sábado, 24 de febrero de 2018

La tempestad


Es casi evidente que la situación por la que atraviesa actualmente la Iglesia es muy parecida a la que vivimos en los años que siguieron al Concilio Vaticano II (1962-1965). Así lo han notado muchos estudiosos del tema, entre nuestros contemporáneos, que aman a la Iglesia y desean siempre ser hijos fieles suyos.     


Nuestra época es, como aquella, un tiempo de confusión y oscuridad —aunque también hay muchas luces y esperanzas que no podemos olvidar (“gaudium et spes, luctus et angor hominum huius temporis” gozos y esperanzas, aflicciones y angustias de los hombres de este tiempo, como dice a su comienzo la Constitución Apostólica del Vaticano II). Con el paso del tiempo y, sobre todo, al final de la historia humana, podremos juzgar y comprender mejor lo que sucedió hace 50 años y lo que estamos viviendo en la actualidad. Desaparecerá el claroscuro que ahora nos envuelve para dejar paso a la Luz y a la Verdad.

El Papa Benedicto XVI explicaba con mucha claridad que, junto con el auténtico Concilio, se desarrolló otro, que denominó el Concilio de los medios de comunicación [las negritas son nuestras].

“Era casi un Concilio aparte –explicaba el Papa–, y el mundo percibió el Concilio a través de éstos, a través de los medios. Así pues, el Concilio inmediatamente eficiente que llego al pueblo fue el de los medios, no el de los Padres.
Y mientras el Concilio de los Padres se realizaba dentro de la fe, era un Concilio de la fe [...] el Concilio de los periodistas no se desarrollaba naturalmente dentro de la fe, sino dentro de las categorías de los medios de comunicación de hoy, es decir, fuera de la fe, con una hermenéutica distinta. Era una hermenéutica política.
Para los medios de comunicación, el Concilio era una lucha política, una lucha de poder entre diversas corrientes en la Iglesia. Era lógico que los medios de comunicación tomaran partido por aquella parte que les parecía más conforme con su mundo [...].
Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación fue accesible a todos. Así, esto era lo dominante, lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada... y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretizarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real.
Pero la fuerza real del Concilio estaba presente y, poco a poco, se realiza cada vez más y se convierte en la fuerza verdadera que después es también reforma verdadera, verdadera renovación de la Iglesia. Me parece que, cincuenta años después del Concilio, vemos cómo este Concilio virtual se rompe, se pierde, y aparece el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual” (BENEDICTO XVI, Encuentro con el clero de Roma, 14 de febrero de 2013).

Son, indudablemente, palabras realistas pero también optimistas y esperanzadoras: con la gracia de Dios, hay muchos hombres y mujeres en la Iglesia que viven el verdadero Concilio cada vez más hondamente.  

A la luz de esta larga cita de Benedicto XVI podemos leer un texto de San Josemaría Escrivá que también padeció lo indecible al comprobar día tras día, en sus últimos años, “la adulteración de las enseñanzas conciliares y su influencia negativa en el pueblo cristiano” (cfr. José Miguel Cejas, Cara y cruz. José María Escrivá, Madrid 2015), aunque nunca perdió la esperanza y siempre se mantuvo abierto a la renovación de la Iglesia por los caminos del Espíritu.

En la primera parte de los años setenta del siglo XX, san Josemaría no estaba cerrado a tratar de descubrir, no sólo todo la riqueza del Concilio, sino también los elementos positivos del llamado “espíritu postconciliar”. La prueba es esta en el comentario que hace el Cardenal Julián Herránz en sus memorias [las negritas son nuestras]:

“A veces, alzaba la mano, y preguntaba, curvando los dedos con ademán parecido al de los jugadores de frontón, cuando intentan atrapar la pelota en el aire:
– ¿Esto es cóncavo o convexo?
Y sin darnos tiempo a responder, decía:
Para ti, cóncavo; para mí, convexo...
– Cuando dos personas defienden una postura opuesta –nos comentaba el 31 de octubre de 1963– ambos creen tener la razón; los contendientes están convencidos de que tienen razón... y cuando quieren aniquilar al contrario creen que es de justicia. Hijos de mi alma: ¡tienen razón los dos casi siempre! o... ¡ninguno de los dos! ¡Rara vez tiene razón uno! Pero como no tienen razón ninguno (o tienen razón los dos)... ¡que vayan al término medio y se apañen! Esto lo he aprendido en Roma. La verdad, toda, completa, la tiene Dios. Nosotros tenemos la verdad revelada completa, manifestada por el Magisterio de la Iglesia.
¿No me puedo equivocar? –siguió diciendo–. ¡Me he equivocado tantas veces! A mí no me creéis por mi palabra porque yo me puedo equivocar; me he equivocado muchas veces; me puedo seguir equivocando. Y vosotros [se dirigía a los miembros del Consejo General del Opus Dei] tenéis el deber de decirme: «Padre, está usted equivocado». No sería falta de respeto, sería una prueba de cariño. Yo no me he creído nunca infalible; y si a esto añadís que no quiero ser fanático de nada, ni del Opus Dei, pues así... ¡no es tan difícil hacerme cambiar de parecer! Con razones, con razones, ¿eh?
Y terminaba explicando que, por su corazón de padre, sino también de madre «tengo la posibilidad de que me deje cambiar por cariño, y eso sería malo. No me vengáis con cariño... ¡venidme con razones!».
«Cóncavo y convexo –proseguía Herranz– son dos caras de una misma moneda. Porque dos personas –insistía el Padre– pueden obrar en conciencia, sostener puntos de vista diversos, incluso contradictorios, ¡y tener las dos razón, y al mismo tiempo! ¡No hay nada malo en las divergencias humanas, salvo que generen rencores en el alma!»” (Cf J. HERRANZ, Notas personales, citado en José Miguel Cejas, Cara y cruz. José María Escrivá, Madrid 2015).

Me parece que estos dos textos que hemos transcrito nos pueden dar abundante material de reflexión para discernir mejor la compleja situación que vivimos en la Iglesia en la actualidad. No es fácil hacer juicios prudentes. Es necesaria mucha escucha de la voz del Espíritu y mucha rectitud de intención para no cantearse superficialmente a un lado u otro; para no caer en los juicios negativos o ligeros; y, sobre todo, para no faltar a la caridad con palabras hirientes que generen rencores en las almas.  

Muchos santos han atravesado también su “noche oscura” y siempre, lo que los sacó adelante, fue su vida de oración intensa y su espíritu de sacrificio y humildad para no dejarse llevar por el espíritu propio sino por la Luz de Dios, que nunca nos falta si no nos apartamos de Él.

La paciencia es indispensable para sopesar los tiempos históricos, y la ponderación para no adelantarse y provocar un daño irreparable en la Iglesia: por ejemplo el “posible cisma” tan anunciado en diversas revelaciones privadas (cfr. las de Marga en la VDCJ: www.vdcj.org).



sábado, 17 de febrero de 2018

El problema de la profecía cristiana (9)


En el post anterior terminamos de reflexionar sobre la entrevista que le hicieron al Cardenal Ratzinger en 1988 sobre la profecía cristiana. En este post continuaremos analizando la profecía en los escritos de Marga.   

 

Como ya hemos tenido la ocasión de comentar, los escritos de Marga (cfr. el sitio de la VDCJ: www.vdcj.org) tienen un claro sentido profético, no solamente en el sentido de anunciarnos eventos que sucederán en el futuro, sino en el verdadero sentido de la profecía, es decir, el de ser un instrumento de Dios para comunicarnos lo que espera de nosotros en estos momentos de la historia del mundo y de la Iglesia.

En los posts anteriores hemos estudiado especialmente algunos textos los tomos III y IV de la VDCJ (Verdadera Devoción al Corazón de Jesús). Ahora continuaremos con el contenido del tomo IV a partir de la p. 28. Las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrados [  ] es nuestro.

Veíamos que las cuatro primeras características de la VDCJ son 1) una mística para nuestro tiempo y para todos, a través de la Eucaristía 2) la sencillez y la humildad, en la vida ordinaria, siguiendo el modelo de María, 3) la aceptación de la Cruz y del camino de conversión y purificación por el que nos lleva la Virgen, y 4) la alegría que va unida a la aceptación de la Cruz, para mirar el futuro siempre con esperanza, ilusión y optimismo (cfr. El problema de la profecía cristiana nn. 4 y 5).

Las dos primeras ya las analizamos con más detenimiento. Ahora comentaremos algo más sobre la tercera y la cuarta.

El camino para llegar a Jesús siempre es la Virgen. Es el mejor atajo, como decía san Josemaría Escrivá de Balaguer:

«El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima» (Santo Rosario, prólogo).

El Señor nos aconseja colocarnos en la Patena Purísima del Corazón Inmaculado de la Virgen, pues nos la ha dado como Madre:

“Allí sufrimos el procedimiento del cambio y la purificación, de nuestra conversión, de dejar el hombre viejo para asumir el nuevo (cfr. Rm 6,6; Col 3,5-10; Ef 4,22-24), renovado (…). Esta purificación personal es preparada por manos de una Madre, por manos de mi Madre” (…). “Sin miedo, nos colocamos en las manos purísimas de María, que Ella nos preparará para el sacrificio final” (Tomo IV, p, 25).

Jesús desea que aceptemos alegremente la Cruz en nuestras vidas. Y podemos hacerlo simbólicamente acercándonos a besarla con devoción. Así, quedará grabada en nosotros la Cruz y nuestra vida no se entenderá sin la Cruz (cfr. Tomo IV, p. 26).  

Estas consideraciones sobre la Cruz me recuerdan otro texto de San Josemaría:

“Me preguntas: ¿por qué Me preguntas: ¿por qué esa Cruz de palo? —Y copio de una carta: "Al levantar la vista del microscopio la mirada va a tropezar con la Cruz negra y vacía. Esta Cruz sin Crucificado es un símbolo. Tiene una significación que los demás no verán. Y el que, cansado, estaba a punto de abandonar la tarea, vuelve a acercar los ojos al ocular y sigue trabajando: porque la Cruz solitaria está pidiendo unas espaldas que carguen con ella" (Camino, 277).

Pero es una Cruz alegre. Recientemente, el Prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz ha dicho:

“Últimamente estoy recordando con frecuencia una frase de san Josemaría: “No es lícito pensar que sólo se puede hacer con alegría lo que nos gusta”. No. Con la fe y con la razón, podemos cumplir libremente, amar, nuestros deberes, aunque no sean en ocasiones, lo que más nos apetezca”.

Por eso, la cuarta característica de la VDCJ es la alegría: aceptar sin miedo, junto a Nuestra Madre, todo lo que suponga la purificación que Dios tenga dispuesta para nosotros.

“Los siempre Alegres, como Ella (…)”. Pero una alegría interna que brota del fondo del alma, y que nada ni nadie podrá quitarnos (cfr. Jn 16,22), porque es la alegría de estar viviendo Su Voluntad, la Voluntad de Dios”. «Los siempre sonrientes». De los que brota siempre una palabra de ánimo y de optimismo. Nunca negativos. Siempre mirando hacia el futuro con esperanza, con ilusión y con optimismo” (Tomo IV, p. 27).

Vendrán dificultades y penas. Eso es indudable. Vendrá la Gran Tribulación. Vendrá la oscuridad en el mundo. El Papa Francisco nos los recuerda en su mensaje de Cuaresma: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12).

El 1 de julio de 2017 decía Mons. Ocáriz:

“Nuestra vida –ha dicho don Fernando– no es una novela rosa sino un poema épico, pero siempre con alegría porque contamos con la ayuda del Señor. Nunca estamos solos. Por la comunión de los santos formamos un solo Cuerpo con Jesucristo”.

Y Jesús le decía a Marga durante el retiro espiritual en el que le comunicó las características de la VDCJ:

“Aunque venga anuncios de guerras y catástrofes, vosotros estáis alegres (cfr. Sal 27,1ss; Lc 21,28), porque sabéis que al final, Su Inmaculado Corazón Triunfará en el mundo, como está triunfando en vosotros a través de esa vida de Unión mística a Su lado” (cfr. Tomo IV, p. 28).

Ahora mismo, mientras escribo este post he sentido con fuerza un “temblor”, como decimos nuestro país, de grado 7.5; y vivo en el piso 8° de un edificio de la Ciudad de México. Pero, con la gracia de Dios, tengo la confianza plena de estar en las manos de Dios y de su Madre.


sábado, 10 de febrero de 2018

El problema de la profecía cristiana (8)


En este post transcribimos la última parte de la entrevista sobre la profecía que dio el Cardenal Ratzinger en 1988. 


Pero antes, recomendamos a nuestros lectores ver dos vídeos sobre las apariciones de la Virgen en San Sebastián de Garabandal. Uno es un documental con escenas originales que, al menos nosotros, no conocíamos: Historia de “Garabandal(versión completa)”.  El otro es una entrevista a don Jorge Fernández Días y al Padre José Luis Saavedra: “Garabandal, charla –coloquio en el Círculo Ecuestre de Barcelona”. 

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Ahora, continuaremos con la última parte de la entrevista hecha a J. Ratzinger en 1988. http://www.solidaridad.net/solidaridadnet/noticia/1923/joseph-cardenal-ratzinger-el-problema-de-la-profecia-cristiana-). Las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrado [] es nuestro.

Pregunta: Muchas veces se nota que existe una gran tensión entre el misticismo puramente contemplativo y sin palabras y el misticismo profético con palabras. Karl Rahner ha hecho notar esta tensión entre los dos tipos de mística. Algunos pretenden que la mística contemplativa y sin palabras es la más elevada, más pura y espiritual. En tal sentido se explican ciertos pasajes en san Juan de la Cruz. Otros piensan que tal mística sin palabras en el fondo es extraña al cristianismo, porque la fe cristiana es esencialmente la religión de la Palabra.

Cardenal Ratzinger: Sí, diría que la mística cristiana tiene también una dimensión misionera. Ella no sólo busca elevar al individuo, sino que le confiere una misión, al ponerlo en contacto con el Verbo, con el Cristo que habla a través del Espíritu Santo. Santo Tomás de Aquino pone fuertemente en relieve este punto. Antes de santo Tomás se decía: primero monje y después místico, o bien, primero sacerdote y después teólogo. Tomás no acepta esto, porque el don místico abre a una misión, y la misión no es algo inferior a la contemplación, como contrariamente pensaba Aristóteles, quien consideraba la contemplación intelectual el grado más alto en la escala de los valores humanos. Éste no es un concepto cristiano, dice Tomás de Aquino, porque la forma de vida más perfecta es esa vida mixta, es decir, primero la vida mística y luego, a partir de ésta, la vida apostólica al servicio del Evangelio. Santa Teresa de Ávila ha expuesto este concepto en forma muy clara. Ella relaciona la mística con la cristología, obteniendo así una estructura misionera. Con esto no quiero excluir que el Señor pueda suscitar místicos auténticamente cristianos en el seno de la Iglesia, sino que quiero precisar que la cristología como base y medida de toda mística cristiana señala otra estructura (Cristo y el Espíritu Santo como inseparables). El «cara a cara» de Jesús con el Padre incluye «el ser para los otros», contiene en sí «el ser para todos». Si la mística es esencialmente un entrar en intimidad con Cristo, este «ser para los otros» le será impreso en lo más íntimo de sí.

Pregunta: Muchos profetas cristianos, como Catalina de Siena, Brígida de Suecia y Faustina Kowalska atribuyen a Cristo sus discursos proféticos o revelaciones. Estas revelaciones son definidas por la teología como revelaciones privadas. Este concepto aparece muy reductivo, porque la profecía siempre está dirigida a toda la Iglesia, jamás es privada. 

Cardenal Ratzinger: En teología, el concepto de «privado» no significa que el mensaje se refiere únicamente a la persona que lo recibe y no a todos los otros. Es una expresión que se refiere más que nada al grado de importancia, como lo es por ejemplo en el concepto de «Misa privada». Con esto se quiere decir que las revelaciones de los místicos cristianos o de los profetas no pueden elevarse jamás al rango de la revelación bíblica, sólo podrán conducir a ésta o medirse de acuerdo a ella. Sin embargo, esto no significa que este tipo de revelaciones no sea importante para la Iglesia. Lourdes y Fátima prueban lo contrario. En definitiva, ellas nos llevan a la revelación bíblica y justamente por eso revisten una importancia segura.

Pregunta: En la historia de la Iglesia se puede constatar que no se pueden evitar heridas recíprocas, tanto por parte del profeta como por parte de los destinatarios. ¿Cómo explica este dilema? 

Cardenal Ratzinger: Siempre ha sido así: el impacto profético no puede darse sin el sufrimiento que lo acompaña. El profeta está llamado a sufrir en una forma específica, es decir, estar dispuesto a sufrir y a compartir la Cruz de Cristo es la piedra de toque de su autenticidad. El profeta no busca jamás imponerse por sí mismo, pues su mensaje se verifica y se torna fértil a partir de la Cruz.

Pregunta: Es verdaderamente frustrante constatar que la mayor parte de las figuras proféticas de la Iglesia han sido rechazadas durante su vida. Casi siempre han sido criticadas o sometidas al rechazo por parte de la Iglesia. Esto es comprobable en la mayoría de los profetas y de las profetisas. 

Cardenal Ratzinger: Sí, es verdad. San Ignacio de Loyola ha estado en prisión, lo mismo ocurrió con san Juan de la Cruz. Santa Brígida de Suecia ha estado a un paso de ser condenada por el concilio de Basilea; del resto es tradición de la Congregación para la Doctrina de la Fe ser en un primer momento muy cautos allí donde han afirmaciones de místicos. Esta actitud está más que justificada, porque existen muchos falsos místicos, muchos casos patológicos. Por lo tanto, es necesaria una actitud muy crítica para no correr el riesgo de caer en lo sensacional, en lo fantasioso y en la superstición. El místico se manifiesta en el sufrimiento, en la obediencia y en su capacidad de soportar, por eso su voz dura en el tiempo. En cuanto a la Iglesia, ella debe cuidarse de emitir un juicio prematuro, para evitar que merezca el reproche de «haber matado a los profetas».

Pregunta: La última pregunta es quizás un poco embarazosa. Se refiere a una figura profética contemporánea: la greco-ortodoxa Vassula Rydén. Ella es considerada por muchos creyentes, también por muchos teólogos, sacerdotes y obispos de la Iglesia católica como mensajera de Cristo. Sus mensajes, que desde 1991 están traducidos en 34 lenguas, están ampliamente difundidos en el mundo. Sin embargo, la Congregación para la Doctrina de la Fe se ha pronunciado en forma negativa al respecto. La «Notificación» de 1995, en la que junto a aspectos positivos en los escritos de Vassula, visualiza también puntos menos claros, ha sido interpretada por algunos comentaristas como una condena. ¿No es cierto?

Cardenal Ratzinger: Aquí usted toca un tema por demás delicado. No, la «Notificación» es una advertencia, no una condena. Desde un punto de vista procedimental, ninguna persona podría ser condenada sin proceso y sin ser haber sido escuchada antes. Lo que se dice es que todavía hay muchas cosas que se deben aclarar. Hay elementos apocalípticos que suscitan problemas y aspectos eclesiológicos todavía poco claros. Sus escritos contienen muchas cosas buenas, pero el grano bueno está mezclado con el malo. Es por eso que hemos invitado a los cristianos católicos a observar el todo con prudencia y a medirlo con el metro de la fe transmitida a la Iglesia.

Pregunta: ¿Existe entonces un proceso en curso para aclarar la cuestión? 

Cardenal Ratzinger: Sí, y durante tal proceso de clarificación, los fieles deben mantenerse prudentes y mantener despierto el espíritu de discernimiento. Indudablemente, en los escritos se constata una evolución que no parece todavía concluida. No debemos olvidar que las expresiones y las imágenes inspiradas por el encuentro interior con Dios, también en los casos de auténtica mística, dependen siempre de la posibilidad del alma humana y de su limitación. La confianza ilimitada se pone únicamente en la efectiva Palabra de la Revelación que encontramos en la fe transmitida por la Iglesia. 



sábado, 3 de febrero de 2018

El problema de la profecía cristiana (7)

El domingo pasado, en la Primera Lectura de la Misa, leíamos un texto del final del Libro del Deuteronomio (cfr. Dt 18, 15-20) en el que Moisés comunica a los israelitas cómo Dios lo ha elegido a él como su profeta.


Moisés es el primer profeta de Israel y el modelo de todos los demás. Sin embargo, él sólo es una figura del Verdadero Profeta, Jesucristo, en quien culmina toda la Revelación de Dios a los hombres.

Esto no significa que hayan desaparecido los profetas después de Cristo. En el Tiempo de la Iglesia continúa existiendo la profecía, que está presente tanto en la Jerarquía de la Iglesia como en los hombres y mujeres que han recibido carismas, gracias especiales del Espíritu, para utilidad de toda la Iglesia.

Una de estos profetas nos parece que es Marga (cfr. el sitio de la VDCJ), como Jesús y la Virgen le han comunicado a ella en repetidas ocasiones. 

El Señor, durante una Exposición con el Santísimo, el 6 de diciembre de 2014, le comunicó a Marga que, de alguna manera, su Segunda Venida es también la de su Madre (las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrados es nuestro):

“Y, en preparación de mi Segunda Venida, Ella viene como Precursora [por ejemplo, en las frecuentes y abundantes apariciones marianas de nuestra época], y con Ella lleva a mis siervos los Profetas.
Ella hace una batida sobre la tierra, y os elige. Sois presentados al Padre por Ella, y el Padre da el visto bueno.
Yo se lo he encargado. No es mera iniciativa Suya. Porta el encargo de su Hijo. Ella y los Profetas preparan mi Segunda Venida”.

El 18 de diciembre de 2014, Jesús vuelve a comunicarse con Marga y le anuncia una Profecía.

Le dice que, mientras algunos piensan que “mi Papa [Francisco] va a abolir la Antigua Doctrina, el Demonio entrará, y ya ha entrado en mi Casa [la Iglesia], por otra puerta, sin ser visto, y dentro hace de las suyas. Su desorden favorito es este: el de crear la división y la desconfianza, basándolo todo en el orgullo personal, en la falta de humildad y en el afán de protagonismo
¿Por qué no serán más humildes, estos que se dicen “los Míos” y “los hijos de María? ¡Si Ella es humilde! Aprended de mi Madre Humildad y Mansedumbre, aprended a dejaros dirigir. ¿No decís que creéis en las Profecías? Creed entonces también en esta”.

  El 12 de enero de 2015, Jesús confirma a Marga en su misión profética y le dice:

“Estáis reclutados para una misión: avituallaos [se refiere a un avituallamiento espiritual: meditación de la Palabra de Dios, frecuencia de Sacramentos, oración, obras de caridad…]. No dejéis de avituallaros grandemente, ¡todo lo que necesitéis!, sin miedo, en la oración.
Marga, verdadera Profeta. En ti se cumplen las características de los Profetas del Antiguo Testamento, tanto en tu vida propia, como en los Mensajes y en la misión”.

Y, por fin, el 8 de febrero de 2015, Jesús anima a Marga a vivir con la libertad de los hijos de Dios:

“Vive libre, hija mía, sin ataduras, porque Yo te he hecho una mujer libre para que seas mi apóstol, mi Apóstol de los Últimos Tiempos, mi Profeta del Amor. No te ates ni a tus necesidades físicas, ni a tus necesidades sentimentales, ni a tus seguridades. Tu Seguridad, tu Amor, El que te provee de todo, Soy Yo. Te haré no estar esperando nada, nada, nada de nadie ni de la vida, más que estar esperándolo todo de Mí”.

Hasta aquí lo referente a la Profecía en Marga.

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Ahora continuamos con la entrevista hecha al Cardenal Ratzinger en 1988. Las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrado [] es nuestro.

En las siguientes preguntas, que copiamos, el Cardenal habla de que hay que desechar de la profecía la “forma apocalíptica”.

Pregunta: ¿Quizás sería esta la razón que explica por qué muchas figuras proféticas tienen un carácter fuertemente escatológico en su espiritualidad?

Cardenal Ratzinger: Pienso que el aspecto escatológico —sin exaltación apocalíptica [parece que el Cardenal quiere desligarse de la “exaltación apocalíptica”, entendida como una actitud de espera inminente que genera ansiedad ante el futuro, y se fundamenta sólo en conjeturas e hipótesis personales]— pertenece esencialmente a la naturaleza profética. Los profetas son aquéllos que exaltan la dimensión de la esperanza contenida en el cristianismo. Ellos son los instrumentos que hacen soportable el presente invitando a salir del tiempo, al cual le concierne lo esencial y lo definitivo. Este carácter escatológico, este impulso para superar el tiempo presente, forma parte por cierto de la espiritualidad profética.

Pregunta: Si ponemos la escatología profética en relación con la esperanza, el cuadro cambia completamente. No es más un mensaje que provoca temor, sino un mensaje que abre un horizonte al cumplimiento de la promesa de Cristo para toda la creación.

Cardenal Ratzinger: Es un hecho fundamental que la fe cristiana no inspira temor sino que la supera. Este principio debe constituir la base de nuestro testimonio y de nuestra espiritualidad. Pero volvamos un momento a cuanto hemos afirmado anteriormente. Es extremadamente importante precisar en qué sentido el cristianismo es el cumplimiento de la Promesa hecha por Dios y en qué sentido no lo es. Sostengo que la actual crisis de fe está ligada estrictamente a una explicación insuficiente de tales cuestiones. Aquí se presentan tres peligros. El primer peligro radica en visualizar la promesa del Antiguo Testamento y la expectativa de la salvación de los hombres en una forma inmanente, en el sentido de tener mejores estructuras o de brindar prestaciones cada vez más perfectas. Así concebido, el cristianismo resulta derrotado. Partiendo de esta perspectiva se ha intentado sustituir el cristianismo con ideologías que poseen fe en el progreso, y luego con ideologías portadoras de esperanza, las que no son otra cosa que variantes del marxismo. El segundo peligro es el de proyectar totalmente al cristianismo al más allá, de quererlo sólo como una forma puramente espiritual e individualista, negando la totalidad de la realidad humana. El tercer peligro, que amenaza en particular en tiempos de crisis y de giros históricos, es el de refugiarse en exaltaciones apocalípticas. En oposición a todo esto, se torna cada vez más urgente presentar la verdadera estructura de la promesa y del cumplimiento de la fe cristiana en forma más comprensible y realizable.