Las
primeras frases que aparecen en el libro “El
Reinado Eucarístico”. Dictados de Jesús a Marga, publicado en Madrid en
febrero de 2016, se refieren a la intención, por parte de Marga y de su
director espiritual, el Padre Ángel María Rojas, de obedecer fielmente a los Pastores de la Iglesia.
Así
comienza el libro, después del índice y de una foto del Papa Francisco con
Marga:
De acuerdo a los Decretos
de Urbano VIII y de la Sagrada Congregación de Ritos declaramos que a
cuanto se expone la presente publicación no se da otra fe sino aquella que
merece el atendible testimonio humano, y que no se pretende en modo alguno
prevenir el juicio de la Santa Sede.
A
continuación se recuerda lo siguiente:
El Decreto de la Congregación para la Propaganda de la Fe
(A.A.S. n. 58/16 del 29 de diciembre de 1966) que abroga los cánones 1399 y
2318 del antiguo Código de Derecho Canónico (de 1917), fue aprobado por S.S. Pablo VI y publicado por su voluntad. Por lo
cual: no se prohíbe divulgar sin licencia expresa de la Autoridad Eclesiástica
(el Imprimatur) escritos tocantes a
nuevas apariciones, revelaciones, visiones, profecías y milagros, con tal de
que se observe la Moral Cristiana general.
Por otra
parte, en la Presentación, el P. Rojas
admite que en el libro “hay datos concretos sobre posibles acontecimientos
futuros”. Y señala que “siempre existe la tentación de limitarse a ellos,
elucubrando cómo puede ser el futuro, imaginando eventos, fechas, etc.”. Estas
profecías no se anuncian para despertar nuestra curiosidad o inquietud, “sino para pongamos los medios para
colaborar con Dios en su Proyecto de Salvación”: mostrar al mundo el Amor de Dios, que es el centro del mensaje de
estos libros.
Aun así,
no podemos olvidar que “si estos acontecimientos [profetizados] tuvieran lugar,
sería la mejor prueba de la autenticidad
de las locuciones de Marga, que los habría anunciado con tanta antelación y
exactitud.
Jesús y
María, con frecuencia hablan a Marga de
la profecía (en el Tomo III de sus escritos, en 53 ocasiones]. Por ejemplo,
le dicen:
“Yo derramo mi Espíritu como profecía, e instruyo a los
profetas para que vayan a instruir al resto (cfr. Joel 3, 1 y ss)” [De Jesús,
09-01-2013, que es el Primer Mensaje del Libro].
“A toda la tierra alcanza su pregón” (Sal 19, 5). “Esta
profecía está teniendo lugar aquí (contigo) y está teniendo lugar en el mundo”.
“Toda lengua profetizará” (cfr. Joel 3, 1; Hch 2, 17 y ss). Aún habéis ver más
profusión del Don de Profecía” [De la Virgen, 28-08-2012].
El 22 de abril del 2013, la Virgen aconseja a Marga que sólo el Amor parta de sus pensamientos y acciones. Y le dice:
“Te meterás en otro mundo. Y de una mujer [se refiere a Marga]
de donde sólo puede brotar el Amor brotarán las profecías para el mundo; y
brotarán Nuestras Instrucciones [del Cielo] para el Resto. Estate siempre
metida en este mundo de Amor. ¡Lucha por ello!”.
En esta
línea, nos puede servir leer parte de una entrevista
que el Cardenal Ratzinger concedió a Niels Christian Hvidt sobre la profecía
(y que aparece en el Tomo X de sus Obras Completas). Fue el 16 de marzo de 1988
(cfr. solidaridad.net).
Y lleva por título “El problema de la
profecía cristiana”.
A
continuación reproducimos algunos párrafos. Las negritas y lo que está entre paréntesis
cuadrados [ ] es nuestro.
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Pregunta: En la historia de la Revelación, en el Antiguo Testamento la palabra del profeta es esencialmente la que abre el camino con su crítica y la que lo acompaña durante todo su recorrido. Según usted, ¿qué ha pasado con la profecía en la vida de la Iglesia?
Cardenal Ratzinger: Ante todo querríamos referirnos por un momento a la profecía en el sentido veterotestamentario del término. Será útil establecer con precisión qué es verdaderamente el profeta, para eliminar todo malentendido. El profeta no es alguien que predice el futuro. El elemento esencial del profeta no es el de predecir los acontecimientos futuros, sino que el profeta es aquél que dice la verdad porque está en contacto con Dios, y de lo que se trata es de la verdad válida para hoy que naturalmente también ilumina el futuro. Por lo tanto, no se trata de predecir el futuro en sus detalles, sino de hacer presente en un momento dado la verdad divina y de indicar el camino para captarla. En lo que se refiere al pueblo de Israel la palabra del profeta tiene una función particular, en el sentido que la fe de este pueblo está orientada esencialmente hacia el futuro. En consecuencia, la palabra del profeta presenta una doble particularidad: por un lado pide ser escuchada y seguida, aunque permanezca como palabra humana, por otro lado se apoya en la fe y se inserta en la estructura misma del pueblo de Israel, particularmente en lo que aguarda. Es importante además subrayar que el profeta no es un apocalíptico, [en el sentido peyorativo del término: es decir, un hombre alarmista, que predice catástrofes y asusta a la gente] aunque lo parezca, no describe las realidades últimas [es decir, no es esa su misión: describir, con detalle, lo que va a suceder al fin de los tiempos] sino que ayuda a comprender y vivir la fe como esperanza.
Aunque el profeta debe proclamar la Palabra de Dios como si fuese una espada afilada, sin embargo él no es uno que busque hacer críticas sobre el culto y sobre las instituciones [la Iglesia profética o carismática no se contrapone a la jerárquica]. Él debe hacer presente siempre el malentendido y el abuso de la Palabra de Dios por parte de las instituciones y tiene la obligación de expresar las exigencias vitales de Dios. No obstante, sería un error construir el Antiguo Testamento sobre una dialéctica puramente antagónica entre los profetas y la Ley. Dado que ambos provienen de Dios, tienen ambas una función profética. Éste es para mí un punto muy importante, porque nos lleva al Nuevo Testamento. Al final del Deuteronomio, Moisés es presentado como profeta y él mismo se presenta como tal. Él anuncia a Israel: «Dios te enviará un profeta como yo». Surge la pregunta: ¿qué significa «un profeta como yo»? Sostengo que el punto decisivo, siempre según el Deuteronomio, consiste en el hecho que Moisés hablaba con Dios como un amigo. En esto vería yo el núcleo o la raíz de la verdadera esencia profética en este «cara a cara con Dios», en el «conversar con Él como con un amigo». Sólo en virtud de este encuentro directo con Dios el profeta puede hablar en la historia de Israel.
Pregunta: ¿Cómo se puede vincular el concepto de profecía con Cristo? ¿Se puede llamar profeta a Cristo?
Cardenal Ratzinger: Los Padres de la Iglesia han concebido la profecía del Deuteronomio arriba mencionada como una promesa de Cristo, cosa que yo comparto. Moisés dice: «un profeta como yo». Él ha transmitido a Israel la Palabra y ha hecho de él un pueblo, y con su «cara a cara con Dios» ha cumplido su misión profética llevando a los hombres al encuentro con Dios. Todos los otros profetas siguen ese modelo de profecía y deben siempre liberar nuevamente la ley mosaica de la rigidez [siempre tenemos el peligro de quitar vida a la ley: “tus palabras son espíritu y vida”] y transformarla en un camino vital.
El verdadero y más grande Moisés es entonces el Cristo, quien realmente vive «cara a cara» con Dios porque es el Hijo. En este contexto, entre el Deuteronomio y el acontecimiento de Cristo se visualiza un punto muy importante para comprender la unidad de los dos Testamentos. Cristo es el definitivo y verdadero Moisés que realmente vive «cara a cara» con Dios porque es Su Hijo. Él no sólo nos conduce a Dios mediante la Palabra y la Ley, sino que nos asume en sí con su vida y su pasión, y con la Encarnación hace de nosotros su Cuerpo Místico. Significa entonces que en el Nuevo Testamento, en sus raíces, está presente la profecía. Si Cristo es el Profeta definitivo porque es el Hijo de Dios, es en la comunión con el Hijo que desciende la dimensión cristológica y profética también del Nuevo Testamento.
Pregunta: Según usted, ¿cómo se debe considerar todo esto concretamente en el Nuevo Testamento? ¿Con la muerte del último apóstol no se pone un límite definitivo a toda profecía ulterior, no se excluye toda posibilidad?
Cardenal Ratzinger: Sí, existe la tesis según la cual el fin del Apocalipsis pone término a toda profecía. Me parece que esta tesis encierra un doble malentendido. Ante todo, detrás de esta tesis puede estar el concepto de que el profeta, que está esencialmente orientado a una dimensión de esperanza, ya no tenga razón de ser, justamente porque ahora está Cristo y la esperanza culmina en su presencia. Esto es un error, porque Cristo ha venido en carne y después ha resucitado «in Spiritu Sancto». Esta nueva presencia de Cristo en la historia, en el Sacramento, en la Palabra, en la vida de la Iglesia, en el corazón de cada hombre, es la expresión pero también el inicio del Adviento de Cristo que tomará posesión de todo y en todo. Lo cual significa que el cristianismo es de por sí un movimiento porque va al encuentro del Señor resucitado que ha subido al cielo y retornará. Ésta es la razón por la que el cristianismo lleva en sí siempre la estructura de la esperanza. La Eucaristía ha sido concebida siempre como un movimiento de nuestra parte hacia el Señor que viene. Ella incorpora también a toda la Iglesia. El concepto que el cristianismo sea una presencia ya del todo completa y que no lleva en sí alguna estructura de esperanza es el primer error que es rechazado. El Nuevo Testamento tiene ya en sí una estructura de esperanza que está un poco cambiada, pero que es para siempre una estructura de esperanza. Ser un servidor de la esperanza es esencial para la fe del nuevo pueblo de Dios.
El segundo malentendido está constituido por una comprensión intelectualista y reductiva de la Revelación, la cual es considerada como un tesoro de verdades reveladas absolutamente completa en la que no se puede agregar nada. El auténtico acontecimiento de la Revelación consiste en el hecho que somos invitados a este «cara a cara» con Dios. La Revelación es esencialmente un Dios que se nos da, que construye con nosotros la historia y que nos reúne y ampara a todos juntos. Se trata de un encuentro que tiene en sí también una dimensión comunicativa y una estructura cognitiva. Ella implica también el reconocimiento de las verdades reveladas.
Si se acepta la Revelación bajo este punto de vista, se puede decir que la Revelación ha alcanzado su finalidad con Cristo, porque, según la hermosa expresión de san Juan de la Cruz, cuando Dios ha hablado personalmente, no hay más nada que agregar. No se puede decir nada además del Logos. Él está en medio de nosotros en forma completa y el mismo día, este misterio de la fe, justamente porque nosotros los cristianos hemos recibido este don total de sí que Dios nos ha hecho con su Verbo hecho carne.
Esto se vincula a la estructura de la esperanza. La venida de Cristo es el inicio de un conocimiento siempre más profundo y de un descubrimiento gradual de lo que el Verbo nos ha donado. Así se ha abierto un nuevo modo de introducir al hombre en la Verdad toda entera, como dice Jesús en el Evangelio de san Juan, donde habla del descenso del Espíritu Santo. Pienso que la cristología pneumatológica del último discurso de adiós de Jesús en el evangelio joánico es muy importante para nuestro discurso, dado que Cristo nos explica que su vida terrena en la carne no era sino un primer paso. La verdadera venida de Cristo se realiza en el momento en el que Él no está más ligado a un lugar fijo o a un cuerpo físico, pero como el Resucitado en el Espíritu capaz de ir hacia todos los hombres de todas las épocas, para introducirlos en la verdad en forma cada vez más profunda. Me parece claro que -justamente cuando esta cristología pneumatológica determina el tiempo de la Iglesia, es decir, el tiempo en el que Cristo viene a nosotros en espíritu- el elemento profético, como elemento de esperanza y de actualización del don de Dios, no puede faltar ni venir a menos.
(Continuará)
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