sábado, 30 de mayo de 2015

El don de ciencia

El segundo don del Espíritu Santo que trata Santo Tomás de Aquino es el don de ciencia. Lo relaciona con la virtud de la fe.


EL DON DE CIENCIA
(S. Th. II-II. q. 9)

Corresponde tratar ahora el don de ciencia. Sobre él se formulan cuatro preguntas:
  1.  ¿La ciencia es don?
  2.  ¿Versa sobre las cosas divinas?
  3.  ¿Es especulativa o práctica?
  4. ¿Qué bienaventuranza le corresponde?

ARTÍCULO 1

¿Es la ciencia un don?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el hecho de que Isaías lo numera entre los siete dones (Is 11, 2-3).

Respondo: La gracia es más perfecta que la naturaleza. De ahí que no tendrá deficiencia en aquellos niveles en los que puede ser perfeccionado el hombre por su naturaleza. Mas, dado que el hombre, por medio de la razón natural, asiente intelectualmente a una verdad, puede ser perfeccionado en esa verdad de dos maneras: primera, captándola; luego, formulando sobre ella un juicio cierto. Por eso, para que el entendimiento humano asienta con perfección a la verdad de fe, se requieren dos cosas: primera, que reciba rectamente lo que se le propone, y eso, como hemos dicho (q.8 a.6), corresponde al don de entendimiento. El segundo requisito es que tenga de ello un juicio cierto y exacto, es decir, llegar a discernir entre lo que debe y no debe ser creído. Para esto es necesario el don de ciencia.

ARTÍCULO 2

¿Versa el don de ciencia sobre las cosas divinas?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está lo que afirma San Agustín en XIV De Trin. : La ciencia de las realidades divinas se llama propiamente sabiduría; la de las realidades humanas, en cambio, recibe el nombre ciencia.

Respondo: El juicio cierto sobre una cosa se obtiene principalmente por su causa. Por eso debe haber correspondencia entre el orden de los juicios y el de las causas; y así como la causa primera es causa de la segunda, por la causa primera se juzga también de la segunda. Pero de la causa primera no se puede juzgar por ninguna otra. Por eso, el juicio dado a través de la causa primera es el primero y el más perfecto. Ahora bien, como enseña la lógica, donde hay algo perfectísimo, el nombre común de género se apropia a las realidades que son deficientes respecto de la primera; a la realidad misma perfectísima, en cambio, se le aplica un nombre especial. Así, en el género de las cosas convertibles, la que expresa la esencia de una cosa recibe el nombre especial de "definición"; las realidades, en cambio, que carecen de esa perfección conservan el nombre común a todas ellas, es decir, el de "propias".
Pues bien, ya que el nombre de ciencia implica, según hemos expuesto (a.1 ad 1), certeza de juicio, si esa certeza se obtiene a través de la causa más elevada de las causas, recibe el nombre especial de sabiduría. Efectivamente, se denomina sabio en cualquier género al que conoce ese género por la causa suprema del mismo, que le permite juzgar de todo (cuanto bajo él se contiene). Y sabio en absoluto será el que conoce la suprema de las causas, es decir, Dios. Por eso el conocimiento de las cosas divinas se llama sabiduría. Se llama, en cambio, ciencia el conocimiento de las cosas humanas; es, por así decir, el nombre común que implica certeza de juicio, apropiada al juicio obtenido a través de las causas segundas. Por eso, tomado así el nombre de ciencia, es un don distinto del don de sabiduría. De ahí que el don de ciencia verse sólo sobre realidades humanas y sobre realidades creadas.

ARTÍCULO 3

¿Es ciencia práctica el don de ciencia?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está lo que afirma San Gregorio en I Moral. : La ciencia prepara en su día el banquete, porque en el vientre de la mente sobrepuja el ayuno de la ignorancia. Ahora bien, la ignorancia no desaparece totalmente sino por una y otra ciencia, es decir, la especulativa y la práctica. Luego, en cuanto don, la ciencia es especulativa y práctica.

Respondo: Según hemos expuesto (a.1; cf. q.8 a.8), el don de ciencia, lo mismo que el de entendimiento, se ordena a la certeza de la fe. Pero la fe consiste primera y principalmente en la especulación, en cuanto que se dirige a la Verdad primera. Mas, dado que la Verdad primera es también el último fin por el que obramos, por eso mismo la fe se extiende también a la acción, a tenor de las palabras del Apóstol: La fe actúa por la caridad (Gal 5, 6). En vista de eso es también necesario que el don de ciencia se refiera primera y principalmente a la especulación, en el sentido de que conozca el hombre lo que debe creer. De forma secundaria se extiende asimismo a la acción, en el sentido de que en el obrar somos dirigidos por las cosas que debemos creer y sus consecuencias.

ARTÍCULO 4

¿Corresponde al don de ciencia la tercera bienaventuranza: "Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados"?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está la afirmación de San Agustín en el libro De Ser. Dom. in monte : La ciencia corresponde a los que lloran, que aprendieron con qué males quedaron encadenados, que codiciaron como bienes.

Respondo: Lo propio de la ciencia es juzgar con rectitud de las criaturas. Pues bien, éstas se convierten para el hombre en ocasión de apartarse de Dios, a tenor del testimonio de la Escritura: Las criaturas se convirtieron en abominación y en lazo para los pies de los insensatos (Sab 14, 11). Estos, en efecto, no poseen recta estimación de las criaturas apreciándolas como el bien perfecto; por eso, poniendo en ellas su fin, pecan y pierden el verdadero bien. De ese error toma conciencia el hombre por la valoración exacta que con el don de ciencia adquiere sobre las criaturas. Por eso se dice que la bienaventuranza de las lágrimas corresponde al don de ciencia. 

sábado, 23 de mayo de 2015

El don de entendimiento

Dedicaremos las próximas siete entradas del blog, a partir de hoy, Solemnidad de Pentecostés, a recordar la doctrina de Santo Tomás de Aquino sobre los dones del Espíritu Santo.


Nos parece que sus consideraciones sobre los siete dones son muy provechosas siempre, y particularmente en los momentos actuales. El Espíritu Santo se derrama, en efusión de Amor, en todas aquellas almas que desean vivamente recibirlo.

El Doctor Angélico trata de los dones al estudiar las virtudes teologales y morales, y los relaciona con ellas y con cada una de las bienaventuranzas.

Seguimos, por lo tanto el orden de Santo Tomás, que comienza con el don de entendimiento, en la cuestión 8 de la Secunda Secundae Pars de la Suma Teológica.

  1. Don de entendimiento (q. 8)
  2. Don de ciencia (q. 9)
  3. Don de temor (q. 19)
  4. Don de sabiduría (q. 45)
  5. Don de consejo (q. 52)
  6. Don de piedad (q. 121)
  7. Don de fortaleza (q. 123)
Transcribimos el Sed contra y el Respondeo de cada uno de los artículos de las cuestiones. No incluimos las objeciones ni la respuesta a las mismas.

EL DON DE ENTENDIMIENTO
(S. Th. II-IIae, q. 8)

Viene a continuación el tema del don de entendimiento y de ciencia, que corresponde a la virtud de la fe.

Sobre el don de entendimiento se formulan ocho preguntas:

1.   ¿Es el entendimiento un don del Espíritu Santo?
2.   ¿Puede coexistir con la fe en el mismo sujeto?
3.   El don de entendimiento, ¿es solamente especulativo o también práctico?
4.   Todos los que están en gracia, ¿tienen el don de entendimiento?
5.   ¿Puede hallarse este don en algunos sin la gracia?
6.   ¿Cómo se relaciona el de entendimiento con los demás dones?
7.   ¿A qué bienaventuranza corresponde este don?
8.   ¿Qué fruto le corresponde?

ARTÍCULO 1

¿Es el entendimiento un don del Espíritu Santo?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de la Escritura: Sobre él reposará el espíritu de Yahveh, espíritu de sabiduría y de inteligencia (Is 11, 2).

Respondo: El nombre de entendimiento implica un conocimiento íntimo. Entender significa, en efecto, algo como leer dentro. Esto resulta evidente para quien considere la diferencia entre el entendimiento y los sentidos. El conocimiento sensitivo se ocupa, en realidad, de las cosas sensibles externas, mientras que el intelectual penetra hasta la esencia de la realidad, su objeto: lo que es el ser, como enseña el Filósofo en III De An. Ahora bien, las cosas ocultas en el interior de la realidad, y hasta las cuales debe penetrar el conocimiento del hombre, son muy vanadas. Efectivamente, bajo los accidentes está oculta la naturaleza sustancial de las cosas; en las palabras está oculto su significado; en las semejanzas y figuras, la verdad representada. En otro plano distinto, las realidades inteligibles son, en cierto modo, íntimas respecto a las realidades sensibles que percibimos exteriormente, como en las causas están latentes los efectos, y viceversa. De ahí que, en relación a todo eso, puede hablarse de acción del entendimiento. Y como el conocimiento del hombre comienza por los sentidos, o sea, desde el exterior, es evidente que cuanto más viva sea la luz del entendimiento, tanto más profundamente podrá penetrar en el interior de las cosas. Pero sucede que la luz natural de nuestro entendimiento es limitada, y sólo puede penetrar hasta unos niveles determinados. Por eso necesita el hombre una luz sobrenatural que le haga llegar al conocimiento de cosas que no es capaz de conocer por su luz natural. Y a esa luz sobrenatural otorgada al hombre la llamamos don de entendimiento.

ARTÍCULO 2

¿Puede darse el don de entendimiento conjuntamente con la fe?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está la autoridad de San Gregorio, que en el libro Moral, escribe: El entendimiento ilustra a la mente sobre cosas oídas, Mas quien tiene fe puede ser ilustrado sobre cosas oídas, como leemos en la Escritura: El Señor abrió a sus discípulos la inteligencia para que entendiesen las Escrituras (Lc 24, 45). Luego el entendimiento puede darse conjuntamente con la fe.

Respondo: En el caso presente se debe establecer doble distinción: una por parte de la fe, y otra por parte del entendimiento. Por parte de la fe, a su vez, hay que distinguir dos cosas: las que por sí mismas y de manera directa le incumben y que exceden a la razón natural; por ejemplo, que Dios es uno y trino, o que el Hijo se encarnó; y las que están ordenadas de alguna manera a la fe, como es todo cuanto está en la Escritura. Por parte del entendimiento cabe decir también que hay dos formas de entender las cosas. Una de ellas, perfecta, como cuando conocemos la esencia de la cosa entendida o la verdad de un enunciado intelectual como es en sí. Las cosas que corresponden a la fe no las podemos entender de esta forma, mientras dure el estado de fe; podemos, en cambio, entender lo que está ordenado a la fe. Pero hay otro modo, imperfecto, de entender una cosa; es decir, cuando desconocemos su esencia misma o la verdad de una proposición; no se conoce qué es ni cómo, y, sin embargo, se conoce que lo que aparece exteriormente no es contrario a la verdad. En el caso de la fe, comprende el hombre que no debe apartarse de ella por las dificultades que ve exteriormente. En ese sentido no hay inconveniente alguno en que, mientras dure el estado de fe, haya también inteligencia sobre las verdades que, por sí mismas, pertenecen a la fe.

ARTÍCULO 3

El don de entendimiento, ¿es solamente especulativo o también práctico?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el testimonio de lo que leemos en la Escritura: Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican (Sal 111, 10).

Respondo: Como ya hemos dicho (a.2), el don de entendimiento no versa solamente sobre las cosas que de forma directa y principal incumben a la fe, sino también sobre todo cuanto está ordenado a ella. Ahora bien, las acciones humanas tienen alguna relación con la fe, puesto que, como afirma el Apóstol, la fe actúa por la caridad (Ga 5, 6). Por lo tanto, el don de entendimiento abarca también lo particular operable. Sobre esto no actúa de manera principal, sino en cuanto que en nuestro obrar actuamos, según San Agustín en XII De Trin., por las razones eternas a las que se adhiere la razón superior contemplándolas y consultándolas. La perfección de esta razón superior es obra del don de entendimiento.

ARTÍCULO 4

¿Se da el don de entendimiento en todos los que están en gracia?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se ponen a la tesis del artículo]: está lo que leemos en la Escritura: No saben ni comprenden; caminan en tinieblas (Sal 82, 5), y nadie que tenga la gracia camina en tinieblas, a tenor de estas palabras: El que me siga no caminará en la oscuridad (Jn 8, 12). Nadie, pues, que esté en gracia carece del don de entendimiento.

Respondo: Es necesario que cuantos poseen la gracia tengan también rectitud de voluntad, porque la gracia prepara la voluntad del hombre para el bien, como afirma San Agustín. La voluntad no puede ir, sin embargo, encaminada hacia el bien si no preexiste algún conocimiento de la verdad, pues su objeto es el bien captado por el entendimiento, como expone el Filósofo en III De An. . Y así como el don de caridad del Espíritu Santo dispone la voluntad para orientarse directamente hacia un bien sobrenatural, así también, por el don de entendimiento, ilustra la mente humana para que conozca la verdad sobrenatural, hacia la cual debe ir orientada la voluntad recta. Por eso, como el don de caridad se da en cuantos tienen la gracia santificante, se da también el don de entendimiento.

ARTÍCULO 5

¿Tienen el don de entendimiento incluso quienes no tienen la gracia santificante?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: están las palabras del Señor: Todo el que aprende del Padre y escucha su enseñanza viene a mí (Jn 6, 45). Ahora bien, por el entendimiento aprendemos o penetramos lo que oímos, como enseña San Gregorio en I Moral. . Luego todo el que tiene el don de entendimiento se llega a Cristo, hecho que no ocurre sin la gracia santificante. En consecuencia, el don de entendimiento no se da sin la gracia santificante.

Respondo: Como ya hemos expuesto en 1-2 q.68 a.1, 2 et 3, los dones del Espíritu Santo perfeccionan el alma haciéndola dócil a la moción del mismo Espíritu. Por eso se puede decir que la luz intelectual es don del entendimiento, en cuanto que el entendimiento del hombre queda bien dispuesto por la moción del Espíritu Santo. Ahora bien, esa docilidad se aprecia en que el hombre capta bien la verdad respecto del fin. Por eso, si el entendimiento humano no es movido por el Espíritu Santo para conseguir una recta aprehensión del fin, es señal de que no ha recibido aún el don de entendimiento, aunque bajo la luz del Espíritu tenga conocimiento de otras cosas que son preámbulos para la fe. Tiene, en cambio, recta estimación del último fin solamente quien no yerra sobre el mismo, sino que se adhiere a él como a sumo bien, y eso es exclusivo de quien tiene la gracia santificante, del mismo modo que en las cosas morales tiene una recta apreciación del fin quien tiene el hábito virtuoso. Por eso solamente tiene el don de entendimiento quien tiene la gracia santificante .

ARTÍCULO 6

¿Se distingue el don de entendimiento de los otros dones?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se ponen a la tesis del artículo]: está el hecho de que las cosas enumeradas conjuntamente deben ser de alguna manera distintas entre sí, ya que la distinción es el principio del número. Pues bien, en Isaías vemos (Is 11, 2-3) que el don de entendimiento aparece enumerado juntamente con los demás dones. Luego se distingue de ellos.

Respondo: Es evidente la distinción entre el don de entendimiento y los dones de piedad, fortaleza y temor; el de entendimiento pertenece a la potencia cognoscitiva; los otros tres, a la apetitiva. No es, en cambio, tan evidente la diferencia entre el don de entendimiento y los otros que pertenecen también a la potencia cognoscitiva, es decir, los de sabiduría, ciencia y consejo. Hay quienes piensan que el de entendimiento se distingue de los dones de sabiduría y de consejo porque estos dos corresponden al conocimiento práctico; aquél, en cambio, al especulativo. Se distingue, no obstante, del don de sabiduría, que se refiere también al conocimiento especulativo, porque a la sabiduría corresponde el juicio, y al entendimiento la capacidad de percepción de las cosas que se le proponen o de la penetración íntima de las mismas. A tenor de esto hemos reseñado más arriba (1-2 q.68 a.4) el número de los dones. Pero si nos fijamos bien, el don de entendimiento no se refiere solamente a la especulación, sino también a lo operable, como queda dicho (a.3); la sabiduría, por su parte, comprende también ambas cosas, como se dirá luego (q.9 a.3). Por lo tanto hay que establecer otra base de distinción de los dones.
Efectivamente, estos cuatro dones de que hablamos se ordenan al conocimiento sobrenatural, que tiene su base en la fe. Ahora bien, en palabras del Apóstol, la fe viene de la predicación (Rm 10, 17), y, por lo tanto, al hombre se le deben proponer algunas cosas para creerlas; no como cosas vistas, sino como oídas, para que les preste su asentimiento. Por otra parte, la fe, primera y principalmente, es acerca de la Verdad primera; secundariamente, sobre cosas que conciernen a las criaturas; y por último se extiende también a la dirección de las acciones humanas en cuanto que actúa por la caridad, como hemos dicho (a.3; q.4 a.2 ad 3). En consecuencia, son dos las cosas que se requieren de nuestra parte respecto de lo que se nos propone para creer. Primero: que sean penetradas y captadas por el entendimiento, y ésta es función del don de entendimiento. Segunda: que el hombre se forme de ellas un juicio recto, hasta el punto de considerar buena la adhesión a las mismas, y que se deben rechazar los errores opuestos. Este juicio, cuando se refiere a las cosas divinas, corresponde en realidad al don de sabiduría; al don de ciencia, si se trata cosas creadas; al don de consejo, cuando se propone su aplicación a las acciones singulares.

ARTÍCULO 7

¿Corresponde al don de entendimiento la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está la afirmación de San Agustín en el libro De Serm. Dom. in monte: La sexta operación del Espíritu Santo, que es el don de entendimiento, es propia de los limpios de corazón, los cuales, purificados los ojos, pueden ver lo que el ojo no vio.

Respondo: La sexta bienaventuranza, lo mismo que las demás, expresa dos cosas: una, como mérito, que es la pureza de corazón; otra, como premio, y es la visión de Dios, como hemos expuesto (1-2 q.69 a.2). Las dos cosas pertenecen, en cierto modo, al don de entendimiento. Hay, en efecto, una doble pureza. Una, en verdad, preliminar y disposición para la visión de Dios, y que consiste en la depuración de la voluntad de todo tipo de afecto desordenado. Esa pureza de corazón se logra por las virtudes y los dones propios de la voluntad. La otra, en cambio, es como un complemento para la visión divina. Se trata de una pureza de la mente depurada de los fantasmas y de los errores, de tal manera que no reciba las cosas de Dios en forma de imágenes corporales ni de perversiones heréticas. Esta pureza es obra del don de entendimiento. Hay, igualmente, una doble visión de Dios. Una, perfecta, en la cual se ve la esencia divina. La otra, imperfecta, en la cual, aunque no veamos qué sea Dios, vemos, sin embargo, qué no es. En esta vida conocemos tanto más perfectamente a Dios cuanto mejor comprendemos que sobrepasa todo lo que comprende el entendimiento. Y una y otra visión corresponden al don de entendimiento: la primera, al don de entendimiento consumado, como se dará en la patria; la segunda, al don de entendimiento incoado, como se da en el estado de vía.

ARTÍCULO 8

Entre los frutos, ¿corresponde la fe al don de entendimiento?

Contra esto [es decir, contra las objeciones que se oponen a la tesis del artículo]: está el hecho de que el fin de cada cosa es el fruto de la misma. Ahora bien, parece que el don de entendimiento va ordenado a la certeza de la fe, como fruto, ya que dice la Glosa, sobre el texto de Gál5, 22, que la fe como fruto es la certeza sobre las cosas invisibles. Luego entre los frutos, la fe corresponde al don de entendimiento.

Respondo: Como hemos expuesto al hablar de los dones (1-2 q.70 a.l), los frutos del Espíritu Santo son ciertas realidades últimas y deleitables que se dan en nosotros provenientes del Espíritu Santo. Ahora bien, lo último y deleitable tiene razón de fin, y el fin es el objeto propio de la voluntad. Por eso, lo último y deleitable en el plano de la voluntad debe ser, de alguna manera, fruto de cuanto corresponde a las actividades de las demás potencias. De ahí que el don o la virtud que perfecciona una potencia puede ofrecer doble fruto: uno, propio de esa potencia; otro, como último, propio de la voluntad. En consecuencia, debemos concluir que al don de entendimiento corresponde, como fruto propio, la fe, es decir, la certeza de la fe; pero como fruto último le corresponde el gozo, el cual atañe a la voluntad.

sábado, 16 de mayo de 2015

A la derecha del Padre

Mañana, en muchos lugares se celebra la Solemnidad de la Ascensión de Jesús a los Cielos. Después de haber pasado 40 días con sus discípulos, el Señor se despide de ellos.

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Antes de su Resurrección, Jesús había dicho a los Apóstoles: “Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16, 28). La Ascensión del Señor marca el momento de su retorno al Padre.

Cristo había resucitado y, en cuanto hombre, tenía la Vida Nueva en Dios. Pero durante los 40 días antes de la Ascensión, aún no había ascendido al Padre de manera definitiva. Aún no había sido glorificado, a la derecha del Padre.

Mañana leeremos los últimos versículos del Evangelio de san Marcos:

14 Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado.
15 Y les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.
16 El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.
17 A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas,
18 cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».
19 Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.
20 Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

¿Qué significa que Jesús esté “sentado a la derecha de Dios”?

Las consecuencias teológicas de esta afirmación son importantes para los Apóstoles y para todos nosotros. A partir del día de la Ascensión Jesús está más cerca de cada uno de nosotros.

Escuchemos la explicación de Benedicto XVI, en Jesús de Nazaret.

“El Nuevo Testamento –desde los Hechos de los Apóstoles hasta la Carta a los Hebreos–, haciendo referencia al Salmo (Sal 110, 1) describe el «lugar» al que Jesús se ha ido con una nube como un «sentarse» (o estar) a la derecha de Dios. ¿Qué significa esto? Este modo de hablar no se refiere a un espacio cósmico lejano, en el que Dios, por decirlo así, habría erigido su trono y en él habría dado un puesto también a Jesús. Dios no está en un espacio junto a otros espacios. Dios es Dios. Él es el presupuesto y el fundamento de toda dimensión espacial existente, pero no forma parte de ella. La relación de Dios con todo lo que tiene espacio es la del Dios y Creador. Su presencia no es espacial sino, precisamente, divina. Estar «sentado a la derecha de Dios» significa participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio”.

“En una disputa con los fariseos, Jesús mismo da al Salmo 110 una nueva interpretación que ha orientado la comprensión de los cristianos. A la idea del Mesías como nuevo David con un nuevo reino davídico –idea que hace poco hemos encontrado en los discípulos–, Él contrapone una visión más grande de Aquel que ha de venir: el verdadero Mesías no es el hijo de David, sino el Señor de David; no se sienta sobre el trono de David, sino sobre el trono de Dios (cf. Mt 22, 41-45)”.

“El Jesús que se despide no va a alguna parte en un astro lejano. Él entra en la comunión de vida y poder con el Dios viviente, en la situación de superioridad de Dios sobre todo espacio. Por eso «no se ha marchado», sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está siempre presente junto a nosotros y por nosotros. En los discursos de despedida en el Evangelio de Juan, Jesús dice precisamente esto a sus discípulos: «Me voy y vuelvo a vuestro lado» (Jn 14, 28). Aquí está sintetizada maravillosamente la peculiaridad del «irse» de Jesús, que es al mismo tiempo su «venir», y con eso queda explicado también el misterio acerca de la cruz, la resurrección y la ascensión. Su irse es precisamente así un venir, un nuevo modo de cercanía, de presencia permanente, que Juan pone también en relación con la «alegría», de la que antes hemos oído hablar en el Evangelio de Lucas”.

“Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca de nosotros. Ahora ya no se encuentra en un solo lugar del mundo, como antes de la «ascensión»; con su poder que supera todo espacio, Él no está ahora en un solo sitio, sino que está presente al lado de todos, y todos lo pueden invocar en todo lugar y a lo largo de la historia”.

En el Evangelio de san Lucas, dice el Papa, “a la partida de Jesús precede un coloquio en el que los discípulos –todavía apegados a sus viejas ideas– preguntan si acaso no ha llegado el momento de instaurar el reino de Israel”.

“A esta idea de un reino davídico renovado Jesús contrapone una promesa y una encomienda. La promesa es que estarán llenos de la fuerza del Espíritu Santo; la encomienda consiste en que deberán ser sus testigos hasta los confines del mundo”.

“Se rechaza explícitamente la pregunta acerca del tiempo y del momento. La actitud de los discípulos no debe ser ni la de hacer conjeturas sobre la historia ni la de tener fija la mirada en el futuro desconocido. El cristianismo es presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y –fundándose en eso– contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo”.

Estas últimas consideraciones de Benedicto XVI nos ayudan a “vivir en presente”, agradeciendo la cercanía interior de Dios en nuestras vidas y buscando, cada día, que nuestro testimonio en favor de Cristo (apostolado) sea decidido y constante. 

sábado, 9 de mayo de 2015

El Mandamiento Nuevo

Mañana celebraremos la Liturgia correspondiente al Domingo VI de Pascua. Seguimos leyendo y meditando los discursos de despedida de Jesús, durante la Última Cena, que están contenidos en los capítulos 14 a 17 del Evangelio de San Juan.


En esta ocasión, la Iglesia pone a nuestra consideración, principalmente en la Segunda Lectura (1 Jn 4, 7-10) y en el Evangelio de la Misa (Jn 15, 9-17), la doctrina de Jesucristo sobre el Mandamiento Nuevo de la Caridad. Vale la pena leer los dos textos enteros:

1 Jn 4, 7-10
7 Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
8 Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
9 En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.
10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

Jn 15, 9-17
9 Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
11 Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
12 Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
13 Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
15 Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
16 No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
17 Esto os mando: que os améis unos a otros.

El Papa Benedicto XVI, en el último volumen de Jesús de Nazaret, al hablar del “Lavatorio de los pies”, explica en qué consiste el Mandatum Novum, el Mandamiento Nuevo del Amor.

En resumen, dice que Jesús concede el don de la pureza a sus discípulos, de modo que todos (menos Judas) estén limpios para recibir el don del Amor (mediante la efusión del Espíritu Santo) y así poder recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Las purificaciones rituales tenían gran importancia en el pueblo judío. Pero Jesús les da su verdadero sentido. Por sí solas no son suficientes. Es necesario que el Señor nos purifique el corazón. Eso es lo importante. Tener un corazón puro.

¿Cómo tenerlo? No precisamente a través de un esfuerzo humano, de tipo moral. Jesús no ha cambiado la perspectiva ritual en una perspectiva de tipo moral o ético. Lo que ha hecho el Señor es algo mucho más grande y definitivo.

No somos nosotros los que limpiamos nuestro corazón con nuestros esfuerzos. Es Dios quien lo purifica, con el don de su gracia, por medio del Espíritu Santo. Nosotros podemos y debemos prepararnos: pidiendo esa gracia, disponiéndonos interiormente a recibirla, acudiendo con humildad a las fuentes de la gracia (los Sacramentos), escuchando la Palabra del Señor en la Sagrada Escritura, y buscando cumplir los mandamientos para permanecer en la Verdad.

Pero es Dios quien nos da la Vida Nueva: la Verdad y el Amor.

Leamos algunos párrafos, directamente, del Papa Benedicto (las negritas son nuestras):

“La pureza y la impureza tienen lugar en el corazón del hombre y dependen de la condición de su corazón (cf. Mc 7, 14-23)”.

“Pero surge inmediatamente una pregunta: ¿Cómo se hace puro el corazón? ¿Quiénes son los hombres de corazón puro, los que pueden ver a Dios (cf. Mt 5, 8)? La exégesis liberal ha dicho que Jesús habría reemplazado la concepción ritual de la pureza por una de orden moral: en el lugar del culto y su mundo se pondría ahora la moral. Consiguientemente, el cristianismo sería esencialmente una moral, una especie de «rearme» ético. Pero así no se hace justicia a la novedad del Nuevo Testamento”.

La fe purifica el corazón. Y la fe se debe a que Dios sale al encuentro del hombre. No es simplemente una decisión autónoma de los hombres. Nace porque las personas son tocadas interiormente por el Espíritu de Dios, que abre su corazón y lo purifica” [Fue lo que sucedió en casa del Centurión Cornelio. Cfr. la Primera Lectura de la Misa, tomada de Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48].

“El lavatorio que nos purifica es el amor de Jesús, el amor que llega hasta la muerte. La palabra de Jesús no es solamente palabra, sino Él mismo. Y su palabra es la verdad y es el amor”.

“El don de la pureza es un acto de Dios. El hombre por sí mismo no puede hacerse digno de Dios, por más que se someta a cualquier proceso de purificación. «Vosotros estáis limpios». En esta palabra maravillosamente simple de Jesús se expresa de manera prácticamente sintética lo sublime del misterio de Cristo. El Dios que desciende hacia nosotros nos hace puros. La pureza es un don”.

“¿En qué consiste la novedad del mandamiento nuevo?

“Se ha dicho que la novedad, más allá del mandamiento ya existente del amor al prójimo, se manifiesta en la expresión «amar como yo os he amado», es decir, en amar hasta estar dispuestos a sacrificar la propia vida por el otro. Si consistiera en esto la esencia y la totalidad del «mandamiento nuevo» entonces habría que definir el cristianismo como una especie de esfuerzo moral extremo”.

“No, la verdadera novedad del mandamiento nuevo no puede consistir en la elevación de la exigencia moral. Lo esencial también en estas palabras no es precisamente la llamada a una exigencia suprema, sino al nuevo fundamento del ser que se nos ha dado. La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él”.

“La inserción de nuestro yo en el suyo –«vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 20)– es lo que verdaderamente cuenta”.

“Debemos dejarnos sumergir en la misericordia del Señor; entonces también nuestro «corazón» encontrará el camino recto. El «mandamiento nuevo» no es simplemente una exigencia nueva y superior. Está unido a la novedad de Jesucristo, al sumergirse progresivamente en Él”.

“Siguiendo en esta línea, Tomás de Aquino pudo decir: «La nueva ley es la misma gracia del Espíritu Santo» (S. Theol., I-II, q. 106, a. 1), no una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios”.

> Recomendamos ver el siguiente video del P. Santiago Martín, sobre la situación de la Iglesia en estos momentos y de cara al próximo Sínodo de Obispos: "La hora de la siembra".

sábado, 2 de mayo de 2015

Permanecer en la Vid

El Papa Benedicto XVI afirma, en el tomo II de su libro “Jesús de Nazareth”, que hay cuatro grandes dones de la tierra, que menciona la Sagrada Escritura, y que se han convertido en los elementos sacramentales fundamentales de la Iglesia: el agua, el pan, el aceite y el vino.


En ellos, los frutos de la creación se convierten en vehículos de la acción de Dios en la historia, en "signos" mediante los cuales Jesucristo nos muestra su especial cercanía.

Cada uno de ellos presenta características distintas entre sí. Y cada uno tiene una función diferente de signo.

El vino, en el cual ahora nos centramos, porque está en el centro de la Liturgia de la Palabra del Domingo V de Pascua, representa la fiesta y permite al hombre sentir la magnificencia de la creación. En la Sagrada Escritura, es un elemento propio de los ritos del sábado, de la pascua y de las bodas.

El vino, dice el Papa,  “nos deja vislumbrar algo de la fiesta definitiva de Dios con la humanidad, a la que tienden todas las esperanzas de Israel. "El Señor todopoderoso preparará en este monte [Sión] para todos los pueblos un festín... un festín de vinos de solera... de vinos refinados..." (Is 25, 6)”.

En el Evangelio de San Juan, el don del vino nuevo se encuentra en el centro de la boda de Caná (cf. Jn 2, 1-12), mientras que, en sus sermones de despedida, Jesús se presenta como la verdadera vid (cf. Jn 15, 1-10), según leeremos el próximo domingo en el texto del Evangelio.

En Caná, Jesús convirtió 520 litros de agua en un vino excelente. Esto sucedió al tercer día de un suceso que no está muy claro (aunque parece ser que se trata de la elección de los primeros discípulos): "Tres días después había una boda en Caná de Galilea" (Jn 2, 1).

Esta referencia de San Juan al “tercer día”, tiene que ver con la Resurrección de Cristo, que sucedió al tercer día de su muerte.  

Por otra parte, Jesús dice que no ha llegado “su hora” (es decir, su hora de la glorificación que comienza en la Cruz y culmina en su Resurrección). Pero el Señor tiene el poder de anticipar “la hora” misteriosamente con signos. “Por tanto, el milagro de Caná se caracteriza como una anticipación de la hora y está interiormente relacionado con ella”.

La exégesis que hace Benedicto XVI a este pasaje evangélico continúa con unas consideraciones impresionantes y llenas de belleza que vale la pena transcribir por entero.

“¿Cómo podríamos olvidar que este conmovedor misterio de la anticipación de la hora se sigue produciendo todavía? Así como Jesús, ante el ruego de su madre, anticipa simbólicamente su hora y, al mismo tiempo, se remite a ella, lo mismo ocurre siempre de nuevo en la Eucaristía: ante la oración de la Iglesia, el Señor anticipa en ella su segunda venida, viene ya, celebra ahora la boda con nosotros, nos hace salir de nuestro tiempo lanzándonos hacia aquella "hora".

De esta manera comenzamos a entender lo sucedido en Caná. La señal de Dios es la sobreabundancia. Lo vemos en la multiplicación de los panes, lo volvemos a ver siempre, pero sobre todo en el centro de la historia de la salvación: en el hecho de que se derrocha a sí mismo por la mísera criatura que es el hombre. Este exceso es su "gloria". La sobreabundancia de Caná es, por ello, un signo de que ha comenzado la fiesta de Dios con la humanidad, su entregarse a sí mismo por los hombres. El marco del episodio –la boda– se convierte así en la imagen que, más allá de sí misma, señala la hora mesiánica: la hora de las nupcias de Dios con su pueblo ha comenzado con la venida de Jesús. La promesa escatológica irrumpe en el presente”.

Pero, ahora, hemos de pasar al otro texto del Evangelio de San Juan en la que Jesús utiliza la imagen del “vino”: la alegoría de la vid, que está contenida en el capítulo 15.

“Mientras la historia de Caná –dice Benedicto XVI– trata del fruto de la vid con su rico simbolismo, en Juan 15 –en el contexto de los sermones de despedida– Jesús retoma la antiquísima imagen de la vid y lleva a término la visión que hay en ella. Para entender este sermón de Jesús es necesario considerar al menos un texto fundamental del Antiguo Testamento que contiene el tema de la vid y reflexionar brevemente sobre una parábola sinóptica afín, que recoge el texto veterotestamentario y lo transforma.

En Is 5, 17 nos encontramos una canción de la viña”.

Y, para comprender mejor el texto del Evangelio que leeremos mañana, sigamos el hilo de la explicación que hace el Papa Benedicto.

Jesús interpreta la canción de la viña, de Isaías, como referida a Él mismo (cfr. Mc 12, 1-12): Él es el Hijo que será llevado a la muerte. El dueño de la viña es Dios Padre que castigará a los malos viñadores y arrendará la viña a otros siervos.

Jesús, en la parábola de la viña se refiere también a nosotros: “Habla precisamente también con nosotros y de nosotros. Si abrimos los ojos ─afirma el Papa Benedicto─, todo lo que se dice ¿no es de hecho una descripción de nuestro presente? ¿No es ésta la lógica de los tiempos modernos, de nuestra época? Declaramos que Dios ha muerto y, de esta manera, ¡nosotros mismos seremos dios! Por fin dejamos de ser propiedad de otro y nos convertimos en los únicos dueños de nosotros mismos y los propietarios del mundo. Por fin podemos hacer lo que nos apetezca. Nos desembarazamos de Dios; ya no hay normas por encima de nosotros, nosotros mismos somos la norma. La "viña" es nuestra. Empezamos a descubrir ahora las consecuencias que está teniendo todo esto para el hombre y para el mundo...”.

“La parábola de la viña en los sermones de despedida de Jesús ─afirma Benedicto XVI─ continúa toda la historia del pensamiento y de la reflexión bíblica sobre la vid, dándole una mayor profundidad. "Yo soy la verdadera la vid" (Jn 15, 1), dice el Señor. En estas palabras resulta importante sobre todo el adjetivo "verdadera" (…). Pero el elemento esencial y de mayor relieve en esta frase es el "Yo soy": el Hijo mismo se identifica con la vid, El mismo se ha convertido en vid. Se ha dejado plantar en la tierra. Ha entrado en la vid: el misterio de la encarnación, del que Juan habla en el Prólogo, se retoma aquí de una manera sorprendentemente nueva. La vid ya no es una criatura a la que Dios mira con amor, pero que no obstante puede también arrancar y rechazar. El mismo se ha hecho vid en el Hijo, se ha identificado para siempre y ontológicamente con la vid”.

“La vid significa ─dice el Papa─ la unión indisoluble de Jesús con los suyos  que, por medio de Él y con Él, se convierten todos en "vid", y que su vocación es "permanecer" en la vid”.

“La vid ya no puede ser arrancada, ya no puede ser abandonada al pillaje. Pero en cambio hay que purificarla constantemente. Purificación, fruto, permanencia, mandamiento, amor, unidad: éstas son las grandes palabras clave de este drama del ser en y con el Hijo en la vid, un drama que el Señor con sus palabras nos pone ante nuestra alma. Purificación: la Iglesia y el individuo siempre necesitan purificarse. Los actos de purificación, tan dolorosos como necesarios, aparecen a lo largo de toda la historia, a lo largo de toda la vida de los hombres que se han entregado a Cristo”.

Purificación y fruto van unidos; sólo a través de las purificaciones de Dios podemos producir un fruto que desemboque en el misterio eucarístico, llevando así a las nupcias, que es el proyecto de Dios para la historia. Fruto y amor van unidos: el fruto verdadero es el amor que ha pasado por la cruz, por las purificaciones de Dios. También el "permanecer" es parte de ello. En Jn 15, 1-10 aparece diez veces el verbo griego ménein (permanecer). Lo que los Padres llaman perseverantia –el perseverar pacientemente en la comunión con el Señor a través de todas las vicisitudes de la vida– aquí se destaca en primer plano”.

Al principio del mes de mayo, Mes de la Virgen, acudimos a Nuestra Señora, para pedirle con confianza que nos ayude a nunca separarnos de su Hijo, y que nos de la fortaleza para aceptar con alegría todas las purificaciones por las que Él quiera que pasemos.