio, p. 22, Madrid 2020).