sábado, 30 de diciembre de 2017

El problema de la profecía cristiana (3)

Continuamos reproduciendo parte de la entrevista que el Cardenal J. Ratzinger concedió a Niels Christian Hvidt sobre “El problema de la profecía cristiana” —y que aparece en el Tomo X de sus Obras Completas—, el 16 de marzo de 1988 (cfr. solidaridad.net).


Mañana celebraremos la Solemnidad de la Sagrada Familia y pasado mañana la Maternidad Divina de María. Son dos fiestas en las que contemplamos a Jesús, Señor Nuestro, pero también a María y a José. Joseph Ratzinger afirma, en la entrevista que reproducimos, que el título por excelencia que dan los Padres de la Iglesia a María es el de profetisa, y no el de sacerdotisa.

“Es en María que el término de profecía en sentido cristiano se define mejor, por cuanto hace referencia a esta capacidad interior de escucha, de percepción y de sensibilidad espiritual que les permite [a las mujeres] percibir el murmullo imperceptible del Espíritu Santo, asimilándolo, fecundándolo y ofreciéndolo al mundo” (cfr. Entrevista, a continuación).

Teniendo esto presente, se puede comprender lo que dice Jesús a Marga el 21 de mayo del 2011 (ver Tomo II digital, p. 319; cfr. sitio de la VDCJ) (en todos los mensajes a Marga que copiamos, las negritas son nuestras):

“¿No notáis vosotras [las mujeres] que vuestra alma está en superioridad a la del hombre a la hora de comprender las realidades sobrenaturales y estar más cerca de Dios? No es mérito vuestro. Es, simplemente, naturaleza”.

Me parece que esto no significa que no haya una igualdad fundamental entre los dos géneros (iguales en dignidad: ambos hijos de Dios). Los dos tienen la misma capacidad de amar, aunque de manera diferente. Lo importante es la respuesta personal al don recibido, de amor a Dios y al prójimo: aquí se decide la mayor o menor santidad de cada uno, sea hombre o mujer.

Antes de pasar a la entrevista —como hicimos también en los dos posts anteriores— copiamos algunas frases del Tomo III (El Reinado Eucarístico) de los Dictados de Jesús a Marga, en los que Jesús o la Virgen le hablan del don de profecía (qué es, cómo hay que entenderlo, qué valor tiene, etc.).

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El 13 de junio de 2014, Jesús le pregunta a Marga:

“Marga, ¿qué necesito yo de un profeta? Que sea ella misma, en su sencillez, sin rebuscamientos. Y que esté siempre atenta a mi Voz”.

Y el 17 de julio de 2014, María le dice:

“Las gentes que estudian las Profecías pueden llegar a incurrir en la locura, sí, porque por sus deducciones llegan a veces a conclusiones absurdas, de las que Yo me asombro a veces”.

En ese mismo mensaje, la Virgen le explica a Marga que el secreto para acertar es ser personas de oración, como lo fueron los Reyes Magos:

“Llevad una vida pulcra a mi lado y no seréis llevados por “el viento de las Profecías”. Rezad y sed hombres de oración y de vida recta, y sabréis interpretarlas”.

Nuestra Señora se lamenta con Marga de que los hombres no escuchamos la Voz de Dios (Mensaje del 17 de agosto de 2014):
   
“No sé qué hacer ya, hija mía, no sé qué hacer para llamar a todos. No responden a ningún Llamamiento, han cerrado los oídos y, por más que les hago señas, tampoco interpretan el lenguaje de los signos… No hay manera de comunicarse con éste pueblo (cfr. Am 5, 1; Isa 1, 14). También les doy Profetas y los rechazan. Por eso, querida, quiere siempre sufrir todo lo que el Señor quiera enviarte para lograr salvar a esta generación, que se condena porque camina derecha a la gehena, sin enderezar sus caminos”.

        En los mensajes que recibe Marga encontramos muchas características de la verdadera profecía y de los verdaderos profetas.  
  
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Lo que sigue es la continuación de la entrevista al Cardenal J.  Ratzinger. Las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrados [ ] es nuestro.

Pregunta: Cuando se lee la historia de la Iglesia, resulta claro que la mayor parte de los profetas místicos son mujeres. ¿Éste es un hecho muy interesante que podría contribuir a la discusión sobre el sacerdocio de las mujeres? ¿Qué piensa usted?

Cardenal Ratzinger: Hay una antigua tradición patrística que no llama a María sacerdotisa, sino profetisa. El título de profetisa en la tradición patrística es el título por excelencia de María. Es en María que el término de profecía en sentido cristiano se define mejor, por cuanto hace referencia a esta capacidad interior de escucha, de percepción y de sensibilidad espiritual que les permite percibir el murmullo imperceptible del Espíritu Santo, asimilándolo, fecundándolo y ofreciéndolo al mundo. Se podría decir, en un cierto sentido, pero sin ser categóricos, que de hecho la línea mariana encarna el carácter profético de la Iglesia. María ha sido vista siempre por los Padres de la Iglesia como el arquetipo de los profetas cristianos, es aquéllos que parte la línea profética que entra posteriormente en la historia de la Iglesia. A esta línea pertenecen también las hermanas de los grandes santos. San Ambrosio debe a su santa hermana el camino espiritual que ha recorrido. Lo mismo vale para san Basilio y san Gregorio de Nisa, como también para san Benito. Posteriormente, en el Medioevo tardío, encontramos grandes figuras místicas, entre las cuales es necesario mencionar a santa Francisca Romana. En el siglo XVI encontramos a santa Teresa de Avila, quien ha desempeñado un rol muy importante en la evolución espiritual y doctrinal de san Juan de la Cruz.

La línea profética vinculada a las mujeres ha tenido gran importancia en la historia de la Iglesia. Santa Catalina de Siena y santa Brígida de Suecia pueden servir de modelo como reja de lectura. Ambas han hablado a una Iglesia en la que todavía existía el colegio apostólico y donde se administraban los sacramentos. Es por eso que lo esencial todavía existía, aunque sin embargo corría de riesgo de decaer, a causa de las luchas internas. Esta Iglesia ha sido reanimada por ellas, remitiendo a su antiguo valor el carisma de la unidad e introduciendo nuevamente la humildad, el coraje evangélico y el valor de la evangelización.



sábado, 23 de diciembre de 2017

El problema de la profecía cristiana (2)

Cuando sólo faltan dos días para celebrar la Navidad, continuamos reproduciendo parte del texto de la entrevista, que el Cardenal J. Ratzinger concedió a Niels Christian Hvidt sobre la profecía (y que aparece en el Tomo X de sus Obras Completas), el 16 de marzo de 1988 (cfr. solidaridad.net). Y lleva por título “El problema de la profecía cristiana”.


En esta pintura de Bartolomé Esteban Murillo (“Los niños de la concha”, 1670), se representan a san Juan Bautista (último profeta del Antiguo Testamento) y a Jesús, de niños.  

Antes de repasar la 4ª pregunta que le hace Hvidt al Cardenal Ratzinger (ver las tres primeras en el post anterior), copiamos algunas frases del Tomo III (“El Reinado Eucarístico”) de los Dictados de Jesús a Marga (ver la página oficial), en los que Jesús o la Virgen le hablan del don de profecía (qué es, cómo hay que entenderlo, qué valor tiene, etc.).

En el primer mensaje que Jesús quiso que se publicara en el libro (Tomo III) (del 09-01-2013), el Señor dice lo siguiente:

“Un sacerdote es un profeta. En esta época, donde fallan los sacerdotes y no se les halla [no hay muchos que sean verdaderos profetas], Yo he suscitado más profetas sustitutos. No llevan el Orden sagrado, pero sí mi Palabra, aquella que no quieren llevar los a ellos encomendada.
Es por eso que os digo, amados: escuchad también a esta profeta [Marga]. Escuchad a esta nueva profeta. Yo os la envío para vuestra salvación.
No le hagáis un pedestal, pues no se lo merece [ella sólo es la voz, no la Palabra: la humildad es una señal de los profetas verdaderos]. Haced y adorad en un pedestal a Dios, el Dios de los Ejércitos (cfr. Is 1, 24; Sal 59, 6; 89, 9; etc.), el Emmanuel (cfr. Is 7, 14), el Dios con vosotros, el “La Eucaristía”. La Eucaristía revelada para esta hora [el original está en negritas], amada. Éste será el  primer Mensaje de tu nuevo Libro”.

El 20 de agosto de 2012, la Virgen le dice a Marga:

“Esta profecía está teniendo lugar aquí (contigo) y está teniendo lugar en el mundo.
Toda lengua profetizará” (Joel 3, 1; Hch 2, 17 y ss). Aún habéis de ver más profusión del Don de Profecía. Y más cosas maravillosas y raras, más cosas auténticas y adulteradas. Con verdad y falsedad. Verdaderas y falsas”.

El 22 de septiembre de 2013, Jesús le dice a Marga:

“Querida, a ti te concedo ver más allá. Y en algunos casos, sí, eres “una iluminada”, de esas que les gusta a los demás hablar tan despectivamente de ellas. Pero, ¿qué vas a hacerle tú, si lo eres? Eso no depende de ti. Lo eres por Don de Dios, puro Don de Dios, no más. No busques más, ni busquéis más, hijos, los que la estudiáis (…) [La profecía es un don, una acción divina en la que los hombres colaboramos, según la voluntad de Dios].
Tu prestigio aún es más mínimo del que te quieren dar. Tu prestigio es Yo. Lo demás no importa.
Tú ama a todos, querida mía, sé ese corazón manso y humilde para todos, como lo es el Mío (cfr. Mt 11, 29)”.

El 12 de junio de 2014, el Señor explica a Marga por qué no hay nada predeterminado:

“No hay nada dicho hasta el último minuto de vuestra vida.
Hasta las profecías, hasta lo que oyes de Nuestros labios puede cambiar en virtud de vuestra respuesta.
Si no, tened en cuenta que las profecías determinarían una vida, y no hay nada predeterminado.
Los hombres sois los constructores de vuestro futuro, hacéis vuestra vida.
—¿En qué sentido, entonces, las profecías?, ¿para qué? [pregunta de Marga]
Las profecías son para moveros”.
  
A continuación, la Virgen amplía la explicación de Jesús, ese mismo día:

“Hay dos tipos de profecías. Unas son las que ven el futuro. Otras son las condicionales.
Los Pastorcitos de Fátima vieron el futuro. A Jonás se le dijo una condicional (cfr. Jon 3) [Dios perdona a los habitantes de Nínive, a quienes fue enviado Jonás, porque hicieron penitencia].
—¡Cualquiera se mete en estos arcanos misterios! [comentario de Marga]
Se mete quien queremos que lo haga. Y puesto que tú has sido invitada, pasa, y cierra la puerta por dentro.

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Lo que sigue es la continuación de la entrevista al Cardenal J.  Ratzinger.

Las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrados [ ] es nuestro.

Pregunta: Si esto es entonces así, la pregunta es: ¿de qué modo está presente este elemento profético y qué dice san Pablo a este respecto?

Cardenal Ratzinger: En Pablo es particularmente evidente que su apostolado, al ser un apostolado universal dirigido a todo el mundo pagano, comprende también la dimensión profética. Gracias a su encuentro con Cristo resucitado, san Pablo ha podido penetrar en el misterio de la Resurrección y en la profundidad del Evangelio. Gracias a su encuentro con Cristo él ha podido comprender de un modo nuevo Su palabra, poniendo en evidencia el aspecto de esperanza y haciendo valer su capacidad de discernimiento.

Ser un apóstol como san Pablo es en particular un fenómeno único. ¿Qué podemos pedir que acontezca en la Iglesia después del fin de la era apostólica? Para responder a esta pregunta es muy importante un pasaje del segundo capítulo de la Epístola a los efesios, en el cual sostiene que la Iglesia está fundada «sobre los apóstoles y sobre los profetas». En algún momento se pensaba que se trataba de los doce apóstoles y de los profetas del Antiguo Testamento. Pero la exégesis moderna nos dice que el término «apóstol» debe entenderse de modo más amplio y que el concepto de «profeta» se refiere a los profetas de la Iglesia [tanto en la Jerarquía como a través de los carismas]. Del capítulo 12 de la Primera epístola a los corintios se aprende que los profetas de entonces se organizaban como miembros de un colegio. Lo mismo se menciona en la Didajé, lo cual significa que este colegio existía todavía cuando la obra fue escrita.

Más tarde el colegio de los profetas se disolvió, y esto ciertamente no por casualidad, porque el Antiguo Testamento nos demuestra que la función del profeta no puede ser institucionalizada, dado que la crítica de los profetas no se dirige solamente contra los sacerdotes, se dirige también contra los profetas institucionalizados. Esto aparece muy claramente en el libro del profeta Amós, donde éste habla contra los profetas del reino de Israel. Los profetas libres hablaban muchas veces contra los profetas que pertenecían a un colegio, porque Dios encuentra, por así decir, más margen de maniobra y más amplio espacio para obrar cerca de los primeros, cerca de los cuales puede intervenir y tomar iniciativas con libertad, cosa que por el contrario no podría hacer con una forma de profecía institucionalizada. Sin embargo, me parece que esta debería subsistir bajo ambas formas, como por lo demás ha sucedido durante toda la historia de la Iglesia.

Como los mismos apóstoles eran a su modo también profetas, es necesario reconoce que en el colegio apostólico institucionalizado existe desde siempre un carácter profético. Así la Iglesia afronta los desafíos que le son propios gracias al Espíritu Santo que, en los momentos cruciales, abre una puerta para intervenir. La historia de la Iglesia nos ha proporcionado muchos ejemplos de grandes personajes como Gregorio Magno y san Agustín, que también eran profetas. Podríamos citar otros nombres de grandes personajes de la Iglesia que han sido también figuras proféticas, en cuanto han sabido tener abierta la puerta al Espíritu Santo. Sólo obrando así ellos han sabido ejercitar el poder en forma profética, como se nos dice muy bien en la Didajé.

En lo que se refiere a los profetas independientes, es decir, no institucionalizados, es necesario recordar que Dios se reserva la libertad, a través de los carismas, de intervenir directamente en su Iglesia para despertarla, advertirla, promoverla y santificarla. Creo que en la historia de la Iglesia estos personajes carismáticos y proféticos se han sucedido continuamente, ya que surgen siempre en los momentos más críticos y decisivos en la historia de la Iglesia. Pensemos por ejemplo en el nacimiento del movimiento monacal, en san Antonio que va al desierto y de este modo da un fuerte impulso a la Iglesia. Son los monjes quienes han salvado la cristología del peligro del arrianismo y del nestorianismo. También san Basilio es una de estas figuras, un gran obispo, pero al mismo tiempo también un verdadero profeta. A continuación, no es difícil entrever en el movimiento de las órdenes mendicantes un origen carismático. Ni santo Domingo ni san Francisco han hecho profecías sobre el futuro, pero han sabido leer los signos de los tiempos y comprender que había llegado para la Iglesia el momento de liberarse del sistema feudal, de devolver valor a la universalidad y a la pobreza del Evangelio, como también a la «vida apostólica». Procediendo de esta manera han devuelto a la Iglesia su verdadero aspecto, el de una Iglesia animada por el Espíritu Santo y conducida por Cristo mismo. Así, han contribuido a la reforma de la jerarquía eclesiástica. Otros ejemplos son santa Catalina de Siena y santa Brígida de Suecia, dos grandes figuras femeninas. Pienso que sería importante subrayar cómo en un momento particularmente difícil para la Iglesia, como fue la crisis de Avignon y el cisma que siguió a continuación, se han elevado figuras femeninas [veremos en el próximo post la importancia de las mujeres en la profecía] para anunciar que el Cristo vivo es también el Cristo que sufre en su Iglesia.



sábado, 16 de diciembre de 2017

El problema de la profecía cristiana (1)

Las primeras frases que aparecen en el libro “El Reinado Eucarístico”. Dictados de Jesús a Marga, publicado en Madrid en febrero de 2016, se refieren a la intención, por parte de Marga y de su director espiritual, el Padre Ángel María Rojas, de obedecer fielmente a los Pastores de la Iglesia.


Así comienza el libro, después del índice y de una foto del Papa Francisco con Marga:
De acuerdo a los Decretos de Urbano VIII y de la Sagrada Congregación de Ritos declaramos que a cuanto se expone la presente publicación no se da otra fe sino aquella que merece el atendible testimonio humano, y que no se pretende en modo alguno prevenir el juicio de la Santa Sede.

A continuación se recuerda lo siguiente:
El Decreto de la Congregación para la Propaganda de la Fe (A.A.S. n. 58/16 del 29 de diciembre de 1966) que abroga los cánones 1399 y 2318 del antiguo Código de Derecho Canónico (de 1917), fue aprobado por S.S. Pablo VI y publicado por su voluntad. Por lo cual: no se prohíbe divulgar sin licencia expresa de la Autoridad Eclesiástica (el Imprimatur) escritos tocantes a nuevas apariciones, revelaciones, visiones, profecías y milagros, con tal de que se observe la Moral Cristiana general.

Por otra parte, en la Presentación, el P. Rojas admite que en el libro “hay datos concretos sobre posibles acontecimientos futuros”. Y señala que “siempre existe la tentación de limitarse a ellos, elucubrando cómo puede ser el futuro, imaginando eventos, fechas, etc.”. Estas profecías no se anuncian para despertar nuestra curiosidad o inquietud, “sino para pongamos los medios para colaborar con Dios en su Proyecto de Salvación”: mostrar al mundo el Amor de Dios, que es el centro del mensaje de estos libros.

Aun así, no podemos olvidar que “si estos acontecimientos [profetizados] tuvieran lugar, sería la mejor prueba de la autenticidad de las locuciones de Marga, que los habría anunciado con tanta antelación y exactitud.

Jesús y María, con frecuencia hablan a Marga de la profecía (en el Tomo III de sus escritos, en 53 ocasiones]. Por ejemplo, le dicen:
“Yo derramo mi Espíritu como profecía, e instruyo a los profetas para que vayan a instruir al resto (cfr. Joel 3, 1 y ss)” [De Jesús, 09-01-2013, que es el Primer Mensaje del Libro].
“A toda la tierra alcanza su pregón” (Sal 19, 5). “Esta profecía está teniendo lugar aquí (contigo) y está teniendo lugar en el mundo”. “Toda lengua profetizará” (cfr. Joel 3, 1; Hch 2, 17 y ss). Aún habéis ver más profusión del Don de Profecía” [De la Virgen, 28-08-2012].

El 22 de abril del 2013, la Virgen aconseja a Marga que sólo el Amor parta de sus pensamientos y acciones. Y le dice:
“Te meterás en otro mundo. Y de una mujer [se refiere a Marga] de donde sólo puede brotar el Amor brotarán las profecías para el mundo; y brotarán Nuestras Instrucciones [del Cielo] para el Resto. Estate siempre metida en este mundo de Amor. ¡Lucha por ello!”.

En esta línea, nos puede servir leer parte de una entrevista que el Cardenal Ratzinger concedió a Niels Christian Hvidt sobre la profecía (y que aparece en el Tomo X de sus Obras Completas). Fue el 16 de marzo de 1988 (cfr. solidaridad.net). Y lleva por título “El problema de la profecía cristiana”.

A continuación reproducimos algunos párrafos. Las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrados [ ] es nuestro.

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Pregunta: En la historia de la Revelación, en el Antiguo Testamento la palabra del profeta es esencialmente la que abre el camino con su crítica y la que lo acompaña durante todo su recorrido. Según usted, ¿qué ha pasado con la profecía en la vida de la Iglesia?

Cardenal Ratzinger: Ante todo querríamos referirnos por un momento a la profecía en el sentido veterotestamentario del término. Será útil establecer con precisión qué es verdaderamente el profeta, para eliminar todo malentendido. El profeta no es alguien que predice el futuro. El elemento esencial del profeta no es el de predecir los acontecimientos futuros, sino que el profeta es aquél que dice la verdad porque está en contacto con Dios, y de lo que se trata es de la verdad válida para hoy que naturalmente también ilumina el futuro. Por lo tanto, no se trata de predecir el futuro en sus detalles, sino de hacer presente en un momento dado la verdad divina y de indicar el camino para captarla. En lo que se refiere al pueblo de Israel la palabra del profeta tiene una función particular, en el sentido que la fe de este pueblo está orientada esencialmente hacia el futuro. En consecuencia, la palabra del profeta presenta una doble particularidad: por un lado pide ser escuchada y seguida, aunque permanezca como palabra humana, por otro lado se apoya en la fe y se inserta en la estructura misma del pueblo de Israel, particularmente en lo que aguarda. Es importante además subrayar que el profeta no es un apocalíptico, [en el sentido peyorativo del término: es decir, un hombre alarmista, que predice catástrofes y asusta a la gente] aunque lo parezca, no describe las realidades últimas [es decir, no es esa su misión: describir, con detalle, lo que va a suceder al fin de los tiempos] sino que ayuda a comprender y vivir la fe como esperanza

Aunque el profeta debe proclamar la Palabra de Dios como si fuese una espada afilada, sin embargo él no es uno que busque hacer críticas sobre el culto y sobre las instituciones [la Iglesia profética o carismática no se contrapone a la jerárquica]. Él debe hacer presente siempre el malentendido y el abuso de la Palabra de Dios por parte de las instituciones y tiene la obligación de expresar las exigencias vitales de Dios. No obstante, sería un error construir el Antiguo Testamento sobre una dialéctica puramente antagónica entre los profetas y la Ley. Dado que ambos provienen de Dios, tienen ambas una función profética. Éste es para mí un punto muy importante, porque nos lleva al Nuevo Testamento. Al final del Deuteronomio, Moisés es presentado como profeta y él mismo se presenta como tal. Él anuncia a Israel: «Dios te enviará un profeta como yo». Surge la pregunta: ¿qué significa «un profeta como yo»? Sostengo que el punto decisivo, siempre según el Deuteronomio, consiste en el hecho que Moisés hablaba con Dios como un amigo. En esto vería yo el núcleo o la raíz de la verdadera esencia profética en este «cara a cara con Dios», en el «conversar con Él como con un amigo». Sólo en virtud de este encuentro directo con Dios el profeta puede hablar en la historia de Israel.

Pregunta: ¿Cómo se puede vincular el concepto de profecía con Cristo? ¿Se puede llamar profeta a Cristo?

Cardenal Ratzinger: Los Padres de la Iglesia han concebido la profecía del Deuteronomio arriba mencionada como una promesa de Cristo, cosa que yo comparto. Moisés dice: «un profeta como yo». Él ha transmitido a Israel la Palabra y ha hecho de él un pueblo, y con su «cara a cara con Dios» ha cumplido su misión profética llevando a los hombres al encuentro con Dios. Todos los otros profetas siguen ese modelo de profecía y deben siempre liberar nuevamente la ley mosaica de la rigidez [siempre tenemos el peligro de quitar vida a la ley: “tus palabras son espíritu y vida”] y transformarla en un camino vital.

El verdadero y más grande Moisés es entonces el Cristo, quien realmente vive «cara a cara» con Dios porque es el Hijo. En este contexto, entre el Deuteronomio y el acontecimiento de Cristo se visualiza un punto muy importante para comprender la unidad de los dos Testamentos. Cristo es el definitivo y verdadero Moisés que realmente vive «cara a cara» con Dios porque es Su Hijo. Él no sólo nos conduce a Dios mediante la Palabra y la Ley, sino que nos asume en sí con su vida y su pasión, y con la Encarnación hace de nosotros su Cuerpo Místico. Significa entonces que en el Nuevo Testamento, en sus raíces, está presente la profecía. Si Cristo es el Profeta definitivo porque es el Hijo de Dios, es en la comunión con el Hijo que desciende la dimensión cristológica y profética también del Nuevo Testamento.

Pregunta: Según usted, ¿cómo se debe considerar todo esto concretamente en el Nuevo Testamento? ¿Con la muerte del último apóstol no se pone un límite definitivo a toda profecía ulterior, no se excluye toda posibilidad?

Cardenal Ratzinger: Sí, existe la tesis según la cual el fin del Apocalipsis pone término a toda profecía. Me parece que esta tesis encierra un doble malentendido. Ante todo, detrás de esta tesis puede estar el concepto de que el profeta, que está esencialmente orientado a una dimensión de esperanza, ya no tenga razón de ser, justamente porque ahora está Cristo y la esperanza culmina en su presencia. Esto es un error, porque Cristo ha venido en carne y después ha resucitado «in Spiritu Sancto». Esta nueva presencia de Cristo en la historia, en el Sacramento, en la Palabra, en la vida de la Iglesia, en el corazón de cada hombre, es la expresión pero también el inicio del Adviento de Cristo que tomará posesión de todo y en todo. Lo cual significa que el cristianismo es de por sí un movimiento porque va al encuentro del Señor resucitado que ha subido al cielo y retornará. Ésta es la razón por la que el cristianismo lleva en sí siempre la estructura de la esperanza. La Eucaristía ha sido concebida siempre como un movimiento de nuestra parte hacia el Señor que viene. Ella incorpora también a toda la Iglesia. El concepto que el cristianismo sea una presencia ya del todo completa y que no lleva en sí alguna estructura de esperanza es el primer error que es rechazado. El Nuevo Testamento tiene ya en sí una estructura de esperanza que está un poco cambiada, pero que es para siempre una estructura de esperanza. Ser un servidor de la esperanza es esencial para la fe del nuevo pueblo de Dios.

El segundo malentendido está constituido por una comprensión intelectualista y reductiva de la Revelación, la cual es considerada como un tesoro de verdades reveladas absolutamente completa en la que no se puede agregar nada. El auténtico acontecimiento de la Revelación consiste en el hecho que somos invitados a este «cara a cara» con Dios. La Revelación es esencialmente un Dios que se nos da, que construye con nosotros la historia y que nos reúne y ampara a todos juntos. Se trata de un encuentro que tiene en sí también una dimensión comunicativa y una estructura cognitiva. Ella implica también el reconocimiento de las verdades reveladas.

Si se acepta la Revelación bajo este punto de vista, se puede decir que la Revelación ha alcanzado su finalidad con Cristo, porque, según la hermosa expresión de san Juan de la Cruz, cuando Dios ha hablado personalmente, no hay más nada que agregar. No se puede decir nada además del Logos. Él está en medio de nosotros en forma completa y el mismo día, este misterio de la fe, justamente porque nosotros los cristianos hemos recibido este don total de sí que Dios nos ha hecho con su Verbo hecho carne.

Esto se vincula a la estructura de la esperanza. La venida de Cristo es el inicio de un conocimiento siempre más profundo y de un descubrimiento gradual de lo que el Verbo nos ha donado. Así se ha abierto un nuevo modo de introducir al hombre en la Verdad toda entera, como dice Jesús en el Evangelio de san Juan, donde habla del descenso del Espíritu Santo. Pienso que la cristología pneumatológica del último discurso de adiós de Jesús en el evangelio joánico es muy importante para nuestro discurso, dado que Cristo nos explica que su vida terrena en la carne no era sino un primer paso. La verdadera venida de Cristo se realiza en el momento en el que Él no está más ligado a un lugar fijo o a un cuerpo físico, pero como el Resucitado en el Espíritu capaz de ir hacia todos los hombres de todas las épocas, para introducirlos en la verdad en forma cada vez más profunda. Me parece claro que -justamente cuando esta cristología pneumatológica determina el tiempo de la Iglesia, es decir, el tiempo en el que Cristo viene a nosotros en espíritu- el elemento profético, como elemento de esperanza y de actualización del don de Dios, no puede faltar ni venir a menos.

(Continuará)


sábado, 9 de diciembre de 2017

Adviento: tiempo de esperanza

En el Tiempo de Adviento nos preparamos para celebrar el Misterio central de nuestra fe: la Primera Venida de Cristo al mundo.


Es un tiempo de esperanza. En la Corona de Adviento hay cuatro velas: cuatro domingos, cuatro milenios de expectación...". (R. GUARDINI, Verdad y Orden. Homilías universitarias, Madrid 1960, p. 13 a 21). Es un símbolo del tiempo que tuvo que transcurrir desde la caída del primer hombre hasta que vino el Redentor. Habla del adventus Domini, de la llegada del Señor, y exhorta a prepararse a esa venida.

La luz de cada vela nos acerca a la Navidad y nos recuerda lo que ya ha pasado: la espera y llegada del Redentor. Cada una de las velas que arden nos dice: «Alégrate de la santa llegada y da gracias». Pero ¿dice sólo eso el Adviento?

Las venidas de Cristo

Reflexionamos sobre las tres venidas de Cristo: la Navidad, su Glorioso Retorno y su Venida diaria, en la Eucaristía y en la Presencia suya en nuestra alma en gracia.

«Aunque las fiestas de la Iglesia recuerdan algo pasado, son también presente, realización viva; pues, lo que ha ocurrido una vez en la Historia, debe volver a ocurrir una vez y otra en la vida de los creyentes. Una vez vino el Señor, para todos; pero debe volver siempre, como por primera vez, para cada uno» (Mons. Javier Echevarría, Carta del 28-XI-95).

Todo ocurre de una manera discreta, oculta, en un clima de silencio y recogimiento. Muy pocos saben que Cristo está a punto de nacer.

También, cuando venga Cristo al Final de los Tiempos, muy pocos se darán cuenta de que se está cumpliendo el tiempo. Muy pocos apreciarán las señales que anunciaron los profetas, repetidamente, en el Antiguo Testamento, el mismo Cristo, y luego muchos santos y santas.

Tampoco muchos son conscientes de que Cristo viene a nuestra alma todos los días, en su Palabra, en su Gracia y, sobre todo, en la Eucaristía.

Liturgia de Adviento

El Adviento es un tiempo de recomenzar la lucha por la santidad, de esperanza y alegría, de oración y recogimiento, de penitencia y purificación.

La mejor manera de preparar el Adviento es participar en la Santa Misa, si es posible, todos los días. La Liturgia de Adviento es especialmente rica: oraciones, salmos, lecturas…

Por ejemplo, le pedimos al Señor:

Fac, quaesumus Domine Deus Noster, Adventum Christi Filii tui sollicitus espectare, ut dum venerit pulsans, orationibus vigilantes, et in suis inveniat laudibus exultantes (Colecta de Adviento). “Señor, Dios Nuestro, te pedimos esperar solícitos la Llegada de tu Hijo Jesucristo, vigilando con oraciones, para que nos encuentre cantando tus alabanzas”.

“El que viene llegará  sin retraso, y ya no habrá temor en nuestra tierra, porque él es nuestro Salvador” (Antífona de entrada, 19 de diciembre).

El tiempo del Adviento se divide en dos partes por el 17 de diciembre. En la primera (antes del día 17) hay también dos partes: del lunes de la 1ª semana al jueves de la 2ª se lee en la 1ª lectura al Primer Isaías (segunda venida de Cristo) y del jueves de la 2ª al viernes de la 3ª se lee a Juan Bautista en el Evangelio. Del 17 al 24 de diciembre la lectura está tomada del Segundo Isaías (anuncios esperanzadores) y el Evangelio de Mt y Lc. El Prefacio I de Adviento resume admirablemente la espiritualidad del Adviento. Los domingos: 1º (2ª venida de Cristo), 2º y 3º (Juan Bautista), 4º (María). En todo el Adviento hay un tinte mariano.

Es muy oportuno repetir frecuentemente la jaculatoria: “Ven Señor Jesús”, “Veni Domine Iesu” (latín), “Marana tha” (griego).

Tiempo de oración y esperanza

El Adviento es tiempo de oración. La humanidad se mantuvo en oración por cuatro milenios (corona de Adviento). Una oración llena de expectación, llena de alegría expectante.

Lo primero es la oración. Necesitamos paz interior, buena voluntad, recogimiento. Necesitamos estar más en sintonía con el mundo sobrenatural. Necesitamos mantenernos en una oración llena de esperanza.

«Fomentad constantemente la virtud teologal de la esperanza. Si la caridad es fuego, y la fe luz, la  esperanza es como el calor que mantiene la presión de la lucha interior: nos empuja adelante con deseos de trabajar y de proseguir en el combate, porque nos asegura que alcanzaremos la victoria» (Beato Álvaro del Portillo, 1977).

Tiempo de penitencia

Además, el Adviento es tiempo de purificación: parate vias Domini, rectas facite semitas eius. «Aparejad los caminos del Señor y haced rectos sus senderos».

·        «todo valle se hinche»: confianza en Dios, quitar las pusilanimidades;
·        «todo monte y collado se abaje»: humildad, quitar la altivez y la soberbia;
·        «los caminos torcidos se hagan rectos»: enderezar toda nuestra vida hacia los bienes celestiales dejando a un lado los terrenos;
·        «los ásperos se allanen»: mansedumbre, espíritu de servicio».

Como tres son las malas inclinaciones que tenemos: soberbia de la vida, concupiscencia de la carne y concupiscencia de los ojos, también tres son los actos principales de penitencia: oración, ayuno y limosna. Pero, lo más importante, es la actitud interior: el dolor de amor, la compunción. "Más ofende a Dios que el pecado mismo, el que los pecadores no sientan dolor de sus pecados" (S. Juan Crisóstomo).

Hacer una buena confesión es el mejor acto de penitencia.

Podemos dar a la Santa Misa sentido propiciatorio (Confiteor, Agnus Dei...); decir jaculatorias; ofrecer un trabajo bien hecho,  convertido en oración.

Además, vale  la pena "cursar con aprovechamiento la asignatura del dolor"  (Camino, 209, 211, 182). Aprovechar el dolor físico (los tesoros del hombre sobre la tierra, reciedumbre, dolor voluntario), y el  dolor moral (limitaciones, pecados, penas, sufrimientos,  contrariedades...). Tienen un sentido: purificación, brillo al alma, nos hacen vivir con templanza, eficacia apostólica). Cfr.  Lc 14, 26-27.

Las obras de caridad también son penitencia porque cuesta salir de uno mismo y darse a los demás; cuesta hacer un  apostolado profundo y sobrenatural; cuesta corregir a nuestros hermanos; cuesta estar vigilante y tener detalles de cariño en la vida familiar; cuesta vencer la inercia: "quien salva el alma de un  pecador, cubre la muchedumbre de sus propios pecados".

Rorate Caeli

«Rorate caeli de super, et nubes pluant iustus» (Ant. de entrada, 24 de diciembre). “Destilad cielos desde lo alto, y que las nubes lluevan al justo”.

La tierra entera gime por la venida del Salvador, que es como rocío del cielo. Es como una semilla que cae en la tierra y en cada corazón humano.

Hay tres personajes que destacan especialmente durante el Adviento: Juan Bautista, San José y Santa María. Los tres nos ayudarán a acercarnos más preparados a Jesús.

Deseamos que el Señor nazca en nosotros, para vivir y crecer con Él, y lleguemos a ser el mismo Cristo. Que se note que renacemos para la comprensión, para el amor, que, en último término, es la única ambición de nuestra vida.



sábado, 2 de diciembre de 2017

Un Adviento junto a María y José

Mañana comenzamos el Adviento. Un tiempo de oración y esperanza. Un tiempo mariano, porque acompañaremos a la Virgen y a San José en su camino hacia Belén, donde nacerá el Niño.


Hace cinco años, el Papa Benedicto XVI, decía lo siguiente sobre el Adviento:

“La Virgen María encarna perfectamente el espíritu de Adviento, hecho de escucha de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por ella, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco su reino de amor, de justicia y de paz” (Ángelus, 2 de diciembre de 2012).

María encarna perfectamente el espíritu del Adviento”. Por lo tanto, si queremos vivir muy bien este Adviento, acerquémonos a María, vivámoslo junto a Ella y junto a su esposo San José, a quien no podemos separar de la Virgen. San Josemaría Escrivá de Balaguer escribió en el prólogo a su libro Santo Rosario que "El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima".

Pero ¿qué características tiene el espíritu del Adviento? ¿Cómo vivió la Virgen el Primer Adviento? El Papa Benedicto XVI señala tres actitudes concretas.

La primera es la “escucha de Dios”, es decir, la oración. Lo más importante en la oración es escuchar la Voz de Dios. La oración es diálogo, pero en ese diálogo, lo primero es escuchar lo que nos quiere decir el Señor, escuchar al Espíritu Santo.

Antes que nada, el Adviento es un tiempo de oración. María y José tuvieron, en Nazaret y luego en el camino hacia Belén, mucho tiempo para hacer oración. Una oración silenciosa, llena de recogimiento. Una oración reposada, con la gran calma que les permitía su vida tranquila y sencilla.

Al comenzar el Adviento es fundamental que nos propongamos buscar y encontrar esos momentos, durante el día, para escuchar a Dios que nos quiere decir muchas cosas. En realidad, Él nos habla constantemente, en todo momento, a través de las situaciones más intrascendentes. Puede hablarnos por medio de los que nos rodean, o en las ideas de un libro que leemos, o al contemplar una escena de la creación, llena de belleza.

En cualquier momento de nuestra vida el Señor se hace presente. A veces de una manera muy sutil y tenue. Otras veces casi con gritos (por ejemplo, usando su “megáfono”, como dice C.S. Lewis, que es el dolor).

Sin embargo, para poder escuchar Dios siempre, es necesario que le dediquemos “tiempos especiales sólo para Él”. Desde luego, el “lugar” más valioso y mejor para encontrarle es la Eucaristía. Asistir a Misa lo más frecuentemente posible, en este tiempo de Adviento, nos ayudará a meternos de lleno en la espera del Señor. Tanto porque en la Misa recibimos a Jesús, en la Eucaristía, como porque escuchamos la Palabra de Dios, en las lecturas y textos litúrgicos de cada día, que tienen una gran riqueza en este tiempo.

Además, podemos dedicarle al Señor otros ratos para Él sólo: por medio de la oración mental (muchas personas en el mundo dedican, por ejemplo, media hora por la mañana y media hora por la tarde), la lectura espiritual (del Nuevo Testamento y de autores espirituales), y la recitación del Santo Rosario, contemplando especialmente durante este tiempo los Misterios Gozosos.

La segunda característica que nos recomienda el Papa Benedicto XVI para vivir el Adviento junto a la Virgen es el “deseo profundo de hacer su voluntad [la de Dios]”. La oración es la base para que, después, podamos vivir según la voluntad de Dios en todo momento.

Y ¿cuál es la voluntad de Dios? Para todos es la santidad: que vivamos santamente, que cumplamos sus mandamientos, que tengamos en cuenta las enseñanzas de Jesús (por ejemplo, las Bienaventuranzas), que vivamos en todo momento el Mandamiento del Amor (a Dios y al prójimo). Es decir, que nos comportemos como hijos de Dios en cualquier circunstancia de nuestra vida (personal, familiar, profesional, social…).

No es fácil vivir así. Por eso es de primera importancia tener una actitud de lucha. “La vida del hombre sobre la tierra es milicia”, dice el Libro de Job (1, 7). La mortificación cristiana es un ingrediente necesario para cumplir la voluntad de Dios. No es posible seguir a Cristo sin la Cruz, que es el Sello Real del cristiano. El Adviento es un tiempo penitencial. Un signo de ello son los ornamentos de color morado que utiliza el sacerdote en la Misa. El Adviento es un tiempo de conversión personal (de examen y de contrición, para poder abrirse al cambio que desea el Señor de cada uno).   

Cumplir la voluntad de Dios también requiere un discernimiento para descubrir lo que Dios quiere de mí, en concreto, en general y también para esta época determinada que vivo (en estas circunstancias particulares, en estos asuntos concretos que debo decidir). Si somos almas contemplativas, de oración, podremos saber mucho más fácilmente cuál es la voluntad de Dios hoy y ahora para cada uno.

Por último, la tercera característica que menciona el Papa sobre el Adviento junto a María es un “alegre servicio al prójimo”. Esto lo podemos aprender al contemplar el Segundo Misterio Gozoso del Rosario: La Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel. María, al saber que su prima está también esperando el nacimiento de un hijo, corre presurosa a las montañas de Judea para acompañarla y ayudar a Isabel, que era una anciana, en los tres meses que le faltaban para el alumbramiento de Juan el Bautista. Nos podemos imaginar la cantidad de detalles de servicio que tendría la Virgen con su prima. Y también la gran alegría que viviría, precisamente por el hecho de poder servir: “Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi Salvador”.

¿Cuál era el gran secreto de la Virgen? ¿Por qué deseaba tanto servir con alegría a los demás? Porque era extraordinariamente humilde: “Porque ha visto la humildad de su esclava he aquí que me llamarán dichosa todas las generaciones”.

Tiempo de Adviento. Tiempo de oración. Tiempo de conversión. Tiempo de servir alegremente a nuestros hermanos. Tiempo de estar muy cerca de María y de su esposo San José. Así esperaremos con gozo la Venida del Señor.