sábado, 20 de julio de 2019

Marta y María


La Primera Lectura de la liturgia de mañana, sobre los tres personajes que se encuentran con Abraham en el encinal de Mambré (cfr. Gen 18, 1-10), nos recuerda la presencia de los vestigios del misterio de la Santísima Trinidad que hay en el Antiguo Testamento.

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Johannes Vermeer (1632-1675), Cristo en casa de Marta y María (1655).

Andréi Rublev (1360-1430) pintó en un ícono esta escena para el monasterio de la Santísima Trinidad y San Sergio, centro de la Iglesia Rusa.

Los hombres estamos hechos a imagen de Dios, Uno y Trino. En nuestra vida se manifiesta también este misterio, por ejemplo, en los tres trascendentales del ser (Verdad, Belleza y Bondad), que confluyen en la Unidad del Ser.   

Todos estamos llamados a la unidad de vida, que tiene su fundamento en la oración filial —en la vida contemplativa—, imitando a Jesucristo: “sólo una cosa es necesaria” (Lc 10, 42); “conviene orar siempre y no desfallecer” (Lc 18, 1).

En el año 2010 el Papa Benedicto XVI estaba pasando unos días de vacaciones en Castelgandolfo. Se habían suspendido las audiencias de los miércoles y la actividad ordinaria de gobierno, que le quitaba mucho tiempo diariamente. Eran días tranquilos, muy apropiados para reflexionar y escuchar más despacio la Palabra de Dios, de la cual estaba enamorado y encontraba en ella matices cada vez más sorprendentes.

En sus Últimas Conversaciones, ante una pregunta de Peter Seewald sobre si pensaba seguir escribiendo, el papa emérito contestó que no, porque detrás de ello tendría que haber un trabajo metódico, y eso le resultaría ahora sencillamente demasiado fatigoso. Sin embargo, decía,

todas las semanas escribo mi homilía del domingo, eso sí. En esta medida tengo una tarea intelectual; he de encontrar una exégesis adecuada” (Benedicto XV, Últimas Conversaciones).

A Peter Seewald seguramente le resultó sorprendente que diera tanto valor a la homilía pronunciada para cuatro o cinco personas que le asisten en la casa Mater Ecclesiae. Benedicto XVI le respondió lo siguiente:

“Da igual que sean tres o veinte o mil. La palabra de Dios debe estar siempre ahí para la gente (…). Ahora tengo tiempo para rezar con profundidad y detenimiento el breviario, intensificando así la amistad con los salmos y los padres de la Iglesia. Y como ya he dicho, todos los domingos predico brevemente. Dejo durante toda la semana que mis pensamientos giren un poco en torno a ello, de modo que maduren lentamente y yo pueda palpar un texto por sus distintas caras. ¿Qué me dice a mí? ¿Qué les dice a las personas que viven aquí en el monasterio? Eso es propiamente lo nuevo, si cabe hablar así: que puedo sumergirme con mayor sosiego en la oración de los salmos y familiarizarme más con ella. Y que, de este modo, los textos de la liturgia, sobre todo los textos dominicales, me acompañan durante toda la semana” (Ibidem).

Me parece que esta actitud del Papa Benedicto XVI ante la Palabra de Dios es ejemplar y tendríamos que tenerla siempre presente, cada vez más en nuestra vida, seamos sacerdotes o laicos. Todos, escuchando la Palabra de Dios, podemos recibir tesoros inigualables que den auténtico valor a nuestra vida.

Quizá todo esto cobra importancia particular en los periodos de vacaciones o cuando las fuerzas van decayendo y ya no podemos tener una actividad tan intensa como cuando éramos más jóvenes.

En cualquier caso, la oración y la actitud contemplativa es una meta a la que  siempre debemos tender, como Jesús nos lo enseña en el Evangelio de la Misa de mañana, Domingo XVI del Tiempo Ordinario (Ciclo C).

Con el Salmo 14, le preguntamos al Señor: ¿Domine, quis habitabit in tabernáculo tuo? ¿Señor, quién podrá hospedarse en tu tienda?  

Volvamos al verano del año 2010. El 18 de julio de ese año, Benedicto X, durante el Ángelus    en Castelgandolfo, habló sobre todo esto, al considerar la escena que narra San Lucas en el capítulo 10 (32-48) de su Evangelio.

“En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».
Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada»”.

¿Qué comentaba el Papa sobre este texto tan emblemático y que, durante toda la historia de la Iglesia, ha interpelado a los cristianos con tanta fuerza?

De las dos hermanas, Marta era la mayor, quien gobernaba la casa. Estaba ocupada en muchos servicios, debido ciertamente a la importancia del Huésped. Se movía atareada. Y, en cambio, su hermana María, estaba sentada a los pies del Señor, como arrebatada por la presencia del Maestro, escuchando sus palabras.

Marta, evidentemente molesta, no aguata más y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús. Quiere dar incluso lecciones al Maestro.

“En cambio Jesús, con gran calma, responde: "Marta, Marta –y este nombre repetido expresa el afecto–, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada" (Lc 10, 41-42). La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana” (Ibidem).

¿Cuál es la lección que nos quiere dar Jesús en este pasaje del Evangelio? Que los hombres debemos trabajar, sí. Y ocuparnos de los deberes sociales y profesionales, pero que ante todo tenemos necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad.

“Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad [y la belleza] sino Jesucristo? Por eso aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien” (Ibidem).

En sus Últimas Conversaciones, el papa emérito respondía a una pregunta clave de su entrevistador. Esta pregunta se puede leer a la luz de la Segunda Lectura de la Misa de mañana (“el misterio escondido desde siglos y generaciones y revelado ahora a sus santos”; cfr. Col 1, 24-28): El centro de sus reflexiones ha sido siempre el encuentro personal con Jesucristo. ¿Cómo está eso ahora? ¿Cuánto ha logrado acercarse a Jesucristo?

Y la respuesta es la siguiente:

“(Inhalación profunda). Eso, por supuesto, depende de la situación, pero en la liturgia, en la oración, en las contemplaciones para la homilía dominical lo veo directamente ante mí. Él siempre es, por supuesto, grande y misterioso. Muchas frases de los evangelios las encuentro ahora, en su grandeza y su peso, más difíciles que antes” (Benedicto XVI, Últimas Conversaciones).

Y explica con más detenimiento la última afirmación aludiendo a una frase que escuchó a Romano Guardini (1885-1968): “«Con la edad, [la fe] no resulta más fácil, sino más difícil». El Papa reconoció que hay algo de verdad en esa frase, porque a lo largo de los años ha crecido la fe pero, por otra parte,

“uno percibe con mucho más fuerza la gravedad de las preguntas, la presión de la impiedad actual, la presión de la falta de fe, incluso muy dentro de la Iglesia, pero también justamente la grandeza de las palabras de Jesucristo, que a menudo se sustraen a la interpretación en mayor medida que antes” (Ibidem).

Por eso valora tanto, al preparar su homilía dominical, la escucha atenta de la Palabra de Dios, como lo hacía María, Nuestra Madre, que ponderaba los hechos y palabras de su Hijo guardándolas en su corazón.

“Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia” (Aclamación antes del Evangelio: Lc 8, 15).

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