sábado, 9 de febrero de 2019

La "unción en Betania"


Entre agosto y septiembre de 2018 escribimos cinco posts que llevaban, en conjunto, el título de “Reflexiones para orar en silencio”. Cada uno de ellos contenía cuatro o cinco temas breves de meditación sobre los aspectos centrales de nuestra fe.    

 

Ahora, nos parece que podrían ampliarse esas reflexiones para meditar, más extensamente, sobre 20 temas en el marco de la próxima Semana Santa. Faltan 11 semanas para llegar al Domingo de Pascua. Por lo tanto, dedicaremos los próximos 11 posts a estas reflexiones que quizá nos puedan ayudar a vivir mejor la Cuaresma (este año comienza el 6 de marzo) y la Semana Santa (del 14 al 21 de abril).

Los 20 temas (titulados de modo conciso) sobre los que meditaremos son los siguientes:

1. Meditación preparatoria.
2. Creación.
3. Elevación.
4. Pecado.
5. Tibieza.
6. Encarnación. Jesucristo. Fe.
7. Nacimiento. Pobreza.
8. Vida oculta. Obediencia.
9. Vida pública. Apostolado.
10. Lavatorio de los pies. Humildad. Instrumentos (alma sacerdotal)
11. “Mandatum Novum”. Caridad.
12. Institución de la Eucaristía.
13. Oración en el Huerto. Oración.
14. Pasión de Cristo. Amor a la Cruz. Mortificación.
15. Muerte del Señor. Aprovechamiento del tiempo.
16. Juicio sobre el mundo. Sinceridad.
17. Descendió a los infiernos. Temor de Dios.
18. Resucito de entre los muertos. Amor a la Virgen.
19. Subió a los Cielos. Esperanza.
20. Creo en el Espíritu Santo. Iglesia.

Este primer post es una introducción en la que consideraremos algunos puntos necesarios para prepararnos bien a hacer oración y examen.   

1. Meditación preparatoria: la “unción en Betania”     

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (cfr. Evangelio del Lunes Santo: Jn 12, 1-11).

Lo primero que conviene siempre tener en cuenta es que la Palabra de Dios es luz que ilumina nuestro camino (cfr. Salmo 26, del Lunes Santo: “El Señor es mi luz y mi salvación”). Es un Tesoro riquísimo que nunca acabaremos de descubrir del todo. Contiene una fuerza transformante, de origen divino. El Espíritu Santo actúa a través de ella para que cada vez que la escuchemos y meditemos sea instrumento de conversión personal.

Por otra parte, los tiempos litúrgicos son el mejor marco para leer la Sagrada Escritura, porque la leemos en la Vida de la Iglesia, unidos por la Comunión de los Santos a Cristo, que es su Cabeza y a todos nuestros hermanos en el mundo entero.

Los puntos que vamos a considerar en las semanas sucesivas nos preparan para vivir con más fruto la Semana Santa, que es el centro del Año litúrgico.

Hoy podemos situarnos espiritualmente en el Lunes Santo, día en el que la Iglesia medita sobre la Unción en Betania. Queremos acompañar muy de cerca a Jesús, que está en la casa de Lázaro, Marta y María, sus amigos. Cada uno de ellos representa el papel que conviene para que se desvele en ellos el Misterio de la Redención: Lázaro “está ahí” como testigo vivo de quien ha pasado por la muerte y ha vuelto a la vida, gracias al poder divino del Señor. Marta está, como siempre, sirviendo. Y María, también como era habitual en ella, buscando un encuentro más íntimo y personal con Jesús. Ahora unge sus pies con un perfume muy valioso.

En los tres hermanos vemos simbolizadas las actitudes que el Espíritu Santo nos pide tener siempre para aprovechar bien la gracia que nos comunica constantemente.

La primera actitud es la de Lázaro: “estar”. San Josemaría expresa muy bien la importancia de “saber estar” en el punto n° 815 de Camino:

¿Quieres de verdad ser santo? –Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces”.

Especialmente, cuando intentamos hacer oración y examen de nuestra vida, es importante “estar en lo que hacemos”, poner atención, no distraernos, estar recogidos, buscar estar en la presencia de Dios, es decir, ser conscientes de que Él nos ve, nos oye…, y también de que, si queremos, podemos verle y escucharle, porque nos habla continuamente, en todo lo que sucede en nuestra vida.

Lázaro representa la virtud teologal de la Esperanza. Estaba muerto y había vuelto a la vida. Experimento la muerte, consecuencia del pecado, y la resurrección (como imagen de la verdadera resurrección que Jesús prometió a su hermana Marta: “Yo soy la Resurrección y la Vida”).

La segunda actitud que pide el Espíritu Santo para llevar a cabo su obra en nosotros es la disposición de servicio. Marta es el ejemplo que tenemos ahora delante: “Marta servía”, es decir, vivía olvidada de sí misma, con un deseo muy grande de ser útil, en cada momento, al Señor y, por Él, a todos los que estaban en Betania.

“Servir” significa ser responsable de la propia vida para hacer fructificar todos los talentos que Dios nos ha dado, con generosidad. “Servir” es poner en práctica nuestra fe: vivir eso que creemos profundamente. Es “actuar” nuestros buenos deseos de manera concreta, todos los días, aprovechando las oportunidades que tenemos. Es buscar la unidad entre los hermanos.

Contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad” (San Josemaría, Amigos de Dios, n. 226).

San Josemaría Escrivá de Balaguer una vez, cuando era Rector del Patronato de Santa Isabel, al dar la Sagrada Comunión a las religiosas del convento contiguo, decía en su interior: “te quiero más que esta…, y que esta…, y que esta…”. Pero, entonces, escucho una voz en su interior: “Obras son amores y no buenas razones”. Era la Voz del Espíritu Santo que le reprochaba cariñosamente: no bastan los buenos deseos; hay que ponerlos en práctica. La Fe auténtica es la que se convierte en “vida de fe”, en coherencia cristiana ahí donde Dios nos necesita.

Marta representa, por eso, la virtud teologal de la Fe.

Finalmente, la tercera disposición necesaria en nuestra vida (particularmente para nuestra vida de oración) es la de María que unge con un perfume los pies del Señor y los enjuga con su cabellera. María nos enseña a amar sin medida, generosamente; a darnos totalmente y a dar primacía a las cosas de Dios.

Se suele decir que hay personas que se ocupan de la viña del Señor pero no del Señor de la viña. Nosotros queremos ser como María: ocuparnos del Señor en primer lugar, y con generosidad: dándole lo mejor de nosotros mismos.

El perfume que derramó María sobre los pies de Jesús era muy caro. Judas, que era mezquino y carecía de amor, reprocha la largueza de María. Y el Señor la defiende:

«Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis» (Jn 12, 7-8).

María representa la Virtud teologal de la Caridad que tiene como prioridad a Dios mismo, amándolo con todo nuestro corazón, con todas nuestras fuerzas y con toda nuestra alma.

En resumen, hay tres actitudes que nunca podemos olvidar para aprovechar las gracias del Espíritu en nuestras almas:

1) El empeño por “estar metidos” siempre en lo que hacemos, con la esperanza de que hacer las cosas bien nos abre las puertas de los dones divinos (vida de trabajo bien hecho y ofrecido a Dios);
2) El esfuerzo por salir siempre de nosotros mismos para servir a los demás y dar sentido a lo que hacemos con una fe hecha obras (vida de servicio sacrificado a nuestros hermanos); y
3) La generosidad de darle todo a Dios de modo que, cada día, vaya creciendo nuestro amor por Él, hasta el último instante de nuestra vida (vida de oración contemplativa).

La Madre de Jesús estaría también en Betania. No se la menciona en los Evangelios. Su presencia es silenciosa (cfr. Primera Lectura del Lunes Santo: Is 42, 1-7: “No gritará. No voceará por las calles”). Sin embargo, podemos pensar que cada uno de los tres hermanos habían visto y aprendido de Ella, y de su Hijo, cómo comportarse en cada momento.

Nuestra Señora sería una fuente de inspiración continua. Era Ella la clave. Con su presencia callada daba el tono armonioso de todo lo que sucedía en Betania. La devoción honda y firme a María, Esposa del Espíritu Santo, nos llevará a conocer y amar a Jesús, que es el Camino, la Vedad y la Vida.


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