sábado, 29 de julio de 2017

"La fuerza del silencio" (7)

El verdadero silencio no es tanto el “exterior”. Es más importante el “silencio interior”.


Dice el Padre General de la Orden de los Cartujos, dom Dysmas de Lassus, que ellos no buscan el silencio por el silencio, sino por el espacio que proporciona. El silencio les permite percibir y escuchar mejor: abre su espacio interior (cfr. FS, p. 231).

Comenta que los cartujos desean fervientemente alcanzar el silencio, pero también en ellos existe el ruido. “Resulta paradójico que el silencio exterior y la soledad, cuyo objetivo es facilitar el silencio interior, empiecen por sacar a la luz todo el ruido que hay en nosotros” (FS, p. 231).

Es como si lleváramos un radio con nosotros, que no se oye en el bullicio de las calles de la ciudad, pero cuando entramos en una iglesia, tenemos que apagar el radio. “Por desgracia no hay un botón que baje el parloteo de nuestra imaginación… La primera fase consiste en ser consciente de ello, por poco que nos guste” (FS, p. 231), dice don Dysmas.

La soberbia, la falta de humildad, es la principal causa de nuestro “ruido interior”.

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La grandeza de Dios

“Dios desea comunicarnos su amistad, su intimidad, pero solo puede hacerlos si nos abrimos a Él con la actitud debida y sincera. Ante ese Otro que es todo, el hombre debe reconocer su pequeñez, su miseria y su nada. Recordemos las palabras de Jesús a santa Catalina de Siena: “Tú eres lo que no es, Yo soy el que es”” (FS, p. 136).

“Sin una humildad radical expresada en gestos de adoración y en los ritos sagrados no hay amistad posible con Dios. El silencio manifiesta esa relación de un modo evidente. Para convertirse en silencio de comunión el verdadero silencio cristiano se hace antes silencio sagrado” (FS, p. 136).

“El silencio sagrado permite al hombre ponerse gustosamente a disposición de Dios. Permite abandonar esa actitud arrogante que considera que Dios está a mercede de cualquier capricho de sus hijos” (FS, p. 137).

“El silencio nos enseña una regla esencial de la vida espiritual: la familiaridad no favorece la intimidad; al contrario: la distancia debida es condición para la comunión. La humanidad camina hacia el amor a través de la adoración” (FS, p. 138).

“Muchas veces las palabras contienen una ilusión de transparencia, como si nos permitieran comprenderlo todo, dominarlo todo, ordenarlo todo. La modernidad es charlatana, porque es orgullosa, cuando no al revés: quizá nuestra charla incesante sea lo que nos hace orgullosos” (FS, p. 142). 

El necesario sosiego en la vida familiar

Thomas Merton (trapense) en El signo de Jonás, escribía: “no conviene resignarse a vivir en una comunidad constantemente agobiada por la actividad e inundada por el ruido de las máquinas, de la publicidad, de la radio y de la televisión, que no paran de hablar. ¿Qué hay que hacer? Quienes aman a Dios tienen que procurar preservar o crear una atmósfera en la que poder encontrarle. En los hogares cristianos ha de haber sosiego, porque tanto sus cuerpos como sus casas son templos de Dios (…). Que acostumbren a sus hijos a no gritar. Los niños son silenciosos por naturaleza, siempre que se les deje en paz, porque si se les enerva desde la cuna se convierten en ciudadanos de un Estado donde todo el mundo grita” (FS, p. 35).

El silencio de los niños

Geroge Bernanos en Diálogo de Carmelitas: “Cuando a los sabios se les agota la sabiduría, conviene escuchar a los niños” (La fuerza del silencio, p. 19).

Silencio y misterio

“Hay que dirigir a nuestra civilización una seria advertencia. Si nuestras inteligencias ya no saben cerrar los ojos, si ya no sabemos callar, nos privaremos del misterio, de esa luz que trasciende las tinieblas, de esa belleza que trasciende toda belleza. Sin el misterio nos vemos reducidos a la banalidad de las cosas terrenales” (FS, p. 142).

“Al perder la capacidad de silencio ante el misterio, los hombres se apartan de las fuentes de la alegría” (FS, p. 142).

“Sin el silencio estamos privados del misterio, condenados al miedo, a la tristeza y a la soledad” (FS, p. 143).

“Lo que es valioso siempre está velado. Hasta nuestro cuerpo lo cubrimos con ropa, no porque sea vergonzoso o impuro, sino porque es sagrado y misterioso. En la liturgia el cáliz está velado, el copón y el sagrario están tapados por un velo mientras contienen la Presencia real. El silencio es un velo sonoro que protege el misterio” (FS, p. 143).

“Los cristianos corren un serio peligro de convertirse en idólatras si pierden el sentido del silencio. Nuestras palabras nos embriagan, nos encierran en lo creado. Hechizados por el ruido de los discursos humanos y prisioneros de él, nos arriesgamos a construir un culto a nuestra altura, un dios a nuestra imagen” (FS, p. 144).



sábado, 22 de julio de 2017

"La fuerza del silencio" (6)

Ya vimos, en un post anterior, que —como dice el Cardenal Sarah en “La fuerza del silencio”— la enfermedad, el dolor y la muerte nos introducen en el misterioso silencio de Dios.


También lo hace la pobreza verdadera, que nos es un mal que haya que desterrar del mundo. Debemos luchar contra la miseria que rebaja la dignidad del hombre, pero la pobreza, llevada con alegría y por amor, dignifica al hombre.

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La pobreza

“La pobreza más terrible e inhumana es la falta de Dios” (FS, p. 191).

Esa es la verdadera miseria humana: no tener a Dios con nosotros, pues hemos sido creados por Él y para Él.

Pero la verdadera pobreza (que está muy lejos de la “miseria”), no es mala: también, como la enfermedad y la muerte, nos introduce en el misterio de Dios.

“La pobreza se corresponde con la idea que Dios tiene del hombre. Dios es pobre y ama a los hombres pobres. Dios es pobre porque es Amor, y el Amor es pobre. El que ama solo puede ser feliz si depende totalmente de la persona amada. Dios es la pobreza absoluta: en Él no hay ni rastro de posesión” (FS, p. 192).

Dice el Deuteronomio: “Debes recordar todo el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer por el desierto durante estos cuarenta años, para probarte y conocer lo que hay en tu corazón, si guardas o no sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar hambre. Luego te alimentó con el maná, que desconocíais tú y tus padres, para enseñarte que no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8, 2-3) (FS, p. 192). 
“La pobreza es una prueba y un despojamiento impuestos por Dios a quienes quieren vivir en su compañía. Dios desea conocer la verdad de su corazón y su fidelidad a los mandamientos. La pobreza es señal de amor. Nos libera de todo lo que pesa y entorpece nuestra marcha hacia lo esencial. Nos ayuda en la gran batalla contemporánea por descubrir los verdaderos valores de la vida” (FS, p. 192).

Servais Pinckaers, profesor de teología moral, comenta a este respecto lo siguiente: «Cuando un hombre experimenta la prueba de la pobreza (que es siempre sorprendente y se burla de las etiquetas), sucede que Cristo, de un modo misterioso, se le acerca y penetra dentro de él junto con ella, para hacerle la pregunta decisiva: "En esta situación en que te encuentras, ¿creerás o no creerás?". Todo esto ocurre más allá de las palabras, más allá de lo visible, en esa zona profunda en la que, a pesar de nosotros, somos introducidos por la pobreza y el sufrimiento; en donde sólo el Espíritu puede hablar. Allí es donde tomarán forma la fe y el amor, así como la rebelión y el rechazamiento» (S. PINCKAERS, En busca de la felicidad, p. 59).

El Cardenal Sarah pone como ejemplo a David, que venció a Goliat por haberse despojado de todo.

“Si vamos demasiado cargados de riquezas y bienes materiales, si no nos despojamos de las ambiciones y artificios de este mundo, jamás podremos avanzar hacia Dios, hacia lo esencial de nuestra existencia. Sin las virtudes de la pobreza es imposible librar la batalla contra el Príncipe de este mundo” (FS, p. 193).

“Si no procuramos eliminar cada aspecto superficial de nuestra vida, nunca estaremos unidos a Dios” (FS, p 193).

San Josemaría Escrivá de Balaguer dice: «Un corazón que ama desordenadamente las cosas de la tierra está como sujeto por una cadena, o por un “hilillo sutil”, que le impide volar a Dios» (Forja, 486).

“Los hombres tienen que intentar no atiborrarse de bienes que no son necesarios. Lo superfluo es lo que el hombre acumula innecesariamente, sólo por avidez y avaricia. El cristiano está obligado a imitar a Cristo “que, siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para vosotros seáis ricos por su pobreza” (2 Co 8, 9)” (FS, p. 194).

“El núcleo de la fe cristiana consiste en la pobreza de un Dios que lo da todo por amor, hasta su propia vida (…). Si logramos permanecer con Dios en el silencio, poseemos lo esencial (…). La mayor parte de nuestros problemas proceden de cierta transgresión de la pobreza (…). Los bienes superfluos tapan nuestros ojos, cierran nuestros corazones y minan nuestra energía espiritual” (FS, p. 195).



sábado, 15 de julio de 2017

"La fuerza del silencio" (5)

El silencio no es aislamiento de los demás. Al contrario: nos une a nuestros hermanos, porque antes nos ha unido más estrechamente a Dios.


«Recogerse no es alejarse, aislarse. Es abrazar. Es re-coger en Dios a los otros y a las cosas que tenemos a nuestro alrededor» (Cita de San Josemaría Escrivá, recogida por el cardenal Julián Herranz, Atajos del silencio).

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Sin Dios somos demasiado pobres

En 1969, Angelo Comastri, hoy cardenal arcipreste de la Basílica de San Pedro en Roma, era un joven sacerdote que quería ver a toda cosa a la Madre Teresa. Tanto insistió que logró su propósito. Le pidió a la santa que rezara por él. La Madre Teresa le preguntó cuánto tiempo dedicaba al día a la oración. La Misa, el breviario, el rosario. Santa Teresa de Calcuta le dijo: “Mo basta con eso, hijo mío. No basta con eso, porque el amor no puede reducirse al mínimo indispensable: ¡el amor exige el máximo! Luego el sacerdote reveló el propósito principal de su entrevista con ella: preguntarle qué actos de caridad hacía. El rostro de la santa se puso serio: “¿Cree usted que yo podría vivir la caridad si no le pidiera a Jesús que llene mi corazón de su amor? (…) Lea atentamente el evangelio y verá como también Jesús, por la oración, sacrificaba la caridad. ¿Y sabe por qué? Para enseñarnos que sin Dios somos demasiado pobres para ayudar a los pobre” (FS, pp. 52-53).

¡Cuántas veces, en nuestra época, se habla mucho de la importancia de la caridad hacia nuestros hermanos, sino hacer el suficiente énfasis en que, esa caridad, debe necesariamente proceder de una vida interior profunda! Esto es algo fundamental para todos los que deseamos poner en práctica el Mandamiento Nuevo del Amor, que nos dejó el Señor en la Última Cena. Lo primero es la oración, precisamente para que nuestra caridad sea auténtica. La primera obligación es amar a Dios con todo nuestro corazón, y aprendemos a amarlo en la oración (particularmente en la meditación de la Palabra de Dios y en la vida sacramental). De ahí sacaremos la fuerza silenciosa para entregarnos a los demás.

Silencio y caridad

“El silencio de la vida diaria es condición indispensable para vivir con los demás. Sin capacidad de silencio es imposible que el hombre entienda su propio entorno, que lo ame y lo asuma. La caridad nace del silencio. Nace de un corazón silencioso capaz de escuchar, de comprender y acoger. El silencio es una condición de la alteridad y una necesidad para entenderse a uno mismo. Sin silencio no hay descanso, ni serenidad, ni vida interior. El silencio es amistad y amor, es armonía interior y paz. El silencio y la paz laten con un solo corazón” (FS, p. 36).

El silencio nos conduce hacia Dios y hacia los demás

“El silencio cuesta, pero hace al hombre capaz de dejarse guiar por Dios. Del silencio nace el silencio. A través del Dios silencioso podemos acceder al silencio Y el hombre no deja de sorprenderse de la luz que brilla entonces. El silencio es más importante que cualquier otra obra humana. Porque manifiesta a Dios. La verdadera revolución procede del silencio: nos conduce hacia Dios y hacia los demás para ponernos humilde y generosamente a su servicio” (FS, p. 20).

Muchas veces, en nuestro mundo, pensamos que hacemos más agradable la vida a los demás con la fiesta y el ruido. El silencio se desprecia como algo que produce aburrimiento. La razón de esto es que los hombres nos hemos acostumbrado a considerar que los verdaderos valores tienen que ver con la exterioridad. No sabemos ir más allá de lo que ven nuestros ojos o perciben nuestros oídos.

La Madre Teresa de Calcuta aconsejaba amar el silencio: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz».

Ella (la Madre Teresa de Calcuta) sabía que en la raíz de la unión con Dios estaba el silencio, ya que Dios era el «amigo del silencio». Decía: “Necesitamos silencio para estar a solas con Dios, para hablar con él, para escucharle, para sopesar sus palabras en lo más hondo de nuestro corazón. Necesitamos estar a solas y en silencio con Dios para sentirnos renovadas y transformadas. El silencio nos da una nueva visión de la vida. En él nos sentimos llenas de la energía del propio Dios, que hace que lo hagamos todo con alegría”.



sábado, 8 de julio de 2017

"La fuerza del silencio" (4)

Continuamos reproduciendo algunos textos el libro “La fuerza del silencio”, del Cardenal Robert Sarah.


En esta ocasión recogemos algunas frases suyas que nos ayudan a comprender cómo el dolor, la enfermedad y la muerte son acontecimientos valiosísimos en la vida de cualquier hombre, porque nos facilitan descubrir el silencio de Dios.

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Silencio frente al dolor y la muerte
“La llave del tesoro no es el tesoro. Pero, si entregamos la llave, entregamos el tesoro. La Cruz es una llave especialmente valiosa, aun cuando parezca una locura, un motivo de burla, un escándalo: repugna a nuestra mentalidad y a nuestra búsqueda de soluciones fáciles. Nos gustaría ser felices y vivir en un mundo de paz sin pagar ningún precio a cambio. La Cruz es un misterio asombroso. Es un signo de amor infinito de Cristo por nosotros” (FS, p. 182). Y, a continuación, cita un texto de san León Magno: “Al ser levantado, amadísimos, Cristo en la Cruz, no os limitéis a ver en Él lo único que veían los impíos (…). Nuestra alma, iluminada por el Espíritu de verdad, recibe con libertad y pureza de corazón la gloria que la Cruz irradia en el Cielo y en la tierra” (FS, p. 182).

“La enfermedad es una manifestación del misterioso silencio de Dios, un silencio amable y cercano al sufrimiento humano. La enfermedad hace escalar al hombre los distintos grados del ser. Le desvela su propio misterio ayudándole a entrar en sí mismo para encontrar allí mismo a Dios, que está en lo más íntimo de su alma” (FS, pp. 201-202).

“La enfermedad está intrínsecamente ligada a la eternidad. Los verdaderos hombres de Dios no tienen miedo a la muerte porque esperan el Cielo” (FS, p. 204).

“El lenguaje del sufrimiento y el silencio es distinto del lenguaje del mundo. Ante el dolor vemos dibujarse dos caminos diametralmente opuestos: la noble vía del silencio y el surco peligroso de la rebelión, es decir, el camino del amor de Dios y el del amor a uno mismo” (FS, p. 206).

“La civilización postmoderna niega la muerte, la suscita y, paradójicamente, no cesa de exaltarla. El asesinato de Dios permite a la muerte seguir rondando siempre, porque la esperanza ha desaparecido del horizonte de los hombres” (FS, p. 208).

“No quiero dejar de recordar que la muerte es un momento difícil que provoca un desasosiego natural en los vivos. Las lágrimas, por su parte, son la manifestación de un silencio auténtico (FS, p. 208).

“El interrogante de la muerte sólo se puede entender de verdad en el silencio de la oración” (FS, p. 208).

“La continuidad de la relación entre los muertos y los vivos existe únicamente en el silencio. La inseparabilidad del mundo de la vida del de la muerte se hace realidad en el silencio y en una relación que trasciende los cuerpos. Pese a la ausencia física del cuerpo, la relación con nuestros difuntos es indestructible, real y tangible, porque su cariño está profundamente grabado en nuestros corazones” (FS, pp. 208-209).

“La muerte es el silencio del misterio, el silencio de Dios y el silencio de la vida. ¿Cómo pueden los cristianos alimentar su silencio? La respuesta definitiva la ofrece Cristo en la Cruz, donde encuentran a un Dios que sufre y muere. Pero la victoria de Cristo es la fuente de la esperanza y del silencio, tan inmenso es el don de Dios” (FS, p. 209).

“El hombre materialista quiere hacer de la vida una gran fiesta, un tiempo para gozar de todos los placeres, un disfrute compulsivo. Después, lo más tarde posible, aparece la muerte para detener esa carrera y abocar al vacío. Ya no hay nada. Esos hombres se mueven como animales, sin alma y sin esperanza” (FS, p. 210).    

“La agonía y la muerte son siempre un dolor intenso y profundo. Pero la actitud silenciosa es la mejor manera cristiana de recibir la muerte. La Virgen María permanece de pie, en silencio, al pie de la Cruz de su Hijo” (FS, p. 213).

“El instante que abre la puerta a un encuentro que nos dejará ver a Dios, como afirmaba con tanta fuerza el Testamento de Job, es el silencio más hermoso de la vida en la tierra. Pero no es nada al lado del silencio del Cielo” (FS, p. 213).

“Nada de lo que hace Dios hace ruido. Nada es violento: todo es delicadeza, pureza y silencio” (FS, p. 213). 



sábado, 1 de julio de 2017

"La fuerza del silencio" (3)

En su libro, “La fuerza del silencio”, el Cardenal Sarah, como buen “maestro espiritual” (cfr. post anterior: epílogo del Papa Benedicto XVI a la edición italiana del libro), nos enseña a hacer oración. Para entrar en comunicación con Dios es imprescindible el silencio interior. Las negritas son nuestras.


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Horas de adoración silenciosa

“Por lo que respecta a mí, sé que los momentos más importantes de mi jornada son esas horas inigualables que paso arrodillado en la oscuridad ante el Santísimo Sacramento del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Es como si estuviera sumergido en Dios y rodeado por todas partes de su presencia. Querría pertenecerle sólo a Él y hundirme en la pureza de su Amor. Y, sin embargo, me doy cuenta de lo pobre que soy, de lo lejos que estoy de amar al Señor como Él me ha amado hasta entregarse por mí” (FS, p. 52).

En el prefacio de la edición italiana de “La fuerza del silencio”, Benedicto XVI dice que, al mostrarnos el camino del silencio, el Cardenal Sarah nos ayuda a renovar nuestra comprensión de la Palabra del Señor y hacerla más fresca. Por supuesto, casi no nos habla de él mismo, pero, de vez en cuando, nos da la oportunidad de echar una mirada a su vida interior, dice el Papa emérito. El texto que acabamos de reproducir es una de esas muestras que, como de paso, el cardenal nos ofrece de su vida de oración rica y silenciosa.

Escuchar en silencio la Palabra de Dios

“Las gracias divinas se derraman sobre el hombre a través de la Sagrada Escritura escuchada y meditada en silencio” (FS, p. 25).

Palabra y silencio

“Si bien la palabra caracteriza al hombre, el silencio es lo que lo define, porque la palabra hablada sólo adquiere sentido en virtud de ese silencio” (FS, p. 20).

“Para hablar de Dios hay que empezar por callar” (FS. p. 145).

El silencio en la liturgia

La homilía de un sacerdote es “el eco de la palabra que enseño el Maestro en los caminos de Galilea”. “También los sacerdotes deben preparar las homilías en el silencio de la oración y la contemplación” (FS, p. 145).

El Cardenal Sarah cita al cardenal Ratzinger en una entrevista que le hacen sobre la liturgia: “Dios es ante todo el gran silencio. Hay que prescindir de la multiplicidad de las palabras para encontrar la Palabra. Si no existe el silencio que nos permite entrar en su profundidad, las palabras se hacen incomprensibles” (FS, p. 145).

“El silencio es una actitud del alma. No se impone, a riesgo de parecer exagerado, vacío y artificial. En las liturgias de la Iglesia el silencio no puede ser una pausa entre dos ritos: es en sí mismo un rito, lo envuelve todo. El silencio es la madera sobre la que deben estar talladas todas nuestras liturgias, en las que nada debe romper esa atmósfera silenciosa que es su clima natural” (FS, p. 148).

“Etimológicamente, convertirse, significa girarse: volverse hacia Dios. En la liturgia no existe verdadero silencio si en nuestro corazón no nos volvemos hacia el Señor. Pero el verdadero silencio es el de nuestras pasiones, un corazón purificado de inclinaciones carnales, limpio de odios y rencores, orientado hacia la santidad de Dios” (FS, p. 146).

La Madre Teresa: mujer silenciosa

La Madre Teresa “era mujer de silencio porque era mujer de oración, y estaba constantemente junto a Dios. Quería permanecer en el silencio de Dios. Esta religiosa, muy poco aficionada a hablar, huía de la tempestad del ruido mundano (…). Imitaba a Cristo en su silencio, su humildad, su mansedumbre y su caridad. Le gustaba pasar horas enteras delante de Jesús presente en la Eucaristía (…). Como Jesús, su corazón tenía siempre sed de Amor. En todas las capillas de las Hermanas Misioneras de la Caridad está inscrito el grito de Jesús: Tengo sed” FS, pp. 51-52).

La “sed” de la que hablaba la Madre Teresa es el deseo de Dios, que incluye el deseo de silencio.

Así define el Cardenal Julián Herranz el silencio interior: «Es el divino silencio que se hace en el alma cuando el hombre —invocando humildemente la ayuda del Espíritu Santo— consigue acallar en su mente y en su corazón las voces de la imaginación incontrolada, del egoísmo o de las pasiones, para escuchar —en una quietud humilde y enamorada— solamente la voz de Dios» (Card. Julián Herranz, Atajos del silencio, p. 126).