sábado, 12 de octubre de 2019

Vivir en la Voluntad de Dios (2)


El 6 de octubre de 2002 fue la canonización de San Josemaría Escrivá de Balaguer, “el santo de lo ordinario”, en la Plaza de San Pedro en Roma. Celebró la Santa Misa San Juan Pablo II.   

Hans Holbein, el Viejo, La Virgen y el Niño con Santa Ana, 1490s

En su homilía el Papa señaló por qué la Iglesia canoniza a los santos: porque han sido dóciles a las mociones del Espíritu Santo y, de esta manera, han conocido, amado y vivido en la Voluntad de Dios.

““Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios” (Rm 8, 14).
Estas palabras del apóstol san Pablo, que acaban de resonar en nuestra asamblea, nos ayudan a comprender mejor el significativo mensaje de la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, que celebramos hoy. Él se dejó guiar dócilmente por el Espíritu, convencido de que sólo así se puede cumplir plenamente la voluntad de Dios.
A ese Dios invisible —escribió— lo encontramos en las cosas más visibles y materiales (Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, n. 114).
La vida habitual de un cristiano que tiene fe —solía afirmar Josemaría Escrivá—, cuando trabaja o descansa, cuando reza o cuando duerme, en todo momento, es una vida en la que Dios siempre está presente (Meditaciones, 3 de marzo de 1954).
También en el contexto sólo aparentemente monótono del normal acontecer terreno, Dios se hace cercano a nosotros y nosotros podemos cooperar a su plan de salvación” (San Juan Pablo II, 6-X-2002).

Más adelante, San Juan Pablo II animaba a todos los que estábamos presente en la ceremonia a, en  primer lugar,  esforzarnos nosotros mismos para ser santos, y nos señalaba cómo podemos hacerlo.

“Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De este modo, seréis “sal de la tierra” (cf. Mt 5, 13) y brillará “vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16)” (Ibidem).

La Voluntad de Dios se manifiesta muy concreta: seguir las pisadas de Cristo (estilo evangélico), que es manso y humilde de corazón (Mt 11, 29); que vino a servir y no a ser servido (Mt 20, 28); que se abandonó completamente a la Voluntad de su Padre (Lc 23, 46); que fue ungido por el Espíritu y se dejó llevar por Él hasta la Cruz (Mc 1, 12.15).   

Después, San Juan Pablo II añade un nuevo enfoque para conocer en qué consiste la Voluntad de Dios, que se enlace perfectamente con lo había dicho hasta el momento.

“Pero para cumplir una misión tan ardua hace falta un incesante crecimiento interior alimentado por la oración. San Josemaría fue un maestro en la práctica de la oración, que consideraba una extraordinaria “arma” para redimir al mundo. Recomendaba siempre: Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy “en tercer lugar”, acción (Camino, n. 82). No es una paradoja, sino una verdad perenne: la fecundidad del apostolado reside, ante todo, en la oración y en una vida sacramental intensa y constante. Este es, en el fondo, el secreto de la santidad y del verdadero éxito de los santos” (Ibidem).

La Voluntad de Dios es que busquemos la santidad y el apostolado, fundamentados en la oración (en primerísimo lugar), la expiación (mortificación, penitencia…) y la acción (el trabajo).

Por otra parte, todas las realidades nobles humanas son ocasión para cumplir la Voluntad de Dios. Dios es un Dios cercano y está presente en toda nuestra vida.

“San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente al alcance de todos” (Juan Pablo II, 7.X.2002, al día siguiente de la canonización de San Josemaría).

El mismo día de la canonización de San Josemaría, el Cardenal Joseph Ratzinger celebraba una Misa para un grupo de lengua alemana y, en su homilía subrayó cómo la santidad se puede alcanzar en la vida ordinaria.

En los procesos de canonización se busca la virtud “heroica” podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: “esto no es para mí”; “yo no me siento capaz de practicar virtudes heroicas”; “es un ideal demasiado alto para mí”. En ese caso la santidad estaría reservada para algunos “grandes” de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea que ha sido corregida – y esto me parece un punto central- precisamente por Josemaría Escrivá” (Cardenal Joseph Ratzinger, 6-X-2002).

Ser santo es dejarse guiar por el Espíritu Santo en las cosas pequeñas de cada día.

“Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad” (Ibidem).

Conocer, amar y vivir en la Voluntad de Dios se puede lograr en las situaciones más corrientes de la vida humana, pero hay una condición: buscar la oración continua, el diálogo permanente con Dios, la escucha atenta del Espíritu, con la disponibilidad plena a seguir sus mociones generosamente.

Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes”.

Terminamos acudiendo a Nuestra Madre: “Enséñame a hacer como Tú la Voluntad Divina y a vivir en Ella”.


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