sábado, 24 de enero de 2015

Conversión

Mañana, 25 de enero, si  no fuera domingo, celebraríamos en la Iglesia la fiesta de la Conversión de San Pablo. De cualquier manera, las lecturas del Tercer Domingo del Tiempo Ordinario, también tratan sobre el tema de la conversión.


La palabra “conversión” aparece, desde el principio, en la predicación de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y está cerca el Reino de Dios; convertíos [haced penitencia] y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).

El Diccionario de la Real Academia Española señala que “convertir”, en su primer significado, es “hacer que alguien o algo se transforme en algo distinto de lo que era”. Procede del latín “convertere”.

La palabra castellana “convertíos” procede de la original griega “metanoèite”, que significa “cambiad de mente”, “cambiad de pensamiento”. Deriva de “metànoia”, donde “nous”, en griego, significa mente, intelecto, pensamiento.

La invitación de Cristo a “cambiar de mente” es muy exigente; diríamos que es radical. Significa volver al origen, cuando nuestra mente era pura, no manchada por el pecado. Convertirse, por tanto, significa volverse atrás, al principio, a la fuente, a Dios mismo.

Platón, en la República (mito de la caverna) dice que la verdadera paideia (proceso de educación humana) es una conversión del mundo del engaño sensible al mundo del único verdadero ser que es la bondad absoluta. Los Padres tomaron la palabra metanoia de la metastrophé o periagogé platónica (voltear la cabeza y mirar en dirección opuesta). Cfr. Cfr. JAEGER, W., Humanismo y teología, Madrid 1964, pp. 119 y ss.

Eso es lo que sucedió a San Pablo en el camino de Damasco: encontró a Cristo: “Yo soy Jesús Nazareno, a quien tu persigues” (Hechos, 22, 8). Dejó de mirarse a sí mismo para descubrir la Verdad, el Camino y la Vida.

Eso es lo que hemos de hacer también nosotros de manera continua mientras estemos en esta tierra.

Como decía Juan Pablo II (Encíclica Tertio milenio adveniente, n. 32), la cuestión siempre actual de la conversión es “la condición preliminar para la reconciliación con Dios tanto de las personas como de las comunidades”.

En la Exhortación Apostólica Reconciliatio et Poenitentia, Juan Pablo II afirma que el alma de la conversión es la contrición, es decir, “un rechazo claro y decidido del pecado cometido, junto con el propósito de no volver a cometerlo por el amor que se tiene a Dios y que renace con el arrepentimiento”. En este sentido, dice el Papa, “contrición y conversión son aún más un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la propia verdad interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo ha dejado de gustar” (n. 31).

Detengámonos un poco para profundizar, al hilo de unas reflexiones del Cardenal Joseph Ratzinger, en el significado de la palabra metanoia, que utilizan los evangelistas para designar lo que pedía Jesucristo a todos, al principio de su vida pública. Cfr. J. RATZINGER, Teoría de los principios teológicos (Materiales para una teología fundamental), Herder, Barcelona 1985, 63-76.

El Cardenal Ratzinger, dice que la palabra griega metanoia “es un concepto que abarca la entera existencia, radicalmente. Significa, fundamentalmente, convertirse

“En los griegos  metanoein  significa  arrepentirse  in actu. Para el concepto de un  arrepentimiento permanente  (volver a uno mismo,  a  la  unidad;  recogimiento  interior,  donde  habita la verdad...)  se  usa  el  verbo  epistrophein.  Este  concepto  es parecido al de  metanoia en la  Biblia,  pero no igual. La Biblia pide una conversión que se identifica con la obediencia y  la fe, no un mero volverse a sí mismo,  sino un abrirse al tú, a Dios, a la Iglesia” (ibídem, p. 68).

“Actualmente se aplaude todo cambio (culto a  la movilidad) y se reprueba todo conservadurismo. La metanoia cristiana  pide un cambio radical (no cambios a medias),  pero  también una "firmeza en Cristo" que es la Verdad y el Camino (fidelidad y cambio). El  cambio  es necesario para mantenerse  a la  altura de la decisión de  fidelidad,  porque en el hombre pesa  más el egoísmo que el amor y la verdad” (ibídem, pp. 69-74).

Metanoia no  sólo  es "conversión"  interior. También abarca una dimensión eclesial: aquí se  fundamenta el sacramento  de la penitencia  como  forma eclesial  y  palpable  de  una conversión renovada” (ibídem, p. 74).

“"Yo os aseguro: si no cambiáis y os  hacéis  como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18, 3)”. La "metanoia" implica hacerse como niños: la sencillez de la vida ordinaria, el "pequeño camino" de Santa Teresita de Lisieux, la paciencia de la diaria permanencia,  la renovación y el cambio diario. Esto es lo que hace a los hombres clarividentes” (ibídem, pp. 74-76).

También el Cardenal Ratzinger, dice que “la fe es una decisión radical: una conversión, un pasar de fiarse de lo visible a fiarse de lo invisible”. “La fe requiere conversión, y la conversión es un acto de obediencia, no a un contenido, sino a un «Tu» (Cristo)”. Cfr. J. Ratzinger, Natura e Compito de la Teología, ed. Jaca Book, Milano 1993, pp. 54-55.

Como afirma San Pablo: "Porque las aflicciones, tan breves y tan ligeras de la vida presente, nos producen el eterno peso de una sublime e incomparable gloria y así no ponemos nosotros la mira en las cosas visibles, sino en las invisibles; porque las que se ven son transitorias, más las que no se ven son eternas" (2 Cor 4, 17-18).

La fe es algo diariamente nuevo: hay que convertirse cada  día. Es decir, para poder acceder al misterio es necesaria una conversión. La fe supone siempre una conversión. La verdadera conversión, siempre es un acto de fe. Cuando la fe irrumpe en nuestro pensar, hay que dar inicio a un nuevo modo de pensar, que lleva consigo el cambio del «yo» al «no más yo», que lleva consigo —por tanto— el sufrimiento y el dolor. Por eso los grandes convertidos (Agustín, Pascal, Newman, Guardini...) pueden siempre ser guías en el camino hacia la fe (cfr. J. Ratzinger, Natura e Compito de la Teología, ed. Jaca Book, Milano 1993, pp. 54-55).

El 10 de diciembre del año 2000, el Card. Joseph Ratzinger pronunciaba una conferencia sobre la nueva evangelización, durante el jubileo de los catequistas y los profesores de Religión celebrado en Roma. En esa conferencia, además de hablar de la estructura y del método de la nueva evangelización, mencionaba sus cuatro contenidos esenciales: 1) la conversión, 2) el Reino de Dios, 3) Jesucristo y 4) la vida eterna. Se puede encontrar en:


Para profundizar en este tema se pueden leer:



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